Homilía del obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá
(Santuario de Santa María de la Victoria-Málaga, 30 octubre 2020)
Lecturas: 1 Re 19,4-8; Sal 115,12-13.15-18; 1 Co 10,16-17; Jn 1,35-42.
1.- Hemos escuchado la bella narración del primer libro de los Reyes sobre el profeta Elías, que recibe la difícil misión del Señor de mantener la unidad de la fe del pueblo de Israel en el verdadero Dios. Elías tiene gran celo por Dios, frente a los cultos de los gobernantes y sus profetas hacia los falsos dioses baales.
Por este motivo Elías es perseguido a muerte; y en esa huida, caminando por el desierto, se siente cansado y se recuesta bajo una retama, deseando la muerte (cf. 1 Re 19,4). Quedó dormido, pero un ángel lo tocó y dijo: «Levántate y come» (1 Re 19,5). Comió, bebió y volvió a recostarse (cf. 1 Re 19,6). El ángel volvió por segunda vez, lo tocó y de nuevo le recordó que tenía una importante misión que realizar y no podía quedarse sentado, sino caminar hacia su destino (cf. 1 Re 19,7).
«Elías se levantó, comió, bebió y, con la fuerza de aquella comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios» (1 Re 19,8). El profeta fue capaz de caminar por el desierto hasta encontrase con Dios en el monte.
El alimento que tomó el profeta Elías es signo de la Eucaristía, que nos nutre y da fuerzas para proseguir el camino de la vida, en medio de las dificultades. Necesitamos el alimento eucarístico del Cuerpo y de la Sangre del Señor para seguir nuestro camino desde el desierto hacia el encuentro personal con Dios. En ese encuentro nos confirma a cada uno en nuestra misión, como confirmó a Elías en su misión profética.
2.- Queridas hermanas Nazarenas, san Manuel González, vuestro fundador, fue un enamorado y un adorador ferviente de la Eucaristía. Él comió el pan eucarístico y recibió fuerzas para seguir el camino que Dios le había trazado en su vida como pastor de almas.
Vosotras sois “Misioneras eucarísticas”, que os alimentáis del pan del cielo, que es pan de eternidad. Los cristianos necesitamos el alimento eucarístico para el camino de la vida y para ser testigos vivos del Evangelio.
El Señor os ha llamado a la misión de anunciarle, para que sea conocido y amado, sobre todo en el santísimo sacramento del altar. En fidelidad a vuestro carisma sois adoradoras de la Eucaristía para “cristificar” y “eucaristizar” la vida; estos neologismos quieren expresar la centralidad de Cristo y de la Eucaristía en la vida del fiel cristiano para transformar su vida y el mundo; implica participar en el banquete eucarístico, en el que Cristo ha ofrecido su Cuerpo y su Sangre, y después comprometerse a imitación del Señor.
Hoy damos gracias a Dios por el centenario del nacimiento de la congregación de Misioneras Eucarísticas de Nazaret, fundada san Manuel González el 3 de mayo de 1921.
3.- Estaba previsto haber hecho la Apertura de este Año Santo en dicha fecha, pero, por razones de la pandemia, lo hemos trasladado a hoy. Damos inicio, pues, a este “Año Jubilar” concedido por la Santa Sede. Y lo hacemos en el Santuario de la Virgen de la Victoria, declarado para ello “templo jubilar” con otros tres templos más: Palomares del Río, Huelva y la catedral de Palencia; además de los oratorios de las comunidades de las Hermanas Nazarenas.
Se nos ha recordado en la monición de entrada que el Año Jubilar pretende ser una renovación y una esperanza. Pedimos al Señor que renueve a las religiosas Nazarenas; que vuelvan a renacer después de cien años para mantener fresco y fecundo el carisma que recibieron del Espíritu a través de san Manuel González. Y también pedimos a Dios que las llene de esperanza.
Y esta misma petición la hacemos para todos los fieles, de manera que seamos renovados interiormente y profundicemos cada vez más en el misterio eucarístico; que participemos activamente y gocemos de este celestial banquete; que disfrutemos del regalo eucarístico; que avivemos la esperanza cristiana.
