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Llamada a la esperanza, también al concluir el Año jubilar

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Homilía de Mons. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en la Eucaristía de clausura del Año jubilar de la esperanza, día de los Santos Inocentes y Jornada mundial de las familias, celebrada en la Catedral el 28 de diciembre de 2025.

Queridos sacerdotes concelebrantes;
querido diácono;
queridos seminaristas;
queridos miembros de la vida consagrada presentes en esta celebración eucarística;
queridos hermanos y hermanas habituales en la misa dominical;
queridos delegados de Pastoral Familiar de nuestra diócesis de Granada;
querido matrimonio;
queridos hermanos y hermanas que estáis quizá de paso por Granada, disfrutando de sus monumentos, porque el tiempo no está acompañando y hace que vuestro esfuerzo hoy, por vuestra presencia en la catedral, que no es precisamente algo cálido, esté haciéndolo difícil:

Pero me alegra mucho que estéis en este clima navideño, en esta ceremonia que reúne como tres elementos fundamentales. Por una parte, concluimos el Jubileo 2025, el santo año del 2025 aniversario del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Este año jubilar que el Papa Francisco abrió con el lema “Peregrinos de Esperanza”. Este año jubilar en que hemos tenido tan presente esa virtud cristiana de la esperanza y nos lo cierra el próximo día 6, el Papa León XIV.

Hemos tenido encuentros diocesanos con el Papa. Primero, tuvimos un encuentro. Un grupo de una cooperativa de Granada, el día 19 de enero, con el Papa Francisco. Él que nos animaba a mirar a la Virgen de las Angustias expresamente y a que Ella fuera el ejemplo de darnos a los demás con la disponibilidad con que ella da y muestra a Cristo. Después, hemos tenido una peregrinación diocesana y, a lo largo del año, han ido viniendo parroquias a nuestro templo catedralicio y a otros templos diocesanos para mostrar, pasando la Puerta Santa y con un sentido penitencial y, al mismo tiempo, de renovación cristiana, nuestra pertenencia al Pueblo de Dios. El Pueblo que quiere caminar, que quiere ir junto y ese sentido también de la sinodalidad que nos ha animado con el plan pastoral. Todo ello junto a este Año en que el año jubilar de júbilo y de perdón ha ido compasando nuestro caminar de cristiano. Le doy las gracias al delegado diocesano, a don José Carlos, por su trabajo y a quienes le han acompañado.

El Año jubilar no es una conmemoración sin más. Es cada 50 años y con fuerte raigambre bíblica en los jubileos del Pueblo de Israel, en el retorno al comienzo, en la mirada a los inicios para recobrar fuerzas y vivir con ese espíritu de generosidad en el seguimiento del Señor.

El Año jubilar nos ha llevado a mirar de una manera especial en nuestro mundo, que si lo miramos solo con una mirada humana nos puede producir desánimo, nos puede producir esa tristeza de enfrentamientos, esa tristeza de las guerras, de los sufrimientos, de las brechas entre ricos y pobres, cada vez más profundas y más separadas; en nuestro mundo con guerras y conflictos abiertos, mientras se negocia teóricamente de paz; donde se destinan grandes cantidades inusitadas de dinero, armamento y se prepara para esa guerra que el Papa Francisco denunciaba como tercera guerra mundial hecha de pequeñas guerras en el mundo, pero que ya no son tan pequeñas en los escenarios de Ucrania, en los escenarios de Oriente Medio, con el pueblo de Gaza, con los atentados antes en Israel.

Queridos hermanos, la esperanza también tan necesaria en nuestra nación, donde se vive esa confrontación política a la que no podemos acostumbrarnos, donde el Parlamento, como la palabra indica, es un lugar de diálogo, de consenso, de conjuntar las fuerzas que legítimamente han sido elegidas por los ciudadanos para buscar el bien común, no sólo el interés de cada partido a arrancar lo que puede para su propio beneficio, sino un lugar donde se busque el bien común de todos, que es mucho más que el interés general. Y vemos ese clima de crispación que se traslada a la vida social, a la vida pública, donde a los demás y a los que piensan distinto ya no se les ve como contrincantes en la libre disposición de una confluencia de voluntades en el ordenamiento político y social de un país para la mejora de éste, sino se va a hacer caer al otro.

Queridos hermanos, todo eso no vivimos en las nubes. Yo no me estoy metiendo en política. Lo que sí estoy reclamando, como pastor de la Iglesia, y en este año que va a concluir ya, y con miras al año que viene, es una caridad social y política, es una cultura de la amabilidad política, del diálogo social. Y, queridos amigos, cuando esto no se vive, se traslada a los ciudadanos la sospecha, se traslada al recelo del otro, se traslada al rechazo, y especialmente de los más necesitados, de los más pobres, de quienes llaman a las puertas de nuestro país, cuando esto ocurre en un clima en que los jóvenes ven y hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, donde el derecho a la vivienda se ha vuelto inaccesible, donde los más jóvenes no pueden formar un hogar (aquello del “casado, casa quiere”), como un derecho fundamental de la persona, y donde la casa de los padres se convierte, como siempre, la familia en el colchón que amortigua las crisis sociales y políticas, en el sentido que es el santuario no sólo de la vida, y debe serlo, sino también de preservar el bienestar y los derechos de las personas. Pero, claro, en este día en que se celebra también la Sagrada Familia, en que le hemos pedido al Señor, que propuso a la Sagrada Familia como admirable ejemplo para su pueblo, nos conceda imitarla en las virtudes domésticas y en su unión en el amor, a fin de que nosotros participemos un día del hogar del cielo, de los bienes eternos.

Esa es la oración y la intención de hoy. Pero vemos que la familia está afectada también en este clima social que vivimos. El casado, pues ya por lo pronto no casados. Entonces, incluso en familias cristianas, el matrimonio prácticamente ha quedado reducido al mínimo, y todo se hace en un experimento a ver qué sale, porque ya no se cree en un para siempre, porque ya no se cree en la fidelidad del otro, porque se va a aprobar todo y nos defendemos en un individualismo cerrado, aunque se viva junto o arrejuntado, como se decía antes.

Entonces, queridos amigos, este es el ambiente, por desgracia. Claro, que hay buenas familias. Claro, que hay familias cristianas. Y miramos a nuestros padres y miramos a los abuelos, que esa es otra. Hemos escuchado el texto del Antiguo Testamento, del libro del Eclesiástico, donde se nos hace una invitación al pueblo de Israel, también a nosotros, al cuidado dentro de la familia, a la obediencia y la unidad en la familia, en la familia constituida por la unión de un hombre y una mujer, abierta a la vida y para siempre. Esa es la familia humana. Esa es la familia que se basa en la ley natural o en lo que el Papa Benedicto XVI llamaba “la gramática de la naturaleza”. Esa es la familia donde el ser humano es querido, como decía san Juan Pablo II, por lo que es y no por lo que tiene. Es una familia que responde al orden natural y al orden querido por Dios, no al subjetivismo de cada uno en la conformación de su propio cuerpo.

Queridos hermanos y hermanas, esto pueden parecer cosas teóricas o que ocurren en sitios extraños, pero esto está en la médula, por desgracia, de nuestra sociedad en la que vivimos y en la que se contempla y se contemporiza sin más. Tenemos que respetar a todos. Tenemos que ser exquisitamente delicados en el respeto a las conciencias de los demás, pero sin renunciar a manifestar nuestras convicciones y la doctrina de la Iglesia. Y hay cosas que no son compatibles con el ser cristiano. Y no puede usarse el amor fraterno o el amor misericordioso de Dios para contemporizar o justificar lo injustificable. Comprensión con las personas, siempre y en todo lugar. Intransigencia con lo que no es de Dios y no va en favor del hombre.

Y ahí, también en este día confluye, al ser la fiesta de los Santos Inocentes, una mirada hacia tantos inocentes que son arrebatados de la vida en el vientre de su madre. Algo que tiene detrás ciertamente un drama, una tragedia en la muerte de un niño, de un ser concebido y no nacido, una persona humana desde el momento de su concepción. Defendemos la vida y la vida de todos y toda vida humana. Defendemos la abolición de la pena de muerte. Defendemos todo esto. No podemos coger en el comportamiento moral y cívico lo que nos conviene o según vengan las modas, y lo que ayer era blanco ahora negro, o lo que ayer era negro hoy es blanco, porque eso es lo que se lleva, inducido por ideologías.

Queridos hermanos, ya mostramos de la historia, donde hemos visto el sufrimiento de los seres humanos, cuando se ha alejado del plan de Dios o se ha alejado de la realidad de la naturaleza humana, del sentir de la ley natural.

Hemos pedido al Señor imitar a la Sagrada Familia en las virtudes domésticas y en su unión en el amor. Esa unión en el amor, si en la familia es fuerte, lo será fuerte en la ciudad, lo será fuerte en la sociedad, lo será fuerte en nuestro país, lo será fuerte en nuestro mundo. Si se respeta al otro en la vida familiar, si hay una fidelidad que se consagra a pesar de las dificultades, si hay una ayuda y se quiere al otro por lo que es y no por lo que tiene, se crea y se favorece unas personas que viven el respeto a Dios y los fundamentos básicos del comportamiento moral. Cuando eso no existe, cuando todo está en función de modas impuestas, inducidas, entonces, hemos perdido la batalla del ser humano.

Y también quiero destacar y nos invita hoy la Palabra de Dios con toda esa serie de consejos que nos da el apóstol Pablo en la Carta a los Colosenses, donde desmenuza el amor familiar; es más, desmenuza el amor de la comunidad cristiana, por encima de todo el amor que es el ceñidor de la unidad consumada. Ese amor desmenuzado en la comprensión, en la preocupación por el otro, en el cuidado. Ese amor desmenuzado en el respeto. Ese amor que se viva en la familia. Y los primeros cristianos no vivían en las nubes, vivían en un ambiente paganizado como el nuestro y en un ambiente de persecución, por serlo.

El cuidado de los ancianos, de los mayores. Esta es otra de las lacras de nuestra sociedad y que falta. No hay plaza en las residencias de ancianos. Las viviendas carísimas, inaccesibles, pero donde no caben los ancianos. Se ha roto el vínculo de la memoria, de facilitar a los nietos la convivencia con los mayores. Vivimos una sociedad en unos cambios profundos, queridos amigos, donde la familia los está sufriendo de manera especial. ¿Cómo tenemos que responder? ¿Viendo esto sólo negativo? No. Con el testimonio de la vida cristiana, de las familias cristianas, con la apertura y la generosidad de la vida, con la defensa de los más necesitados y de los más pobres, con el cuidado de los mayores, con el respeto a la vida siempre, a la vida de todos y toda la vida. No somos los dueños de la vida de nadie.

Queridos hermanos, en este Año jubilar con una llamada a la esperanza, es esta la que debe movernos para responder a unas situaciones difíciles, como lo han hecho los cristianos a lo largo de la historia, con generosidad, con valentía, con la fuerza del espíritu. Mirándonos en el ejemplo maravilloso de la Sagrada Familia. Vemos cómo José y María y Jesús están en medio de dificultades, de la persecución, de la odies. Vemos cómo obedecen al Señor, pero saben ser inteligentes y saben discernir y actuar en consecuencia ante lo que Dios les pide. Vivamos así, queridos hermanos, y veréis cómo fortaleciendo nuestras familias, nos fortalecemos a nosotros mismos y fortalecemos a la sociedad.

Lo que le decíamos al Señor, que ha propuesto a la Sagrada Familia como ejemplo maravilloso para el pueblo cristiano. Concédenos imitarla en las virtudes domésticas, que son esas virtudes de andar por casa, esas virtudes que hacen que en la familia no haya sólo caridad, haya cariño.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

28 de diciembre de 2025
S.A.I Catedral de Granada

Homilía en la fiesta de la Sagrada Familia y clausura del Año Jubilar

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HOMILÍA EN LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA Y

CLAUSURA DEL AÑO JUBILAR EN LA SANTA IGLESIA

CATEDRAL DE JAÉN 2025

Lecturas: Eclo 3, 2-6. 12-14;  Col 3, 12-21; Mt 2, 13-15. 19-23

 

Celebramos en este domingo de Navidad una fiesta muy entrañable: la Sagrada Familia de Nazaret, Jesús, María y José. Y lo hacemos, además, en un día muy significativo para nuestra Iglesia diocesana, porque en esta Catedral de Jaén, Templo Jubilar, clausuramos el Año Jubilar de la esperanza que hemos vivido como tiempo de gracia, de conversión y de esperanza.

Venimos a dar gracias por lo recibido. Venimos también a pedir luz para el camino que continúa, la peregrinación de nuestra vida. Y venimos, sobre todo, a poner en manos del Señor lo más valioso y lo más frágil que tenemos: nuestras familias.

La primera lectura, del libro del Eclesiástico, nos lleva a lo concreto: honrar a los padres, cuidarlos, acompañarlos, no dejarlos solos en la vejez. La fe se juega también en esos gestos sencillos: respeto, paciencia, ternura.

Esta Jornada de la Familia, con el lema “Matrimonio, vocación de santidad” está plenamente justificada: hoy necesitamos la familia más que nunca, enraizada en la vocación matrimonial, llamada de Dios, voluntad de Dios que genera “un hogar”. En un mundo duro, con soledades y cansancios, todos necesitamos un lugar de aceptación y afecto. Y, al mismo tiempo, sabemos que la familia sufre: dificultades de identidad – cuando se presenta la fidelidad, el sacrificio, la renuncia y la entrega total como una carga – y dificultades muy reales: trabajo, vivienda, economía, conciliación, educación de los hijos… Por eso, hoy reafirmamos con serenidad que la familia es un bien insustituible, y cuidarla es servir al bien común, es cuidar y proteger a nuestra sociedad, a nuestra humanidad.

San Pablo, en su carta a los Colosenses, nos da el “estilo” de una familia cristiana donde hay: compasión, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia; perseverancia y perdón; y, donde por encima de todo, está el amor.

Para que una familia camine hacen falta muchas cosas, sí, pero sobre todo dos claves: un descubrimiento y una actitud. El descubrimiento de la grandeza de la persona: que somos hijos de Dios, con un valor infinito. Donde mirar así cambia el trato, abre al respeto y facilita el perdón. Y la actitud ante el amor: pues el amor verdadero en la pareja es presencia, manifestación del amor de Cristo, un amor que es entrega, generosidad, oblativo y que se renueva cada día y se alegra de hacer felices a los demás. Es un amor que llama a la santidad y hace santidad.

El Evangelio de Mateo nos muestra a José en la huida a Egipto: de noche, sin ruido, con prontitud. José custodia a María y al Niño. Se fía de Dios y protege la vida. La Sagrada Familia conoció la fragilidad, la incertidumbre, el camino difícil. Por eso está cerca de tantas familias que hoy pasan pruebas. Y José nos enseña algo precioso: amar es estar, sostener, proteger.

Y recordemos lo esencial: como en Caná, Jesús tiene que estar presente en nuestras casas para transformar nuestros amores pobres en un amor más fiel y generoso. Y con Él, María, Madre que acompaña y enseña a creer y a perseverar.

Queridos hermanos, hoy no solo contemplamos a la Sagrada Familia, hoy, en esta Catedral, cerramos un Año Jubilar. Y lo cerramos preguntándonos, con sencillez y con verdad, qué quiere el Señor de nosotros después de todo lo vivido.

Damos gracias por este tiempo de gracia en el que Dios nos ha devuelto a lo esencial: la esperanza no es un optimismo ingenuo; la esperanza es Cristo. Él ha sido el centro de este Jubileo: su misericordia, su palabra, su perdón, su Eucaristía.

Pero al concluirlo nace una pregunta muy concreta para nuestra Iglesia de Jaén: ¿a qué nos lleva todo lo que hemos vivido como “Peregrinos de esperanza”?

No sería cristiano quedarnos solo en el recuerdo de actos y celebraciones. El Jubileo ha sido un don, y todo don se convierte en misión. Por eso, yo diría que lo vivido nos conduce, al menos, a cuatro caminos muy claros:

  1. a) A volver a lo esencial: a poner a Jesucristo en el centro.

El Jubileo nos ha purificado de lo accesorio y nos ha recordado lo primero: Cristo. Él es nuestra esperanza. Él sostiene la Iglesia. Él nos espera siempre. De aquí nace una llamada para nuestra diócesis: cuidar con más amor la Eucaristía dominical, la escucha de la Palabra, la adoración, la vida sacramental. Si Cristo no es el centro, todo se desordena; si Cristo es el centro, todo encuentra su sitio.

  1. b) A una Iglesia reconciliada y misericordiosa.

En este año hemos experimentado – de muchas maneras – que Dios abre puertas: la puerta del perdón, la puerta de la paz, la puerta de la comunión. Por eso, el Jubileo nos empuja a ser una diócesis donde se respire reconciliación: en las familias, en las parroquias, en las comunidades, también entre nosotros, siendo fermento de comunión en nuestra sociedad. Que no nos acostumbremos a vivir con heridas abiertas o con distancias. Lo que hoy vivimos en nuestra sociedad no es nuestro hábitat natural. La esperanza se nota cuando una Iglesia sabe perdonar y volver a empezar, generando un ambiente de fraternidad.

  1. c) A una Iglesia en salida: esperanza para los que más sufren

Ser “peregrinos” significa moverse. Y la esperanza, si es verdadera, nos pone en camino hacia los demás, especialmente hacia quienes cargan con más peso: los pobres, los enfermos, los mayores que están solos, los que viven la precariedad, los que están lejos de la fe, los que se sienten descartados. El Jubileo no puede quedarse en la Catedral: tiene que salir de la Catedral. Se traduce en caridad concreta, en cercanía, en compromiso.

  1. d) A fortalecer la fe en lo cotidiano

El Jubileo nos enseña a vivir la fe no como algo añadido, sino como alma de la vida. Y eso se juega en lo ordinario: en el trabajo, en las relaciones, en la educación, en la familia, en las pequeñas decisiones de cada día. Por eso, clausurar el Jubileo significa volver a Nazaret, como la Sagrada Familia: santificar lo cotidiano. Llevar la esperanza a nuestras parroquias, colegios, cofradías, movimientos, asociaciones, a nuestros pueblos y barrios.

Así entendemos lo esencial: clausurar el Jubileo no es cerrar la gracia. Lo que termina es un tiempo señalado; lo que permanece es la llamada a vivir lo celebrado. Como Iglesia de Jaén, después de este año, el Señor nos dice: “No os quedéis parados. Seguid caminando. Sed peregrinos de esperanza: con Cristo en el centro, con misericordia en el corazón, con caridad en las manos y con fe encarnada en la vida.”

Y así, al cerrar hoy este Año Jubilar en nuestra Diócesis, el Señor nos envía a llevar lo vivido a nuestras casas y a nuestras calles, para que se note que la esperanza no defrauda (cf. Rom 5,5).

Esta Catedral es casa de todos. Es signo visible de nuestra comunión. Aquí venimos como somos: con nuestras alegrías y nuestras heridas. Y hoy, como familia diocesana, pedimos una gracia: que nuestra diócesis tenga alma de hogar, que nadie se sienta solo, que haya acogida, consuelo, luz.

Y pedimos también que cada hogar sea una “iglesia doméstica”. Para llegar a ser ella misma, la familia necesita desarrollarse en todos los aspectos de la vida humana; no basta el solo afecto, ni los intereses comunes. Es precioso que los esposos compartan también su vida espiritual: la oración, la participación en la Eucaristía, el servicio a los demás, la caridad concreta.

