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Santo Tomás Moro

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Santo Tomás Moro

Caballero, Lord Canciller de Inglaterra, escritor y mártir, nacido en Londres el 7 de febrero de 1477-78; ejecutado en Tower Hill, el 6 de julio de 1535.

Santo Tomás MoroTomás fue el único superviviente de sir Juan Moro, abogado y luego juez, y de Agnes (Inés), su primera esposa, hija de Tomás Graunger. Siendo aún niño, Tomás ingresó al colegio de San Antonio en Threadneedle Street, el cual era conducido por Nicolás Holt, y a los trece años de edad fue colocado en la casa del cardenal Morton, Arzobispo de Canterbury, y Lord Canciller. Aquí, su carácter alegre e inteligencia atrajeron la atención del Arzobispo, que lo envió a Oxford, ingresando aproximadamente en el año 1492 a Canterbury Hall (luego absorbida por la Iglesia de Cristo). Su padre le entregó una cantidad de dinero apenas suficiente para vivir, y, por ello, no tuvo oportunidad de perder el tiempo en «vanos o perjudiciales entretenimientos» en detrimento de sus estudios. En Oxford se hizo amigo de Guillermo Grocyn y Tomás Linacre, éste último se convirtió en su primer profesor de griego. Sin ser nunca un riguroso estudiante, dominó el griego «gracias a su instinto de genio», como lo atestigua Pace (De fructu qui ex doctrina percipitur, 1517), quién agrega que «su elocuencia era incomparable y por doble partida, pues hablaba latín con la misma facilidad con el que lo hacía en su propio idioma». Además de los clásicos, estudió francés, historia y matemática, aprendiendo también a tocar la flauta y la viola. Después de dos años de residencia en Oxford, Moro fue convocado a Londres, ingresando a New Inn como estudiante de derecho, aproximadamente en 1494. En febrero de 1496 fue admitido como estudiante en Lincoln Inn, y tal como se esperaba, fue convocado a formar parte del tribunal externo, siendo luego nombrado juez de la corte. Sus grandes dotes empezaron a llamar positivamente la atención, por lo que los directores de Lincoln Inn lo nombraron «lector» o conferencista de derecho en Furnival´s Inn, siendo sus conferencias tan bien estimadas que su nombramiento fue renovado durante tres años consecutivos.

Sin embargo, queda claro que las leyes no absorbían todas las energías de Moro, pues mucho de su tiempo lo dedicó a las letras. Escribió poesías, tanto en latín como en inglés, una considerable cantidad de estas se ha conservado y son de muy buena calidad, aunque no especialmente notables. También se consagró de una manera especial a las obras de Pico de la Mirándola, cuya biografía publicó unos años después en ingles. Cultivó también el conocimiento de estudiosos y de hombres sabios y, a través de sus antiguos tutores, Grocyn y Linacre, quienes ahora vivían en Londres, hizo amistad con Colet, deán de San Pablo, y Guillermo Lilly, siendo ambos renombrados estudiosos. Colet se convirtió en el confesor de Moro, y Lilly rivalizaba con él en la traducción de epigramas de la Antología Griega al latín, luego reunidas y publicadas en 1518 (Progymnasnata T. More et Gul. Liliisodalium). En 1497 Moro conoció a Erasmo, probablemente en la casa de lord Mountjoy, alumno del gran estudioso y benefactor suyo. Esta amistad rápidamente se convirtió en íntima, y, durante su vida, Erasmo le hizo en varias ocasiones largas visita a Moro en su casa en Chelsea, y mantuvieron correspondencia de manera regular hasta que la muerte los separó. Además de leyes y de los Clásicos, Moro leyó con mucha atención a los Padres, dando en la Iglesia de San Laurencio Jewry, una serie de conferencias sobre la obra De civitate Dei de San Agustín, a las cuales asistieron muchos estudiosos, entre ellos Grocyn, el rector de la iglesia, es mencionado de manera expresa. Para estar a la altura de dicha asamblea, estas conferencias deben de haber sido preparadas con gran cuidado, pero, para nuestra mala suerte, ni siquiera un fragmento de las mismas ha llegado hasta nosotros. Estas conferencias fueron pronunciadas en algún momento entre 1499 y 1503, época en la que la mente de Moro estaba casi totalmente ocupada con la religión y la duda acerca de su propia vocación hacia el sacerdocio.

Esta época de su vida ha dado pie a muchos malentendidos entre sus varios biógrafos. Se sabe con certeza que vivió cerca de la Cartuja de Londres, y que, a menudo, se unía a los monjes en sus ejercicios espirituales. Usó un «cilicio, el cual nunca abandonó» (Cresacre Moro), y se dedicó a una vida de oración y penitencia. Su mente osciló durante un tiempo entre el unirse a los cartujos o a los franciscanos de la estricta observancia, órdenes que observaban la vida religiosa con gran exactitud y fervor. Finalmente, aparentemente con la aprobación de Colet, abandonó la idea de hacerse sacerdote o religioso, llegando a esta decisión debido a su desconfianza acerca de su perseverancia. Erasmo, su íntimo amigo y confidente, escribe acerca de esto lo siguiente (Epp. 447):

Entretanto, se aplicó por entero a los ejercicios de piedad con vistas a y considerando el sacerdocio, por medio de vigilias, ayunos, oraciones y austeridades similares. En estas materias demostró ser más prudente que la mayoría de los candidatos, que corren imprudentemente hacia esta difícil profesión sin probar antes sus capacidades. Lo único que le impidió entregarse a este tipo de vida fue el no poder sacarse de encima el deseo de la vida matrimonial. Por consiguiente, eligió ser un casto marido en vez de un sacerdote impuro.

La última frase de este pasaje ha dado pie para que algunos escritores, especialmente a Seebohm y a lord Campbell, para explayarse acerca de la supuesta corrupción de las órdenes religiosas en aquella época, diciendo que Moro, hastiado de esta corrupción, abandonó su deseo de entrar en religión. El padre Bridgett trata este tema con considerable longitud (Life and Writtings of Sir Thomas More, pp. 23-36), pero baste con decir que esta idea ha sido ahora dejada de lado, incluso por escritores no-católicos, como lo podemos ver en W.H. Hutton:

Es absurdo afirmar que Moro estaba hastiado de la corrupción monacal, y que ‘consideraba a los monjes como una desgracia para la Iglesia’. Él fue durante toda su vida amigo cercano de las órdenes religiosas, y un gran admirador del ideal monástico. Él condenaba los vicios de los individuos; dijo, como su bisnieto declara, ‘en esta época los religiosos en Inglaterra se han relajado un poco en la exacta observancia y fervor de espíritu’; pero no existe señal alguna de que su decisión para no optar por la vida monacal, se debiera a una ligera desconfianza a esta forma de vida, o a una aversión hacia la teología de la Iglesia.

Moro, luego de haber decidido no entrar en la vida religiosa, se dedicó a su trabajo en la corte, consiguiendo un éxito inmediato. En 1501 fue eligió como miembro del Parlamento, pero no conocemos su distrito electoral. En el abogó y se opuso a los crecidos e injustos impuestos que exigía el rey Enrique VII a sus súbditos por medio de sus agentes Empson y Dudley, siendo este último, Portavoz de la Cámara de los Comunes. A este Parlamento Enrique le exigió un impuesto de tres-quinceavos, aproximadamente 113,000 libras, pero, gracias a las protestas de Moro, los Comunes redujeron la suma a 30,000. Algunos años más tarde, Dudley dijo a Moro que su intrepidez le pudo haber costado la cabeza, pero, se salvó gracias a no haber agredido a la persona del rey. Pero, incluso así, Enrique se enfadó tanto con él que «tramó una pequeña causa en contra de su padre, encerrándolo en la Torre, hasta que pagó cien libras de fianza» (Roper). Entretanto, Moro había hecho amistad con un tal «Maister Juan Colte, un caballero» de Newhall, Essex, cuyo hija mayor, Juana, se casó con él en 1505. Roper escribe estas líneas acerca de su opción: «si bien su mente se dirigía hacia la segunda hija, pues la consideraba más agraciada y hermosa, consideró que eso causaría un gran pesar y algo de vergüenza a la mayor, al ver que su hermana menor era preferida como esposa antes que ella, por lo que, con gran pesar, empezó a dirigir su mente hacia ella», es decir, hacia la mayor de las tres hermanas. Este matrimonio resultó ser sumamente feliz; tuvieron tres hijas, Margarita, Isabel, y Cecilia, y un hijo, Juan; pero, en 1511, Juana Moro murió, siendo casi una niña. En el epitafio que el mismo Moro compuso veinte años después, la llama «uxorcula Mori», y en una carta de Erasmo, podemos encontrar casi todos los dones que conocemos de su mansa y agraciada personalidad.

Acerca de Moro, Erasmo nos ha dejado un maravilloso retrato en su famosa carta a Ulrich von Hutten, fechada el 23 de julio de 1519 (Epp. 447). La descripción es demasiado larga para darle en su totalidad, pero algunos extractos deben ser colocados aquí.

Voy ha comenzar por lo que menos conoces, no es alto de estatura, aunque tampoco chato. Sus extremidades están formadas con tan perfecta simetría, que no deja lugar a desear otra cosa. Su cutis es blanco, su cara es un poco pálida, pero nada rubicunda, un rubor débil de color rosa aparece bajo la blancura de su piel. Su pelo es color castaño oscuro o negro parduzco. Sus ojos son de un azul grisáceo, con algunas manchas, las cuales presagian un talento singular, y que entre los ingleses es considerado atractivo, aunque el alemán generalmente prefiere el negro. Se dice que nadie está tan libre de los vicios como él. Su semblante está en armonía con su carácter, siempre expresa una amable alegría, e incluso una risa incipiente y, para hablar con franqueza, está mejor condicionado para la alegría que para la gravedad o dignidad, aunque sin caer en la tontería o en bufonadas. Su hombro derecho es un poco más alto que el izquierdo, sobre todo cuando camina. Este no es un defecto de nacimiento, sino el resultado de un hábito, como los que solemos a menudo contraer. El resto de su persona no tiene nada que ofenda. Parece haber nacido e ideado para la amistad, y es un amigo muy fiel y paciente. Cuando encuentra alguien sincero y según su corazón, se complace tanto en su compañía y conversación que pone en él todo el encanto de la vida. En una palabra, si quieres un perfecto modelo de amistad, no lo encontrarás en nadie mejor que en Moro. En asuntos humanos no hay nada de lo que él no saque algo divertido, incluso de cosas que son serias. Si conversa con los sabios y juiciosos, se deleita en su talento, si con el ignorante y tonto, se deleita de su estupidez. Ni siquiera se ofende con los bromistas profesionales. Con una destreza maravillosa se acomoda a cada situación. Incluso con su propia esposa, como regla hablando con mujeres, habla con muchos chistes y bromas. Nadie es menos llevado por las opiniones de la muchedumbre, sin embargo, se aleja menos que nadie del sentido común. (véase Life, escrita por el padre Bridgett, pág., 56-60, para leer toda la carta).

Moro se casó nuevamente poco después la muerte de su primera esposa, optando esta vez por Alicia Middleton, una viuda. Ella era mayor que él por siete años, un alma buena, algo simple, sin belleza y educación; pero una buena ama de casa y se consagró al cuidado de los niños. En general, este matrimonio parece haber sido bastante satisfactorio, aunque la señora Moro normalmente no entendía los chistes de su marido.

La fama de Moro como abogado era, en esta época, muy grande. En 1510 fue nombrado alguacil menor de Londres, y cuatro años después, el cardenal Wolsey lo escogió para realizar una embajada a Flandes, para velar por los intereses de los comerciantes ingleses. Por este motivo, en 1515, estuvo fuera de Inglaterra durante más de seis meses. Durante este periodo realizó el primer boceto de su Utopía, obra famosa que fue publicada al año siguiente. Tanto el rey como Wolsey estaban deseosos por afianzar los servicios de Moro en la Corte. En 1516 se le concedió una pensión vitalicia de 100 libras, al año siguiente fue miembro de la embajada a Calais, y, más o menos por esa fecha, se convirtió en miembro del Consejo secreto. En 1519 renunció a su cargo de alguacil menor y se dedicó por completo a la Corte. En junio de 1520 ya pertenecía al séquito de Enrique en el «Campo de la Tela de Oro», en 1521 fue investido como caballero y el rey lo nombró tesorero subalterno. Cuando, al año siguiente, el emperador Carlos V visitó Londres, Moro fue elegido para darle unas palabras de bienvenida en latín; recibió tierras en Oxford y tres años después en Kent, siendo esto una prueba del gran favor que Enrique le tenía. En 1523 por recomendación de Wolsey, fue elegido Portavoz de la Cámara de los Comunes; en 1525 fue nombrado Administrador Mayor de la Universidad de Cambridge; y ese mismo año fue nombrado Canciller del Ducado de Lancaster, además de los cargos que ya tenía y ejercía. En 1523 Moro compró un trozo de tierra en Chelsea, en donde se construyó una mansión, aproximadamente a unos noventa metros del banco norte del Támesis, con un gran jardín que iba a lo largo del río. En ocasiones el rey se aparecía a cenar en esta casa sin ser esperado, o caminaba por el jardín rodeando con su brazo el cuello de Moro, disfrutando de su conversación. Pero Moro no se hacía ilusiones acerca del favor real del cual disfrutaba. «Si con mi cabeza consigue un castillo en Francia» -le dijo en 1525 a Roper, su yerno- «lo haría». En esta época la controversia luterana se había extendido a lo largo de Europa y, con algo de desgano, Moro se vio arrastrado en él. Sus escritos en defensa de la fe son mencionados en la lista de sus trabajos que damos a continuación, por lo que baste con decir que, si bien escribe con bastante más refinamiento que la mayoría de los escritores apologéticos de la época, en ellos hay cierto sabor desagradable para los lectores modernos. Al principio escribió en latín, pero cuando los libros de Tindal y otros reformadores ingleses empezaron a ser leídos por gente de todas las clases, adoptó el inglés como más útil a sus propósitos, haciéndolo así, dio no poca ayuda al desarrollo de la prosa inglesa.

En octubre de 1529, Moro sucedió a Wolsey como Canciller de Inglaterra, un cargo que nunca antes había sido ejercido por un seglar. En materias políticas no continuó con la línea de Wolsey, y su tenencia de la cancillería fue memorable por su justicia sin igual. Su diligencia era tal, que el suministro de causas quedaba realmente exhausto, hecho conmemorado en la famosa rima,

When More some time had Chancellor been No more suits did remain. The like will never more be seen, Till More be there again.

(Cuando Moro por un tiempo fue Canciller No quedaron juicios pendientes. Algo así jamás será visto otra vez, hasta que Moro esté nuevamente ahí).

