Desde finales del año 2019, los incendios en Australia han provocado numerosas pérdidas y han proporcionado impactantes imágenes, causando no poca preocupación en el mundo entero. Cuando escribo estas líneas, se han quemado más de 10,7 millones de hectáreas y se han destruido más de 5900 edificios, incluidas 2200 viviendas. Veintiocho personas han fallecido. En medio de este drama, han aparecido escenas llamativas, como la evocadora imagen de un bombero rescatando a un koala deshidratado. Quiero aprovechar este acontecimiento para plantear algunas reflexiones, un poco más generales, tratando de hacer algo provechoso.
Los animales y los humanos. No son sólo los koalas. Un estudio académico ha estimado que, sólo en Nueva Gales del Sur, han muerto cerca de 500 millones de animales salvajes, sin incluir las ranas ni los insectos. Cada vez en mayor grado, nos vamos haciendo más conscientes de que “todo está conectado” (Laudato Sì, n. 117) y, por tanto, el porvenir de la humanidad está íntimamente unido al futuro de la creación en su conjunto. A medida que ensanchamos, profundizamos y afinamos nuestra conciencia moral, nos hacemos más sensibles a la preocupación por la naturaleza, lo que a veces se llama el grito de la naturaleza, lo cual es una buena cosa. Ahora bien, ¿sabemos reconocer que este clamor siempre resuena unido al grito de los pobres? (Laudato Sì, n. 49).
Los individuos y las especies. Hay, de todos modos, una diferencia fundamental: cada persona humana tiene, en sí misma, un valor sagrado, único e inviolable. Y esto, en sentido estricto, no podemos afirmarlo de otros seres vivos. Por supuesto, los animales tienen gran valor, y de hecho la belleza y complejidad de la naturaleza eleva nuestro pensamiento a su último Autor. “Cuando la persona humana es considerada sólo un ser más entre otros”, dice el papa Francisco, acabamos cayendo en “una constante esquizofrenia” (Laudato Sì, n. 118). Por eso, “no hay ecología sin una adecuada antropología”, lo cual lleva a reconocer que la crítica a “un antropocentrismo desviado no necesariamente debe dar paso a un ‘biocentrismo’” (Laudato Sì, n. 118). ¿Reconocemos como merece el valor de cada persona y actuamos en consecuencia?
Lo llamativo y lo oculto. Se calcula que, en los incendios de Australia, han perecido varias decenas de miles de koalas, en torno al 40% de la población total en el país. Los koalas son animales simpáticos y pintorescos, de modo que constituyen una de las señas de identidad nacional australiana. Además, son “fotogénicos”. Pero, ¿qué ocurre con otros animales que no se ven tanto o no son tan llamativos? ¿Esos no nos preocupan? ¿Significa que no sufren o no mueren? También podemos aplicar este ejemplo, fuera ya de Australia, a una tragedia tan cruel como el hambre. Preguntémonos: ¿sólo nos acordamos del sufrimiento que provoca este flagelo en el mundo, padecido cotidianamente por 820 millones de seres humanos, cuando vemos alguna imagen de una persona famélica o una situación puntual de hambruna extrema?
Los fuertes y los débiles. Los koalas tienen, como especie, otra característica: son lentos. Tienen un metabolismo lento, lo que les lleva a ‘no hacer nada’ durante 18 horas al día; son lentos para comer (dedican unas cinco horas al día para masticar las hojas de eucalipto que constituyen su alimento principal), son lentos para reproducirse (una cría cada dos años) y, especialmente, se mueven con lentitud. Todo ello convierte a los koalas en animales muy vulnerables ante los incendios, tanto en el plano individual (no pueden huir deprisa) como en el plano colectivo (el impacto en la supervivencia como especie es muy fuerte). De nuevo, podemos preguntarnos: ¿qué pasa con los seres humanos más vulnerables? ¿Les brindamos la atención especial que requieren? ¿Diseñamos las medidas de prevención y de intervención necesarias para minimizar los daños sufridos? ¿O, por el contrario, sólo nos preocupamos de los fuertes, con la excusa de que ‘todos somos iguales’?
El corto y el largo plazo. Los incendios tienen, de inmediato, un efecto devastador y visible. Pero hay otras consecuencias, igualmente graves, a medio y largo plazo. Pensemos, por un momento, en animales que sí logran escapar al fuego, como canguros o pájaros. ¿Qué pasa después? Dado que se ha quemado una ingente superficie vegetal, es muy probable que no encuentren alimentos y, por tanto, mueran. Otros animales quedan expuestos a los depredadores, al perder la cubierta vegetal que les ofrecía guarida y protección. Lo mismo pasa con otras especies, animales y vegetales, que ven seriamente amenazada su supervivencia debido al impacto tan tremendo en el hábitat. De manera semejante, cuando consideramos cuestiones sociales y, específicamente, el problema del hambre en el mundo, ¿somos conscientes de la importancia del medio y largo plazo, o nos quedamos obnubilados por lo inmediato?
Lo puntual y lo estructural. Los incendios son algo habitual en este periodo del verano austral. A lo largo de la historia de Australia, son recordados los incendios de 1851 y de 1951 (en cada uno de ellos ardieron unos cinco millones de hectáreas); en 1974-75 ardieron más de cien millones de hectáreas, con numerosos incendios extendidos por todo el país. En lo que llevamos del siglo XXI, han sido llamativos los de 2006, 2009 y el actual de 2019-2020. Los científicos afirman que los incendios forestales acontecidos desde fines del siglo XX no tienen precedentes en los últimos 400 años. Evidentemente, ello guarda estrecha relación con el aumento de la temperatura, con el calentamiento global y con los efectos nocivos del cambio climático. ¿Somos capaces de vincular los sucesos puntuales con las dinámicas estructurales, más allá de lo anecdótico? Para mejorar nuestra humanidad, también en este punto, los koalas y los incendios nos pueden ayudar a no ser superficiales, a tener una mirada amplia sin quedar atrapados por lo inmediato o lo efímero. Seamos personas de hondura interior, de altos principios, de aguda clarividencia.
Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA