Inicio Blog

HOMILÍA EN LA FIESTA DE SAN ESTEBAN-DÍA DEL PENDÓN

0

Querida comunidad, querida familia de la ciudad de Almería.

Saludo a la Sra. Alcaldesa y a toda la corporación municipal, al concejal portador del pendón y a todas las autoridades: civiles, militares, judiciales, académicas y a los cuerpos de seguridad. Saludo al Sr. Deán y al excelentísimo Cabildo de la Catedral. Felicito a la Policía Municipal que celebra su patrón.

Aún estamos con el sabor de la celebración del Nacimiento del Señor y hoy la Iglesia nos presenta el testimonio luminoso del primer mártir. Hoy, dentro del ciclo de Navidad en toda la Iglesia, celebramos a san Esteban, el primer mártir de los seguidores de Jesús: “os entregarán a los gobernantes y a los reyes por mi causa” acabamos de escuchar en el Evangelio. La liturgia parece unir el pesebre con la cruz, (también los hacen nuestros villancicos tradicionales) recordándonos que el amor que Dios nos muestra en este recién nacido de Belén es un verdadero amor que llega hasta el extremo.

San Esteban no fue apóstol, ni sacerdote del Templo. Fue un hombre “lleno de fe y del Espíritu Santo” (Hch 6,5), el primero en el número de los siete diáconos elegidos por los apóstoles para servir a los pobres, esteban se nos presenta como una persona entregada a la caridad y un testigo valiente de la verdad. Cuando su palabra y su vida incomodaron, fue acusado injustamente. Sin embargo, no respondió odiando, Esteban, como buen discípulo de Jesús: confió en el Padre y perdonó a sus perseguidores.

El Niño de Belén viene a traer una paz que pasa por la entrega, una luz que no se apaga ni siquiera en la noche del rechazo. El mártir nos recuerda que el Evangelio se anuncia con palabras, pero se confirma con la vida. También hoy, muchos cristianos son llamados a dar testimonio en medio de la incomprensión, la burla o la indiferencia.

Ahora, dos mil años después, sigue habiendo cristianos martirizados en bastantes países del mundo, aunque no sean noticia, quizás interesen más otras. Según informes recientes de Open Doors, organización cristiana internacional sin fines de lucro que apoya a los cristianos perseguidos por su fe en distintos países del mundo, miles de cristianos han sido asesinados en 2025 por motivos relacionados con su fe, especialmente en las zonas de conflicto y por parte de grupos extremistas, ya sean políticos o religiosos.

Más de 7.000 asesinatos este año solo en Nigeria a manos de militares. En el Congo en febrero de 2025, la masacre de Kasanga, dejó al menos 70 cristianos decapitados por soldados del grupo ADF, o la masacre de Komanda, en julio de 2025 que asesinó más de 50 personas, en una iglesia mientras oraban durante la noche. Sin ir más lejos, en Lyon, Francia: El 10 de septiembre de 2025, Ashur Sarnaya — un cristiano asirio — fue apuñalado hasta la muerte, cuando grababa en directo un TikTok evangelizador, un asesinato motivado por su fe cristiana y sus críticas a grupos extremistas.  Además, Syria, Sudán, China, India… En un contexto más amplio, alrededor de más de 380 millones de cristianos en todo el mundo se enfrentan a la persecución de cualquier tipo por su fe, incluyendo violencia, encarcelamientos, destrucción de iglesias, discriminación legal, y restricciones severas de la libertad religiosa.

Esteban mientras era apedreado, levantó los ojos al cielo y vio la gloria de Dios. Sus últimas palabras repiten las mismas de Cristo en la cruz: “Señor Jesús, recibe mi espíritu” y “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (Hch 7,59-60). Este es la esencia del martirio cristiano: no la violencia sufrida, sino el amor ofrecido; no la derrota, sino la victoria del perdón.

Las autoridades y parte de la sociedad almeriense, desde hace 536 años, que ya es decir, el día 26 de diciembre de 1.489, conmemoramos la toma incruenta de la Ciudad de Almería por los Reyes Católicos (que aún no tenían ese título) y la restauración del cristianismo. Isabel y Fernando celebraron la Navidad en Almería, un día como hoy, y oyeron Misa en la mezquita de la Alcazaba. Cuando los Reyes, hicieron entrega solemne del Pendón de sus Armas Reales a la Ciudad, mandando que lo colocarán en la Torre más alta de la Alcazaba, “llamada de la Vela”, hicieron oficial su conquista.

Y ahora, entre nosotros ¿sería posible hacer conquistas colectivas sin ninguna violencia de cualquier tipo? Antes de ayer, el rey Felipe VI, constataba que atravesábamos una inquietante crisis de confianza y nos recordó la Transición como un ejercicio colectivo de responsabilidad.

Y ayer, el papa León XIV, en el saludo de la Navidad a todas las naciones, recordando a Gaza y Ucrania, nos decía: Habrá paz cuando nos sepamos poner en el lugar de quienes sufren cuando la fragilidad de los demás nos atraviese el corazón, cuando el dolor ajeno haga añicos nuestras sólidas certezas, entonces ya comienza la paz. Y añadió, que Europa, no pierda su espíritu comunitario y colaborador, fiel a sus raíces cristianas y a su historia solidaria y acogedora con los que están pasando necesidad.

