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Los bienes culturales, excepcionales educadores

El patrimonio histórico – artístico de la Iglesia católica es fruto de la fe, que siempre que es verdadera genera cultura. La historia muestra el celo con el que la Iglesia ha cultivado el arte como lugar de encuentro con el ser humano.

Los bienes culturales de la Iglesia se convierten en un atrio de los gentiles donde es posible el diálogo fe – cultura de un modo nuevo. En los dominios de lo bello, el arte juega un papel protagonista. Sabe narrar con el lenguaje de la belleza historias de santos y hombres, de construcción de ciudades y culturas. Las páginas de su relato son de piedra y madera, de pigmentos y metal fundido, de colores y sonidos. Edificios, tallas, pinturas, orfebrería, tejidos o piezas musicales componen una sinfonía destinada a propiciar un mundo más digno del ser humano. Pero tantas veces su mensaje necesita ser descifrado.

Es cierto que el simple contacto con lo bello tiene la capacidad de despertar sensibilidades aletargadas, de entusiasmarnos. En esta tarea, el recurso al patrimonio artístico es tan eficaz como poco explorado. Los modernos métodos pedagógicos parecen haber olvidado esta herramienta educativa tan cercana a nosotros que no reparamos en ella. Y cuando lo hacemos, quizá actuamos bajo extrañas premisas académicas. No podemos profundizar en la belleza si nos limitamos a analizarla. Su significado más profundo escapa a nuestras reglas.

En medio del activismo furibundo en el que estamos inmersos, la contemplación ofrece un horizonte más novedoso, más interesante. En la práctica de la contemplación, el patrimonio cultural de la Iglesia es uno de los recursos más sugerentes para conducirnos al Misterio. A través del arte, la música, el cine, la poesía, nos encontramos con lo invisible de un modo nuevo.

Enseñar a caminar en esta dirección supone introducirnos en un sendero quizá no fácil, pero seguro. Nos invita a disfrutar de una fiesta en la que la belleza tiene un papel insustituible, porque su principio no es la argumentación aplastante, sino la fascinación.

Es necesario recuperar espacios donde sea posible la hermosura, que nos liberen de la violencia y la confusión, lugares donde podamos crecer.

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