Como canciller, su deber era velar por el cumplimiento de las leyes en contra de los herejes y por ello, se granjeó los ataques de escritores protestantes, tanto de su época como de tiempos posteriores. No hay necesidad de tratar este punto aquí, pero la actitud de Moro es clara. Él estuvo de acuerdo con los principios de las leyes en contra de los herejes, y no tenía dudas en hacer que se cumplieran. Como él mismo escribió en su «Apología» (cap. 49), eran los vicios de los herejes lo que él odiaba, y no a ellos como persona; y nunca llegó a extremos, antes de haber hecho todos los esfuerzos para lograr que fueran llevados ante él, para que se retractasen. Su éxito en esta empresa queda demostrado por el hecho de que sólo cuatro personas fueron multadas por herejía durante todo el tiempo en el que ejerció su cargo. La primera aparición pública de Moro como canciller fue en la apertura del nuevo Parlamento, en noviembre de 1529. Los relatos del discurso que pronunció en esta ocasión varían considerablemente, pero lo que sí queda bastante claro, es que él no tenía conocimiento alguno acerca de la serie de continuas intromisiones que este Parlamento haría en la Iglesia. Unos meses después, se dio la proclama real decretando que el clero debía reconocer a Enrique como «Cabeza Suprema» de la Iglesia «hasta donde la ley de Dios lo permitiera». Según el testimonio de Chapuy, Moro renunció a la cancillería en ese mismo instante, pero esta no fue aceptada. Su firme oposición a los planes de Enrique con respecto al divorcio, a la supremacía pontificia, y a las leyes en contra de los herejes, le hicieron perder con rapidez el favor real, y, en mayo de 1532, renunció a su cargo de Lord Canciller, después de ejercerlo durante menos de tres años. Esto significaba la pérdida de todos sus ingresos, salvo las 100 libras por año, las rentas por alguna propiedad que había comprado; pero él, con alegre indiferencia, redujo su estilo de vida para que esté de acuerdo a sus ingresos. El epitafio que escribió durante esta época para la tumba en la iglesia de Chelsea, dice que él pensaba consagrar los últimos años de su vida a prepararse para la otra vida.

Durante los siguientes dieciocho meses, Moro vivió aislado, dedicando bastante tiempo a los escritos apologéticos. Ansioso por evitar una ruptura pública con Enrique, guardó su distancia en la coronación de Ana Bolena, y cuando en 1533, Guillermo Rastell, su sobrino, escribió un folleto apoyando al Papa, el cual le fue atribuido a Moro, éste escribió a una carta a Cromwell, en la que negaba su participación y declaraba que conocía bastante bien sus obligaciones para con su rey, como para criticar sus políticas. Esta neutralidad, sin embargo, no satisfizo a Enrique, y el nombre de Moro fue incluido en el Decreto de Condenación enviado a los lords, contra la Doncella de Kent y sus amigos. Moro fue llevado ante cuatro miembros del Consejo, y se le preguntó el por qué de su negativa para aprobar la acción en contra del Papa de Enrique. Él contestó que ya había explicado esto al rey personalmente, y sin incurrir en su disgusto. Luego de un tiempo, en vistas a la gran popularidad de Moro, Enrique consideró que era conveniente borrar su nombre del Decreto de Condenación. Este hecho le mostró lo que podía suceder, pero, el Duque de Norfolk le advirtió personalmente del grave peligro en el que se encontraba, agregando: «indignatio principis mors est». «Si eso es todo, mi lord» -contestó Moro- «entonces, de buena fe, entre su gracia y yo, hay sólo una diferencia, que yo moriré hoy, y usted mañana». En marzo de 1534, el Acta de Sucesión fue aprobado, la cual obligaba a todos a hacer un juramento reconociendo a la prole de Enrique y Ana como herederos legítimos al trono, y además, incluía una cláusula en la que se repudiaba «cualquier autoridad extranjera, sea príncipe o potestad». El 14 de abril, Moro fue convocado por Lambeth, para que realizara su juramento y, al negarse, fue dado en custodia al Abad de Westminster. Cuatro días después, fue llevado a la Torre, y en noviembre fue condenado a prisión, acusado de traición. Las tierras que la corona le había entregado en 1523 y 1525 pasaron nuevamente a ser propiedad de la misma. En prisión padeció bastante por «su ya antigua enfermedad del pecho. por la grava, las piedras, y por las restricciones», pero su alegría habitual permanecía, y bromeaba con su familia y amigos siempre que le permitían verlos, mostrándose tan alegre como cuando estaba en Chelsea. Cuando estaba solo, pasaba el tiempo rezando y haciendo penitencia; escribió el «Diálogo sobre la consolación en la tribulación», tratado (inconcluso) sobre la Pasión de Cristo, y muchas cartas a su familia y a otros. En abril y mayo de 1535, Cromwell lo visitó para pedirle su opinión sobre los nuevos estatutos que le conferían a Enrique el título de Cabeza Suprema de la Iglesia. Moro se negó a dar cualquier respuesta más allá de declararse un súbdito fiel del rey. En junio, Rich, el procurador general, tuvo una conversación con Moro, y cuando presentó su informe de la misma, declaró que Moro había negado el poder del Parlamento para conferir la supremacía eclesiástica a Enrique. Fue en esta época en que se descubrió que Moro y Fisher, el Obispo de Rochester, habían intercambiado cartas mientras éste estaba en prisión, dando como resultado el que se le privara de todos los libros y materiales de escritura, pero él escribió a su esposa y a Margarita, su hija preferida, en trozos de papel desechados, con un palo carbonizado o pedazo de carbón.

El 1 de julio, Moro fue acusado de alta traición en Westminster Hall, ante una comisión especial conformada por veinte personas. Moro negó los cargos de la acusación, los cuales eran enormemente extensos, y denunció a Rich, el procurador general y principal testigo, de perjuro. El jurado lo declaró culpable y lo sentenció a ser colgado en Tyburn, pero, después de algunos días, Enrique cambió la sentencia, decretando que muera decapitado en Tower Hill. El relato de sus últimos días en la tierra, tal como lo narran Roper y Cresacre Moro, son de una gran belleza y ternura, y debe de ser leído en su totalidad; ciertamente, ningún mártir lo superó en fortaleza. Tal como Addison escribió en The Spectator (No. 349) «su inocente alegría, la cual siempre ha sobresalido durante su vida, no lo desamparó ni el último minuto. su muerte fue tal cual fue su vida. No hubo nada nuevo, forzado ni afectado. Él no veía su decapitación como una circunstancia que debía producirle algún cambio en su disposición fundamental». La ejecución tuvo lugar en Tower Hill «antes de las nueve en punto» del día 6 de julio, su cuerpo fue enterrado la iglesia de San Pedro ad vincula. Su cabeza, luego de ser sancochada, fue expuesta en el Puente de Londres durante un mes, hasta que Margarita Roper sobornó al encargado de tirarlo al río, para que se la entregara a ella. El último destino de esta reliquia es incierto, pero, en 1824, una caja de plomo fue hallada en la cripta de los Roper, en San Dunstan, Canterbury, la cual, al ser abierta, contenía una cabeza, la cual, se presume, pertenece a Moro. Los padres jesuitas en Stonyhurst, poseen una importante colección de pequeñas reliquias, la mayoría de ellas pertenecían al padre Tomás Moro S.J. (m. 1795), último heredero masculino del mártir. Éstos incluyen su sombrero, su birrete, su crucifijo de oro, un sello de plata, «George», y otros artículos. Su camisa de penitencia, la cual usó durante muchos años y envió a Margarita Roper el día antes de su martirio, es conservada por los canónigos agustinos de la Abadía de Leigh, en Devonshire, a quienes les fue confiada por Margarita Clements, la hija adoptiva de Tomás Moro. Varias cartas autógrafas se encuentran en el Museo británico. También existen varios retratos, siendo el mejor, el que realizó Holbein, el cual se encuentra entre las posesiones de E. Huth, Esq. Holbein también pintó a una gran cantidad de los miembros de su familia, pero este cuadro ha desaparecido, aunque el boceto original está en el Museo de Basilea, y una copia del siglo decimosexto se encuentra en propiedad de Lord St. Oswald. Tomás Moro fue beatificado por el Papa León XIII, en un Decreto emitido el 29 de diciembre de 1886. En 1935, fue canonizado por el Papa Pío XI.

