Entrevista al sacerdote diocesano Alfonso Crespo, doctor en Teología Espiritual, con motivo de la fiesta de la Epifanía del Señor, la llegada de los Magos de Oriente al Portal de Belén.
¿Cuál es el origen de esta celebración que tanto ilusiona a los niños y a los adultos nos devuelve un poco a la infancia?
La Navidad tiene su culminación en la Cabalgata Reyes. Esta celebración está íntimamente unida a los recuerdos de nuestra infancia. La noche de Reyes «todos» dormimos vigilantes, somos como niños al amanecer, nuestros ojos se ensanchan esperando un regalo. Incluso si nos despertamos sin ningún paquete que desenvolver, nos consolamos con el regalo genérico de la salud. La Navidad es una celebración religiosa que se inicia con un gran regalo. El profeta Isaías dice: «un Niño ha nacido, un Hijo se nos ha dado». Jesús, el Hijo de Dios que viene a salvarnos es el gran regalo de Dios a los hombres. Jesús. La fiesta de Epifanía, el día los Reyes Magos, manifiesta que este regalo no es solo para el pueblo judío sino para todos, incluso para los que vienen del Oriente lejano.
¿Tiene un fundamento bíblico esta fiesta?
El relato de los Magos solo aparece en el Evangelio de Mateo (Mt 2, 1-12): Unos magos de Oriente, al descubrir la estrella del nuevo rey de los judíos que acaba de nacer, se ponen en camino y llegan hasta Belén, donde se ha posado la estrella; allí «encuentran a María con el niño en sus brazos, y postrándose le adoraron; abrieron sus cofres y le ofrecieron como regalos: oro, incienso y mirra». El Papa Francisco en una hermosa Carta sobre el pesebre, titulada «Admirable Signo», nos anima a vivir estas hermosas fiestas con la sencillez del Belén, que preside nuestras casas.
Unos Magos de Oriente vienen a adorar al Niño, siguiendo una estrella, ¿quiénes eran los Magos?
No pensemos en la magia de hoy. El Papa Francisco señala que los Magos «son hombres ricos, sabios extranjeros, sedientos de lo infinito, que parten para un largo y peligroso viaje que los lleva hasta Belén. Una gran alegría los invade ante el Niño Rey. No se dejan escandalizar por la pobreza del ambiente; no dudan en ponerse de rodillas y adorarlo. Ante Él comprenden que Dios, igual que regula con soberana sabiduría el curso de las estrellas, guía el curso de la historia». Los Magos nos enseñan que se puede comenzar desde muy lejos para llegar a Cristo. Y, después, anunciarlo: «ciertamente, llegados a su país, contarían su experiencia, inaugurando el viaje del Evangelio entre las gentes».
¿Qué simboliza esa estrella?
El Evangelio sobre todo quiere manifestarnos que la estrella, parte del cosmos, es una señal que nos lleva hasta su Creador, que ahora se encarna en un Niño. Cuando los Magos preguntan a Herodes ¿dónde ha nacido el Niño? El rey preguntará a los sabios de la Biblia. El lugar exacto del nacimiento de Jesús no lo da la astrología sino la Biblia: «Belén de Judea».
Y que sean de Oriente, que sean extranjeros, ¿qué nos dice?
Benedicto XVI, en su libro sobre la Infancia de Jesús, señala que Oriente significa «las tierras lejanas». La tradición ha enriquecido este relato evangélico, señalando que eran tres Magos, como los regalos, dando su nombre y señalando su procedencia de los continentes entonces conocidos: Melchor (que viene de Europa), Gaspar (de Asía) y Baltasar (de África). Todos los pueblos, en todos los tiempos, sin exclusiones, están invitados a ponerse en camino para ir a Belén. Por eso el dinamismo de esta fiesta: es una «Cabalgata». Tú y yo, también estamos invitados.
Oro, incienso y mirra, unos regalos con una carga simbólica muy grande.
Dice el Evangelio que los Magos se «postraron», o sea que aceptaron y adoraron el Misterio de Dios hecho Niño. El Papa Francisco señala que le ofrecieron tres dones significativos: «el oro honra la realeza de Jesús; el incienso su divinidad; la mirra su santa humanidad que conocerá la muerte y la sepultura». En estos regalos, nos queda una lección de teología: el Niño de Belén es Rey del mundo, es el Hijo de Dios que viene a salvarnos, es Hombre como nosotros, sujeto a la muerte pero que con su Resurrección nos abrirá la puerta de la vida eterna. Los regalos al Niño, son pues, también, regalos para nosotros.
Estos tres Magos se pusieron en camino, desde un lugar lejano, hacia Belén, ¿hacia dónde nos deberíamos poner nosotros en camino?
El hombre moderno, compañero de tantas soledades, está también «alejado»: alejado de Dios, alejado de los demás, alejado de sí mismo. Debemos ponernos en camino, «hacer cabalgata», para poder lograr «tres encuentros». Primero, «encontrarnos con Dios»: descubrirlo como Padre y romper el sentimiento de orfandad en el que vivimos. Segundo, «encontrarnos con los hermanos»: si nos sentimos hijos de un mismo Padre, nos sentiremos hermanos y podremos construir un mundo más justo y fraterno. Y tercero, «encontrarnos con nosotros mismos»: sentirnos hijos y vivir como hermanos nos llena de alegría como a los Magos, y nos invita a vivir la vida como una peregrinación con sentido, una cabalgata con una meta.
La fiesta de los Reyes Magos se asocia a los regalos, a la sorpresa, la ilusión… ¿cuál diría usted que es el mejor regalo que pueden traer a nuestros hogares?
Sigamos jugando con el número tres: tres magos, tres dones, tres encuentros: ¡Pidamos tres regalos a los Reyes, en tres cofres de colores! Cada uno para una generación de la casa: para los mayores un cofre azul de «Fe», que nos haga postrarnos ante Dios y adorarlo, rompiendo los ídolos que esclavizan; para los jóvenes un cofre verde de «Esperanza» para afrontar un futuro cargado de ilusión con trabajo digno; para los niños un cofre rojo de «Amor», que al abrirlo expanda una atmosfera de cariño y diálogo en toda la casa. Y se desborde en acogida hacia todos, incluidos los que hoy vienen de lejos, de Oriente: los emigrantes. Hagámonos como niños… y aceptemos los regalos de Dios.
Encarni Llamas Fortes