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Jesús González: «¡Qué fuerza en las palabras del Papa Francisco!»

Jesús González Pastor es el director del Centro de Prevención de Riesgos Laborales de la Junta de Andalucía en Málaga. También es miembro de la Junta Directiva y responsable de Protocolo de la Congregación de Mena.

Nuestra vida es la suma de nuestras experiencias. Supongo que no habrá en la memoria de muchas personas una experiencia global como ha sido el periodo de confinamiento debido a la Covid-19. Y si a esto le añadimos que, para los cristianos, se ha producido en mitad de la Cuaresma, pillando de lleno la Semana Santa, nuestra semana grande, y la Pascua de Resurrección, aún más inolvidable.

Para los cristianos, la Semana Santa, conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Jesús, es lo que nos muestra el camino a la salvación, semana que culmina la Cuaresma, tiempo de conversión, de meditación y oración, de preparación para la gran fiesta que es la Pascua de Resurrección. Esa conversión que busca que nosotros, los hijos, nos reconciliemos con nuestro Padre con el arrepentimiento y la confesión de nuestros pecados. Como penitencia, en esta ocasión, hemos tenido que vivir unos días extraños… privados de libertad de movimiento por el peligro de una enfermedad que pocos entienden, con unos efectos desoladores entre nuestra población, afectando a mujeres, hombres y niños de toda edad y condición.

Sentimos miedo. El miedo que se veía en la mirada de la persona que te atendía en la caja del supermercado, en la de quien hacía cola con carros cargados de compras para prepararse para el apocalípsis, provocando cosas tan sorprendentes como las faltas de papel higiénico y posteriormente de levadura y harina…. Miedo a que ese mal invisible pudiera afectar a nuestros padres, hermanos, maridos, mujeres, hijos… “Señor, ¡que no les toque a los míos!”, seguramente, seguida del ruego de que los efectos de la enfermedad terminasen cuanto antes, una de las oraciones que más habrá oído el Señor. Algo tan banal como ir al supermercado se me antojaba como ir a un campo de batalla, armado contra el enemigo con unos guantes de nitrilo y una mascarilla que evitara la entrada de ese caballo de Troya en casa.

En mitad de esos días de tinieblas, días de esa tempestad global, en una estampa insólita, con una desierta y mojada bajo la lluvia Plaza de San Pedro, retransmitido en directo por televisión a todo el mundo, oramos junto a Su Santidad por el fin de la pandemia y por las miles de personas que se habían ido por su causa. Como lectura en ese histórico acto, se leyó del Evangelio de San Marcos, el episodio en el que Jesús calma la tormenta. En su homilía, Su Santidad nos dijo que “nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa», y nos recordó que «no somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas”. ¡Qué fuerza en esas palabras! ¡Qué gran verdad y qué necesarias eran, para mí y para todos los cristianos, en esos momentos de desesperanza!

Hemos vivido momentos en los que miles de personas en el ámbito sanitario, de seguridad, de logística y de comercios de alimentación, en un mundo que no estaba preparado para fabricar y abastecer los medios de protección que se estimaban necesarios para enfrentarse con unas mínimas condiciones de seguridad a los efectos de esta pandemia, se dejaban la salud para ayudar a sanar al enfermo, a proteger al necesitado, o alimentar al hambriento. En un mundo mostrado por los medios como cada vez más perverso, una luz que parecía extinta nos llenaba de fe y esperanza viendo como personas, como tú y como yo, hacían actos de auténtica heroicidad o, por qué no, cercanos a la santidad, por los demás.

Nuestra vida es la suma de nuestras experiencias. Estos dos meses y medio cambiarán para siempre nuestras vidas. Una experiencia que nos ha tocado vivir y que, en el ámbito de nuestra vida cotidiana, lo ha trastocado todo, hablando de mascarillas, desinfección, gel hidroalcohólico, distancia social…. Y una experiencia que, en mi caso, en lo espiritual, ha afianzado aun más mi fe en Cristo nuestro Señor. Espero que, en el primer ámbito, las cosas se vayan normalizando (y no “nuevo normalizando”) cada día más, para que podamos disfrutar de lo que de verdad importa, dándole gracias a Dios por el gran regalo que nos ha dado, nuestra vida, nuestras familias, nuestros amigos, nuestros seres queridos.

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