Nos adentramos en el tiempo litúrgico de Cuaresma, tiempo en el que la Iglesia mira la Cruz de su Señor y abre su corazón al arrepentimiento. Es un momento en el que los cristianos suplicamos con fe la misericordia y el perdón del Dios, pero sobre todo deseamos la verdadera conversión del corazón.
Pero de manera especial la Cuaresma se vive de una manera más intensa en el seno de nuestras parroquias, comunidades, y de manera muy visible en el seno de nuestras cofradías. Comienzan los quinarios, besapies, funciones solemnes, viacrucis en las diferentes hermandades de nuestra diócesis, que sirve de antesala a lo que viviremos en la Semana de Pasión, donde contemplaremos la pasión muerte y resurrección del Señor.
Nuestras cofradías gozan de muy buena salud ya que cada vez son más los hermanos que participan, no solo de la estación de penitencia, sino sobre todo, de la vida litúrgica, formativa y espiritual de cada hermandad. Además percibimos como las cofradías se van haciendo cada vez más presente en las diferentes comunidades parroquiales en celebraciones litúrgicas, obras de caridad, formación, etc. Pero ¿Por qué decimos que gozan de buena salud? Para que un cuerpo goce de salud es necesario que la sangre constantemente se esté renovando. Surgiría entonces una segunda pregunta ¿Cuál es esa sangre que se está constantemente renovando en nuestras cofradías y en la vida de la Iglesia? La respuesta es clara: los jóvenes cofrades. Si las cofradías de Córdoba y de gran parte de Andalucía y España gozan de futuro es porque los jóvenes forman parte esencial en la vida de su hermandad, y en definitiva en la vida de la Iglesia.
En la Exhortación Apostólica Postsinodal “Christus vivit” el Papa Francisco afirma que los jóvenes son “el ahora de Dios”. Les invita a vivir su fe con radicalidad, y le anima a buscar la santidad en su propia vida. Los jóvenes que se acercan hoy a las cofradías buscan precisamente eso, acercarse más al Señor y a su bendita Madre, participar de una manera más visible de la vida de la Iglesia, fortalecer su fe. Son muchos los que participan de manera activa en la vida de la parroquia, colaboran de manera entusiasmada en la formación y en las obras de caridad de la hermandad, involucran a otros jóvenes y niños en la vida de fe. Correríamos un gran peligro si redujéramos el papel de los jóvenes en nuestras cofradías simplemente a “limpiar plata”. Los jóvenes necesitan algo más. Necesitan sentirse queridos y participes fundamentales en su hermandad y en su Iglesia.
Si hoy soy sacerdote en gran parte se lo debo a las hermandades de mi parroquia. En primer lugar a mi hermandad del Descendimiento, la cual sentí desde muy niño como mi casa. Nunca aprecié una separación entre hermandad y parroquia, al contrario las dos estaban visiblemente unidas. Y por supuesto a mi cofradía de la Veracruz, que aunque mi unión fue en una edad más avanzada, fue también un pilar en mi vocación y en mi sacerdocio. Hace unos días hablaba con el grupo joven de la hermandad del Descendimiento y resumían perfectamente en cuatro expresiones lo que supone para ellos vivir con intensidad su hermandad: Crecimiento en la fe y en la vida de la Iglesia, cercanía al Señor, y futuro lleno de esperanza y amistad. Las cofradías están siendo un instrumento muy necesario para que los jóvenes vivan con radicalidad su fe y vivan dentro de la Iglesia. Pero yo diría más, las cofradías están siendo un semillero de vocaciones a la vida sacerdotal. Son muchos los jóvenes que han escuchado la invitación del Señor a seguirle gracias a que su cofradía ha fomentado la preocupación por los sacerdotes.
Le pedimos al Señor que cuide de nuestros jóvenes, que les llene el corazón de alegría, y que sean testimonio de amor en medio del mundo y de la Iglesia.
Florencio Muñoz García
Vicerrector del Seminario Mayor de san Pelagio
