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El Obispo participa en el Árbol solidario de Cáritas Diocesana

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Instalado en el Bulevar Gran Capitán, el objetivo era llenarlo de corazones gracias a la solidaridad de los cordobeses

Cáritas Diocesana ha instalado este viernes el Árbol Solidario en el Bulevar Gran Capitán junto a la estatua de Antonio Gala para ayudar a las familias más vulnerables. Monseñor Jesús Fernández ha participado poniendo un corazón en el árbol de Navidad. El objetivo de Cáritas era llenar el árbol de corazones gracias a la solidaridad de los cordobeses para que, como dice el lema de la campaña de Navidad de este año, “Tener una vida digna deje de ser una cuestión de suerte”.

En pleno tiempo de Adviento, Cáritas Diocesana de Córdoba sale a la calle para recordar que la dignidad humana no puede ser cuestión de suerte. El lema del acto de sensibilización que Cáritas ha llevado a cabo en el Bulevar ha sido “Tu corazón para tener una vida digna”. El Árbol solidario es símbolo de esperanza y vida. Cada persona que ha realizado un donativo ha podido colgar un corazón de fieltro en el árbol, como gesto visible de su compromiso con las familias en situación de vulnerabilidad acompañadas por Cáritas.

Algunos de estos corazones han sido elaborados por personas participantes de la Casa de Acogida “Madre del Redentor” y de la Residencia Hogar “San Pablo”, convirtiendo el árbol en un verdadero signo de comunidad y dignidad compartida.

Con esta iniciativa Cáritas Diocesana ha querido unir el espíritu navideño con el compromiso social y los valores cristianos de poner a los más necesitados en primer lugar. Los voluntarios y técnicos que han participado han explicado el destino de las donaciones y la misión de Cáritas, fomentando una sensibilización directa y cercana.

Los fondos recogidos se destinarán íntegramente al Proyecto de Atención Primaria, que atiende necesidades básicas como alimentación, vivienda, suministros, farmacia, material escolar y acompañamiento social a familias que atraviesan dificultades económicas.

La Navidad nos recuerda que Dios se hace cercano y pequeño para restaurar la dignidad humana, y que celebrar este tiempo con coherencia implica abrir el corazón y las manos a quienes más lo necesitan. En un mundo marcado por la incertidumbre, cada gesto cuenta: mientras haya personas, hay esperanza.


















La entrada El Obispo participa en el Árbol solidario de Cáritas Diocesana apareció primero en Diócesis de Córdoba. Ver este artículo en la web de la diócesis

Mensaje de Navidad de Mons. José María Gil Tamayo

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Mensaje del Arzobispo de Granada Monseñor José María Gil Tamayo próximo a comenzar el tiempo de Navidad Viernes 10 de Diciembre de 2025.

Un cordial saludo.

Deseo felicitarles estos días entrañables de la Navidad en que celebramos el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Ese es el motivo principal.

Estos días en que echamos de menos a quienes nos han dejado o están lejos de nosotros y en estos días su vacío se hace más presente en nuestras casas; estos días en que se nos enternece el corazón, e incluso recuperamos en algún momento esa inocencia de los niños que vemos a nuestro alrededor; estos días en que la necesidad de paz y concordia se alberga de una manera más viva en nuestro corazón; y al contemplar nuestro mundo lleno de guerras, de divisiones, de enfrentamientos, nuestro país con polarización, con esas discrepancias tan manifiestas que excluyen a unos y a otros y, al mismo tiempo, esas brechas de pobreza que nos muestra Cáritas en sus informes y que nos ponen los pies en el suelo de que, aunque vivamos en la sociedad del bienestar, todavía hay personas a nuestro alrededor que no llegan a lo necesario para poder vivir con dignidad; estos días en que las dificultades se dejan atrás para encontrarnos en familia, para recuperar ese sosiego.

Estos días celebramos, nada más y nada menos, vuelvo a repetir, que el nacimiento del Hijo de Dios. Y hemos de quitar hojarasca, para que no se queden solo desde el punto de vista cristiano en unas fiestas de invierno, sino en algo mucho más profundo y ese encuentro con Jesucristo. Precisamente, celebramos esa proclamación de la divinidad de Cristo en el Concilio de Nicea en estos días y, al mismo tiempo, nos damos cuenta de que es Dios con nosotros, que es el Dios cercano, que es el Dios amigo, que es el Dios del amor. Y eso nos tiene que inspirar.

Por tanto, vivamos esos días con esa paz y ese sosiego y, al mismo tiempo, que despedimos los días del año que acaba, en que hemos puesto tanto esfuerzo, tanta ilusión, pero, a veces, no han salido las cosas, ahora tenemos la oportunidad de recomenzar de nuevo en el año que va a iniciarse. Y Le pedimos al Señor que nos bendiga, que nos conceda la paz, que dé concordia en nuestro mundo.

Les deseo amigos una feliz fiesta de Navidad y unas santas fiestas de Navidad en familia y en paz con los amigos y paz para nuestro mundo, para nuestra ciudad. Que se superen las dimensiones y vivamos en concordia.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
Granada, 19 de diciembre de 2025

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Mensaje de Navidad de Mons. José María Gil Tamayo

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Un cordial saludo.

Deseo felicitarles estos días entrañables de la Navidad en que celebramos el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Ese es el motivo principal.

Estos días en que echamos de menos a quienes nos han dejado o están lejos de nosotros y en estos días su vacío se hace más presente en nuestras casas; estos días en que se nos enternece el corazón, e incluso recuperamos en algún momento esa inocencia de los niños que vemos a nuestro alrededor; estos días en que la necesidad de paz y concordia se alberga de una manera más viva en nuestro corazón; y al contemplar nuestro mundo lleno de guerras, de divisiones, de enfrentamientos, nuestro país con polarización, con esas discrepancias tan manifiestas que excluyen a unos y a otros y, al mismo tiempo, esas brechas de pobreza que nos muestra Cáritas en sus informes y que nos ponen los pies en el suelo de que, aunque vivamos en la sociedad del bienestar, todavía hay personas a nuestro alrededor que no llegan a lo necesario para poder vivir con dignidad; estos días en que las dificultades se dejan atrás para encontrarnos en familia, para recuperar ese sosiego.

Estos días celebramos, nada más y nada menos, vuelvo a repetir, que el nacimiento del Hijo de Dios. Y hemos de quitar hojarasca, para que no se queden solo desde el punto de vista cristiano en unas fiestas de invierno, sino en algo mucho más profundo y ese encuentro con Jesucristo. Precisamente, celebramos esa proclamación de la divinidad de Cristo en el Concilio de Nicea en estos días y, al mismo tiempo, nos damos cuenta de que es Dios con nosotros, que es el Dios cercano, que es el Dios amigo, que es el Dios del amor. Y eso nos tiene que inspirar.

Por tanto, vivamos esos días con esa paz y ese sosiego y, al mismo tiempo, que despedimos los días del año que acaba, en que hemos puesto tanto esfuerzo, tanta ilusión, pero, a veces, no han salido las cosas, ahora tenemos la oportunidad de recomenzar de nuevo en el año que va a iniciarse. Y Le pedimos al Señor que nos bendiga, que nos conceda la paz, que dé concordia en nuestro mundo.

Les deseo amigos una feliz fiesta de Navidad y unas santas fiestas de Navidad en familia y en paz con los amigos y paz para nuestro mundo, para nuestra ciudad. Que se superen las dimensiones y vivamos en concordia.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
Granada, 19 de diciembre de 2025

Noche de paz, noche de amor, noche de luz

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Celebramos hoy el cuarto domingo de Adviento. Encendemos las cuatro velas de la corona de Adviento, que simbolizan la esperanza, la paz, la alegría y el amor, el camino que vamos recorriendo en nuestra preparación al nacimiento de Jesús. Dentro de cuatro días celebraremos la Navidad. Seamos conscientes de este misterio: Dios mismo, por amor a cada uno de nosotros y por amor a este mundo, tan cruel a veces sobre todo con los pequeños y los pobres, se ha hecho hombre, se ha hecho uno de nosotros.

Os propongo que celebremos la Navidad con sentido, con profundidad, con intensidad. Sobre todo, que nadie apague en su alma los brotes de la fe, de la esperanza y del amor efectivo y compartido. Lejos de nosotros un corazón como el de Ebenezer Scrooge, el viejo avaro y gruñón que describe en su Cuento de Navidad Charles Dickens. El novelista inglés más grande de la época victoriana fue también el cantor de la Navidad y de su espíritu. Son múltiples las ocasiones en que, en un capítulo de una novela o en un cuento breve, evoca la emoción que produce dicha fiesta en el ambiente y en el corazón de los hombres, y lo hace con calidad poética y, a la vez, una elevada sensibilidad humana y cristiana.

Navidad implicaba para él la capacidad de sentir un cierto calor humano, una especial capacidad de sintonizar con las cosas y las personas sencillas y humildes, y su reproche y su ironía por lo pomposo y superficial. Para sintonizar con la Navidad hace falta tener espíritu franciscano, y no es casualidad que fuera Francisco de Asís el inventor genial de la tradición del Belén hogareño, de tanto arraigo en los países de nuestro entorno cultural. Es importante que cuidemos nuestras tradiciones, que son expresión de nuestra identidad cultural y de nuestra fe cristiana. También nos ayudan a entender la Navidad la poesía y la música. El poeta expresa emociones y sensaciones profundas a través de la palabra, y lo mismo hace el músico a través de sus composiciones, por eso nuestros poetas y músicos han expresado y cantado la Navidad. Y por supuesto, quienes mejor han comunicado la esencia de la Navidad han sido los santos.

«Noche de Paz» (Stille Nacht), es universalmente reconocido como el villancico más famoso y difundido del mundo, traducido a más de 300 idiomas, cantado en innumerables géneros y reconocido por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial. Su letra original fue escrita en alemán en 1816 por el sacerdote austriaco Joseph Mohr y la música por el maestro de escuela y organista austriaco Franz Xaver Gruber, e interpretada por primera vez en Obendorf (Austria). Durante la Primera Guerra Mundial, este villancico fue cantado simultáneamente en inglés y en alemán durante la tregua de Navidad de 1914, como vínculo de hermandad, al ser el único conocido por los soldados de ambos frentes. Su letra, tan sencilla como profunda, habla de “noche de paz”, “noche de amor”, “noche de luz”, porque ha nacido Jesús. Navidad es, en medio de la noche de este mundo, un estallido de luz, de paz, un estallido de amor, porque el Hijo eterno de Dios se ha encarnado y ha nacido.

Celebramos que el Eterno entró en el tiempo, el Infinito entró en el espacio, el omnipotente se hizo un Niño que dependía de sus padres, y nos llama a hacer posible el encuentro con él. Este es el misterio que celebramos en Navidad. Celebramos que nos ha nacido el Salvador, que nos ofrece la posibilidad de reconocerlo, de acogerlo y adorarlo, como hicieron los pastores y los magos en Belén, que nos llama a abrir el corazón para que él nazca también en nuestra vida y la llene de paz, de amor y de luz, y la transforme totalmente. Abramos sin miedo el corazón y el entendimiento a Cristo, que viene a salvarnos. Santa y Feliz Navidad.

+ José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla

Navidad. Contempla, celebra y comparte

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Queridos diocesanos, hermanas y hermanos de Málaga y Melilla:

No sé si sois de los que acogen la Navidad con ilusión o de los que esperan que llegue cuanto antes el día siete de enero; pero, en cualquier caso, os invito a vivirla con la intensidad que merece, conjugando tres verbos.

Contemplar. Leed el Evangelio del nacimiento de Jesús o contemplad un Belén como si estuvierais presentes en el establo donde Jesús nació: mirad a Jesús como María y José, imaginad los olores de aquel lugar, acoged con ternura al recién nacido, acariciad su piel y dejad que su manecita se agarre a la vuestra. Este ejercicio, tan propio de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y aparentemente infantil, conseguirá que el misterio de Dios se introduzca en vuestra sensibilidad y vaya moldeando vuestra vida.

Al arrodillarnos ante el pesebre de Belén, aprenderemos que los colores del verdadero amor son la compasión, la cercanía y la paciencia. Dejemos que el Niño Dios nos mire y en sus ojos veremos reflejado el ser de Dios y su amor por la humanidad. Dios se hizo pequeño y entró en la historia humana con la lógica del amor: no humilla a los que ama, sino que los eleva; no se impone, sino que se ofrece. Es el Enmanuel, “Dios-con-nosotros”, la Palabra hecha carne.

Celebrar. El Hijo de Dios nace en el seno de la familia de María y José y es reconocido por unos pobres pastores, que celebran su presencia con alegría. Hoy, el misterio de Dios encarnado se hace visible en vuestras familias y en vuestras comunidades cristianas.

Cuando nos acercamos a cada hermano y hermana con sinceridad y sin prejuicio, cuando nos escuchamos y nos perdonamos, cuando brindamos juntos por tantas cosas buenas que Dios nos regala, Jesús vuelve a nacer entre nosotros, crece la fraternidad, y la fraternidad despierta la esperanza.

Compartir. Quien se acerca a Jesús Niño aprende a estar cerca de los demás, especialmente de los pobres, los descartados y los frágiles. Él, que nació en un establo y se vio obligado a emigrar a Egipto, nos desinstala de nuestra comodidad y nos pone en camino hacia el hermano. No celebraremos la Navidad si no nos acercamos a quienes viven en la intemperie de la vida. Por eso, Cáritas nos invita a comprometernos para que tener una vida digna deje de ser una cuestión de suerte.

Al encontrarnos con los pobres, no sólo les llevamos alguna ayuda, sino que en ellos nos encontramos con Jesús. Ellos son la manifestación –la epifanía– cotidiana de su presencia en medio de nosotros. Si queréis ser amigos de Jesús, haceos amigos de los necesitados, acompañadlos con humildad, escuchad sus historias con respeto y veréis cómo Dios os salva desde ellos.

Que esta Navidad, hermanas y hermanos, nos haga más contemplativos, más fraternos y más solidarios.

+ José Antonio Satué
Obispo de Málaga

Mensaje del Santo Padre León XIV para la 59.ª Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2026)

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En un mundo marcado por la guerra, el rearme y la desconfianza, el primer mensaje del papa León XIV para la Jornada Mundial de la Paz 2026 propone volver al corazón humano como punto de partida de una paz justa y duradera. En su presentación, el cardenal Michael Czerny destacó la urgencia de un desarme integral, mientras otras voces aportaron miradas complementarias desde la justicia restaurativa, la memoria de la guerra y la reflexión política

MENSAJE DEL SANTO PADRE

La paz esté con todos ustedes:
hacia una paz “desarmada y desarmante”

“¡La paz esté contigo!”.

Este antiquísimo saludo, que sigue siendo habitual en muchas culturas, en la tarde de Pascua se llenó de nuevo vigor en labios de Jesús resucitado. «¡La paz esté con ustedes!» ( Jn 20,19.21) es su palabra, que no sólo desea, sino que realiza un cambio definitivo en quien la recibe y, de ese modo, en toda la realidad. Por eso, los sucesores de los Apóstoles dan voz cada día y en todo el mundo a la más silenciosa revolución: “¡La paz esté con ustedes!”. Desde la tarde de mi elección como Obispo de Roma he querido incorporar mi saludo en este anuncio coral. Y deseo reafirmarlo: «Esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, Dios que nos ama a todos incondicionalmente». [1]

La paz de Cristo resucitado

El que venció a la muerte y derribó el muro que separaba a los seres humanos (cf. Ef 2,14) es el Buen Pastor, que da la vida por el rebaño y que tiene muchas ovejas que no son del redil (cf. Jn 10,11.16): Cristo, nuestra paz. Su presencia, su don, su victoria resplandecen en la perseverancia de muchos testigos, por medio de los cuales la obra de Dios continúa en el mundo, volviéndose incluso más perceptible y luminosa en la oscuridad de los tiempos.

El contraste entre las tinieblas y la luz, en efecto, no es sólo una imagen bíblica para describir el parto del que está naciendo un mundo nuevo; es una experiencia que nos atraviesa y nos sorprende según las pruebas que encontramos, en las circunstancias históricas en las que nos toca vivir. Ahora bien, ver la luz y creer en ella es necesario para no hundirse en la oscuridad. Se trata de una exigencia que los discípulos de Jesús están llamados a vivir de modo único y privilegiado, pero que, por muchos caminos, sabe abrirse paso en el corazón de cada ser humano. La paz existe, quiere habitar en nosotros, tiene el suave poder de iluminar y ensanchar la inteligencia, resiste a la violencia y la vence. La paz tiene el aliento de lo eterno; mientras al mal se le grita “basta”, a la paz se le susurra “para siempre”. En este horizonte nos ha introducido el Resucitado. Con este presentimiento viven los que trabajan por la paz que, en el drama de lo que el Papa Francisco ha definido como “tercera guerra mundial a pedazos”, siguen resistiendo a la contaminación de las tinieblas, como centinelas de la noche.

Lamentablemente lo contrario —es decir, olvidar la luz— es posible; entonces se pierde el realismo, cediendo a una representación parcial y distorsionada del mundo, bajo el signo de las tinieblas y del miedo. Hoy no son pocos los que llaman realistas a las narraciones carentes de esperanza, ciegas ante la belleza de los demás, que olvidan la gracia de Dios que trabaja siempre en los corazones humanos, aunque estén heridos por el pecado. San Agustín exhortaba a los cristianos a entablar una amistad indisoluble con la paz, para que, custodiándola en lo más íntimo de su espíritu, pudieran irradiar en torno a sí su luminoso calor. Él, dirigiéndose a su comunidad, escribía así: «Tened la paz, hermanos. Si queréis atraer a los demás hacia ella, sed los primeros en poseerla y retenerla. Arda en vosotros lo que poseéis para encender a los demás». [2]

Ya sea que tengamos el don de la fe, o que nos parezca que no lo tenemos, queridos hermanos y hermanas, ¡abrámonos a la paz! Acojámosla y reconozcámosla, en vez de considerarla lejana e imposible. Antes de ser una meta, la paz es una presencia y un camino. Aunque sea combatida dentro y fuera de nosotros, como una pequeña llama amenazada por la tormenta, cuidémosla sin olvidar los nombres y las historias de quienes nos han dado testimonio de ella. Es un principio que guía y determina nuestras decisiones. Incluso en los lugares donde sólo quedan escombros y donde la desesperación parece inevitable, hoy encontramos a quienes no han olvidado la paz. Así como en la tarde de Pascua Jesús entró en el lugar donde se encontraban los discípulos, atemorizados y desanimados, de la misma manera la paz de Cristo resucitado sigue atravesando puertas y barreras con las voces y los rostros de sus testigos. Es el don que permite que no olvidemos el bien, reconocerlo vencedor, elegirlo de nuevo juntos.