  1. ROGER HUDLESTON Transcrito por Marie Jutras Traducido por Bartolomé Santos (Fuente: enciclopediacatolica.com)

La entrada Santo Tomás Moro apareció primero en Diócesis de Córdoba. Ver este artículo en la web de la diócesis

El signo y la realidad

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La Solemnidad del Corpus Christi llega este año cuando el curso pastoral está alcanzando su meta. El fin de semana siguiente, después de celebrar la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, celebraremos en la Diócesis la ordenación de cuatro presbíteros y tres diáconos, justo cuandosomos llamados a poner la atención en el Corazón Inmaculado de MaríaSantísima y en el martirio de los apóstoles san Pedro y san Pablo, fecha del aniversario de la Diócesis de Asidonia-Jerez.

En la Misa de apertura del curso pastoral, el pasado mes de septiembre, recuperé las palabras de los mártires de Abitinia, en el norte de África, a inicios del siglo IV: “sin el Domingo (sin la Eucaristía) no podemos vivir”. Al cerrar este curso pastoral con la fiesta del Corpus, esas palabras se convierten en una prueba infalible de autenticidad: ¿ha sido la eucaristía la fuente y el culmen de nuestra vida cristiana, en todo lo que hemos hecho y en nuestra manera de reaccionar ante lo que nos pasa?

Este año la Iglesia, a través de la liturgia, nos propone, de forma nueva, el relato de la multiplicación de los panes y los peces según el evangelista san Lucas, para ayudarnos a comprender que, efectivamente, sin la eucaristía no podemos vivir.

 En la pobreza de un escaso alimento está el principio de la comida que sacia a todos; en la pequeñez del pan y del vino comienza la entrega sin reservas del Hijo que redime ofreciendo su Cuerpo y su Sangre en sacrificio. Para multiplicar el alimento, Jesús cuenta con los apóstoles; para perpetuar su entrega, Jesús confía el memorial de su pasión a los mismos apóstoles. Jesús manda a la multitud que se recuesten formando pequeños grupos; el mandato dado en la última cena («haced esto en memoria mía») hace la Iglesia, llamada a congregar a toda la humanidad en el nuevo Pueblo de Dios. Los gestos de Jesús obran el milagro: toma el pan, eleva la mirada, pronuncia la bendición, parte el pan y lo distribuye; los mismos gestos se repiten en la última Cena y realizan con las palabras de Jesús el don de la Eucaristía: Sacrificio unido al de la Cruz, Presencia en los signos del pan y del vino, Comunión en Él y desde Él por el alimento. Todos comen y se sacian. El alimento multiplicado es signo de un alimento mayor: Jesús anuncia con sus gestos y palabras la entrega de un don superior. En la eucaristía Jesús no se limita a darnos algo, sino que Él mismo se convierte en don y ofrenda para que tengamos vida. No hay vida cristiana sin la comunión que Él nos regala.

Si en la Solemnidad del Corpus Christi se celebra también el día de la Caridad (caritas) es porque la realidad del amor infinito del Señor contenida en la Eucaristía exige por su propia grandeza el signo inequívoco del amor fraterno. La autenticidad de nuestra participación en la eucaristía se reconoce en la entrega desinteresada a los demás.

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez

El Papa aprueba la beatificación de los 124 mártires de Jaén, la primera de su pontificado

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Con gran alegría, la Iglesia de Jaén ha recibido, en la mañana del 20 de junio, la noticia de la aprobación por el Papa León XIV, de la beatificación de los 124 mártires que dieron su vida a causa de la fe durante la persecución religiosa entre los años 1936-1939.

El Dicasterio para la Causa de los Santos, ha dado a conocer este decreto de martirio, el primero aprobado por el Papa León XIV, con el que la Santa Sede autoriza la beatificación de estos 109 sacerdotes, una religiosa y 14 laicos que dieron su vida por amor a Cristo. La celebración de la Beatificación se realizará en Jaén de acuerdo con el calendario que proponga el Vaticano.

A las 12 de la mañana el Boletín de la Santa Sede anunciaba la promulgación de los Decretos del Dicasterio para las Causas de los Santos firmados por el Santo Padre, entre los que se encontraban: el martirio de los Siervos de Dios Manuel Izquierdo Izquierdo, sacerdote diocesano, y 58 compañeros de la diócesis de Jaén (España), asesinados entre 1936 y 1938, por odio a la fe, en diferentes lugares de España, en el contexto de la misma persecución. Y el martirio de los Siervos de Dios Antonio Montañés Chiquero, sacerdote diocesano, y 64 compañeros de la diócesis de Jaén (España), asesinados entre 1936 y 1937, por odio a la fe, en diferentes lugares de España, en el contexto de la misma persecución.

Valoración del Obispo de Jaén

Tras conocer la noticia, el Obispo de Jaén ha mostrado su júbilo por este acontecimiento tan esperado para la Iglesia de Jaén“Hoy es un día grande para la historia de la fe de la Iglesia de Jaén”, ha afirmado Monseñor Chico Martínez. “Con la aprobación del Santo Padre, León XIV de las dos causas de los mártires del Santo Reino, la Iglesia universal reconoce que estos hombres y mujeres ofrecieron su vida en fidelidad al Evangelio, y son la raíz fecunda de una esperanza que no muere”.  A lo que Don Sebastián ha añadido: “Su sangre no fue en vano: es semilla de vida nueva, de fe renovada. Recordarlos no es mirar al pasado con tristeza, sino abrazar el futuro con valentía. Porque su testimonio martirial brilla por encima de las sombras de la historia y de la fragilidad del mundo”.

Asimismo, el Prelado jiennense ha reconocido que “estas tierras han sido bendecidas y regadas en los siglos de cristianismo por la sangre y testimonio de los mártires, desde el Padre de esta Iglesia, San Eufrasio, hasta San Pedro Poveda y el Obispo Manuel Basulto y compañeros, en su época más reciente. Su sementera ha sido fecunda en nuevos cristianos, y seguirá siéndolo”.

Doble Causa de martirio

Aunque el proceso de beatificación impulsado por la Diócesis de Jaén contemplaba a los 124 presuntos mártires en una misma causa, ha sido la Santa Sede quien, a través del Dicasterio para las Causas de los Santos, el 13 de noviembre de 2020 decide dividir la causa original en dos, dada la extensión (124) y complejidad de la misma.

La de Manuel Izquierdo Izquierdo y 58 compañeros y la de Antonio Montañés Quiquero y 64 compañeros, encabezando ambas causas los dos sacerdotes de mayor edad.

Un proceso con tres obispos:  2016-2025

El proceso de beatificación, promovido por el Consejo Diocesano del Presbiterio, se abrió el 9 de abril de 2016, en la Sacristía de S.I. Catedral de Jaén, presidido por el entonces Obispo Don Ramón del Hoyo López y postulada por Monseñor Rafael Higueras Álamo. En esa ocasión, los miembros del Tribunal Eclesiástico juraron sus funciones para instruir la causa bajo el nombre “Proceso del martirio de Don Manuel Izquierdo Izquierdo y 129 compañeros”. De una primera lista hubo que eliminar a 5 posibles mártires por falta de documentación. De los 125 restantes, se eliminó a uno por dudas razonables ante la causa de su asesinato, quedando en 124 los mártires que ha sido aprobados por Roma.

El 30 de marzo de 2019 se clausuraba la fase diocesana bajo el episcopado de Don Amadeo Rodríguez Magro. Durante esta fase, se recogieron más de seiscientos testimonios, además de numerosos documentos históricos, entre ellos escritos de testigos presenciales de los hechos, archivados en la Diócesis del Santo Reino y en otras jurisdicciones eclesiásticas y civiles. El expediente completo, compuesto por más de 30.000 folios, fue trasladado desde la Diócesis a Roma en 2019, donde ha sido analizado con rigor y detalle, y en la que ha contado con el gran trabajo del postulador, D. Nicola Gori.