Hermanas y hermanos, este es el camino de la paz y la concordia, es el camino de derribar las murallas que creamos, y de abrir las puertas de la ciudad: solo, si entre todos, somos responsables podremos acabar con esta crisis de confianza en la que nos hemos sumergido. Si cada uno de nosotros, a todos los niveles, en lugar de visceralidad, de palabras huecas, de diatribas y acusaciones a los demás, si en su lugar, reconociéramos, ante todo, las propias faltas y supiéramos pedir perdón a Dios y a los demás y, al mismo tiempo, nos pusiéramos en el lugar de quienes sufren, siendo más solidarios con los más débiles y oprimidos, entonces cambiaría nuestra vida y la de los demás. Ojalá se empape nuestro corazón de buenas obras. ¡Feliz día de san Esteban!

Almería, 26 de diciembre de 2025

+ Antonio, vuestro obispo

Ver este artículo en la web de la diócesis

Año nuevo: remar mar adentro con esperanza

0

Con el corazón lleno de gratitud y esperanza nos situamos ante el umbral de un nuevo año. Al hacerlo, nuestra mirada se vuelve necesariamente hacia el Año Jubilar que clausuramos en nuestra Archidiócesis y en toda la Iglesia. Un año de gracia que ha sido, verdaderamente, un tiempo favorable, un don inmerecido del Señor para reavivar la fe, fortalecer la esperanza y renovar la caridad. Siguiendo la convocatoria del Papa Francisco en la Bula Spes non confundit, el pasado 29 de diciembre de 2024 abrimos solemnemente el Año Santo Jubilar con la celebración de la Eucaristía en nuestra Santa Iglesia Catedral. Desde aquel momento nos pusimos en camino como peregrinos de esperanza, acogiendo la invitación del Sucesor de Pedro a dejarnos reconciliar con Dios y a vivir con hondura el misterio de la misericordia.

El domingo 28 de diciembre celebramos la clausura diocesana del Año Jubilar con la Santa Misa en la Catedral. Una Eucaristía de acción de gracias, en la que pondremos en manos del Señor los frutos espirituales de este tiempo santo, conscientes de que todo ha sido gracia y don suyo. Durante este año jubilar, muchos fieles han recorrido con fe y devoción los templos jubilares de nuestra Archidiócesis, ganando las indulgencias y renovando su vida cristiana. En Sevilla, la Catedral, las Basílicas Menores de la Macarena, Jesús del Gran Poder, María Auxiliadora y el Cristo de la Expiración, así como la Capilla de los Marineros, han sido lugares de encuentro con la misericordia de Dios. En la provincia, los santuarios y parroquias jubilares —Setefilla en Lora del Río, Santa Cruz en Écija, Santa María Magdalena en Dos Hermanas, Consolación en Utrera y Loreto en Espartinas— han acogido a numerosos peregrinos que han buscado al Señor con corazón sincero.

Doy gracias a Dios por la disponibilidad generosa de tantos sacerdotes que, a través del sacramento de la Penitencia, han sido instrumentos de perdón y reconciliación. Mi agradecimiento se extiende igualmente a los voluntarios y colaboradores que han hecho posible la acogida ordenada y fraterna de los peregrinos. Todo ello es signo de una Iglesia viva, servidora y en salida. El Jubileo ordinario será clausurado en toda la Iglesia con el cierre de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro el próximo 6 de enero de 2026, solemnidad de la Epifanía del Señor. No es casual esta coincidencia: la Epifanía nos recuerda que Cristo es la luz destinada a todos los pueblos, y que la esperanza cristiana no conoce fronteras. Que la claridad del amor de Dios llegue a todos, especialmente a quienes viven en la oscuridad del sufrimiento, la pobreza o la soledad, y que la Iglesia sea siempre testigo fiel de esta luz.

Entre los recuerdos más vivos de este año jubilar quedarán grabadas en nuestra memoria las peregrinaciones diocesanas a Roma, en las que hemos podido vivir momentos de profunda comunión eclesial junto al Papa Francisco y al Papa León XIV. Han sido experiencias de fe compartida que nos han confirmado en nuestra pertenencia a la Iglesia universal. Este tiempo de gracia nos ha permitido constatar, una vez más, que la Iglesia sigue despertando en las almas. Vienen a la memoria aquellas palabras luminosas de Romano Guardini, pronunciadas hace más de un siglo, cuando afirmaba que estaba comenzando “un proceso religioso de incalculable magnitud”. Hoy, también nosotros percibimos signos de un renovado interés por la fe cristiana, que nos anima a reavivar el espíritu apostólico y a cuidar con mayor esmero nuestra vida espiritual.

Al comenzar este nuevo año, os invito a no dejar perder los frutos del Jubileo. Alimentemos la oración, la vida sacramental y el compromiso cristiano, y compartamos con sencillez la fe con quienes se sienten alejados o buscan a Dios sin saberlo. A todos los que habéis peregrinado este año, os repito una llamada que nace del corazón: dejémonos transformar por el Espíritu para pasar de peregrinos a apóstoles. El inicio de un año nuevo es siempre ocasión de esperanza y de novedad. El Papa Francisco, comentando una reflexión de Hannah Arendt, nos recordaba que el ser humano no ha nacido para morir, sino para comenzar. Esta capacidad de comenzar de nuevo, de abrir caminos inéditos, es expresión de la fecundidad que Dios ha sembrado en nosotros.

