El Ala de Baja Exigencia, un paso para salir del “sinhogarismo”

Diócesis de Córdoba
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Acogida, respeto, dignidad y, sobre todo, ayuda. Son los principales valores que las personas en situación de calle encuentran al llegar al Ala de Baja Exigencia de Cáritas Diocesana (ABE). Un lugar en el que cada noche duermen una veintena de personas sin hogar para evitar sufrir en su cuerpo la ola de frío

El Ala de Baja Exigencia recibe cada día a personas que sufren en primera persona los estragos de la calle, personas agotadas, sin recursos, en situaciones extremas, que encuentran en Cáritas una mano a la que agarrarse.

“Las personas necesitamos una mano que nos ayude a recuperar la dignidad, esa mano la está dando hoy la Iglesia católica con el programa de personas sin hogar”, asegura José Luis Rodríguez, responsable de este programa de Cáritas en Córdoba.

José Luis explica el funcionamiento del Ala de Baja Exigencia en estos días en los que las temperaturas están siendo extremas. Este recurso se llama así porque los requisitos para entrar son mínimos, “la prioridad es que nadie se quede fuera, venga en las circunstancias que venga”. Lo único que se pide es una actitud colaborativa y respeto hacia los compañeros, voluntarios y trabajadores que puedan entrar.

“El perfil de las personas que acuden a nosotros son, en muchas ocasiones, hombres y mujeres con algún tipo de trastorno o enfermedad mental, a lo que se une el alcoholismo o adicciones. La vida en la calle además les va acarreando con el paso del tiempo nuevas complicaciones en la salud. Esto produce un círculo vicioso del que es muy difícil salir y que los deja en muy malas condiciones”, indica José Luis.

El ABE comienza su actividad en noviembre y termina alargándose al mes de marzo. Antes de que abran las puertas, a las 20:00 horas, una veintena de personas sin hogar esperan su turno en este sitio ubicado en el barrio de la Fuensanta. Llegar a tiempo es importante porque con la pandemia el ABE ha pasado de 32 plazas a 20, para poder cumplir con las medidas de higiene y seguridad. En él, los usuarios encuentran cama, comida y ducha, además de la ayuda de los voluntarios del programa de personas sin hogar.

“La desesperanza invade sus vidas en muchas ocasiones, no ven salida y necesitan estar con alguien que los anime a salir de su situación”, comenta Gema Díaz, una de las voluntarias de la UVI de Cáritas y del ABE que a sus 26 años, ha encontrado aquí “una manera de servir a Dios”.

Gema llegó a Cáritas por su tía, por todo lo que ella le contaba de los proyectos que realizaban, y se empezó a “enamorar”. Se fue a Granada a estudiar y en cuanto regresó, tras hacer el curso de voluntaria, se implicó en la UVI y el ABE como voluntaria. “A mí me dan la vida ellos, me encanta hablar con ellos, servirles y ayudarles. Ellos piensan que somos nosotros los que les ayudamos y en verdad yo les doy gracias a ellos por lo que me aportan en mi vida”, explica. Recuerda, a su vez, la primera vez que salió en la UVI y visitó a una persona que dormía debajo de un puente, rodeada de suciedad, algo que le impactó muchísimo y le hizo caer en la cuenta de que esta realidad la tenemos más cerca de lo que pensamos. “Ellos han cambiado mi vida, mi forma de ser, de pensar y de vivir”, comenta.

Jaime Exposito es uno de los usuarios que se encuentran inmersos en esta situación. A sus 57 años, tuvo que cerrar su empresa de pintura y decoración, se separó de su esposa y perdió a su madre. Esto lo llevó a caer en el alcoholismo hasta el punto de verse viviendo en la calle. “Mi vida es muy mala, me paso todo el día bebiendo, pensando en cosas malas y quiero cambiar porque si no me voy a ver en la cárcel o muerto por cualquier pelea o cualquier cosa, puesto que eso es la calle”, asevera Jaime. Él ya ha estado en un centro de desintoxicación, que no pudo ayudarle puesto que al salir su situación era la misma, estar en la calle, sin casa y sin trabajo. Asegura que en la calle hay mucha violencia y que si no fuera por la ayuda que le ofrece Cáritas, no sabe dónde estaría hoy. “Gracias a Cáritas puedo decir que estoy “bien”, porque a pesar de mi problema con el alcohol, ellos cada noche me abren las puertas, me dan cama, comida y su atención”, indica. Las personas como él necesitan apoyo, “cualquier granito de arena que le aportemos es mucho para ellos”, dice Gema.

Otros, como Jesús R. León, tras más de seis años deambulando por distintas ciudades, comienzan a ver la luz.

Su historia es el claro ejemplo de que no podemos ser imparciales a esta situación tan presente en nuestros días. Jesús es natural de Ceuta, tiene 55 años, trabajaba de vigilante de seguridad, se presentó a una oposición del ayuntamiento para obtener una plaza en una empresa municipal y la aprobó. Tras unos años trabajando en un centro de menores, cuenta que sufrió acoso laboral. “Estuve mucho tiempo de baja y cuando me incorporé, en el centro de menores que trabajaba, se rompió fortuitamente un cristal y me querían sancionar con dos meses de empleo y sueldo. No era congruente y quise denunciar”, relata. Comenzó así un proceso de denuncias y juicios que lo llevó a perder su plaza y a verse directamente en la calle sin nada, viviendo en su coche durante meses y en la ciudad en la que era conocido por todo el mundo.

Jesús califica este tiempo como un auténtico calvario. Cuenta cómo sufrió una paliza entre siete personas hasta romperle cuatro costillas y dejarlo inconsciente en el suelo y cómo no encontró ayuda ni siquiera de quien pensaba que era su familia. Tuvo que salir de su ciudad amenazado y comenzar a deambular por ciudades como Cádiz o San Fernando pasándolo muy mal. Llegó de manera fortuita a Córdoba y encontró en Cáritas Diocesana un hogar. “He estado tirado en la calle, pasándolo mal, sufriendo temperaturas bajo cero, tirado en un portón, pero gracias a Cáritas tengo una vida ordenada y estoy recogido”, afirma.

Jesús ha sido usuario del ABE durante mucho tiempo y ahora ha entrado a la Casa de Acogida “Madre del Redentor” con el objetivo de poder reinsertarse en la sociedad, encontrar un trabajo y conseguir un techo en el que vivir. “Yo no soy drogadicto, no soy violento, soy una persona normal que no ha podido salir del sinhogarismo hasta que no me ha tendido su mano Cáritas”, argumenta este claro ejemplo de que nadie está exento de ninguna circunstancia; una persona que llegó a creer que estaba fuera de la sociedad, en un bucle del que nunca iba a poder salir.

Tanto Jesús como Jaime le piden a la vida una segunda oportunidad. Poder reinsertarse en ella, salir de la situación que les rodea, encontrar un trabajo y poder tener una casa en la que vivir. Ambos coinciden en que la calle mata y destruye a toda persona humana, por lo que agradecen el trabajo de Cáritas Diocesana.

Ejemplos como estos demuestran la fragilidad que tenemos las personas. “A veces vemos esto con un punto de vista “egoísta”, pensamos que tienen lo que se merecen, y no caemos en la cuenta que cualquier persona por diversas circunstancias puede desencadenar en esta situación en cualquier momento”, asegura José Luis. Y es que detrás de cada persona en situación de calle hay una historia y una vida. Hay una necesidad de acercamiento, de darle la dignidad y la ayuda necesaria para poder salir de esa situación, como lo viene haciendo Cáritas Diocesana desde hace años.

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