El Obispo Don Sebastián Chico Martínez ha realizado, desde su llegada a la Diócesis de Jaén, distintas visitas al Vaticano para seguir el avance del proceso. El 28 de noviembre de 2023, visitó el Dicasterio para la Causa de los Santos en Roma, donde se informó que el expediente había sido revisado por la comisión histórica y posteriormente examinado por la comisión de teólogos, para pasar, después, al consistorio de cardenales y obispos para su aprobación final, el pasado 17 de junio, siendo respaldado por unanimidad ambos grupos, y quedando a disposición para ser decretados por el Santo Padre. El último encuentro entre el Prelado con el Cardenal Semeraro y con el Promotor de la Fe, D. Alberto Royo, fue el pasado mes de febrero

Perfiles

Entre los 124 mártires que serán beatificados, sacerdotes, religiosa y laicos, hay perfiles diversos con grandes testimonios de fe detrás de cada historia. Entre ellos, “el Kolbe español”, un sacerdote que dio su vida por el de un padre de familia; un médico dedicado al cuidado de los más vulnerables de su tiempo y una viuda que levantó una residencia para personas sin hogar.

Francisco de Paula Padilla Gutiérrez- sacerdote (Marmolejo 1892- Mancha Real 1937)

Al ser designado para la muerte otro compañero de prisión, padre de familia con seis hijos, llamado José, el Siervo de Dios Francisco de Paula Padilla Gutiérrez suplicó sustituirlo, yendo él a la muerte en lugar del otro prisionero.

Pedro Sandoica y Granados- laico (Linares 1876- Mengíbar 1936)

Médico que desarrolló su trabajo profesional en Villargordo no sólo tiene una actividad médica de servicio a los más pobres; también se implica en otras actividades para procurar la justicia social con los obreros. Se compromete en tareas apostólicas y de piedad: renueva la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y el Apostolado de la Oración, fomentando la devoción al Santísimo Sacramento y al Sagrado Corazón de Jesús.  Casado y sin descendencia, en la localidad de Villargordo se da frecuentemente el nombre de “Pedro María” como prueba de los varios niños pobres que el matrimonio apadrinaba desde su nacimiento, ayudándoles a lo largo de su vida en sus estudios o hasta conseguir una formación necesaria. En la lista de detenidos “en la ermita del Cristo de la Salud” se incluye a Pedro Sandoica Granados (del día 24 de septiembre al 25 de septiembre de 1936) por orden del Frente Popular. Asesinado el 25 de septiembre de 1936.

Obdulia Puchol Merino- seglar (Martos 1900- Monte Lope Álvarez 1936)

Desde que quedó viuda se dedica a hacer obras de caridad apostolado y de piedad. Hija de padres muy cristianos, la parroquia encontró en ella su mejor colaboradora. Su obra más importante de caridad consistió en la creación de una residencia para los transeúntes pobres, en la cual les facilitaba alimentos, dormitorio y servicios sanitarios si es que los precisaban. Para esta hermosa institución contó con la ayuda sin par de las Conferencias de San Vicente de Paul, precisamente fundadas en la parroquia y presididas por su padre, don Antonio Puchol, que a su vez era médico forense de la localidad. El día que recibió la palma del martirio vestía el hábito de San Francisco, pues también era Terciaria Franciscana Seglar.

Causa de Manuel Izquierdo Izquierdo, sacerdote diocesano, y 58 compañeros de la diócesis de Jaén

Causa de Antonio Montañés Chiquero, sacerdote diocesano, y 64 compañeros de la diócesis de Jaén

Ante la aprobación de la Causa de los Mártires del Siglo XX en Jaén

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Con gran alegría, la Iglesia de Jaén, ha recibido este viernes 20 de junio, la noticia de la aprobación por el Papa León XIV, de la beatificación de los 124 mártires que dieron su vida a causa de la fe durante la persecución religiosa entre los años 1936-1939.

Ordenación diaconal en la Catedral de Huelva

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Ordenación diaconal en la Catedral de Huelva

La ceremonia será presidida por nuestro obispo, Mons. Santiago Gómez Sierra, quien conferirá el ministerio del diaconado en el marco de una Eucaristía solemne vivida con profundo sentido de fe y comunión eclesial.

La ordenación de Iván Huzo representa un paso significativo en su camino vocacional y en su respuesta generosa al llamado del Señor. Desde ese momento, comenzará su ministerio como diácono al servicio de la Iglesia, entregando su vida a Cristo y a los hermanos, especialmente a los más necesitados, en nombre del Buen Pastor.

Acompañado por familiares, amigos, seminaristas, miembros del presbiterio y numerosos fieles, Iván vivirá este día con emoción y recogimiento, consciente de la misión que asume y de la responsabilidad que implica ser testigo del Evangelio en medio del pueblo de Dios.

Elevamos nuestra oración por él, para que el Señor lo fortalezca en su vocación y le conceda un corazón siempre disponible para servir con humildad, alegría y fidelidad.

La ordenación se podrá seguir en directo a través del canal de YouTube del Cabildo Catedral:

https://www.youtube.com/live/HvLuqaQl_Yo?si=Um3F_Yfl9IRY5taX

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Corpus Christi en la Catedral de Guadix, con Misa Pontifical, procesión y baile de Seises

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Corpus Christi en la Catedral de Guadix, con Misa Pontifical, procesión y baile de Seises

Un año más llega la celebración del Corpus Christi y toda la diócesis se vuelca en su celebración. Será este domingo 22 de junio. En todas las parroquias habrá celebración e la Eucaristía y procesión con el Santísimo por las calles. También en la ciudad de Guadix, donde la Catedral se convierte en el centro de las celebraciones en este día tan especial. Misa Pontifical, procesión y bailes de los Seises son algunos de los momentos que hacen singular esta fiesta en la ciudad accitana. Este año, además, los Seises celebran su 75 aniversario.

La Misa Pontifical será a las 18´00h en la Catedral, el domingo 22 de junio, presidida por el obispo de Guadix, D. Francisco Jesús Orozco, y concelebrada por el cabildo y por los sacerdotes de la ciudad. Al terminar, los Seises bailarán ante el Señor, como viene siendo tradicional. Después, se iniciará una procesión con la custodia por las calles accitanas, en las que habrá altares y adornos en la vía pública.

Después, durante toda la semana, se celebrará la Octava del Corpus en la Catedral, que comenzará el lunes 23 de junio y terminará el domingo día 29. Todos estos días, a las 20:00h habrá exposición del Santísimo y rezo del rosario, y a las 20:30h celebración de la Misa.

La Octava del Corpus terminará el domingo 29 de junio, con una Misa que será a las 19:00h. Ese día habrá, también, baile de Seises y procesión claustral con la custodia y el Santísimo.

Todos estos actos están organizados por el cabildo y la Hermandad del Santísimo, de la Catedral de Guadix.

Antonio Gómez

Delegado diocesano de MCS. Guadix

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San Luis Gonzaga

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San Luis Gonzaga

luis_gonzagaSan Luis Gonzaga, nació el 9 de marzo, de 1568, en el castillo de Castiglione delle Stivieri, en la Lombardia. Hijo mayor de Ferrante, marqués de Chatillon de Stiviéres en Lombardia y príncipe del Imperio y Marta Tana Santena (Doña Norta), dama de honor de la reina de la corte de Felipe II de España, donde también el marqués ocupaba un alto cargo. La madre, habiendo llegado a las puertas de la muerte antes del nacimiento de Luis, lo había consagrado a la Santísima Virgen y llevado a bautizar al nacer. Por el contrario, a don Ferrante solo le interesaba su futuro mundano, que fuese soldado como el.