Al inicio del tercer milenio, san Juan Pablo II nos exhortó con fuerza: Duc in altum, “rema mar adentro”. Esta llamada, recogida en mi lema episcopal, sigue siendo plenamente actual. Cristo es siempre la gran novedad, y nos impulsa a avanzar sin miedo, confiados en su palabra. La contemplación del misterio de la Epifanía reaviva en nosotros el ardor misionero para que la luz de Cristo llegue a todos los rincones de nuestra sociedad. Os animo a traducir los buenos deseos de este comienzo de año en gestos concretos: en el cuidado de la vida, en la atención a los más vulnerables, en el compromiso por la justicia y la paz. El mundo necesita testigos creíbles que recuerden que, con Cristo, siempre es posible recomenzar. Que María Santísima, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, nos enseñe a acoger la novedad de Dios con corazón humilde y confiado, y nos acompañe en este nuevo año que el Señor nos concede. Santo Año Nuevo.

✠ José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla

Homilía en la Misa del Gallo

0

Homilía de Monseñor José Ángel Saiz Meneses en la Catedral de Santa María de la Sede, Sevilla. 24 de diciembre de 2025. Lecturas: Is. 9, 1-3. 5-6; Salmo 95, 11-3.11-13; Tit. 2, 11-14; Lc 2, 1-14.

Queridos hermanos y hermanas que participáis en esta celebración: ¡Santa y Feliz Navidad! Cabildo de la Catedral, sacerdotes concelebrantes, diáconos, miembros de la vida consagrada y del laicado; también los que participáis a través del canal YouTube de la Catedral. “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande” (Is 9,1). Esta proclamación del profeta Isaías resuena de nuevo en esta noche santa. En medio de las oscuridades de la historia, Dios hace brillar una luz que no se apaga y que vence toda sombra: Jesucristo, el Hijo eterno del Padre, nacido de María Virgen en Belén de Judá. Esta es la noche en la que se cumple la esperanza de Israel y la humanidad entera reconoce que Dios ha venido a nosotros.

La liturgia de la Misa del Gallo nos invita a contemplar el misterio con la mirada humilde de los pastores y con el corazón fiel de María y José. Los textos bíblicos que hemos escuchado convergen en un mismo anuncio: ha aparecido la luz, ha brillado la gracia, ha nacido el Salvador. El profeta Isaías habla a un pueblo sometido por el peso de la incertidumbre, amenazado por invasiones y marcado por el pecado. Y en medio de esa situación, anuncia un tiempo nuevo: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9,5). Este Niño es el Mesías, el Enviado, “Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz”.

A lo largo del año 2025 hemos sido testigos de muchas sombras: tensiones sociales, conflictos bélicos, heridas abiertas en diversos lugares del mundo, especialmente donde el odio y la violencia parecen tener la última palabra. Sin embargo, esta noche santa escuchamos de nuevo una verdad que sostiene nuestra esperanza: la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la ha vencido (cf. Jn 1,5). En la segunda lectura, san Pablo proclama que “ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres” (Tit 2,11). Aquel Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre es la manifestación de esa gracia salvadora. No es una idea abstracta, no es un sentimiento, no es un mito: es una Persona viva, cercana, que entra en nuestra historia para transformarla desde dentro.

San Lucas nos ofrece en su evangelio la profundidad de la Encarnación. María da a luz a su Hijo primogénito en Belén, y allí, en el marco sencillo de un establo, entre silencio, pobreza y adoración, Dios se hace Niño. La señal para los pastores es un signo sorprendente: no la gloria del poder, sino la pequeñez de la ternura. Dios elige la pobreza para revelarse, elige lo humilde para confundir la soberbia, elige el silencio para hablar al corazón. El anuncio de los ángels se dirige a pastores, hombres sencillos de aquel tiempo. Y el mensaje es directo y universal: “Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). Tres títulos que resumen la identidad de Jesús: Salvador, porque nos libera del pecado y de la muerte; Mesías, porque cumple las promesas del Padre; Señor, porque es Dios verdadero. A continuación, se une el coro celestial: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14). He aquí la síntesis del misterio: gloria y paz; alabanza y reconciliación; adoración y fraternidad.

La Navidad no es un recuerdo sentimental del pasado; es un acontecimiento presente que renueva la vida del creyente y lo introduce en la dinámica del amor redentor de Cristo. Cada año, al acercarnos a este misterio, somos invitados a dejar que la luz penetre en nuestras oscuridades, para que todo en nuestra vida sea transformado por Él. Por eso, esta noche el Señor nos pide abrir el corazón: a la fe, a la esperanza y al amor. Nos llama a vivir la reconciliación en la familia, en el ambiente laboral, en la comunidad cristiana. Nos invita a renovar el perdón y la misericordia. Nos urge a poner en el centro a los pobres, a los que sufren, a los enfermos y a quienes más necesitan una palabra de consuelo.