Por eso, en una familia cristiana es bueno que haya signos de fe a la vista, momentos de oración común, tiempos para hablar de lo que Dios nos pide, gestos compartidos de solidaridad. Y así la fe se transmite no como rutina, sino como vida. Los hijos no aprenden solo por lo que se les dice, sino por lo que ven: una fe operante, una fe que se traduce en obras, una fe que perdona y sostiene.

Y también hoy renovamos un compromiso eclesial: acompañar a los jóvenes en la preparación al matrimonio, sostener a los matrimonios en sus dificultades, ayudar a las familias a educar en la fe, cuidar a los mayores, estar cerca de quienes viven situaciones de fragilidad o soledad. La Iglesia quiere ser madre: una casa donde se aprende a amar.

Hermanos, al concluir esta Eucaristía y clausurar el Año Jubilar, no nos llevamos solo un recuerdo: nos llevamos una llamada. Hemos peregrinado, hemos celebrado, hemos pedido perdón, hemos dado gracias… y ahora el Señor nos dice: “Volved a casa conmigo”.

Y hoy, en esta clausura, es de justicia DAR GRACIAS. Gracias: al equipo de la Comisión diocesana para el Año Jubilar, presidida por el Comisario, el Vicario Episcopal D. Bartolomé López, por el trabajo constante, discreto y generoso; a la Cofradía de Nuestro Padre Jesús, “el Abuelo”, por acoger y sostener a tantos peregrinos que han iniciado desde el Santuario diocesano “el Camarín de Jesús” la peregrinación hacia la Catedral; a los voluntarios, que han sido el rostro visible de la caridad organizada: acogiendo, orientando, sirviendo, solucionando; y aquí hago mención especial a la presencia de Cáritas Diocesana, que han mantenido vivo el signo de caridad de este Jubileo; a los coros de nuestra Diócesis, que han elevado la oración del pueblo y han embellecido nuestras celebraciones; a parroquias, comunidades religiosas, movimientos, cofradías, hermandades, delegaciones, y a tantos fieles sencillos que han puesto su granito de arena. Así como de manera especial, agradecemos a la Catedral y a su Cabildo, así como la ayuda y disponibilidad del Ayuntamiento de Jaén y de los distintos organismos y fuerzas de seguridad de nuestra ciudad y de nuestra Provincia, que gracias a ellos ha sido posible realizar y vivir las peregrinaciones y determinadas celebraciones: ¡Gracias!

Y gracias, sobre todo, al Señor, que nos ha sostenido en este camino y nos ha regalado su gracia.

Encomendemos a Jesús, María y José a todas nuestras familias. Que nos enseñen a vivir unidos, a sostenernos en las pruebas y a cuidar lo esencial. Y que, al salir de esta Catedral, cada uno pueda ser en su casa y en su entorno una pequeña luz que diga, sin palabras, una gran verdad: Dios está con nosotros. Y por eso, siempre hay esperanza.

 

+ Sebastián Chico Martínez Obispo de Jaén

 

Homilía en la Fiesta de la Sagrada Familia y clausura del Año Jubilar

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Homilía de Mons. José Antonio Satué en la Fiesta de la Sagrada Familia celebrada en la Catedral de Málaga en la tarde del 28 de diciembre, clausura del Año Jubilar de la Esperanza.

Homilía
Fiesta de la Sagrada Familia
Clausura del Jubileo 2025 – Diócesis de Málaga

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy la Sagrada Familia y, al mismo tiempo, clausuramos el Jubileo de la Esperanza en nuestra Iglesia diocesana, que peregrina en estas tierras de Málaga y Melilla.

La mirada entrañable a la familia de Nazaret reaviva en nosotros el agradecimiento por el espléndido don de la familia, “escuela del mejor humanismo”. En esta Eucaristía, queremos dar gracias por tantos matrimonios, cuya mutua fidelidad refleja la fidelidad de Dios Padre con nosotros, y rezar por las parejas jóvenes, para que preparen con ilusión la construcción de un nuevo hogar.

Con esta Eucaristía, acción de gracias, también clausuramos el Año Jubilar. El papa Francisco nos convocó a celebrar este Año Jubilar bajo el lema “La esperanza no defrauda” (cf. Rom 5,5). Ha sido un año de gracia, vivido en nuestras comunidades, manifestado en las peregrinaciones a los templos jubilares: nuestra Catedral, el templo del Sagrado Corazón de Melilla, y el centro benéfico del Cotolengo.

Una invitación: «empezar de nuevo»

Al clausurar este Jubileo, no podemos limitarnos a mirar hacia atrás, sino que es necesario mirar al futuro. Nos surge una pregunta que debemos plantearnos como comunidad: ¿qué haremos ahora con tanta gracia recibida? La respuesta que una y otra vez me ha brotado en la oración es esta: el Señor espera de nosotros que volvamos a empezar. De su mano, por supuesto. Volver a empezar de la mano del Señor.

En la Biblia, el año jubilar era un tiempo santo que invitaba a comenzar de nuevo. Experimentar la indulgencia de Dios impulsaba a tratar con indulgencia a las personas y a la tierra. Por eso, se cancelaban las deudas, se liberaba a los esclavos y se devolvía la tierra. En la Sagrada Escritura, el jubileo no era solo una medida social; era una confesión de fe: los bienes e incluso la vida no nos pertenecen absolutamente, todo es don de Dios. Cuando las relaciones se rompen, el corazón se endurece, la injusticia crece y los nubarrones se espesan en el horizonte, el jubileo recordaba al pueblo que Dios siempre nos abre nuevas puertas. Nos invita a darnos nuevas oportunidades, a perdonar y a reemprender el camino.

Acojamos, en este marco jubilar, la llamada de la Palabra de Dios que nos anima a no abochornar y a tener indulgencia (primera lectura); a vestirnos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión, a sobrellevarnos mutuamente y perdonarnos. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor (segunda lectura).

Empezar de nuevo no significa olvidar nuestra historia. Todo lo contrario: queremos aprender de nuestros errores y apoyarnos en el testimonio de los santos y beatos, tanto los conocidos como los “santos de la puerta de al lado”, aquellos laicos, religiosos y pastores que han vivido entre nosotros, compartiendo su vida y su fe.

Empezar de nuevo tampoco supone renunciar a las exigencias de la verdad y la justicia; significa, sobre todo, acoger como personas y como comunidad la salvación que Dios nos ofrece; de modo que nadie quede prisionero para siempre de las estructuras de pecado, ni encadenado a sus acciones pasadas, ni sometido a viejos resentimientos, infinitamente más grandes que la ofensa de la que nacieron. Todos tenemos experiencia de que una palabra dicha en el peor momento (aunque quizá sin maldad) ha producido enfrentamientos de por vida. Es el momento de superarlos o de iniciar un camino que nos permita avanzar.