Una paz desarmada

Poco antes de ser arrestado, en un momento de gran intimidad, Jesús dijo a los que estaban con Él: «Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo». E inmediatamente agrega: «¡No se inquieten ni teman!» (Jn 14,27). La turbación y el temor podían referirse, ciertamente, a la violencia que pronto se abatiría sobre Él. Más profundamente, los Evangelios no esconden que lo que desconcertó a los discípulos fue su respuesta no violenta; un camino al que todos, empezando por Pedro, se opusieron, pero en el cual el Maestro pidió que lo siguieran hasta el final. El camino de Jesús sigue siendo motivo de turbación y de temor. Y Él repite con firmeza a quien quisiera defenderlo: «Envaina tu espada» (Jn 18,11; cf. Mt 26,52). La paz de Jesús resucitado es desarmada, porque desarmada fue su lucha, dentro de circunstancias históricas, políticas y sociales precisas. Los cristianos, juntos, deben hacerse proféticamente testigos de esta novedad, recordando las tragedias de las que tantas veces se han hecho cómplices. La gran parábola del juicio universal invita a todos los cristianos a actuar con misericordia, siendo conscientes de ello (cf. Mt 25,31-46). Y, al hacerlo, encontrarán a su lado hermanos y hermanas que, por distintos caminos, han sabido escuchar el dolor ajeno y se han liberado interiormente del engaño de la violencia.

Aunque hoy no son pocas las personas de corazón dispuesto a la paz, un gran sentimiento de impotencia las invade ante el curso de los acontecimientos, cada vez más incierto. Ya san Agustín, en efecto, señalaba una paradoja particular: «Es más difícil alabar la paz que poseerla. En efecto, si queremos alabarla, deseamos las fuerzas para ello, buscamos los pensamientos y pesamos las palabras; por el contrario, si queremos poseerla, la tenemos y poseemos sin trabajo alguno». [3]

Cuando tratamos la paz como un ideal lejano, terminamos por no considerar escandaloso que se le niegue, e incluso que se haga la guerra para alcanzarla. Pareciera que faltan las ideas justas, las frases sopesadas, la capacidad de decir que la paz está cerca. Si la paz no es una realidad experimentada, para custodiar y cultivar, la agresividad se difunde en la vida doméstica y en la vida pública. En la relación entre ciudadanos y gobernantes se llega a considerar una culpa el hecho de que no se nos prepare lo suficiente para la guerra, para reaccionar a los ataques, para responder a las agresiones. Mucho más allá del principio de legítima defensa, en el plano político dicha lógica de oposición es el dato más actual en una desestabilización planetaria que va asumiendo cada día mayor dramatismo e imprevisibilidad. No es casual que los repetidos llamamientos a incrementar el gasto militar y las decisiones que esto conlleva sean presentados por muchos gobernantes con la justificación del peligro respecto a los otros. En efecto, la fuerza disuasiva del poder y, en particular, de la disuasión nuclear, encarnan la irracionalidad de una relación entre pueblos basada no en el derecho, la justicia y la confianza, sino en el miedo y en el dominio de la fuerza. «La consecuencia —como ya escribía san Juan XXIII acerca de su tiempo— es clara: los pueblos viven bajo un perpetuo temor, como si les estuviera amenazando una tempestad que en cualquier momento puede desencadenarse con ímpetu horrible. No les falta razón, porque las armas son un hecho. Y si bien parece difícilmente creíble que haya hombres con suficiente osadía para tomar sobre sí la responsabilidad de las muertes y de la asoladora destrucción que acarrearía una guerra, resulta innegable, en cambio, que un hecho cualquiera imprevisible puede de improviso e inesperadamente provocar el incendio bélico». [4]

Pues bien, en el curso del 2024 los gastos militares a nivel mundial aumentaron un 9,4% respecto al año anterior, confirmando la tendencia ininterrumpida desde hace diez años y alcanzando la cifra de 2.718 billones de dólares, es decir, el 2,5% del PIB mundial. [5] Por si fuera poco, hoy parece que se quiera responder a los nuevos desafíos, no sólo con el enorme esfuerzo económico para el rearme, sino también con un reajuste de las políticas educativas; en vez de una cultura de la memoria, que preserve la conciencia madurada en el siglo XX y no olvide a sus millones de víctimas, se promueven campañas de comunicación y programas educativos, en escuelas y universidades, así como en los medios de comunicación, que difunden la percepción de amenazas y transmiten una noción meramente armada de defensa y de seguridad.

Sin embargo, «el verdadero amante de la paz ama también a los enemigos de ella». [6] Así recomendaba san Agustín que no se destruyeran los puentes ni se insistiera en el registro del reproche, prefiriendo el camino de la escucha y, en cuanto sea posible, el encuentro con las razones de los demás. Hace sesenta años, el Concilio Vaticano II se concluía con la conciencia de un diálogo urgente entre la Iglesia y el mundo contemporáneo. En particular, la Constitución Gaudium et spes centraba la atención en la evolución de la práctica bélica: «El riesgo característico de la guerra contemporánea está en que da ocasión a los que poseen las recientes armas científicas para cometer tales delitos y con cierta inexorable conexión puede empujar las voluntades humanas a determinaciones verdaderamente horribles. Para que esto jamás suceda en el futuro, los obispos de toda la tierra reunidos aquí piden con insistencia a todos, principalmente a los jefes de Estado y a los altos jefes del ejército, que consideren incesantemente tan gran responsabilidad ante Dios y ante toda la humanidad». [7]