Celebramos esta Navidad dentro del Año Jubilar 2025 que está llegando a su conclusión. Un año de gracia en el que toda la Iglesia ha sido invitada a “peregrinar en la esperanza”. En este contexto jubilar, la Navidad recibe una significación particular: Cristo, que “ha aparecido para todos los hombres” (Tit 2,11), es la verdadera Puerta Santa por la que entramos en el misterio de la salvación. Él es la puerta del redil, la puerta de la misericordia, la puerta que nos conduce al Padre.

Nuestra Iglesia diocesana ha vivido intensamente este Año Jubilar. Damos gracias a Dios por tantos acontecimientos de gracia que han tenido lugar: las peregrinaciones a Roma, las celebraciones jubilares en la Catedral y en los otros templos jubilares, los encuentros diocesanos; la Misión en numerosos pueblos y barrios, especialmente la Misión de la Esperanza, que ha dejado una profunda huella evangelizadora; y las constantes iniciativas de formación, oración, de caridad, de adoración y misión, que han impulsado a tantos fieles a renovar su vida espiritual y su compromiso apostólico. Todo ello ha sido posible gracias al trabajo de sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos y religiosas, laicas y laicos comprometidos, hermandades, movimientos, delegaciones y servicios pastorales. El Señor ha estado grande con nosotros, y esta noche santa es una ocasión privilegiada para agradecerlo.

No podemos contemplar el misterio del nacimiento del Señor sin mirar a la Sagrada Familia. María, con su fe sin reservas, nos enseña a acoger la Palabra de Dios con docilidad. Ella es la primera creyente, la mujer del “sí”, la Madre del Redentor. José, por su parte, es el custodio fiel, el hombre justo que cumple la voluntad de Dios en silencio y obediencia. Los dos nos muestran el camino para vivir nuestra vocación cristiana escuchando a Dios, también cuando no lo entendemos todo; confiando en Él, incluso en medio de las dificultades; sirviendo al prójimo, especialmente a los más pobres; protegiendo la vida, desde su concepción hasta su final natural; viviendo en familia la fe, sabiendo que la familia es la primera escuela del amor y la fraternidad.

La Navidad no termina en la belleza de la liturgia ni en los cantos de esta noche. La Navidad pide una respuesta. Dios se nos da para que nosotros también nos demos a los demás. Este año 2025 nos ha impulsado a salir, a anunciar, a celebrar, a servir. Hemos renovado nuestro deseo de vivir una Iglesia en salida, como insistió el Papa Francisco, una Iglesia que se deja mover por la misericordia y la esperanza. Por eso, la Navidad es también una misión: anunciar la alegría del Evangelio, llevar la luz allí donde hay oscuridad, sembrar reconciliación donde existe división, ofrecer amistad donde reina la soledad. La paz, que los ángeles proclaman esta noche, es un don y una tarea. Es un don que recibimos del Niño Dios, y una tarea que realizamos como discípulos suyos. Que en esta Noche Santa renovemos nuestro compromiso en la construcción de la paz, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestra ciudad, en nuestro país y en el mundo entero. La paz, por la que tanto clama el Papa León, especialmente ahora, en Navidad.

Queridos hermanos y hermanas, como los pastores, también nosotros vayamos a Belén. Vayamos con fe, con humildad, con actitud de adoración. Acerquémonos al pesebre interior de nuestro corazón para acoger al Señor. Dejemos que ilumine nuestras vidas, que cure nuestras heridas, que fortalezca nuestras debilidades. Dejemos que Él sea realmente el centro de nuestra Navidad. Contemplando a Cristo Niño, renovemos nuestra esperanza. Él es la gracia que ha aparecido, la luz que brilla, la paz que se da. En Él Dios se hace cercano para siempre. Pidamos a la Virgen María, Madre del Dios encarnado, y a san José, custodio del Redentor, que nos acompañen en este tiempo santo. Que nos preparen para concluir con fruto el Año Jubilar y para comenzar un nuevo año abiertos a la gracia, a la misión y a la esperanza que viene de Cristo. “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14). Santa y Feliz Navidad.

