Elaborado por la Pastoral Bíblica.
La Pascua nos resitúa en el centro de la vida y nos “pro-voca” cada amanecer a recibir con los ojos expectantes e ilusionados el gran regalo que se nos entrega: VIVIR. En nuestras manos esta hacer de cada uno de los instantes un momento grandioso y extraordinario, o algo mediocre y pasable. Tú eliges. Decía Martin Luther King: “Si el hombre no ha descubierto nada por lo que morir, no es digno de vivir.” ¿Has descubierto algo por lo que morir? Entonces “arrójate” con garra a la vida.
… “Y todos se curaban” (Hch 5, 12-16)
Nos encontramos en la primera lectura del libro de los Hechos de los apóstoles con un sumario en el que Lucas hace un resumen de la actividad realizada por la comunidad cristiana. El texto comienza y finaliza aludiendo al poder taumatúrgico de los discípulos (5, 15,12a. 15-16), situando en el centro, la dinámica vital de la comunidad cristiana.
Los apóstolos aparecen realizando signos y prodigios, que atestiguan que los tiempos escatológicos ya han llegado, como anunció Pedro en el discurso de Pentecostés citando al profeta Joel (Hch 2, 17-19). Pero estos signos y prodigios no los realizan por su propio poder, sino que han recibido esa autoridad de Jesús (Lc 9,1-2). Los apóstoles no son los protagonistas, ellos son los mediadores del poder del profeta de Nazaret que actúa a través de ellos (Hch 3,6-7.12.16). Eso llega a su máxima expresión con la sombra de Pedro. En realidad, en la antigüedad se creía que la sombra era reflejo de la persona y que transmitía la fuerza del individuo sobre aquello que cubría.
Junto a este poder de curación de los apóstoles se nos presenta la dinámica de la vida de la comunidad, reuniéndose “con un mismo espíritu” en el pórtico de Salomón en el que escuchan a los apóstoles (Hch 3,11) y oran (Hch 2,46ss). El testimonio de la comunidad genera dos tipos de reacciones en la gente, no juntarse con ellos por temor a las represalias de los dirigentes judíos (5,13), o adherirse al Señor, o lo que es lo mismo a la comunidad cuyo centro es el Señor. Lucas, en su habitual talante de igualdad de género subraya que se unen tanto hombres como mujeres.
Dichosos los que crean sin haber visto (Jn 20,19-31)
El cuarto evangelista nos presenta dos tipos de relatos sobre la resurrección de Jesús: los del sepulcro vacío (20,1-18) y las apariciones (20,19-29). En el evangelio de hoy, tenemos dos partes desigualmente repartidas: la primera, perteneciente a una de estas escenas de aparición del Resucitado en la casa (20,19-29), y la segunda, la conclusión del evangelio de Juan (20,30-31)
1) Apariciones del Resucitado en la casa (20,19-29)
Juan nos relata dos apariciones que ocurren en el mismo lugar, pero están separadas por el tiempo: «Al atardecer de aquel día» (v. 19) y «ocho días después» (v. 26). Mientras en la primera Jesús se aparece a los discípulos como grupo en ausencia de Tomás, en la segunda, se aparece a todos los discípulos, incluido ya Tomas, al que se dirige de forma especial.
a. Jesús se aparece a los discípulos en ausencia de Tomás (20, 19-23)
Los discípulos, de los que no se dice su número ni su nombre, están reunidos. A pesar de haber escuchado el mensaje de María (v. 17) sobre el Señor resucitado, están encerrados «por miedo a los judíos» (v. 19a).
Las puertas cerradas, no son obstáculo para que Jesús, ya fuera de los límites del espacio y el tiempo, se haga presente en la comunidad, se sitúe en medio de ellos y les regale su paz (v. 19b). La expresión constituía una forma habitual de saludo, pero en este contexto tiene una significación especial llevando a cabo las promesas hechas en el discurso de despedida: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Jn 14,27) “Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
Aunque el miedo se ha evaporado, la duda planea ahora sobre los discípulos: ¿es realmente el mismo Jesús muerto en la cruz? El Maestro por ello, les muestra sus manos y su costado (v. 20b). Jesús resucitado es el mismo que el crucificado (19,18.34). Reconocer esa realidad llena a los discípulos de alegría (v. 20c).