Desde que el niño tenía cuatro años, jugaba con cañones y arcabuces en miniatura y, a los cinco, su padre lo llevó a Casalmaggiore, donde unos tres mil soldados se ejercitaban en preparación para la campaña de la expedición española contra Túnez. Durante su permanencia en aquellos cuarteles, que se prolongó durante varios meses, el pequeño Luis se divertía en grande al encabezar los desfiles y en marchar al frente del pelotón con una pica al hombro.

En cierta ocasión, mientras las tropas descansaban, se las arregló para cargar una pieza de la artillería, sin que nadie lo advirtiera, y dispararla, con la consiguiente alarma en el campamento. Rodeado por los soldados, aprendió la importancia de ser valiente y del sacrificio por grandes ideales, pero también adquirió el rudo vocabulario de las tropas. Al regresar al castillo, las repetía cándidamente.

Su tutor lo reprendió, haciéndole ver que aquel lenguaje no sólo era grosero y vulgar, sino blasfemo. Luis se mostró sinceramente avergonzado y arrepentido de modo que, comprendiendo que aquello ofendía a Dios, jamás volvió a repetirlo.

Despierta su vida espiritual

Apenas contaba siete años de edad cuando experimentó lo que podría describirse mejor como un despertar espiritual. Siempre había dicho sus oraciones matinales y vespertinas, pero desde entonces y por iniciativa propia, recitó a diario el oficio de Nuestra Señora, los siete salmos penitenciales y otras devociones, siempre de rodillas y sin cojincillo. Su propia entrega a Dios en su infancia fue tan completa que, según su director espiritual, San Roberto Belarmino, y tres de sus confesores, nunca, en toda su vida, cometió un pecado mortal.

En 1577 su padre lo llevó con su hermano Rodolfo a Florencia, Italia, dejándolos al cargo de varios tutores, para que aprendiesen el latín y el idioma italiano puro de la Toscana. Cualesquiera que hayan sido sus progresos en estas ciencias seculares, no impidieron que Luis avanzara a grandes pasos por el camino de la santidad y, desde entonces, solía llamar a Florencia, «la escuela de la piedad».

Un día que la marquesa contemplaba a sus hijos en oración, exclamó: «Si Dios se dignase escoger a uno de vosotros para su servicio, «¡qué dichosa sería yo!». Luis le dijo al oído: «Yo seré el que Dios escogerá.». Desde su primera infancia se había entregado al la Santísima Virgen. A los nueve años, en Florencia, se unió a Ella haciendo el voto de virginidad. Después resolvió hacer una confesión general, de la que data lo que él llama «su conversión».

A los doce años había llegado al más alto grado de contemplación. A los trece, el obispo San Carlos Borromeo, al visitar su diócesis, se encontró con Luis, maravillándose de que en medio de la corte en que vivía, mostrase tanta sabiduría e inocencia, y le dio él mismo la primera comunión.

Fue muy puro y exigente consigo mismo

Obligado por su rango a presentarse con frecuencia en la corte del gran ducado, se encontró mezclado con aquellos que, según la descripción de un historiador, «formaban una sociedad para el fraude, el vicio, el crimen, el veneno y la lujuria en su peor especie». Pero para un alma tan piadosa como la de Luis, el único resultado de aquellos ejemplos funestos, fue el de acrecentar su celo por la virtud y la castidad.

A fin de librarse de las tentaciones, se sometió a una disciplina rigurosísima. En su celo por la santidad y la pureza, se dice que llegó a hacerse grandes exigencias como, por ejemplo, mantener baja la vista siempre que estaba en presencia de una mujer. Sea cierto o no, hay que cuidarse de no abusar de estos relatos para crear una falsa imagen de Luis o de lo que es la santidad. No es extraño que en los primeros años, después de una seria desición por Cristo, se cometan errores al quererse encaminar por la entrega total en una vida diferente a la que lleva el mundo. El mismo fundador de los Jesuitas explica que en sus primeros años cometió algunos excesos que después supo equilibrar y encausar mejor. Lo admirable es la disponibilidad de su corazón, dispuesto a todo para librarse del pecado y ser plenamente para Dios. Además, hay que saber que algunos vicios e impurezas requieren grandes penitencias. San Luis quiso, al principio, imitar los remedios que leía de los padres del desierto.

Algunos hagiógrafos nos pintan una vida del santo algo delicada que no corresponde a la realidad. Quizás, ante un mundo que tiene una falsa imagen de ser hombre, algunos no comprenden como un joven varonil pueda ser santo. La realidad es que se es verdaderamente hombre a la medida que se es santo. Sin duda a Luis le atraían las aventuras militares de las tropas entre las que vivió sus primeros años y la gloria que se le ofrecía en su familia, pero de muy joven comprendió que había un ideal mas grande y que requería mas valor y virtud.

San Luis Gonzaga San Luis Gonzaga Iglesia de Manresa, España

Fue en Montserrat donde se decidió la vocación de Luis.

Hacía poco más de dos años que los jóvenes Gonzaga vivían en Florencia, cuando su padre los trasladó con su madre a la corte del duque de Mántua, quien acababa de nombrar a Ferrante gobernador de Montserrat. Esto ocurría en el mes de noviembre de 1579, cuando Luis tenía once años y ocho meses. En el viaje Luis estuvo a punto de morir ahogado al pasar el río Tessin, crecido por las lluvias. La carroza se hizo pedazos y fue a la deriva. Providencialmente, un tronco detuvo a los náufragos. Un campesino que pasaba vio el peligro en que se hallaban y les salvó.

Una dolorosa enfermedad renal que le atacó por aquel entonces, le sirvió de pretexto para suspender sus apariciones en público y dedicar todo su tiempo a la plegaria y la lectura de la colección de «Vidas de los Santos» por Surius. Pasó la enfermedad, pero su salud quedó quebrantada por trastornos digestivos tan frecuentes, que durante el resto de su vida tuvo dificultades en asimilar los diarios alimentos.

Otros libros que leyó en aquel período de reclusión son , Las cartas de Indias, sobre las experiencias de los misioneros jesuitas en aquel país, le suscitó la idea de ingresar en la Compañía de Jesús a fin de trabajar por la conversión de los herejes y Compendio de la doctrina espiritual de fray Luis de Granada. Como primer paso en su futuro camino de misionero, aprovechó las vacaciones veraniegas que pasaba en su casa de Castiglione para enseñar el catecismo a los niños pobres del lugar.

En Casale-Monferrato, donde pasaba el invierno, se refugiaba durante horas enteras en las iglesias de los capuchinos y los barnabitas; en privado comenzó a practicar las mortificaciones de un monje: ayunaba tres días a la semana a pan y agua, se azotaba con el látigo de su perro, se levantaba a mitad de la noche para rezar de rodillas sobre las losas desnudas de una habitación en la que no permitía que se encendiese fuego, por riguroso que fuera el tiempo.

Fue inútil que su padre le combatiese en estos deseos. En la misma corte, Luis vivía como un religioso, sometiéndose a grandes penitencias. A pesar de que ya había recibido sus investiduras de manos del emperador, mantenía la firme intención de renunciar a sus derechos de sucesión sobre el marquesado de Castiglione en favor de su hermano.

Madrid

En 1581, se dio a Ferrante la comisión de escoltar a la emperatriz María de Austria en su viaje de Bohemia a España. La familia acompañó a Ferrante y, al llegar a España, Luis y su hermano Rodolfo fueron designados pajes de Don Diego, príncipe de Asturias. A pesar de que Luis, obligado por sus deberes, atendía al joven infante y participaba en sus estudios, nunca omitió o disminuyó sus devociones.

Cumplía estrictamente con la hora diaria de meditación que se había prescrito, no obstante que para llegar a concentrarse, necesitaba a veces varias horas de preparación. Su seriedad, espiritualidad y circunspección, extrañas en un adolescente de su edad, fueron motivo para que algunos de los cortesanos comentaran que el joven marqués de Castiglione no parecía estar hecho de carne y hueso como los demás.