“Nadie está solo”, Carta Pastoral para Navidad

0

“Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor” (Lc 2, 11). Con esta Buena Noticia, proclamada en la noche de Belén, deseo llegar a cada uno de ustedes: a las familias, a los ancianos, a los jóvenes, a los enfermos, a los migrantes, a los encarcelados, a quienes viven en soledad, a quienes trabajan por un mundo más justo y a quienes buscan con sinceridad el rostro de Dios. Con estas palabras quiero dirigirme a todos ustedes para anunciarles, una vez más, la alegría del Evangelio: Dios se hace Niño para caminar con nosotros.
Este año, celebramos la Navidad en un contexto muy especial: concluimos el Jubileo de la Esperanza, un tiempo de gracia que ha marcado profundamente nuestra Diócesis. Hoy deseo unir ambos acontecimientos, porque la Navidad ilumina el camino recorrido y lo proyecta hacia el futuro.
En medio de un mundo agitado, lleno de ruidos y tensiones, que intenta silenciar con el consumismo la presencia de Dios vuelve a resonar el anuncio que cambia todo: Dios se hace cercano, Dios se hace Niño, Dios se hace uno de nosotros.
No viene con poder ni grandeza humana, sino con la humildad desarmante de un recién nacido.
Su mensaje es claro: nadie está solo, nadie está olvidado, nadie queda fuera de su amor.
La luz que no se apaga
En este tiempo en que muchos experimentan incertidumbre, cansancio o tristeza, la Navidad es una invitación a dejar que la luz de Cristo ilumine nuestras sombras.
Él es la luz que sostiene a quien ya no puede más, consuela a quien ha perdido a un ser querido, da esperanza a quien se siente estancado y abre caminos nuevos donde parecía que no los había.
La Navidad nos muestra que Cristo nace también hoy, allí donde se le abre un espacio en el corazón. En Belén, Dios se hace pequeño para que nadie tenga miedo de acercarse.
En el pesebre, la esperanza se hace carne.
En el Niño envuelto en pañales descubrimos que el amor de Dios no se rinde jamás, que no abandona, que no olvida, que no retrocede ante nuestras fragilidades.
Por eso, al contemplar el nacimiento de Jesús, entendemos que el Jubileo no ha sido sólo una celebración, sino una llamada a acoger la esperanza que Dios nos entrega en su Hijo.
Navidad es el “salto” de Dios de lo divino a lo humano sin dejar de ser lo primero (cfr. Flp 2, 6 – 11), que se ha pasado a nuestro bando, es uno de nosotros. Él ya no está lejos. No es desconocido. Al nacer en la tierra quiere hacerse compañero de viaje de cada uno de nosotros. En el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan. El cielo ha venido a la tierra y hace saltar de gozo a los ángeles que cantan de alegría porque lo alto y lo bajo, cielo y tierra, se encuentran nuevamente unidos; porque el hombre se ha unido nuevamente a Dios.
Lo que el Jubileo ha sembrado en nosotros
Durante este año, miles de fieles han peregrinado, orado, celebrado, pedido perdón y dado gracias. Hemos visto comunidades fortalecidas, corazones reconciliados, pasos cansados que volvieron a levantarse. En todo ello, la gracia de Dios ha actuado silenciosa pero eficazmente.
Ahora que el Jubileo concluye, descubrimos que deja en nosotros tres regalos que la Navidad confirma y renueva:
-Una esperanza que escucha
Como María, aprendimos a guardar en el corazón lo que Dios nos dice en lo pequeño y lo sencillo. En el pesebre encontramos a María, mujer creyente, Madre que guarda y acompaña.
Ella nos enseña a contemplar, a esperar, a confiar aun cuando no entendemos todo.
Que bajo su mirada vivamos esta Navidad con una fe renovada y con un corazón disponible a la voluntad de Dios.
-Una esperanza que sostiene
En medio de desafíos sociales, económicos y personales, hemos visto brotar solidaridad, oración y acompañamiento. Vivir la Navidad es acoger a Dios y a los hombres. El pesebre manifiesta la lógica divina, que no se centra en las ambiciones ni en los privilegios, sino que es la gramática de la cercanía, del encuentro y de la proximidad. Navidad es, por tanto, convertirse en constructores de un futuro, anteponiendo el bien común a los particularismos egoístas. Jesús ha establecido la casa común y nos pide que la convirtamos en una casa acogedora para todos. De ahí deriva el compromiso del cuidado y respeto de la creación y la necesidad de superar los prejuicios, derribar las barreras y eliminar las divisiones que enfrentan a las personas y a los pueblos, para construir juntos un mundo de justicia y de paz.
-Una esperanza caritativa
Navidad es, también, la fiesta de los pobres Dios nace pobre. Jesús nace en una cueva y lo colocan en un pesebre, donde comen los animales. Viene al mundo en un establo, envuelto entre pañales, sin lujos, sin comodidades. Nació como nacen hoy muchos inmigrantes, como nacen los hijos de mujeres en campos de refugiados… y así nos enseña que en este mundo donde Él puso su “tienda”, nadie es extranjero. Aunque en este mundo todos estamos de paso, es precisamente Jesús quien nos hace sentir como en casa en esta tierra santificada por su presencia y quiere que la convirtamos en un hogar acogedor para todos. No olvidemos que, al poco de nacer, también Jesús se hace inmigrante y tiene que huir a Egipto junto con José y María. Si Jesús fue acogido en tierra extranjera, también nosotros hemos de acoger a los que vienen de fuera, aprendiendo a superar cada vez más los recelos y los prejuicios que dividen o, peor aún, enfrentan a las personas y a los pueblos, para construir juntos un mundo de justicia y de paz.
La profunda solidaridad que este Niño ha establecido con su nacimiento, nos hace salir al encuentro del que no tiene, llevándonos a compartir lo que tenemos no sólo lo material, sino también lo espiritual.
-Una esperanza que envía
El Jubileo no termina: comienza una misión. Somos enviados a ser testigos de esperanza en nuestras familias, en el trabajo, en la sociedad y, sobre todo, junto a quienes más sufren.
Los invito, queridos hermanos, a celebrar esta Navidad con la mirada amplia y el corazón disponible.
Que la alegría del pesebre transforme nuestras actitudes:
que llevemos consuelo donde haya soledad, que sembremos paz donde haya tensiones, que repartamos alegría donde la vida pesa, que construyamos fraternidad donde hay heridas.
La esperanza no consiste sólo en esperar tiempos mejores; consiste en dejar que Cristo transforme este tiempo, este mundo y este corazón.
Escuchemos a ese Niño que con su venida al mundo nos repite: “No Temáis”. Dejémonos, pues, iluminar por esa luz de Cristo que con su Encarnación ha derrotado el poder del mal y nos ha readmitido al convite de la vida. Sintamos en esa noche el tierno amor de Dios que nos anima a no dejarnos intimidar por un mundo tantas veces convertido en establo y lleno de tinieblas que ensombrecen la dignidad de los seres humanos
Contemplemos al niño de Belén que nos revela que la salvación de Dios se ha hecho presente a través de una experiencia de familia. Por eso Navidad es tiempo de familia, donde hay siempre un sitio libre en el hogar y una mesa preparada: “caliente el pan y envejecido el vino”. En Navidad dirigimos nuestras miradas y nuestros corazones a Belén, donde está la Sagrada Familia: Jesús, María y José, que nos enseñan a vivir la vocación de servicio al amor y a la vida.
Concluyamos diciéndole a María: Danos tus ojos, María, para descifrar el misterio que se oculta tras la fragilidad de los miembros del Hijo. Enséñanos a reconocer su rostro en los niños de toda raza y cultura. Ayúdanos a ser testigos creíbles de su mensaje de paz y de amor, para que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, caracterizado aún por tensos contrastes e inauditas violencias, reconozcan en el Niño que está en tus brazos al único Salvador del mundo, fuente inagotable de la paz verdadera, a la que todos aspiran en lo más profundo del corazón.
Que la Virgen Santa, nos ayude “a conservar siempre estas cosas y meditarlas en nuestro corazón”.