Al reiterar el llamamiento de los Padres conciliares y estimando la vía del diálogo como la más eficaz a todos los niveles, constatamos cómo el ulterior avance tecnológico y la aplicación en ámbito militar de las inteligencias artificiales hayan radicalizado la tragedia de los conflictos armados. Incluso se va delineando un proceso de desresponsabilización de los líderes políticos y militares, con motivo del creciente “delegar” a las máquinas decisiones que afectan la vida y la muerte de personas humanas. Es una espiral destructiva, sin precedentes, del humanismo jurídico y filosófico sobre el cual se apoya y desde el que se protege cualquier civilización. Es necesario denunciar las enormes concentraciones de intereses económicos y financieros privados que van empujando a los estados en esta dirección; pero esto no basta, si al mismo tiempo no se fomenta el despertar de las conciencias y del pensamiento crítico. La Encíclica Fratelli tutti presenta a san Francisco de Asís como ejemplo de este despertar: «En aquel mundo plagado de torreones de vigilancia y de murallas protectoras, las ciudades vivían guerras sangrientas entre familias poderosas, al mismo tiempo que crecían las zonas miserables de las periferias excluidas. Allí Francisco acogió la verdadera paz en su interior, se liberó de todo deseo de dominio sobre los demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos». [8] Es una historia que quiere continuar en nosotros, y que requiere que unamos esfuerzos para contribuir recíprocamente a una paz desarmante, una paz que nace de la apertura y de la humildad evangélica.

Una paz desarmante

La bondad es desarmante. Quizás por eso Dios se hizo niño. El misterio de la Encarnación, que tiene su punto de mayor abajamiento en el descenso a los infiernos, comienza en el vientre de una joven madre y se manifiesta en el pesebre de Belén. «Paz en la tierra» cantan los ángeles, anunciando la presencia de un Dios sin defensas, del que la humanidad puede descubrirse amada solo cuidándolo (cf. Lc 2,13-14). Nada tiene la capacidad de cambiarnos tanto como un hijo. Y quizá es precisamente el pensar en nuestros hijos, en los niños y también en los que son frágiles como ellos, lo que nos conmueve profundamente (cf. Hch 2,37). A este respecto, mi venerado Predecesor escribía que «la fragilidad humana tiene el poder de hacernos más lúcidos respecto a lo que permanece o a lo que pasa, a lo que da vida y a lo que provoca muerte. Quizás por eso tendemos con frecuencia a negar los límites y a evadir a las personas frágiles y heridas, que tienen el poder de cuestionar la dirección que hemos tomado, como individuos y como comunidad». [9]

San Juan XXIII introdujo por primera vez la perspectiva de un desarme integral, que sólo puede afirmarse mediante la renovación del corazón y de la inteligencia. Así escribía en Pacem in terris: «Todos deben, sin embargo, convencerse que ni el cese en la carrera de armamentos, ni la reducción de las armas, ni, lo que es fundamental, el desarme general son posibles si este desarme no es absolutamente completo y llega hasta las mismas conciencias; es decir, si no se esfuerzan todos por colaborar cordial y sinceramente en eliminar de los corazones el temor y la angustiosa perspectiva de la guerra. Esto, a su vez, requiere que esa norma suprema que hoy se sigue para mantener la paz se sustituya por otra completamente distinta, en virtud de la cual se reconozca que una paz internacional verdadera y constante no puede apoyarse en el equilibrio de las fuerzas militares, sino únicamente en la confianza recíproca. Nos confiamos que es éste un objetivo asequible. Se trata, en efecto, de una exigencia que no sólo está dictada por las normas de la recta razón, sino que además es en sí misma deseable en grado sumo y extraordinariamente fecunda en bienes». [10]

Un servicio fundamental que las religiones deben prestar a la humanidad que sufre es vigilar el creciente intento de transformar incluso los pensamientos y las palabras en armas. Las grandes tradiciones espirituales, así como el recto uso de la razón, nos llevan a ir más allá de los lazos de sangre o étnicos, más allá de las fraternidades que sólo reconocen al que es semejante y rechazan al que es diferente. Hoy vemos cómo esto no se da por supuesto. Lamentablemente, forma cada vez más parte del panorama contemporáneo arrastrar las palabras de la fe al combate político, bendecir el nacionalismo y justificar religiosamente la violencia y la lucha armada. Los creyentes deben desmentir activamente, sobre todo con la vida, esas formas de blasfemia que opacan el Santo Nombre de Dios. Por eso, junto con la acción, es cada vez más necesario cultivar la oración, la espiritualidad, el diálogo ecuménico e interreligioso como vías de paz y lenguajes del encuentro entre tradiciones y culturas. En todo el mundo es deseable «que cada comunidad se convierta en una “casa de paz”, donde aprendamos a desactivar la hostilidad mediante el diálogo, donde se practique la justicia y se preserve el perdón». [11] Hoy más que nunca, en efecto, es necesario mostrar que la paz no es una utopía, mediante una creatividad pastoral atenta y generativa.

Por otra parte, esto no debe distraer la atención de todos sobre la importancia que tiene la dimensión política. Quienes están llamados a responsabilidades públicas en las sedes más altas y cualificadas, procuren que «se examine a fondo la manera de lograr que las relaciones internacionales se ajusten en todo el mundo a un equilibrio más humano, o sea a un equilibrio fundado en la confianza recíproca, la sinceridad en los pactos y el cumplimiento de las condiciones acordadas. Examínese el problema en toda su amplitud, de forma que pueda lograrse un punto de arranque sólido para iniciar una serie de tratados amistosos, firmes y fecundos». [12] Es el camino desarmante de la diplomacia, de la mediación, del derecho internacional, tristemente desmentido por las cada vez más frecuentes violaciones de acuerdos alcanzados con gran esfuerzo, en un contexto que requeriría no la deslegitimación, sino más bien el reforzamiento de las instituciones supranacionales.