El Jubileo vivido ha fortalecido nuestra fe, ha avivado nuestra caridad, anclando nuestra vida en una “esperanza que no defrauda”, fortaleciendo en nosotros la certeza humilde de que Dios siempre sigue actuando, de que Dios ha vencido a la muerte y tiene la última palabra —una palabra de amor— sobre nuestra existencia personal, nuestra vida comunitaria y sobre el mundo.

Empezar de nuevo. Este camino que os propongo, como el de Jesús, María y José, no estará exento de dificultades. El Evangelio nos presenta hoy a Jesús, María y José huyendo a Egipto, por la persecución del Rey Herodes contra el Niño. Tras las dificultades para encontrar posada y dar a luz, tienen que emigrar. La Sagrada Familia experimenta una y otra vez la paradoja de tener propicio a Dios y escaso el pan (y la paz). Y, sin embargo, confían. Con esta confianza y con su intercesión, acojamos la invitación a “empezar de nuevo” en nuestro corazón, en nuestras familias, parroquias y comunidades, en nuestra Iglesia diocesana, en la sociedad en la que vivimos.

«Empezar de nuevo» en nuestro corazón

Empezar de nuevo no significa cambiar de lugar o de oficio, sino cambiar el corazón. Es verdad que lo hemos intentado muchas veces y quizá, a estas alturas, aunque no lo digamos en voz alta, estamos convencidos de que no podemos cambiar, o peor, de que no tenemos arreglo.

Si volvemos a recorrer los mismos caminos de siempre (caminos de tierra y caminos del espíritu) seguramente llegaremos al mismo sitio. Pero si nos fiamos de Dios, si dedicamos tiempo al encuentro con Él, si nos dejamos llevar de su mano, aunque nos asuste lo nuevo, si nos dejamos ayudar por los hermanos, será posible recomponer vínculos, rehacer caminos, cuidar lo importante. Cuando Dios vive en nuestro corazón, hace nuevas todas las cosas.

«Empezar de nuevo» en nuestras familias, parroquias y comunidades

Nuestras familias y nuestras comunidades necesitan manifestar los frutos de este Jubileo: tiempos y espacios de gracia para sanar heridas, para pedir perdón, para propiciar encuentros, para escucharnos de nuevo sin reproches acumulados, para soñar juntos, mirando las necesidades de muchos pobres de pan y de esperanza, y afrontar la urgencia misionera a la que somos llamados.

Nuestras parroquias, con la gracia jubilar, seguirán avanzando para ser mucho más que “un dispensario de productos religiosos”, “el territorio en el que vivo”, “la iglesia a la que voy a misa”, o “el lugar donde se reúne mi comunidad”; han de ser comunidades de comunidades vivas, corresponsables y misioneras, en las que se respire la presencia de Dios y el amor a los más pequeños y vulnerables.

«Empezar de nuevo» en la Iglesia diocesana

Este Jubileo nos llama también a empezar de nuevo como Iglesia diocesana. No como suma de grupos o sensibilidades distintas. Tampoco como familia de familias en el plano sociológico, sino como pueblo de Dios que camina unido. Y para ello necesitamos perdonarnos lo que haga falta, dejar atrás prejuicios, desconfianzas, palabras que hirieron más de lo que ayudaron. La comunión no es uniformidad, sino la decisión de querer caminar juntos, reconociéndonos hijos de un mismo Padre, que nos envía a aliviar y a sanar a sus hijos e hijas más heridos, a anunciar el Evangelio y extender su Reino de Fraternidad. Como decía el papa Francisco: «Tenemos que caminar juntos hacia esa patria que Dios nos ha preparado».

Vivimos un momento, en la Iglesia y en el mundo, de repliegue hacia dentro. Estamos tan a gusto en nuestro propio grupo, en nuestra propia comunidad, que corremos el riesgo de desarrollar actitudes maniqueas (Extra communitatem meam nulla salus), de perder nuestra capacidad de ser luz del mundo y sal de la tierra. Necesitamos fomentar en todos los bautizados, dentro de nuestras parroquias y comunidades el sentido de pertenencia a la Diócesis, que camina unida en torno al Sucesor de los Apóstoles (se llame Ramón, Antonio, Jesús o José Antonio). Necesitamos cuidar y promover la espiritualidad de comunión y las estructuras sinodales que la posibiliten. Todo esto lo podemos lograr, siempre, de la mano de Dios.

«Empezar de nuevo» en nuestra sociedad

Nuestra sociedad también tiene la necesidad de nacer de nuevo. Muchas personas están hastiadas de tanta confrontación y lo manifiestan. Unámonos decididamente a esta corriente, todavía minoritaria, que subraya el respeto, la verdad, el cuidado y la fraternidad, en definitiva. No caigamos en la tentación de defendernos con las mismas artimañas con las que a veces somos atacados. Nuestra respuesta debe tener siempre la señal de Cristo, manso y humilde de corazón. Recordemos que la Iglesia es en Cristo «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1).

Soñemos y trabajemos, junto con todas las personas de buena voluntad, por una sociedad donde nadie quede descartado, donde la dignidad de todos sea respetada, donde el cuidado de nuestra hermana y madre tierra sea una prioridad.

Conclusión

El Jubileo no termina hoy, sino que comienza ahora. Si la gracia recibida no se traduce en gestos concretos de amor y reconciliación, se marchita. Queridos hermanos y hermanas, acoged el reto de empezar de nuevo con Él, confiando en su presencia y acción en nuestras vidas cotidianas y en los grandes momentos. Que el Niño Jesús nos regale un corazón nuevo. Que María y José nos acompañen en este nuevo comienzo, en nuestras familias, parroquias, comunidades y en nuestra Iglesia diocesana. Que la gracia del Jubileo nos impulse a ser signos de esperanza para un mundo que busca reconciliación y fraternidad.

Homilía en la fiesta de san Esteban- Día del Pendón

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Querida comunidad, querida familia de la ciudad de Almería.

Saludo a la Sra. Alcaldesa y a toda la corporación municipal, al concejal portador del pendón y a todas las autoridades: civiles, militares, judiciales, académicas y a los cuerpos de seguridad. Saludo al Sr. Deán y al excelentísimo Cabildo de la Catedral. Felicito a la Policía Municipal que celebra su patrón.