 

+José Mazuelos Pérez

Obispo de Canarias

“El Señor realmente está con nosotros”

0

Homilía de Mons. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en la Eucaristía de la fiesta de la Natividad del Señor, el 25 de diciembre de 2025, celebrada en la Catedral.

Queridos hermanos sacerdotes y querido diácono;
queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Os reitero mi felicitación navideña. Una feliz y santa Navidad. Un feliz día de Navidad, este día grande que nos ha embarcado el pregón con el que hemos comenzado esta celebración de la Eucaristía, poniéndonos en las coordenadas del tiempo el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, y al mismo tiempo haciéndose realidad esa espera que hemos ido acompasando con la liturgia y la Palabra de Dios y que se ha visibilizado en la Corona de Adviento en cada uno de los domingos de cuenta atrás hasta llegar al Misterio que contemplamos.

Este punto central en la historia de la humanidad es la historia de la Salvación. Los profetas nos han ido trayendo ese eco y esa animación a la esperanza. En una humanidad caída en el pecado, en una humanidad que ha experimentado a lo largo de la historia las consecuencias del mal, el Señor no se olvidó de nuestra raza; el Señor nos olvidó del ser humano, sino, al contrario, ya desde los comienzos, como nos relata el libro del Génesis, va anunciando esa salvación de manera progresiva en la historia de los pueblos, en la historia de la humanidad, especialmente por mediación del pueblo escogido, del pueblo de Israel, por mediación de Abraham, en cuya fe hemos nacido todos, desde los patriarcas, los profetas, hasta llegar a nuestro Señor Jesucristo, descendiente de David. Es esa historia maravillosa que tiene como centro este día y que a su vez ha hecho que la humanidad cuente un antes y un después de Cristo.

Pero, no podemos dejar, queridos amigos, que Jesucristo se nos pierda en la noche de los tiempos como un personaje que va difuminando la historia. No podemos quedarnos simplemente con la admiración de un personaje ilustre de la humanidad y benefactor que ha dejado una doctrina maravillosa, sino mucho más: es el Hijo de Dios hecho hombre. Esta es la fe que proclamamos. Esto es lo que la Carta a los hebreos, escrita para cristianos en medio de persecución, nos ha dicho que Dios, después de hablar de manera diferente a lo largo, antiguamente, por medio de los profetas, en esta etapa final nos ha hablado por su Hijo Jesucristo. Él es el Verbo de Dios. Él es la Palabra de Dios hecha carne.

Y esta realidad, esta identidad de Cristo que nos ha presentado la Carta a los hebreos y que después el texto del prólogo del Evangelio de San Juan, el Evangelio del Teólogo, del discípulo predilecto de Cristo, que nos da la lectura teológica de lo que el resto de los evangelistas, los Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), especialmente, nos muestran el nacimiento de Jesús, en esa historia también concreta, con unas coordenadas, en un momento: Dios se ha hecho hombre. Dios se ha hecho hombre en Jesús, el Hijo de Dios, el Hijo de María. Y esto cambia la historia. Esto ha cambiado la humanidad. Esto, por una parte, y hace que nos alegremos de manera especial, porque es el comienzo de la salvación que llega a su plenitud en la entrega, en el Misterio Pascual, en la pasión, muerte y Resurrección, y que llegará en esa explosión gloriosa al final de los tiempos con el reinado total de Cristo sobre el mundo al final de la historia.