Por segunda vez, les regala su paz (v.21) y con ella los envía a la misión. Jesús había hecho esta oración a su Padre la noche antes de morir: «Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo» (17,18). Para que puedan llevar a cabo esta tarea, les insufla el Espíritu. El romperá sus miedos y les dará fuerza para la nueva misión encomendada. Mediante su ministerio, los pecados han de ser perdonados o retenidos. Los discípulos, autorizados por el Espíritu, en medio de sus temores y alegrías, serán mediadores de la misericordia del Padre y con ello de la reconciliación de todos los creyentes.
Sin embargo, hay un miembro de la comunidad que no está con los suyos: Tomas. Por eso no se encuentra con el Señor. Aunque, recibe el testimonio de los discípulos, su incredulidad es más fuerte que su fe: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
b. Jesús se aparece a los discípulos, entre los que se encuentra Tomás (20, 24-29)
El Resucitado se hace presente de nuevo en medio de la comunidad, estando ya presente Tomás. También en la escena Jesús supera el límite de las puertas cerradas y les regala su paz. Se dirige directamente a Tomas y responde a sus palabras de desconfianza, mostrándole las manos e invitándole a meter su mano en el costado, a la vez que reprocha su incredulidad. Tomas se ve abrumado ante la verdad que por sí misma se le “impone” y hace una confesión de fe: “Señor mío y Dios mío”.
A partir de lo ocurrido con él, Jesús pronuncia una bienaventuranza para todos aquellos que no hemos convivido con Jesús, que no hemos tenido la oportunidad de ver esa continuidad entre el crucificado y el resucitado: “Dichosos los que no han visto y han creído.” A nosotros que hemos creído por el testimonio de otros, Jesús nos llama dichosos. Nuestra fe ha nacido y crecido porque una “cadena de testigos” ha traído hasta nosotros la Buena Noticia de Jesús Resucitado.
2) Conclusión del evangelio de Juan (20,30-31)
El Jesús proclamado en el prólogo ha vivido, ha sido ajusticiado y ha resucitado. Todo lo ocurrido no se puede recoger en un escrito, la vida lo desborda. El relato evangélico no pretende ser una mera recolección de cosas del pasado, sino una proclamación dirigida al presente para que los lectores del evangelio puedan crecer en su fe. La Buena Noticia se ha trasmitido a fin de que creamos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengamos vida en su nombre. Ahora nos toca a nosotros seguir anunciando esa gran noticia para que otros “creyendo tengan vida en su nombre”.
La Palabra hoy
En ocasiones la proclamación de la fe por parte de la Iglesia ha puesto más énfasis en anunciar las verdades que se han de creer, que la persona que sustenta esas verdades; se ha subrayado más en “lo que se ha de creer” que en “quien hemos de creer”. Eso ha llevado a excluir a muchas personas de la Iglesia, o lo que es peor, a que muchos hermanos se hayan auto excluido de la comunidad de los creyentes en Jesús por no sentirse acogidos en su situación concreta formando parte de una nube inmensa de los que llamamos “alejados”.
El final del evangelio de Juan es muy explícito al explicar cuál ha sido su objetivo al narrar las palabras y los signos de Jesús. Su finalidad es que los seres humanos crean que Jesús es el Mesías, el Hijos de Dios, que este profeta de Nazaret es el Ungido, el enviado por el Padre por el amor que le tiene al mundo: “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 17) y para que, creyendo en este Jesús, Mesías e Hijo de Dios, tengan vida y vida en abundancia. La fe en Jesús ha de llevarnos a ser más felices, valorando más el ser que el tener, agradeciendo lo que recibimos cada día como don inmerecido, estableciendo redes de relaciones de comunión; y comprometiéndonos a que nuestros hermanos, los de cerca y los de lejos también sean más felices, luchando por su dignidad y sus derechos. “La gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios” (San Ireneo, Adversus Haereses, 4, 20, 7.
Mariela Martínez Higueras, OP