Aún estamos con el sabor de la celebración del Nacimiento del Señor y hoy la Iglesia nos presenta el testimonio luminoso del primer mártir. Hoy, dentro del ciclo de Navidad en toda la Iglesia, celebramos a san Esteban, el primer mártir de los seguidores de Jesús: “os entregarán a los gobernantes y a los reyes por mi causa” acabamos de escuchar en el Evangelio. La liturgia parece unir el pesebre con la cruz, (también los hacen nuestros villancicos tradicionales) recordándonos que el amor que Dios nos muestra en este recién nacido de Belén es un verdadero amor que llega hasta el extremo.

San Esteban no fue apóstol, ni sacerdote del Templo. Fue un hombre “lleno de fe y del Espíritu Santo” (Hch 6,5), el primero en el número de los siete diáconos elegidos por los apóstoles para servir a los pobres, esteban se nos presenta como una persona entregada a la caridad y un testigo valiente de la verdad. Cuando su palabra y su vida incomodaron, fue acusado injustamente. Sin embargo, no respondió odiando, Esteban, como buen discípulo de Jesús: confió en el Padre y perdonó a sus perseguidores.

El Niño de Belén viene a traer una paz que pasa por la entrega, una luz que no se apaga ni siquiera en la noche del rechazo. El mártir nos recuerda que el Evangelio se anuncia con palabras, pero se confirma con la vida. También hoy, muchos cristianos son llamados a dar testimonio en medio de la incomprensión, la burla o la indiferencia.

Ahora, dos mil años después, sigue habiendo cristianos martirizados en bastantes países del mundo, aunque no sean noticia, quizás interesen más otras. Según informes recientes de Open Doors, organización cristiana internacional sin fines de lucro que apoya a los cristianos perseguidos por su fe en distintos países del mundo, miles de cristianos han sido asesinados en 2025 por motivos relacionados con su fe, especialmente en las zonas de conflicto y por parte de grupos extremistas, ya sean políticos o religiosos.

Más de 7.000 asesinatos este año solo en Nigeria a manos de militares. En el Congo en febrero de 2025, la masacre de Kasanga, dejó al menos 70 cristianos decapitados por soldados del grupo ADF, o la masacre de Komanda, en julio de 2025 que asesinó más de 50 personas, en una iglesia mientras oraban durante la noche. Sin ir más lejos, en Lyon, Francia: El 10 de septiembre de 2025, Ashur Sarnaya — un cristiano asirio — fue apuñalado hasta la muerte, cuando grababa en directo un TikTok evangelizador, un asesinato motivado por su fe cristiana y sus críticas a grupos extremistas.  Además, Syria, Sudán, China, India… En un contexto más amplio, alrededor de más de 380 millones de cristianos en todo el mundo se enfrentan a la persecución de cualquier tipo por su fe, incluyendo violencia, encarcelamientos, destrucción de iglesias, discriminación legal, y restricciones severas de la libertad religiosa.

Esteban mientras era apedreado, levantó los ojos al cielo y vio la gloria de Dios. Sus últimas palabras repiten las mismas de Cristo en la cruz: “Señor Jesús, recibe mi espíritu” y “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (Hch 7,59-60). Este es la esencia del martirio cristiano: no la violencia sufrida, sino el amor ofrecido; no la derrota, sino la victoria del perdón.

Las autoridades y parte de la sociedad almeriense, desde hace 536 años, que ya es decir, el día 26 de diciembre de 1.489, conmemoramos la toma incruenta de la Ciudad de Almería por los Reyes Católicos (que aún no tenían ese título) y la restauración del cristianismo. Isabel y Fernando celebraron la Navidad en Almería, un día como hoy, y oyeron Misa en la mezquita de la Alcazaba. Cuando los Reyes, hicieron entrega solemne del Pendón de sus Armas Reales a la Ciudad, mandando que lo colocarán en la Torre más alta de la Alcazaba, “llamada de la Vela”, hicieron oficial su conquista.

Y ahora, entre nosotros ¿sería posible hacer conquistas colectivas sin ninguna violencia de cualquier tipo? Antes de ayer, el rey Felipe VI, constataba que atravesábamos una inquietante crisis de confianza y nos recordó la Transición como un ejercicio colectivo de responsabilidad.

Y ayer, el papa León XIV, en el saludo de la Navidad a todas las naciones, recordando a Gaza y Ucrania, nos decía: Habrá paz cuando nos sepamos poner en el lugar de quienes sufren cuando la fragilidad de los demás nos atraviese el corazón, cuando el dolor ajeno haga añicos nuestras sólidas certezas, entonces ya comienza la paz. Y añadió, que Europa, no pierda su espíritu comunitario y colaborador, fiel a sus raíces cristianas y a su historia solidaria y acogedora con los que están pasando necesidad.

Hermanas y hermanos, este es el camino de la paz y la concordia, es el camino de derribar las murallas que creamos, y de abrir las puertas de la ciudad: solo, si entre todos, somos responsables podremos acabar con esta crisis de confianza en la que nos hemos sumergido. Si cada uno de nosotros, a todos los niveles, en lugar de visceralidad, de palabras huecas, de diatribas y acusaciones a los demás, si en su lugar, reconociéramos, ante todo, las propias faltas y supiéramos pedir perdón a Dios y a los demás y, al mismo tiempo, nos pusiéramos en el lugar de quienes sufren, siendo más solidarios con los más débiles y oprimidos, entonces cambiaría nuestra vida y la de los demás. Ojalá se empape nuestro corazón de buenas obras. ¡Feliz día de san Esteban!

Almería, 26 de diciembre de 2025

+ Antonio, vuestro obispo

Intenciones de oración del Papa para 2026

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La Red Mundial de Oración del Papa ha publicado la lista de las intenciones de oración del Santo Padre para cada mes de 2026. La guía sirve como un camino de oración y reflexión a lo largo del año. Mensualmente, León XIV exhorta a los fieles de todo el mundo a orar por una intención específica. La petición del Pontífice suele ir acompañada de un video que explica el motivo de la elección de esa intención.

Para el mes de enero, el Papa nos pide que oremos con la Palabra de Dios, «para que la oración con la Palabra de Dios sea alimento para nuestras vidas y fuente de esperanza en nuestras comunidades, ayudándonos a construir una Iglesia más fraterna y misionera».

Durante el mes de febrero, el Pontífice invita a los católicos a rezar para que los niños que padecen enfermedades incurables y sus familias reciban la atención médica y el apoyo necesarios, sin perder nunca la fuerza ni la esperanza.

En marzo, se debe orar por el desarme y la paz, para que las naciones avancen hacia un desarme efectivo, en particular el desarme nuclear, y para que los líderes mundiales elijan el camino del diálogo y la diplomacia en lugar de la violencia.

La intención de oración del Papa para el mes de abril es por los sacerdotes que atraviesan momentos de crisis en su vocación, para que encuentren el apoyo que necesitan y para que las comunidades los apoyen con comprensión y oración.

En mayo, León XIV invita a los fieles a rezar para que todos, desde los grandes productores hasta los pequeños consumidores, se comprometan a evitar el desperdicio de alimentos y a garantizar que todos tengan acceso a alimentos de calidad.

El mes de junio estará dedicado a orar por los valores del deporte: “para que el deporte sea un instrumento de paz, encuentro y diálogo entre culturas y naciones, y que promueva valores como el respeto, la solidaridad y el crecimiento personal”.

Para el mes de julio, el Papa insta a los católicos a orar “por el respeto y la protección de la vida humana en todas sus etapas, reconociéndola como un don de Dios”.

En agosto, el Santo Padre invita a los fieles a orar “por la evangelización en la ciudad, para que, en las grandes urbes, a menudo marcadas por el anonimato y la soledad, encontremos nuevas maneras de anunciar el Evangelio, descubriendo caminos creativos para construir comunidad”.

Para el mes de septiembre, el Pontífice invita a los cristianos a orar por el cuidado del agua: “por una gestión justa y sostenible del agua, un recurso vital, para que todos tengan acceso a ella en igualdad de condiciones”.

En octubre, León XIV invita a los católicos a orar para que el ministerio de la salud mental se establezca en toda la Iglesia, ayudando a superar el estigma y la discriminación contra las personas con enfermedades mentales.

Noviembre será el mes dedicado a orar por el correcto uso de la riqueza, para que, sin caer en la tentación del egoísmo, se utilice siempre. «Poniéndola al servicio del bien común y la solidaridad con los que menos tienen».

Finalmente, en diciembre, el Papa León XIV pide oraciones por las familias que experimentan la ausencia de una madre o un padre, para que encuentren apoyo y acompañamiento en la Iglesia, y ayuda y fortaleza en la fe en momentos difíciles. (EPC)

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480 aniversario de la Arribada “Prodigiosa” de la Patrona de El Hierro

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El seis de enero se celebra el aniversario de la arribada de la imagen de la Virgen de Los Reyes a las costas herreñas de Orchilla. Este hecho se produjo en 1546 cumpliéndose ahora 480 años.

Por tal motivo, el próximo martes 6 de enero, a las 17:00 horas, se celebrará la Eucaristía en honor a la Virgen de los Reyes en el Santuario de La Dehesa.

Tradición

La tradición ha transmitido, fundamentalmente, que la imagen iba en un barco camino de América que, por causa del temporal recaló en las costas herreñas. En ellas permaneció la Virgen a cambio de víveres para la dura travesía. La talla se depositó en el Caracol, en la cueva que llamaron los moradores de la isla a partir de ese momento “Cueva de La Virgen”. Allí la veneraban y le ofrecían sus presentes, bajo la advocación de Virgen de Los Reyes, en memoria del día de su llegada.

Aunque, sin duda, la fiesta principal en honor de la patrona herreña es la cuatrienal Bajada de la Virgen, fruto de un compromiso votivo realizado en 1741, también esta celebración del seis de Enero tiene un Voto, más antiguo y quizá menos conocido.

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Recorrido dirigido por la iconografía de la Sagrada Familia

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El director del Secretariado Diocesano de Patrimonio Cultural y Vicario General de la Diócesis Jesús Daniel Alonso ha ofrecido una explicación rica en detalles de la Capilla de la Inmaculada Concepción de la Catedral de Córdoba

Este encuentro dirigido a familias ofrece una visita a la capilla de la Inmaculada Concepción de la Catedral de Córdoba, dirigida por Jesús Daniel Alonso, para que todos los participantes en esta extraordinaria ruta puedan conocer la rica iconografía de la Sagrada Familia en el entorno de su fiesta, celebrada el pasado 28 de diciembre.

En esta edición, el recorrido se ha centrado en la explicación, análisis histórico y artístico de la capilla de la Inmaculada Concepción de la Catedral de Córdoba sobre la que como experto en arte, Jesús Daniel Alonso, ha explicado su valor artístico, además de realizar una explicación teológica y compartir el sentido didáctico que cada elemento contiene.

 





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Intenciones de oración de la Conferencia Episcopal Española para el año 2026

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Intenciones de oración de la Conferencia Episcopal Española para el año 2026

La Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española aprobó en su 270º reunión las intenciones de la CEE para la Red Mundial de Oración del Papa en España para el año 2026.

Enero: Por la unidad de los cristianos y el impulso del ecumenismo en nuestras diócesis, para que caminemos juntos hacia la plena comunión, fortaleciendo el diálogo y la colaboración mutua.

Febrero: Por la acogida y acompañamiento de las personas sin hogar y en situaciones de exclusión social, para que encuentren en nuestras comunidades un hogar y un signo vivo del amor de Cristo.

Marzo: Por los niños, jóvenes y adultos que están completando su Iniciación Cristiana, para que, dóciles al Espíritu Santo, encuentren su vocación y lleguen a ser miembros vivos de la Iglesia.

Abril: Por los enfermos y los que los cuidan, para que en la fragilidad de la enfermedad puedan descubrir la cercanía y ternura de Dios y la solidaridad de la Iglesia.

Mayo: Por las madres, especialmente las que afrontan la maternidad en situaciones difíciles, para que encuentren apoyo, respeto y acogida en la comunidad cristiana y en la sociedad.

Junio: Por los laicos comprometidos en la acción social y caritativa, para que sean instrumentos de justicia, paz y fraternidad en favor de quienes viven en situaciones de sufrimiento y de dificultad.

Julio: Por los trabajadores del campo y del mar, para que se reconozca y valore su dignidad y esfuerzo, y sean apoyados en sus necesidades materiales y espirituales.

Agosto: Por las familias, para que en este tiempo de descanso refuercen los lazos entre sus miembros y generen espacios de encuentro y comunión.

Septiembre: Por los catequistas y los educadores cristianos, para que, viviendo su vocación como un servicio, transmitan la fe y la esperanza en las comunidades cristianas con fidelidad y creatividad.

Octubre: Por los misioneros y misioneras, para que su entrega generosa al anuncio del Evangelio sea sostenida por la oración y el compromiso solidario de toda la Iglesia.

Noviembre: Por los ancianos y las personas mayores, para que reciban el reconocimiento y el cuidado que merecen, y sigan siendo testigos de fe y de sabiduría en nuestras familias y comunidades.

Diciembre: Por los que viven la Navidad en soledad o sin recursos, para que la luz del nacimiento de Cristo les brinde esperanza, consuelo y fraternidad.