Y en esa historia, en ese devenir de los años, de los siglos, de los milenios, ahí estamos nosotros. Ahí está la humanidad querida por Dios. Nuestro Dios no es un Dios lejano que se olvida de los seres humanos una vez que ha puesto en marcha el mundo. Nuestro mundo, a pesar de las disfunciones, a pesar de las guerras, a pesar de la violencia, a pesar de las injusticias manifiestas y que experimentamos; y si abrimos los ojos, la Navidad es un momento especial para abrir el corazón a los más necesitados, a los más desvalidos, a los que más sufren, pero no para cerrarlo el día siguiente a la fiesta de Reyes, sino para mantener vivo ese espíritu del amor con que Dios ama a su pueblo, con que Cristo los ha amado hasta el extremo.

Este es el gran acontecimiento que celebramos. Tenemos solución. Nos ha venido la salvación. El Verbo de Dios se ha hecho carne, se ha hecho uno de nosotros, comparte nuestra existencia, sabe de nuestros dolores, de nuestros sufrimientos, de nuestras angustias. Nuestro Dios no es un Dios lejano. Es un Dios que acompaña a la historia humana y que en su Hijo Jesucristo se nos ha hecho tan cercano que se ha hecho uno de nosotros igual a nosotros excepto en el pecado.

Luego, queridos amigos, no tenemos a Dios lejos. El Señor realmente está con nosotros y está en cada acontecimiento, en cada persona donde Jesús nos ha dicho que Él estará con nosotros hasta el final de los tiempos. Pues, vamos a revivir esto en esta Navidad de manera especial, en el encuentro familiar, en la acogida y en los deseos de paz, en este mundo nuestro, en medio del trabajo, en medio de nuestra vida, que cambia, porque nos ha cambiado la vida al nacer el Hijo de Dios.

Y Él se ha constituido en el modelo, en el camino nos dice; en la verdad y en la vida, nos dice él mismo en el Evangelio de Juan. En el camino por el que avanzar y, como dice san Agustín, ser al mismo tiempo la meta a la que nos dirigimos. En la verdad, que da razón y es la respuesta definitiva a las preguntas del hombre, que es un ser que va indagando y preguntándose en la historia el sentido del vivir. Cristo es la respuesta. Como dice el Concilio, “le dice al hombre lo que debe ser el hombre”. Él es la vocación suprema.

Luego, Cristo es nuestro Salvador, nuestro modelo, nuestro amigo, nuestro Dios. Nos ha hecho cercano el amor misericordioso de Dios. Nuestro Dios no es un Dios temible, no es un Dios “metemiedo”, no es un Dios lejano. Es el Dios cercano que en su Hijo Jesucristo nos ha mostrado el amor con que nos ama, con que nos acoge, con que nos perdona, con que nos invita a esa plenitud porque Jesús es la vida, la vida que nos hace salir de nuestras muertes, de nuestros desvalimientos y es quien nos da esperanza en una plenitud a la que estamos llamados, Él que es el Alfa y la Omega, el Cristo total al que nos encaminamos.

Luego, queridos amigos, ¿cómo no vamos a estar de fiesta? Este es el sentido profundo de esta festividad, de estas fiestas de la Natividad del Señor. Por eso, qué bien lo recoge la liturgia cuando -nos dice (y hoy se repetirá en todas las celebraciones litúrgicas del mundo-), le hemos pedido “¡oh, Dios!, que creaste de modo admirable al ser humano y lo has restaurado de forma más admirable, concédenos a los que confiamos con fe en Él que nos lleve a tener la vida divina de Aquél que se ha dignado compartir nuestra condición humana”. Ese “maravilloso intercambio que nos salva”, como dice también la liturgia.

Seamos como Jesús nos pide. Dios es imitable y ahí están sus mandatos, sobre todo el mandato del amor al prójimo. Y ahí está su enseñanza: las bienaventuranzas. Jesús nos ha venido a darnos una manera de vivir, pero antes nos ha cambiado. Ya no podemos decir que Dios no es imitable. Dios es imitable. Y es lo que han hecho los santos, cada uno pareciéndose a Jesús de una manera y siendo su condición, su época, su edad distinta, pero todos han intentado parecerse a Jesús. Y a eso estamos llamados nosotros.

Que en este día agradezcamos de manera especial a María y a José en ese Misterio que se nos representa en los Belenes y que gracias a Dios todavía en nuestras casas están presentes, y cómo vienen tantos niños en la luz de Belén a encender, aquí, en la luz traída de Belén, para después encenderla en sus belenes en Granada.

Queridos amigos, vivamos la tradición cristiana de la Navidad. No nos paganicemos. No olvidemos el sentido profundo de estos días que nos llenan de alegría y de paz. La alegría y la paz que pedimos para nuestras familias, para nuestro mundo, ahora y siempre.

Por tanto, queridos amigos, feliz Navidad. Feliz Navidad a los que venís habitualmente a la celebración dominical a esta misa en la catedral. Feliz Navidad a los que os encontráis de paso estando estos días en Granada, disfrutando de nuestra maravillosa ciudad. Feliz Navidad a todos. ahora y siempre. Y lo mejor en el año que va a comenzar. Terminaremos el próximo domingo, y todas las diócesis del mundo, el año jubilar del 2025 aniversario del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. El Papa lo cerrará el día 6, fiesta de la Epifanía del Señor. Nosotros, repito, lo haremos el próximo domingo día 28. Os espero.

