Homilía en la Misa del lunes de la II semana de Adviento, el 7 de diciembre de 2020.
Nosotros hemos venido también para que esas mismas maravillas sucedan en nosotros. Sabemos que suceden en cada Eucaristía y que el Señor nos da Su vida: Su vida divina en cada Eucaristía. La verdad es que las Lecturas de hoy, aparte de la curación del paralítico que todos conocemos y donde el Señor le cura a él, no dice nada de la fe que él traía, pero dice la fe de los que le presentaban. Dice: “Viendo la fe de los que le traían -le dice el paralítico- tus pecados te son perdonados”. Es decir, que a veces al Señor, a la Gracia del Señor le basta tan poco para colarse, está tan deseando colarse que el menor resquicio lo aprovecha. Y es precioso decir: “Señor, no por mí, sino por los santos en los que apoyo y busco mi intercesión, son los que me llevan a mí, paralítico, hasta Ti” (los santos o la Virgen).
Pero quería deciros también que la Primera Lectura de hoy y el Salmo de hoy se pueden aplicar perfectamente a cada Eucaristía. Son una expresión preciosa del tiempo del Adviento: “El desierto y el yelmo saltarán de alegría, saltará la estepa, florecerá, germinará como flor de narciso”, “contemplarán la Gloria de Dios, viene en persona y os salvará”, y “se despegarán los oídos de los ciegos, y los de los sordos se abrirán”, “cantará la lengua del mundo porque han brotado aguas en el desierto y corrientes en la estepa”. De una manera misteriosa, pero eso, todo esto, sucedió en la Encarnación del Hijo de Dios y sucede en esta misteriosa prolongación de la Encarnación, de todo el Acontecimiento, de todo el Misterio de Cristo que sucede y se renueva en cada Eucaristía.
Y vuelvo a nuestra explicación, a nuestra catequesis sobre la Eucaristía. Hemos visto la liturgia del perdón, siempre en la clave de una aproximación, de una conversación entre el Esposo y la Esposa. Hemos visto la petición de perdón, cómo el Esposo en la liturgia de la Palabra le dice el amor a la Esposa y cómo la Esposa responde en el Credo; y en la ofrenda del pan y del vino donde va su propia vida, va ella misma como ofrenda. Pero, si os fijáis, en todas estas partes que hemos visto hasta ahora el Esposo está en su sitio y la Esposa en su sitio. Son claramente como dos sujetos diferentes, que se hablan, que se miran, que se expresan mutuamente su amor: Dios a la humanidad, a la Iglesia, en la Palabra de Dios; ella, en la respuesta del Credo y de la ofrenda, pero están claramente separados. En la fase que viene ahora, que es la liturgia eucarística, es donde se unen.
Yo creo que todos sabéis, tenéis la experiencia de ante una obra de arte, ante un momento de una pieza musical, especialmente bella, ante un encuentro rico de contenido que nos gusta volver a recordar y así… ¿Por qué? Porque no lo abarca una simple mirada, no lo describe una sola palabra. Como las esculturas. Si uno quiere gozarlas, hay que darles la vuelta. Pero las cosas que no son de ver como la música, hay que oírla muchas veces para dejar que vaya calando, porque tiene muchas perspectivas, tiene demasiada riqueza para que una palabra que siempre es lineal pueda describirla.
En la liturgia eucarística pasa así. En la parte propiamente eucarística, que empieza ya después del ofertorio, sobre las ofrendas preparadas, “la secreta”, la oración sobre las ofrendas, empieza el Señor a enrollarse con nosotros. San Juan Pablo II, hablando de la historia de la salvación, dice que Dios en esa historia se ha implicado con nuestra humanidad de la manera más estrecha, hasta el momento de la Encarnación donde ha compartido nuestra humanidad.
Ya de ese compartir la humanidad, de ese ser consorte, Dios de nuestra humanidad y el deseo de ser consorte de Su divinidad, se ha expresado en el ofertorio cuando se mezclan el agua y el vino. Pero ahora empieza a no ser posible distinguir. Lo primero que el sacerdote dice, representando a Cristo en ese momento e inmediatamente después representando a la Iglesia, es “el Señor esté con vosotros”.