Hoy, la justicia y la dignidad humana están más expuestas que nunca a los desequilibrios de poder entre los más fuertes. ¿Cómo habitar un tiempo de desestabilización y de conflictos liberándose del mal? Es necesario motivar y sostener toda iniciativa espiritual, cultural y política que mantenga viva la esperanza, contrarrestando la difusión de actitudes fatalistas «como si las dinámicas que la producen procedieran de fuerzas anónimas e impersonales o de estructuras independientes de la voluntad humana». [13] Porque, de hecho, «la mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores», [14] a esta estrategia hay que oponer el desarrollo de sociedades civiles conscientes, de formas de asociacionismo responsable, de experiencias de participación no violenta, de prácticas de justicia reparadora a pequeña y gran escala. Ya lo señalaba con claridad León XIII en la Encíclica Rerum novarum: «La reconocida cortedad de las fuerzas humanas aconseja e impele al hombre a buscarse el apoyo de los demás. De las Sagradas Escrituras es esta sentencia: “Es mejor que estén dos que uno solo; tendrán la ventaja de la unión. Si el uno cae, será levantado por el otro. ¡Ay del que está solo, pues, si cae, no tendrá quien lo levante!” ( Qo 4,9-10). Y también esta otra: “El hermano, ayudado por su hermano, es como una ciudad fortificada” ( Pr 18,19)». [15]

Que este sea un fruto del Jubileo de la Esperanza, que ha impulsado a millones de seres humanos a redescubrirse peregrinos y a comenzar en sí mismos ese desarme del corazón, de la mente y de la vida al que Dios no tardará en responder cumpliendo sus promesas: «Él será juez entre las naciones y árbitro de pueblos numerosos. Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra. ¡Ven, casa de Jacob, y caminemos a la luz del Señor!» (Is 2,4-5).

Vaticano, 8 de diciembre de 2025

 

LEÓN PP. XIV

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El Obispo recibe, de los grupos parroquiales sinodales, la felicitación de toda la Diócesis

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La Capilla mayor de la Casa de la Iglesia ha sido, un año más, testigo de la felicitación de la Navidad al Obispo. Una tradición en la que cada año, una representación de una realidad concreta de la Iglesia de Jaén felicita, en su nombre y en el de toda la Iglesia diocesana, la Navidad al Prelado.

En este 2025 se ha escogido a representantes de tres grupos sinodales parroquiales, de Santa Isabel de la capital, Torredonjimeno y Bailén.

En la Capilla se han dado cita, junto a los miembros de la Curia; los seminaristas y sus formadores; algunos de los sacerdotes que residen en la residencia sacerdotal, D. Manuel Basulto; sacerdotes y miembros de Cáritas Jaén.

Vicario General

El acto lo ha abierto el Vicario General, D. Juan Ignacio Damas. Lo ha hecho con una preciosa intervención contando, desde su experiencia en bendición del Nacimiento del convento de las Clarisas, cómo cada una de las figura que componen el Belén son necesarias y llevan a cabo una función. En este sentido, el Vicario General ha expresado: “En el nacimiento de las monjas las figuritas andan en camino. Hay un camino para los pastores, porque si no lo siguen, no sabrán llegar donde está el Niño. Y hay un camino para los tres reyes magos, que caminan juntos, aunque cada uno viene de un lugar distinto, porque tienen un destino común. Las palomas que hacen unos años modelaron las monjas no caminan juntas, pero sí podríamos decir que hacen camino juntas, porque vuelan en bandada. Igual que las ovejas, que van en manada. O que las palmeras que se alzan esbeltas, una junto a otra, en el desierto de serrín y papel pintado de ocres y verdes”.

En este sentido y haciendo un hermoso paralelismo sobre la sinodalidad, ha explicado: “A mí se me ocurre pensar que el belén de las monjas es un sacramento de lo que es la Iglesia y de lo que la Iglesia está haciendo en este tiempo: somos sínodo, camino común”.  Para añadir, “Es verdad que, como en el belén de las clarisas, en la vida cotidiana de nuestra Iglesia siempre hay alguna “figurita” que se sale del camino trazado; o que anda siempre cayéndose y hay que estar continuamente levantándola; alguien que se para a lamentarse por cualquier cosa como la mujer a quien se le ha caído el canasto de los huevos y se ha que-dado paralizada echándose las manos a la cabeza en lugar de continuar con los demás su recorrido hasta el portal; y también hay alguna oveja negra, como esas de lana oscura que las monjas han puesto en medio de las otras, pero que a todas luces se ve que no quieren integrarse con las de barro; y algún burro hay también, de esos de los que hay que ir tirando siempre porque no quieren avanzar: menudo resoplido está dando delante de él el hombre que lo guía”.

Para concluir, el Vicario General ha querido manifestar el sentido último del camino sinodal que como Iglesia hemos emprendido y lo ha dicho con estas palabras:En nuestra Iglesia de Jaén estamos haciendo un camino común, y queremos seguir haciéndolo. Es verdad que a veces puede dar la impresión de que avanzamos poco, de que nos cansamos, de que no llegamos ni por asomo a ese horizonte que nos llama y nos inspira. Pero es la luz de la estrella, que es Cristo, la que nos guía, como a los magos. Puede que nuestro caminar sea lento, pero no es errado. Queremos ser obedientes al Espíritu y al magisterio de la Iglesia, que nos urge”.

Las lecturas han estado participadas por un miembro de la curia, Raúl Cortes y el Evangelio de la Natividad del Señor, proclamado por el director de la Casa Sacerdotal y Vicerrector del Seminario, D. Manuel Sánchez.

Equipos sinodales

A continuación, han sido tres representantes de los equipos sinodales los que han tomado la Palabra: un responsable de vicaría del equipo sinodal diocesano, un responsable de un equipo sinodal interparroquial, y una participante de un grupo sinodal parroquial.

El primero, Pablo Hermoso de Torredonjimeno,  ha señalado en su intervención que A pesar de los lógicos temores, dudas e incertidumbres ante una metodología desconocida, “hemos comenzado a caminar con ilusión y esperanza. Lo hacemos convencidos de que este proceso no se apoya sólo en nuestras fuerzas, sino que es el Espíritu Santo quien va marcando el ritmo y abriendo caminos, para que esto no quede en únicamente en un sentir y en una lista de propósitos”. Para apostillar que “este proceso sinodal iniciado en nuestra diócesis tiene en usted su principal impulsor, en comunión con la Iglesia universal y en fidelidad a la llamada del Papa”. A lo que ha añadido: “Nos hemos de esforzar por unas relaciones menos funcionales y más evangélicas, por el descubrimiento de la riqueza de los distintos carismas y ministerios y sentirnos corresponsables en la misión”.

