Homilía en la Misa del martes de la XXXII semana del Tiempo Ordinario, el 10 de noviembre de 2020, con la que inicia un ciclo dedicada a explicar la Eucaristía.
No necesita explicación este Evangelio de hoy, porque es de los que se quedan grabados en nuestra memoria y todos entendemos lo que quiere decir. Frente a la moral de los fariseos, no le podemos pasar recibos a Dios por nuestras buenas obras, sencillamente. Porque todo lo que somos, lo somos gracias a Él.
Pero yo quería empezar hoy a comentaros, despacito, todos los gestos y el ritmo de la Eucaristía, para que la podamos vivir mejor. Y hoy comienzo por el marco. Luego iremos viendo los gestos, uno tras otro. ¿Cuál es el marco? Desde luego, la Eucaristía no es un acto de piedad individual que venimos a cumplir al día y que llena, a lo mejor de alegría también, pero de tranquilidad nuestra vida. “Pues, ya hemos hecho lo más importante del día, ya hemos recibido al Señor y ahora tenemos fuerzas para afrontar las dificultades de nuestro trabajo”. Por supuesto que eso pasa, pero eso pasa como consecuencia. No se viene a la Eucaristía para eso. No se viene a la Eucaristía a “cargar las pilas”.
Tampoco es un acto de culto en el sentido de decir “yo vengo al Señor a pedirLe ciertas cosas: la salud para mí o para mi familia, o a pedirLe por el mundo y este es un momento de oración, y como el Señor está más cerca de nosotros en este momento que en ningún otro momento del día, y eso es lo importante, esa petición que hacemos…”, pues tampoco es eso.
Tampoco es una escuela de moral, en el sentido de que el Señor nos enseña en la Eucaristía cómo vivir bien, sobre todo a través de las Lecturas. ¡Claro que nos enseña! Pero nos enseña el conjunto de la Eucaristía. Es decir, todo lo que sucede, y todo lo que se celebra y se vive en la Eucaristía. No sólo las Lecturas, que a veces sólo nos enseñan que Cristo es el Hijo de Dios, y eso es la enseñanza más importante. Es verdad que eso cambia la vida, pero no son enseñanzas morales en el sentido de lo que venimos a veces a buscar. El Evangelio de hoy, eso de que “somos siervos inútiles”, claro que tiene un contenido moral muy grande; es directamente una enseñanza moral. Pero no es a eso a lo que venimos tampoco a la Eucaristía, a aprender a ser buenos cristianos.
Sí, acaso venimos a aprender, y se puede decir que la Eucaristía es una escuela, pero es una escuela de moral, es una escuela de sentido, en el sentido de que nos enseña quiénes somos, nos recuerda quiénes somos, nos dice quién es Dios para nosotros, nos dice quién somos nosotros para Dios, nos dice qué es el mundo para Dios y qué es el mundo para nosotros, cuál es nuestra relación entre nosotros, cuál es nuestra relación con el mundo.
Yo diría que la Eucaristía es la escuela de la vida, de la vida entera, y en todas sus dimensiones. Nos enseña qué es lo que es el matrimonio, lo que es la familia, lo que son los intercambios entre los hombres, la vida económica, nos enseña el sentido hondo del trabajo, nos enseña lo que es la vida de la ciudad; de la ciudad que brotó del costado abierto de Cristo y que estamos llamados a constituir en medio de este mundo, en medio de la ciudad de los hombres. Estamos llamados a construir la ciudad de Dios. Se construye en la Eucaristía. Por lo tanto, nos enseña todas las cosas importantes. Nos enseña qué es el afecto. Nos enseñan un montón de cosas que no se enseñan para nada hoy en las escuelas o que se enseñan siempre de una manera. Y hablo igual de los colegios católicos que de los no católicos, porque estamos todos respirando un ambiente tan secular que son residuales las enseñanzas profundas acerca de la fe de la Iglesia que se dan también en la mayor parte de los colegios católicos.
Entonces, esa enseñanza sobre el sentido de la vida, el sentido de mi vida y de nuestra vida; el sentido de la vida común; qué es el matrimonio; qué es el afecto; qué es la amistad, ¿cómo se vive eso? Todo eso no se aprende hoy en ninguna institución de las llamadas educativas, y que sólo lo son residualmente. Sólo hay un sitio donde aprenderlo, y es en la Eucaristía. Por lo tanto, la Eucaristía es una escuela. Pero no una escuela por las cosas que nos dice el Evangelio y la epístola, aunque sean lo que yo comento habitualmente, sino por lo que sucede en la Eucaristía. ¿Y qué es lo que sucede? El Acontecimiento de Cristo. La Eucaristía es, en ese sentido, además de una escuela, una representación.
Nosotros oímos la palabra “representación” y pensamos en el teatro, porque se representa. Pero lo cierto es que el teatro nace en parte, por lo menos el teatro cristiano, en la Eucaristía. De hecho, nace a las puertas de las iglesias después de la Eucaristía, al principio. Y luego, hasta en los autos sacramentales, que también se representaban así. Pero aquí se vuelve a presentar, en el sentido de volver a ofrecer, vuelve a suceder misteriosa, sacramentalmente, todo el drama de nuestra vida y todo el drama del mundo. Lo que sucede en cada Eucaristía es un drama cósmico. Por eso, digo, no es una piedad privada, no es un acto de piedad privado. Es decir, aquí, y en el altar de Bubión, que es un pueblecito de la Alpujarra, o de Golco, que es un pueblecito donde viven seis personas en la Alpujarra, y se está celebrando la Eucaristía, y ahí se unen el Cielo y la tierra. En aquel momento, aquel pueblecito es el centro del mundo, porque se une el Cielo y la tierra en aquel pobre altar, con aquellas pobres personas. Y fijaros, no hay más que una Eucaristía en el mundo entero (y hay miles y miles de Eucaristías en el mundo entero). Todas son la misma y cada una es local al mismo tiempo. Es como el misterio de la Iglesia. La Iglesia es una y una en el mundo entero, y sin embargo, en nuestra iglesia, somos los que de momento estamos aquí, también los que no podéis venir por unas razones o por otras, os unís a esta Eucaristía por los medios de comunicación.
¿Qué es la Eucaristía? Hubo un rey que celebraba un gran banquete para las bodas de su hijo y llamó a los invitados. Ese gran banquete que Dios celebra para las bodas de Su Hijo eso es la Eucaristía. Y el Señor nos invita a ese Banquete, pero lo que sucede en ese Banquete cambia y llena de luz, alegría y sentido nuestra vida. Y eso es la primera aproximación. De hecho, toda la Eucaristía será un diálogo entre el Esposo y la Esposa. Y la Esposa es la Iglesia, que es la Esposa y, al mismo tiempo, los invitados al Banquete. Es decir, la Iglesia es la Esposa y nosotros somos esa Esposa y, al mismo tiempo, los invitados al Banquete. Pero esa es la imagen perfecta de lo que es la Eucaristía y, a la luz de esta imagen, se pueden ir comprendiendo mejor que ninguna otra manera lo que sucede en cada gesto de la Eucaristía desde el primer momento.
Que sepamos, sencillamente, vivir con gratitud el haber sido invitados a este Banquete en el que se transforma el mundo, en el que sucede todo lo que el hombre puede esperar en esta vida, y más, mucho más que lo que el hombre pudiera jamás haber esperado jamás.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
10 de noviembre de 2020
Iglesia parroquial Sagrario Catedral