Resuelto a unirse a la Compañía de Jesús

El día de la Asunción del año 1583, en el momento de recibir la sagrada comunión en la iglesia de los padres jesuitas, de Madrid, oyó claramente una voz que le decía: «Luis, ingresa en la Compañía de Jesús.»

Primero, comunicó sus proyectos a su madre, quien los aprobó en seguida, pero en cuanto ésta los participó a su esposo, este montó en cólera a tal extremo, que amenazó con ordenar que azotaran a su hijo hasta que recuperase el sentido común. A la desilusión de ver frustrados sus sueños sobre la carrera militar de Luis, se agregaba en la mente de Ferrante la sospecha de que la decisión de su hijo era parte de un plan urdido por los cortesanos para obligarle a retirarse del juego en el que había perdido grandes cantidades de dinero.

De todas maneras, Ferrante persistía en su negativa hasta que, por mediación de algunos de sus amigos, accedió de mala gana a dar consentimiento provisional. La temprana muerte del infante Don Diego vino entonces a librar a los hermanos Gonzaga de sus obligaciones cortesanas y, luego de una estancia de dos años en España, regresaron a Italia en julio de 1584.

Al llegar a Castiglione se reanudaron las discusiones sobre el futuro de Luis y éste encontró obstáculos a su vocación, no sólo en la tenaz negativa de su padre, sino en la oposición de la mayoría de sus parientes, incluso el duque de Mántua. Acudieron a parlamentar eminentes personajes eclesiásticos y laicos que recurrieron a las promesas y las amenazas a fin de disuadir al muchacho, pero no lo consiguieron.

Ferrante hizo los preparativos para enviarle a visitar todas las cortes del norte de Italia y, terminada esta gira, encomendó a Luis una serie de tareas importantes, con la esperanza de despertar en él nuevas ambiciones que le hicieran olvidar sus propósitos. Pero no hubo nada que pudiese doblegar la voluntad de Luis. Luego de haber dado y retirado su consentimiento muchas veces, Ferrante capituló por fin, al recibir el consentimiento imperial para la transferencia de los derechos de sucesión a Rodolfo y escribió al padre Claudio Aquaviva, general de los jesuitas, diciéndole: «Os envío lo que más amo en el mundo, un hijo en el cual toda la familia tenía puestas sus esperanzas.»

El Noviciado

Inmediatamente después, Luis partió hacia Roma y, el 25 de noviembre de 1585, ingresó al noviciado en la casa de la Compañía de Jesús, en Sant’Andrea. Acababa, de cumplir los dieciocho años. Al tomar posesión de su pequeña celda, exclamó espontáneamente: «Este es mi descanso para siempre; aquí habitaré, pues así lo he deseado» (Salmo cxxxi-14). Sus austeridades, sus ayunos, sus vigilias habían arruinado ya su salud hasta el extremo de que había estado a punto de perder la vida.

Sus maestros habían de vigilarlo estrechamente para impedir que se excediera en las mortificaciones. Al principio, el joven tuvo que sufrir otra prueba cruel: las alegrías espirituales que el amor de Dios y las bellezas de la religión le habían proporcionado desde su más tierna infancia, desaparecieron.

Seis semanas después murió Don Fernante. Desde el momento en que su hijo Luis abandonó el hogar para ingresar en la Compañía de Jesús, había transformado completamente su manera de vivir. El sacrificio de Luis había sido un rayo de luz para el anciano

No hay mucho más que decir sobre San Luis durante los dos años siguientes, fuera de que, en todo momento, dio pruebas de ser un novicio modelo. Al quedar bajo las reglas de la disciplina, estaba obligado a participar en los recreos, a comer más y a distraer su mente. Además, por motivo de su salud delicada, se le prohibió orar o meditar fuera de las horas fijadas para ello: Luis obedeció, pero tuvo que librar una recia lucha consigo mismo para resistir el impulso a fijar su mente en las cosas celestiales.

Por consideración a su precaria salud, fue trasladado de Milán para que completase en Roma sus estudios teológicos. Sólo Dios sabe de qué artificios se valió para que le permitieran ocupar un cubículo estrecho y oscuro, debajo de la escalera y con una claraboya en el techo, sin otros muebles que un camastro, una silla y un estante para los libros.

Luis suplicaba que se le permitiera trabajar en la cocina, lavar los platos y ocuparse en las tareas más serviles. Cierto día, hallándose en Milán, en el curso de sus plegarias matutinas, le fue revelado que no le quedaba mucho tiempo por vivir. Aquel anuncio le llenó de júbilo y apartó aún más su corazón de las cosas de este mundo.

Durante esa época, con frecuencia en las aulas y en el claustro se le veía arrobado en la contemplación; algunas veces, en el comedor y durante el recreo caía en éxtasis. Los atributos de Dios eran los temas de meditación favoritos del santo y, al considerarlos, parecía impotente para dominar la alegría desbordante que le embargaba.

Una epidemia

En 1591, atacó con violencia a la población de Roma una epidemia de fiebre. Los jesuitas, por su cuenta, abrieron un hospital en el que todos los miembros de la orden, desde el padre general hasta los hermanos legos, prestaban servicios personales.

Luis iba de puerta en puerta con un zurrón, mendigando víveres para los enfermos. Muy pronto, después de implorar ante sus superiores, logró cuidar de los moribundos. Luis se entregó de lleno, limpiando las llagas, haciendo las camas, preparando a los enfermos para la confesión.

Luis contrajo la enfermedad. Había encontrado un enfermo en la calle y, cargándolo sobre sus espaldas, lo llevó al hospital donde servía.

Pensó que iba a morir y, con grandes manifestaciones de gozo (que más tarde lamentó por el escrúpulo de haber confundido la alegría con la impaciencia), recibió el viático y la unción. Contrariamente a todas las predicciones, se recuperó de aquella enfermedad, pero quedó afectado por una fiebre intermitente que, en tres meses, le redujo a un estado de gran debilidad.

Luis vio que su fin se acercaba y escribió a su madre: «Alegraos, Dios me llama después de tan breve lucha. No lloréis como muerto al que vivirá en la vida del mismo Dios. Pronto nos reuniremos para cantar las eternas misericordias.» En sus últimos momentos no pudo apartar su mirada de un pequeño crucifijo colgado ante su cama.

En todas las ocasiones que le fue posible, se levantaba del lecho, por la noche, para adorar al crucifijo, para besar una tras otra, las imágenes sagradas que guardaba en su habitación y para orar, hincado en el estrecho espacio entre la cama y la pared. Con mucha humildad pero con tono ansioso, preguntaba a su confesor, San Roberto Belarmino, si creía que algún hombre pudiese volar directamente, a la presencia de Dios, sin pasar por el purgatorio. San Roberto le respondía afirmativamente y, como conocía bien el alma de Luis, le alentaba a tener esperanzas de que se le concediera esa gracia.

En una de aquellas ocasiones, el joven cayó en un arrobamiento que se prolongó durante toda la noche, y fue entonces cuando se le reveló que habría de morir en la octava del Corpus Christi. Durante todos los días siguientes, recitó el «Te Deum» como acción de gracias.

Algunas veces se le oía gritar las palabras del Salmo: «Me alegré porque me dijeron: ¡Iremos a la casa del Señor!» (Salmo Cxxi – 1). En una de esas ocasiones, agregó: «¡Ya vamos con gusto, Señor, con mucho gusto!» Al octavo día parecía estar tan mejorado, que el padre rector habló de enviarle a Frascati. Sin embargo, Luis afirmaba que iba a morir antes de que despuntara el alba del día siguiente y recibió de nuevo el viático. Al padre provincial, que llegó a visitarle, le dijo:

-¡Ya nos vamos, padre; ya nos vamos …! -¿A dónde, Luis? -¡Al Cielo! -¡Oigan a este joven! -exclamó el provincial- Habla de ir al cielo como nosotros hablamos de ir a Frascati.

Al caer la tarde, se diagnóstico que el peligro de muerte no era inminente y se mandó a descansar a todos los que le velaban, con excepción de dos. A instancias de Luis, el padre Belarmino rezó las oraciones para la muerte, antes de retirarse. El enfermo quedó inmóvil en su lecho y sólo en ocasiones murmuraba: «En Tus manos, Señor. . .»

Entre las diez y las once de aquella noche se produjo un cambio en su estado y fue evidente que el fin se acercaba. Con los ojos clavados en el crucifijo y el nombre de Jesús en sus labios, expiró alrededor de la medianoche, entre el 20 y el 21 de junio de 1591, al llegar a la edad de veintitrés años y ocho meses.

Los restos de San Luis Gonzaga se conservan actualmente bajo el altar de Lancellotti en la Iglesia de San Ignacio, en Roma.

Fue canonizado en 1726.

El Papa Benedicto XIII lo nombró protector de estudiantes jóvenes. El Papa Pio XI lo proclamó patrón de la juventud cristiana.

Bibliografía:

Benedictinos, monjes de la abadía de San Agustin en Ramsgate. The Book of Saints. VI edition. Wilton: Morehouse Publishing, 1989

Butler, Vida de Santos, vol. IV. México, D.F.: Collier’s International – John W. Clute, S.A., 1965.

Sgarbossa, Mario y Giovannini, Luigi. Un Santo Para Cada Dia. Santa Fe de Bogota: San Pablo. 1996.

(Fuente: corazones.org)

http://www.santopedia.com/santos/san-luis-gonzaga

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Sigue en directo la ordenación de los nuevos sacerdotes malagueños Antonio y José Ignacio

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Hoy, a las 11.00 horas, el Sr. Obispo, D. Jesús Catalá, ordena como sacerdotes a Antonio del Río Mena y José Ignacio Postigo Íñigo. Pueden seguir en directo la celebración desde el canal Youtube de la Catedral de Málaga.

A partir de las 11.00 horas podrán ver en directo desde el Canal Youtube de la Catedral de Málaga, la celebración. 

Pinchando en este enlace.

También podrá seguir en directo la celebración de la Solemnidad del Corpus Christi mañana, 22 de junio, a las 11,30 horas, presidida por el Sr. Obispo, D. Jesús Catalá.

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ARCHISEVILLA 7 días. Edición del 20-06-2025

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ARCHISEVILLA 7 días. Edición del 20-06-2025

Un resumen de la actualidad semanal en la Archidiócesis de Sevilla. Edición del viernes 20 de junio de 2025.

La Buena Noticia de la Iglesia en imágenes.

 

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Eucaristía, misterio que se ha de creer, celebrar y vivir

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Eucaristía, misterio que se ha de creer, celebrar y vivir

Este domingo 22 de junio la Iglesia Universal celebra la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. La conmemoración del Corpus Christi hunde sus raíces en el siglo XIII, cuando la religiosa santa Juliana de Cornillón promovió, en 1208, la idea de celebrar una festividad en honor del Cuerpo de Cristo presente en la Eucaristía.  La primera vez que se celebró fue en la diócesis de Lieja (Bélgica), en 1246.

La solemnidad se instituyó el 11 de agosto de 1264 por el papa Urbano IV, mediante la bula Transiturus de hoc mundo’ que se traduce en ‘Pasando de este mundo’, en referencia a la Última Cena.

En el citado documento, el papa Urbano escribió: “Es un alimento que restaura y nutre verdaderamente, sacia en sumo grado no el cuerpo, sino el corazón; no la carne, sino el espíritu; no las vísceras, sino el alma. El hombre tenía necesidad de un alimento espiritual, y el Salvador misericordioso proveyó, con piadosa atención, al alimento del alma con el manjar mejor y más noble”. Sobre el pan de vida añadió: ¡Glorioso memorial, deberías ser guardado entre los más profundos latidos del corazón, impreso indeleblemente en el alma, encerrado en las intimidades del espíritu, honrado con la más asidua y devota piedad!”.

Eucaristía, fuente y cima de la misión de la Iglesia

Ocho siglos después de ‘Transiturus de hoc mundo’, la Iglesia celebró el Concilio Vaticano II, donde afirmó con acierto, por medio de sus documentos conciliares, concretamente de Lumen Gentium (Luz de los pueblos) que la Eucaristía es la fuente y la cima de la vida y de la misión de la Iglesia. “Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, los fieles ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella”.

También el papa Benedicto XVI en la exhortación apostólicaSacramentun Caritatis publicada en 2007, reflejó la armonía entre dogma, liturgia y vida: “la Eucaristía es un misterio que se ha de creer, celebrar y vivir”. Las consideraciones siguientes del documento se centraron en dos aspectos de esa triple dependencia: la relación entre fe y celebración y la relación entre celebración y vida.

Éste es el misterio de la fe

Con esta expresión, pronunciada inmediatamente después de las palabras de la consagración, el sacerdote proclama el misterio celebrado y manifiesta su admiración ante la conversión sustancial del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, una realidad que supera toda comprensión humana. En efecto, “la Eucaristía es misterio de la fe por excelencia: Es el compendio y la suma de nuestra fe. La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía. La fe y los sacramentos son dos aspectos complementarios de la vida eclesial. La fe que suscita el anuncio de la Palabra de Dios se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor resucitado que se produce en los sacramentos”, escribió el papa Benedicto.

Lex orandi lex credendi

En esta línea, los padres sinodales participantes en el Sínodo de los Obispos celebrado en 2015, dos años antes de ‘Sacramentum caritatis’, reflexionaron sobre la relación intrínseca entre fe eucarística y celebración, poniendo de relieve el nexo entre lex orandi y lex credendi (la ley de la oración es la ley de la creencia), subrayando la primacía de la acción litúrgica. “Es necesario vivir la Eucaristía como misterio de la fe celebrado auténticamente, teniendo conciencia clara de que el intellectus fidei (entendimiento de la fe) está originariamente siempre en relación con la acción litúrgica de la Iglesia”.

“Puesto que la liturgia eucarística es esencialmente actio Dei que nos une a Jesús a través del Espíritu, su fundamento no está sometido a nuestro arbitrio ni puede ceder a la presión de la moda del momento. En esto también es válida la afirmación indiscutible de san Pablo: «Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo»”, añadieron los padres sinodales.

Forma eucarística de la vida cristiana

La tercera dimensión esbozada en ‘Sacramentum caritatis’, es la Eucaristía como misterio que se ha de vivir. Así, el nuevo culto cristiano abarca todos los aspectos de la vida, transfigurándola: «Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» (1 Co 10, 31). De lo anterior se deduce que “el cristiano está llamado a expresar en cada acto de su vida el verdadero culto a Dios. De aquí toma forma la naturaleza intrínsecamente eucarística de la vida cristiana. La Eucaristía, al implicar la realidad humana concreta del creyente, hace posible, día a día, la transfiguración progresiva del hombre, llamado a ser por gracia imagen del Hijo de Dios”.

En este sentido, “todo lo que hay de auténticamente humano -pensamientos y afectos, palabras y obras- encuentra en el sacramento de la Eucaristía la forma adecuada para ser vivido en plenitud”.

Frutos de la comunión eucarística

El numeral 1391 del Catecismo de la Iglesia Católica describe los frutos de la comunión eucarística de la siguiente manera: “La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús”. De allí se desprende que “la comunión con la Carne de Cristo resucitado conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística”. En definitiva, la Eucaristía acrecienta la comunión con Cristo, separa del pecado, fortalece la caridad, construye la comunión dentro de la Iglesia, compromete a favor de los necesitados,  fomenta la dimensión misionera de la Iglesia y anticipa la gloria celeste.

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