Después ha sido el turno de Juan Antonio Sánchez de la parroquia de El Salvador de Bailén y del grupo interparroquial que está trabajando en las asambleas sinodales, que ha definido, como “un encargo ilusionante y un trabajo con vistas al futuro de cómo queremos visualizar y trabajar por nuestra iglesia, siendo lo más importante, hacerlo juntos”.

El último en intervenir ha sido el representante de la parroquia de Santa Isabel de Jaén capital, Juan José Valenzuela, que ha hablado de la importancia de la corresponsabilidad como parte del camino sinodal. la “estamos descubriendo la importancia de la corresponsabilidad: cada uno de nosotros, desde lo que puede aportar, forma parte activa de la vida y misión de nuestra comunidad parroquial”, ha expresado. Para después, hablar de los grupos sinodales, “que nos está ayudando también a escucharnos unos a otros, a valorar la diversidad de opiniones y experiencias, y a crecer en comunión y solidaridad”. Por último, ha aportado una hermosa idea de la fe vivida en comunidad: “Estamos comprendiendo que la fe no se vive en soledad, sino que se fortalece cuando caminamos juntos, compartimos nuestras alegrías y nuestras dificultades, y nos apoyamos mutuamente en el día a día”.

Intervención del Obispo

El Obispo ha tomado el testigo para recoger todo lo que se había dicho y reflexionar, con la mirada de los pastores, los primeros en llegar al portal de Belén y venerar al Niño, sobre la sinodalidad y la corresponsabilidad. En este sentido, Don Sebastián ha expresado: “Los pastores estaban haciendo lo de siempre: cuidar el rebaño, vigilar en la oscuridad de la noche, permanecer junto a sus ovejas… Nadie los había llamado, ni elegido nunca para nada importante. Nunca habían sido protagonistas de nada, pero Dios les tenía preparado algo grande. Fueron los primeros en enterarse. Ellos fueron, y no otros con más prestigio, más posición, más relevancia social,  a los que se les anunció, en primer lugar, la Buena Noticia”. Para, seguir explicando: “La Navidad comienza así: no llena de artificios, sino con una noticia sencilla que pone a la gente en camino. Los pastores se pusieron en marcha, caminaron juntos, vieron… y después contaron. Y en ese ir, ver y contar empezó algo nuevo”.

Don Sebastián, recordando esa escena ha hablado de ese caminar juntos como Iglesia. “Al recordar esta escena, encuentro esa semejanza entre nosotros y esos pastores que se pusieron en camino al conocer la Buena Nueva. También nosotros, en la Iglesia, estamos llamados a vivir así: atentos, disponibles, dispuestos a caminar juntos. No desde la seguridad de tener todas las respuestas, sino desde la confianza de quien se deja sorprender por Dios”. En este sentido, ha subrayado “Que no caminamos solos. Que nadie sobra. Y que todos, cada uno desde su lugar desde su misión particular, somos responsables de cuidar la vida de esta Iglesia que se nos ha confiado en este momento particular de la Historia”.

En su mensaje de Navidad, también ha querido hacer memoria del Año de la Esperanza y de los frutos que ha dado, con momentos tan sublimes como el Rosario de la Esperanza y la reciente beatificación de 124 mártires de la Iglesia de Jaén, el pasado sábado.

Animando a los congregados, estos días “a acoger al Dios que nace en lo pequeño, que no se impone, que solo pide sitio en medio de nuestra vida y de nuestro trabajo diario para darnos luz, perspectiva, esperanza”, ha concluido su intervención.

Con la veneración del Niño Dios mientras los seminaristas cantaban villancicos ha concluido la felicitación navideña del Obispo de Jaén en este 2025, año de la esperanza.

Galería fotográfica: «Felicitación al Obispo de Jaén 2025»

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El diaconado permanente, un signo vivo de Cristo Servidor

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El diaconado permanente, un signo vivo de Cristo Servidor

El próximo domingo 21  de diciembre, a las seis de la tarde, la Catedral de Sevilla acogerá la ordenación diaconal de Jesús García Díaz (Sevilla, 1967) y Jesús María Fernández Silva (Sevilla, 1983). La Eucaristía será presidida por monseñor José Ángel Saiz Meneses, arzobispo de Sevilla.

El servicio de los diáconos permanentes en la Iglesia está documentado desde los tiempos apostólicos. Una tradición consolidada que ha visto el inicio del diaconado en el hecho de la institución de los «siete», de la que hablan los Hechos de los Apóstoles (6, 1-6).

El diaconado permanente es una de las tres órdenes del sacramento del Orden en la Iglesia, junto con el presbiterado (sacerdotes) y el episcopado (obispos). A diferencia del diaconado transitorio, que es una etapa en la formación hacia el sacerdocio, el diaconado permanente es una vocación en sí misma. Quienes lo reciben pueden permanecer como diáconos toda su vida. Su ministerio se basa en ser “verdaderos discípulos de aquel que no vino para que le sirvieran, sino para servir”, a través de la diaconía de la caridad. San Pablo los saluda junto a los obispos en el exordio de la carta a los Filipenses (Fip 1, 1) y en la primera carta a Timoteo examina las cualidades y las virtudes con las que deben estar adornados para cumplir dignamente su ministerio.

Hombres casados, en torno a los 60 años; varones bautizados, con madurez humana, afectiva, espiritual e intelectual, con formación académica, pastoral y teológica, integrados en la comunidad cristiana desempeñando obras de apostolado, y que cuenten con el consentimiento y acompañamiento de la esposa.

Encuentro con Cristo

Jesús García inició su proceso al diaconado permanente vinculado a la Parroquia de Santa María de las Nieves, de Olivares, y a su Cáritas parroquial. Colaboraba también con la Cáritas de San Vicente, de Sevilla, en el proyecto de personas sin hogar. Afirma que, en su caso, la llamada a este ministerio surgió cuando estaba cada vez más implicado en las labores pastorales de Cáritas, y en el grupo de liturgia de la parroquia. “Comencé a notar una fuerte inquietud interior hacia el diaconado en el año 2017”.