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«El sueño de Elena», una obra teatral para Osio y los Santos Patronos

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Con dos sesiones en el Colegio Trinidad se ha estrenado esta representación que narra la vida de Santa Elena de Constantinopla y el hallazgo de la cruz de Cristo narrado por los santos patronos donde aparece el obispo Osio

Con el aforo completo en ambas sesiones y la presencia de monseñor Demetrio Fernández, obispo emérito, monseñor Jesús Fernández, obispo de Córdoba, en la segunda, se ha desarrollado la representación de «El Sueño de Elena» en doce actos con música e interpretación originales creadas para esta obra por los jóvenes intérpretes, miembros de distintas comunidades del Camino Catecumenal.

El argumento principal de la misma es la historia de Santa Elena de Constantinopla y el hallazgo de la Cruz de Cristo. El hilo narrativo lo llevan a cabo nuestro santos patronos, Acisclo y Victoria, a la vez que se representa su martirio. Y, por último, aparece el obispo de Córdoba, Osio, en la defensa contra el arrianismo y la convocatoria del Concilio de Nicea.

Al finalizar la segunda representación, el Obispo de Córdoba bendijo el icono realizado también para esta obra teatral por D. Miguel Ángel Sastre, en la que están representados Santa Elena, el obispo Osio y el emperador Constantino. Y dirigió unas palabras a los jóvenes actores y a todos los presentes, animándonos a comer de este árbol, por el que nos viene la Vida, y no del primer árbol que aparece en la Escritura, por el que entró en el mundo el pecado original y la Muerte.

Sinopsis 

«El sueño de Helena» es una obra teatral que presenta la figura de Santa Elena de Constantinopla, madre el emperador Constantino, venerado por la Iglesia ortodoxa como santo, ya que fue, entre otras cosas, quien mandó promulgar el Edicto de Milán, por el que se daba libertad de culto a los cristianos. Así mismo apoyó al obispo de Córdoba, Osio, que aparece en la obra, y que es también venerado como santo por la Iglesia ortodoxa, al convocar y presidir el Primer Concilio de Nicea.

En la representación, aparecen también los santos patronos de Córdoba, Acisclo y Victoria, martirizados en esa misma época. Ellos narran la historia que se sucederá en los doce actos que componen la obra teatral. Todos estos personajes convivieron en la misma época, siglos III y IV.

Al igual que en la anterior representación de “San Pelagio, protector de los jóvenes”, el desarrollo de las diferentes escenas está jalonado con cinco obras musicales compuestas y representadas por los mismos actores. La duración está en torno a una hora y treinta minutos, con una breve pausa tras el acto VII.

El grupo de actores y actrices lo componen 35 jóvenes, de entre 13 y 24 años, pertenecientes a las comunidades neocatecumenales de las parroquias de San Francisco y San Eulogio, Sagrada Familia y Santa Isabel de Hungría, de Córdoba.

 

 

 

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“La luz del Niño en las páginas del Misal Dominicano”

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“La luz del Niño en las páginas del Misal Dominicano”

En el tiempo de Adviento y Navidad, descubrimos uno de los muchos tesoros bibliográficos que la Catedral de Sevilla custodia como valioso testimonio de fe: un misal del siglo XV, ricamente iluminado. La contemplación de este códice, ricamente miniado, permite apreciar el legado artístico que enriqueció la vida de la Iglesia y la continuidad de la tradición litúrgica, una tradición viva que se custodia en estos libros y que invita a los fieles a celebrar la Navidad con hondura espiritual.

La liturgia adquiere en estos días una especial relevancia dentro de la vida de la Iglesia. Diciembre es el mes en que conmemoramos la llegada de Jesucristo al mundo y,  entre sus fondos capitulares, la Catedral conserva un Missale pro usu Ordinis Fratrum Praedicatorum (BCC 58-1-37), que contiene las oraciones propias de la Misa de Navidad.

El manuscrito, escrito en letra gótica textual formada —caligrafía reservada a los libros más suntuosos— sobre vitela, se organiza en dos columnas ricamente iluminadas con orlas de figuras humanas y animales fantásticos. Las letras capitales presentan escenas que ilustran diversos momentos de la liturgia, desde la Natividad (h. 13v.), motivo por el que hemos seleccionado este códice, hasta la Resurrección (h. 119r.), Pentecostés (h. 129), la Santísima Trinidad (h. 131r.), la Consagración de la Iglesia (h. 140), Cristo con los apóstoles Andrés y Pedro (h. 141v.), los santos apóstoles Pedro y Pablo (h. 164v.), y la presencia de Santo Domingo de Guzmán (h. 176v.).

El misal perteneció a la Capilla del Ilustrísimo cardenal don Diego Hurtado de Mendoza, como indica la nota manuscrita en la segunda hoja de guarda. Este prelado fue una figura de gran relevancia en la Iglesia hispalense, pues tras el Sínodo Diocesano celebrado en 1490 ordenó a todas las parroquias inscribir los nombres de los bautizados. Su sepulcro, situado en la Catedral de Sevilla en la capilla de la Virgen de la Antigua, constituye aún hoy un referente histórico y artístico para quienes desean comprender la implantación del arte renacentista en Andalucía.

La inicial miniada que representa el nacimiento de Cristo introduce la antífona con la que comienza la misa:

Puer natus est nobis, et filius datus est nobis, cujus imperium super humerum ejus et vocabitur nomen ejus, magni consilii Angelus. Cantate Domino canticum novum quia mirabilia fecit. Gloria…..

(“Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado; su poder está sobre sus hombros y su nombre será llamado Ángel del gran consejo. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas. Gloria…”)

La iluminación de esta inicial revela el empleo de pigmentos de extraordinaria calidad, aplicados con precisión y delicadeza. El oro, dispuesto en forma de pan de oro, confiere a la miniatura un brillo singular y simboliza lo divino y lo eterno. El lapislázuli, de intenso azul y elevado coste —importado desde Afganistán y más valioso que el oro—, se reservaba para elementos sagrados como el manto de la Virgen, subrayando su relevancia espiritual. El minio u óxido de plomo aportaba un rojo brillante, utilizado con frecuencia en las letras iniciales. Estos pigmentos mezclados con aglutinantes como la clara de huevo (técnica conocida como témpera al huevo) o la goma arábiga, eran aplicados en capas finas y veladuras que generaban efectos de volumen y luminosidad.

La cuidada selección y aplicación de estos materiales otorga vida y trascendencia a este códice, encuadernado en piel sobre tabla restaurada y decorado con hierros en seco propios del siglo XV.

 Pilar Jiménez de Cisneros Vencelá

Jefa del Área de Bibliotecas de la Institución Colombina

 

 

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