El silencio se cortaba en la plaza de la Constitución de la pedanía baezana de Las Escuelas, hasta donde se desplazó el Obispo de Jaén, Don Amadeo Rodríguez Magro, para presidir el funeral de entierro por las víctimas del triple asesinato, que tuvo lugar en Baeza el pasado domingo.
Familiares, amigos y todos los vecinos de esta pequeña localidad quisieron dar el último adiós a María Belén y sus hijos en la Iglesia parroquial de San Isidro.
El Obispo, que ya pidió por ellos al conocerse la trágica noticia durante la solemnidad del Corpus Christi, también quiso estar cerca de la familia en su último adiós.
A pesar del desconsuelo, Don Amadeo quiso sembrar, en los corazones de los padres de María Belén y abuelos de los dos niños asesinados, así como en los hermanos y amigos, la esperanza que viene de Dios.
El Obispo les dirigió, en la homilía, unas palabras de consuelo, con la convicción de que nada de lo que les podamos decir puede mitigar el dolor que están viviendo esos padres y hermanos «que no encuentran ninguna explicación a lo que haya podido suceder».
Sin embargo, como era un funeral católico, siempre la Palabra de Dios puede más que la humana y evocó para ellos, la muerte injusta de Jesucristo y el dolor de su Madre la Santísima Virgen. Sobre todo, evocó a Jesucristo Resucitado, que «siempre le pone la luz de la esperanza a cualquier oscuridad humana, por muy profunda y dolorosa que sea».
Recordó, también, la bondad y generosidad de los padres de María Belén, a los que no les hubiera importando compartir el funeral con los padres de Francisco, y abuelos de los dos niños fallecidos.
Asimismo, dirigiéndose a la sociedad en general, que en estos días, ante una noticia tan trágica, ha estado al lado de esos padres y familiares y se han convertido también en víctimas de este acto de violencia, «porque- afirmó el Prelado jiennense- cuando sucede algo similar todos los hombres de buena voluntad de sienten afectados». El Obispo de Jaén recordó que «sucesos de este tipo, evidentemente, tienen que tener una ejemplaridad para la sociedad y que, sin entrar en detalles que no conocemos, no deberíamos de dejar que pasase por nuestra vida sin que nos reafirmemos en algunas convicciones:
1. Que el derecho a la vida de toda persona humana es inviolable y, por tanto, todos lo hemos de respetar; la vida es un derecho esencial del ser humano y es un don de Dios que todos los creyentes de todas las religiones hemos de promover.
2. Que la violencia jamás puede tener justificación en la convivencia humana y, por supuesto, nunca podrá ser usada por una supuesta supremacía de los unos sobre los otros por raza, sexo, condición social o religiosa. Nada hay que nos haga superiores a los demás.
3. Que la sociedad ha de poner a disposición de la defensa de la vida, en especial de la de los más débiles, todos los recursos a su alcance, sin desdeñar ninguno; en especial consideramos como muy valioso y necesario un fuerte rearme moral y ético desde la misma educación, y eso no es posible sin una conversión interior a Dios, autor de la vida y Padre de todos, que hizo al ser humano para la fraternidad».