Yo os explicaba del “Señor esté con vosotros” dos cosas: que no es necesariamente la expresión de un deseo porque en latín no hay verbo, entonces puede ser “el Señor esté con vosotros” o “el Señor está con vosotros”. Si os fijáis, la frase es la misma que el Ángel le dice a la Virgen. En el texto latino de la Misa se dice “Dominus vobiscum”, pero en el texto latino del Ave María el Ángel le dice a la Virgen “Dominus tecum”. Es exactamente la misma frase sólo que a la Virgen le dice “Tú”, y en la Misa se dice en plural “Dominus vobiscum”, “el Señor está con vosotros” o “va a estar con vosotros”, o “viene a vosotros” (poned el verbo que queráis, porque no hay verbo). O “deseo que esté con vosotros”. Y si lo dice el sacerdote en el nombre del Señor, es el deseo mismo del Señor de estar con vosotros, de acompañaros; de acompañaros como acompañó a la Virgen.
Y muy poco después de ese “Dominus vobiscum” va a venir la representación de la Encarnación. Repito que el sacerdote hace aquí “una pirueta” de ponerse inmediatamente como respondiendo en nombre del pueblo: “Levantemos el corazón”. Y yo no puedo pensar en esa frase sin pensar en el niño que alza los brazos como buscando el abrazo de su madre. Eso es “levantemos el corazón”. Desear el abrazo del Señor. Y pongo la imagen del niño y la madre porque nosotros somos muy pequeños, y desear el abrazo de Dios parece una cosa totalmente inaccesible. Y, sin embargo, tan cierta que damos gracias al Señor nuestro Dios. Con las manos levantadas, con el corazón levantado damos gracias al Señor nuestro Dios, porque sabemos que, aunque no merecemos ese abrazo, ese abrazo viene. Y el sacerdote comienza el prefacio de la oración eucarística: “En verdad, es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darTe gracias siempre”. ¿Por qué? Por Jesucristo.
Y cada prefacio detalla un poquito algún aspecto de la obra de Jesucristo según la fiesta que sea, según la memoria que estemos celebrando, la conmemoración que tenga lugar ese día. Pero siempre el motivo de la acción de gracias es Jesucristo. “Es justo darTe gracias siempre y en todo lugar por Jesucristo”. A mí siempre me ha impresionado de ese prefacio que también lo decimos, aunque hubiera aquí el féretro de un niño que acabara de morir, que parece lo más difícil; y sin embargo, es justo darTe gracias, porque a ese levantar los brazos pidiendo el abrazo de Dios va, responde el Señor. Y al final del prefacio, se nos dice que con los ángeles y los santos vamos a cantar lo que se canta en la Presencia de Dios. Los querubines, los ángeles que están en la presencia del Trono de Dios. En el Antiguo Testamento se dice “que adoran diciendo: santo, santo, santo”. Se nos invita a cantar el canto de los querubines. Es decir, veis cómo el cuelo y la tierra, los decía también el Salmo de hoy: “La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan, la fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo”. Es decir, todo ese es el movimiento de la historia de la salvación que culmina en la Navidad, que culmina en la Encarnación. “El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto”. Nuestra tierra somos nosotros. Daremos su fruto si la Gracia del Señor llueve sobre nosotros.
Entonces, nos preparamos, damos gracias cantando el cántico de los querubines, es decir, cantando “santo, santo es el Señor” y muy poquito después vendrá la memoria de la Encarnación y de la Pasión de Cristo. Nos preparamos a esa Venida como nos preparamos en el Adviento a la Navidad, con el corazón ardiente, deseando Señor que vengas, deseando que seas uno con nosotros, que nuestra vida que decae, que se seca como un desierto, que Tú la levantes, que Tú nos hagas vivir en la acción de gracias, porque vivimos en Tu Presencia, porque vivimos en Ti,y porque Tú vives en nosotros.
Cuanto más nos acercamos al momento –diríamos- de unión, más pobre siente uno que se quedan las palabras, más incapaces siente uno de expresar el Misterio. Comentar una poesía es siempre un mal procedimiento. Lo que hay que hacer con una poesía es disfrutarla. Comentar algo tan grande como el Misterio de la Eucaristía, es el Misterio de Cristo, también se siente uno cada vez más incapaz, cada vez más torpe, lo que se trata es de intuirlo y sumergirse en él. Dejar que ese Misterio nos envuelva, que llene nuestra vida, que eche raíz para que toda nuestra vida sea una acción de gracias al Dios que ha querido hacerse uno con nosotros.
Que así sea para todos los que estamos aquí (…). Que el Señor nos conceda a todos que nuestra vida sea toda entera una acción de gracias, una Eucaristía.
+ Javier Martínez
Arzobispado de Granada
7 de diciembre de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral