
Monseñor Jesús Fernández ha ordenado diáconos en la Santa Iglesia Catedral a Angelo Bruno, José Agustín González Contreras, Ángel González García, Jesús Romera Fernández y Blas Sánchez Villarejo

El Obispo de Córdoba ha ordenado cinco diáconos en la Santa Iglesia Catedral de Córdoba coincidiendo con la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, motivo por el cual ha impartido la bendición apostólica al término de la celebración con indulgencia plenaria. En este contexto de fiesta, se ha hecho presente la alegría y la gratitud a los cinco nuevos diáconos: Angelo Bruno, Jesús Romera Fernández y Blas Sánchez Villarejo del Seminario Diocesano Misionero Redemptoris Mater “San Juan de Ávila”; Ángel González García del Seminario Conciliar “San Pelagio” y José Agustín González Contreras del Instituto del Verbo Encarnado (IVE). Cinco personas que “responden a la llamada de Dios entregado su vida al Señor y a la causa del Evangelio”, ha reconocido el Obispo.
Por sus nombres han sido llamados a los pies del altar mayor por el Secretario Canciller de la Diócesis y han sido presentados ante el Obispo antes de pronunciar su homilía. A la Virgen María se ha referido al inicio de su alocución monseñor Jesús Fernández como ejemplo luminoso de disponibilidad obediente, por su solidaridad con nosotros y por su “responsabilidad ante la propuesta recibida de ser la madre de Jesucristo: Dios se ha encarnado y nos ha librado del pecado y de la muerte”.
En su homilía, el Obispo ha reconocido que “son muchos los males que nos afligen, pero pocos o ninguno tan doloroso como el enfrentamiento vivido en nuestras familias, en nuestros pueblos y ciudades, entre las naciones” y ha proseguido señalando que ninguno de ellos es tan “frustrante” como el alejamiento de Dios, fuente de Vida y Esperanza, ante lo que se ha preguntado si “tienen solución nuestros males”. El prelado ha aludido al libro del Génesis, donde se nos ha dejado claro que “el mal es tan antiguo como el ser humano” y ha proclamado que si “el pecado nos trajo la maldición, la bendición nos ha venido de la mano de Jesucristo, el Hijo de Dios”.
El pueblo cristiano, y particularmente el pueblo español, ha sabido captar que, en el misterio de María Inmaculada, se contiene un gran anuncio para toda la Iglesia, ha proseguido el Obispo, que en su alocución ha reconocido que “es verdad que el género humano aun pierde batallas en el terreno de la obediencia a Dios: el respeto y el amor al hermano, la justicia, la pureza, la verdad… pero, definitivamente, la guerra está ganada. La Virgen Inmaculada nos muestra el camino y, al hacerlo, sostiene nuestra esperanza”.
Una esperanza expresada en el misterio de la consagración a Cristo de los cinco diáconos a los que se ha dirigido asegurando que “os comprometéis a la oración” como alimento sin el cual “la mundanidad se abrirá paso en vuestras vidas” y ha recomendado permanecer a la escucha porque “Él os hablará a través de múltiples canales” y su Mensaje les llegará también a través de los “signos de los tiempos, pues Dios no ha creado el mundo y se ha alejado de él” , sino que sigue presente y actuando gracias al impulso de su Espíritu. Por eso, el Obispo ha reflexionado sobre los profundos cambios que afectan a todos los ámbitos de la vida y “exigen a la Iglesia una actitud permanente de observación y reflexión y una creciente cercanía y sensibilización sobre los problemas y esperanzas del hombre de hoy: la desigualdad social y económica, las migraciones, la desvinculación, la crisis familiar, la pérdida del sentido de la vida y la crisis ecológica”.
Además ha recomendado a los cinco nuevos diáconos acoger la gracia que les llega de los sacramentos de la Iglesia y en particular “de la Penitencia y de la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana” además de proteger su compromiso con la obediencia porque “hoy no sólo recibís una consagración, recibís también una misión: ser imagen de Cristo servidor en medio de un mundo en el que se lleva más el ser servido que el servir” y preservar el celibato como “don inestimable de Dios a su Iglesia” y signo profético que señala la presencia del reino de Dios y apunta “hacia la consumación del mismo y que, se constituye en barrera protectora que nos permite encauzar las energías al servicio de la evangelización”.
Al término de su homilía, el Obispo ha trasmitido su alegría y agradecimiento a las familias, a las comunidades de origen, al Seminario, rector y formadores al frente que “pone ante vuestra mirada el testimonio de la Virgen María, pura y limpia de pecado, orante, obediente, disponible, humilde, y se compromete a orar por vosotros y a acompañaros en vuestro ministerio”.
Rito de ordenación diaconal
Los cinco nuevos diáconos han recibido el primer grado del orden sacerdotal junto al obispo emérito de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández, un gran número de sacerdotes diocesanos, rectores de ambos seminarios, formadores, seminaristas, familiares y amigos.
Tras la homilía, los elegidos pronunciaron sus promesas y seguidamente, postrados en tierra, se han cantado las letanías con todo el pueblo orando de rodillas. A continuación, los elegidos se han incorporado para recibir la imposición de las manos y plegaria de ordenación y, tras la imposición de investiduras, han recibido de manos del Obispo el libro de los Evangelios. Después ha continuado la celebración con el canto “Al que me sirva, mi Padre que está en el cielo lo premiará” (Sal 145).
La palabra «diácono» proviene del griego diakonos, que significa servidor o ministro. Este término fue adoptado por el cristianismo primitivo para describir a aquellos que se dedicaban al servicio dentro de la iglesia. El diácono es un ministro eclesiástico que participa de una manera especial en la misión y la gracia de Cristo. El sacramento del orden lo marca con un sello que nadie puede hacer desaparecer y que lo configura con Cristo que se hizo diácono, es decir, el servidor de todos. A partir de ese momento el diácono puede impartir la bendición, presidir una celebración del matrimonio, bautizar, predicar, celebrar exequias y liturgias de la Palabra, pero no puede ni celebrar la Misa, ni confesar. Su función principal es el servicio a los pobres y a la comunidad. Hay diáconos dos tipos de diáconos, los seminaristas en la etapa final de sus estudios y que serán ordenados sacerdotes pronto; y los diáconos permanentes, que son ciudadanos, generalmente hombres casados, que han recibido la sagrada orden del Diaconado.
En el siguiente enlace están recogidos datos biográficos de los nuevos diáconos.
Cinco vidas al servicio de la Iglesia, ejemplo de fe y entrega
Eucaristía completa de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María







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