Para García, la llamada vocacional solamente puede explicarse desde la experiencia del encuentro con Cristo, “y supone buscar el verdadero sentido a la existencia”. Añade que para una persona que ha entrado en la sexta década de vida “no hay argumentos lógicos que puedan explicar el giro vivencial que han supuesto estos años en su vida personal, familiar y profesional”.

Este tiempo de formación le ha permitido descubrir la diaconía desde tres dimensiones básicas. “La caridad como norma de vida en su sentido más amplio”. Es decir, “adoptar formas de comportamiento y actitudes humanas tan básicas como acoger, cuidar y acompañar a todas las personas con las que compartimos camino”. La segunda es “la pasión por la Palabra que se traduce no solo en el ansia por conocerla mejor y hacerla más tuya, sino también por saber llevarla a los demás y trabajar por hacerla accesible a todos”. Finalmente, “el tiempo dedicado a la oración y a los sacramentos como claves de vida”. “Todo ello realizado desde una vida normalizada, encarnada e indistinguible externamente de la de los demás”, añade. Sobre el rol que desempeña su familia en el camino de discernimiento, Jesús García manifiesta que “la fuerza del diaconado también reside en desarrollar el ministerio desde la experiencia de vida que supone el matrimonio y la paternidad”.

Cristo servidor

Jesús Fernández pertenece a la Parroquia de La Anunciación de Nuestra Señora y San Juan XXIII, de Sevilla. Reconoce que la llamada de Dios al ministerio diaconal “ha sido algo latente y constante”. Los primeros indicios vocacionales surgieron en su adolescencia-juventud, donde incluso llegó a ingresar en el Seminario buscando dar respuesta a estas inquietudes vocacionales. No obstante, abandonó el camino hacia el presbiterado “por la fuerte vocación que experimentó también a la vida matrimonial y al papel de padre de familia”. Fue a partir de la asignatura de Orden y Matrimonio donde descubrió la figura del diácono permanente, “ya que nunca antes había conocido personalmente este servicio en mi contexto eclesial más próximo”. Así, “la esperanza de encontrar ahí el desarrollo de mi vocación se vio fuertemente acrecentada, y no ha dejado de latir en todo este tiempo que ha pasado desde entonces hasta hoy”, afirma.

En la tarea pastoral ofrecida en el seno de su comunidad parroquial ha podido “ir descubriendo con más claridad que el carisma que el Señor me empuja a vivir se corresponde con el diaconado; ahora nuestra Iglesia, tras estos años de preparación y seguimiento, corrobora esta llamada”.

Para Fernández, recibir el orden del diaconado “no es algo que interprete como un exclusivo deseo personal, sino más bien como una necesidad de poder responder con el ministerio a lo que identifico como el deseo de Dios para mi vida. Es por ello que, al ponerme en manos de nuestra Iglesia para comenzar a recorrer este camino de formación y discernimiento experimenté una paz tremenda, dado que es ella quien identifica -o no- esos signos de vocación en el candidato, y es ella quien nos ordena si llegara el caso”.

Caridad, Palabra y liturgia

De la diaconía destaca la importancia de “imitar con nuestra vida a Cristo servidor de todos como horizonte de desarrollo de esta vocación”. A lo largo de la vida de la Iglesia “este servicio diaconal se ha ido definiendo en tres campos concretos: la caridad, la Palabra y la liturgia.

Jesús Fernández considera que en la actualidad responder positivamente a esta llamada del Señor de servir a la Iglesia a través del diaconado, desde una perspectiva pragmática “puede parecer una locura, y -en efecto lo es-, pero una locura de amor. Algo parecido nos ocurre a los cristianos casados… complicamos y dificultamos muchísimo nuestra vida en ejercicio de amor entregado a nuestros cónyuges e hijos, pero sentimos que es a lo que nos llama el Señor, y por mucha que sea la carga experimentamos la fuerza de su gracia y la vida interior que nos regala en ello. Es entonces cuando encontramos que esa entrega -lejos de ser una locura sin más- tiene un profundo sentido como respuesta a lo que el Señor te está pidiendo”. “Con el ejercicio del diaconado ocurre lo mismo. Por tanto, si respondemos a esta pregunta desde una perspectiva de fe o espiritual, supone la vivencia del profundo amor a Dios en el ejercicio del servicio a los hermanos, para el que la Iglesia nos ordena”.

Ambos candidatos al diaconado agradecen a Dios la llamada al ministerio diaconal, a la  vez que piden “la gracia y la fidelidad” para responder generosamente a la misión encomendada. Agradecen también a la Iglesia de Sevilla, “en especial al equipo de formación”, por acompañarles en el camino de discernimiento vocacional y de formación hacia el ministerio ordenado”.

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📖 Reseña literaria: ‘María, amiga′, de Andrea Mardegan

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📖 Reseña literaria: ‘María, amiga′, de Andrea Mardegan

Estamos acostumbrados a pensar en María como Madre y como mediadora que intercede por nosotros ante el Señor. En cambio, quizá apenas pensamos en ella como amiga. El libro de Andrea Mardegan presenta, así, un panorama inédito de las amistades de María […] también puede convertirse en nuestra verdadera amiga

Fuente: Editorial Vive de Cristo

Intervención de la Hna. Pilar González, desde la Librería Welba, en El Espejo de COPE Huelva de este viernes 19 de diciembre.

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Nuevas tasas diocesanas para 2026

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Nuevas tasas diocesanas para 2026

Los Obispos de la Provincia Eclesiástica de Sevilla emiten el decreto para actualizar el estipendio de las misas y las “tasas de las curias diocesanas y las parroquias”

Los Obispos de la Provincia Eclesiástica de Sevilla han determinado la actualización de las tasas diocesanas conforme el IPC, según autoriza el rescripto del Dicasterio para el Clero de 15 de marzo de 1995.

La provincia eclesiástica de Sevilla tiene “la facultad de que dichas tasas puedan ser actualizadas cada tres años en reunión de la Provincia, conforme al IPC”, por Rescripto del Dicasterio para el Clero.

Estas nuevas tasas entrarán en vigor el 1 de enero de 2026.

Consulte las tasas en el siguiente enlace.

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