Deseo ahora hacer una petición a mis hermanos sacerdotes. El Señor nos ha regalado este Año Jubilar para ganar la indulgencia plenaria en este Santuario de nuestra Patrona. Os animo a que vengáis con vuestras comunidades parroquiales. Y no solo me refiero al mes de mayo, que ya es tradicional la peregrinación de parroquias y arciprestazgos a este Santuario. Disponemos de un año Jubilar y ojalá peregrinaran al Santuario todas las parroquias de la Diócesis. Transmitid al resto de los sacerdotes esta solicitud de vuestro hermano, obispo y pastor.
4.- La experiencia pastoral que él tuvo en Palomares del Río (Sevilla), en 1902, de un “sagrario abandonado” dio un giro en su vida sacerdotal, como él mismo cuenta: “Ante aquel desierto de almas, mi fe veía a un Jesús tan paciente, tan callado, tan bueno… que me miraba… una mirada que me decía mucho y me pedía más”. ¡Ojalá mirando al Maestro contemplemos el rostro del Señor que nos mira, que nos ama y que nos pide!
En 1910 invitó a los feligreses de su parroquia de San Pedro en Huelva a responder al misterio de amor de Cristo-Eucaristía como lo hiciera en el Calvario María, su Madre y las marías del evangelio, surgiendo así la Obra de los Sagrarios Calvarios, hoy “Unión Eucarística Reparadora”.
En 1921 un grupo de “Marías del Sagrario”, llamadas “Marías Nazarenas”, inició a los pies del nuevo Seminario de Málaga, en Villa Nazaret, una vida comunitaria de reparación eucarística, cuya aprobación por Roma tendría lugar en 1960.
5.- Las Hermanas “Nazarenas” sufrieron, como su Fundador y como los cristianos de esa época, los avatares difíciles de la persecución religiosa durante la Segunda República.
Desde sus comienzos han ofrecido sus servicios a nuestra Diócesis a través de la acogida en su casa de espiritualidad y desde la librería; ha promovido retiros espirituales, han realizado catequesis, animación litúrgica, misiones populares; siempre con el deseo de “eucaristizar”, como decía san Manuel: “Volver al pueblo loco de amor por Jesucristo Sacramentado”. Ellas se han ofrecido sobre todo en la plegaria, en oblación y en la adoración eucarística.
Queridas Hermanas Nazarenas, os felicitamos por este gran acontecimiento de cien años de existencia dedicada al Señor y por vuestra presencia entre nosotros, que ha enriquecido la Diócesis malacitana con vuestro carisma.
6.- En esta acción de gracias a Dios tenemos presente todo el bien que Él nos hace y todos los beneficios y gracias que nos concede.
Siguiendo el Salmo, como gesto de gratitud alzamos «la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor» (Sal 115,13); brindamos por la salvación que nos regala; le agradecemos su amor y su misericordia, que se extienden de generación en generación (cf. Lc 1,50).
Damos gracias a Dios por el “carisma eucarístico” de las Hermanas Nazarenas, por su presencia en nuestra Diócesis en estos cien años y por perpetuar el amor y la adoración a la Eucaristía a ejemplo de san Manuel González. Pedimos a Dios que siga bendiciendo vuestra congregación y la renueve con nuevas vocaciones eucarísticas.
Ofrecemos este «sacrificio de alabanza, invocando el nombre del Señor» (Sal 115,17), que quiere ser adorado y glorificado por nosotros. Invocamos su nombre para que nos bendiga.
Nos unimos en comunión con el sacrificio de Jesucristo, compartiendo el mismo pan y el mismo cáliz y formando un solo cuerpo con Él (cf. 1 Co 10,16-17), que es nuestra Cabeza.
7.- El evangelio de san Juan, proclamado en esta celebración, narra la vocación de los primeros discípulos, que deseaban conocer dónde vivía el Maestro (cf. Jn 1,38).
La respuesta fue una invitación a seguirle y a vivir con Él. Jesús no les explicó dónde vive, sino que les apremió a experimentar su presencia, su amistad, su quehacer, su proyecto de vida. Simplemente les dijo: «Venid y veréis» (Jn 1,39).
El Maestro nos invita a todos a realizar la hermosa experiencia de seguirle, de conocerle personalmente, de vivir con Él, de compartir las ilusiones y el gozo de la misión.
Agradeciendo la presencia de las Hermanas Nazarenas en estos cien años, pedimos al Señor que las mantenga en la fidelidad al carisma fundacional.
Y rogamos a nuestra Patrona, la Virgen de la Victoria, que las proteja bajo su manto maternal y las cuide como hijas queridas. Amén.