Y vivamos este tiempo y siempre como peregrinos de esperanza, como quería el Papa Francisco y ha renovado el Papa León.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
25 de diciembre de 2025
S.A.I Catedral Metropolitana de Granada

Homilía en la Misa de Nochebuena

0

Homilía de Mons. José Antonio Satué en la Misa de Nochebuena celebrada en la Catedral de Málaga en la noche del 24 de diciembre de 2025.

Queridos hermanos y hermanas,

En esta noche santa, después del trajín y el bullicio de la cena, hacemos silencio, un silencio profundo, para que podamos contemplar con el corazón las señales que Dios nos ofrece para reconocer su presencia. No son señales grandiosas ni espectaculares. Son señales pequeñas, casi escondidas. El Evangelio de esta noche nos regala tres señales.

La señal es un bebe: la ternura de Dios

La primera señal es un bebé, un niño recién nacido. Dios se hace pequeño. Dios se hace frágil. Dios se hace abrazable. Dios nos salva desde la ternura. En un mundo que valora la fuerza, la eficacia, el éxito, Dios elige la ternura como su lenguaje, como su camino.

Un niño recién nacido despierta lo mejor de nosotros: el deseo de cuidar, de proteger, de acompañar. Lo sabéis bien las madres, los padres, los abuelos… No viene imponiéndose, ni exigiendo, viene ofreciendo cercanía.Así quiere entrar Dios en nuestra vida: no como un juez que vigila, sino como un niño que regala ternura y necesita cuidados.

Esta noche, al mirar al Niño, dejemos que Él lime nuestras aristas más bruscas y despierte en nosotros esa capacidad de ternura que a veces la prisa o el cansancio adormecen.

La señal es un pesebre: la humildad de Dios

La segunda señal es un pesebre, un comedero de animales. No hay cuna, no hay comodidad, no hay brillo. Hay humildad, hay pobreza. Y no es una pobreza romántica: es la pobreza real de quien no encuentra sitio, de quien llega al mundo sin nada. Dios elige nacer ahí para que nadie pueda decir: “Esto no es para mí”; para poder abrazar a todos, comenzando por los más descartados.

El pesebre nos recuerda que Dios se acerca especialmente a quienes viven en la precariedad, a quienes sienten que no encajan, a quienes viven a la intemperie. Acojamos pues el llamamiento de Cáritas, que nos invita a comprometernos para que tener una vida digna deje de ser una cuestión de suerte.

El pesebre nos enseña que lo esencial no necesita lujo, que la verdadera riqueza es la presencia de Dios, que nos ama y nos ayuda a amar más y mejor. Y también nos invita a revisar nuestras prioridades: ¿dónde buscamos la felicidad? ¿En qué ponemos nuestra seguridad?

La señal es una gran alegría: la alegría de Dios

La tercera señal es la alegría. No una alegría superficial o forzada, sino la alegría profunda de quien descubre que es amado sin condiciones.

Los ángeles anuncian a los pastores “una gran alegría”, y esa alegría nace de saber que Dios ha venido por nosotros, que no estamos solos, que nuestra vida tiene un valor infinito para Él.

Esta alegría no depende de que todo vaya bien. Siempre habrá emperadores que impongan su voluntad y posadas que cierren sus puertas a los pobres. Es una alegría que nace dentro, que brota incluso en medio de las dificultades, porque tiene una raíz firme: Dios me ama, Dios me busca, Dios me acompaña.

Esta noche, dejemos que esa alegría nos toque. Que ilumine nuestras sombras, que cure nuestras heridas, que renueve nuestra esperanza.

Conclusión

Queridos hermanos y hermanas, acerquémonos con el corazón abierto a este Niño, para que Él nos contagie el deseo de seguir con Él el camino de la ternura, la humildad y la alegría para todos.

Pidámosle que nuestra Iglesia diocesana de Málaga, que nuestras parroquias y movimientos, que cada bautizado y bautizada –pastores y laicos– ofrezcamos al mundo en nuestra vida cotidiana estas tres señales: la ternura, la humildad y la alegría.

Feliz Navidad, hermanas y hermanos, a cada uno de vosotros y a vuestras familias.

El Monasterio de la Cartuja acoge la convivencia sacerdotal de Navidad presidida por Monseñor José Rico Pavés

0

El Monasterio de la Cartuja acoge la convivencia sacerdotal de Navidad presidida por Monseñor José Rico Pavés

PINCHA AQUÍ PARA VER EL RESUMEN

En la jornada de hoy, 26 de diciembre, festividad de San Esteban Mártir, el Monasterio de la Cartuja de Jerez se convierte en el lugar de encuentro para el clero de la Diócesis de Asidonia-Jerez con motivo de la celebración de la Navidad.

Presidida por Monseñor José Rico Pavés, Obispo de Asidonia-Jerez, esta convivencia navideña busca fortalecer los lazos fraternos del presbiterio en un ambiente de comunión, oración y formación. La jornada incluye momentos de oración compartida, espacios para la convivencia entre el clero y una ponencia formativa a cargo del propio prelado diocesano.

Este tipo de encuentros, enmarcados en el tiempo litúrgico de la Navidad, permiten vivir con mayor profundidad la alegría del nacimiento del Señor, así como renovar la vocación desde la fraternidad y la reflexión conjunta.

La entrada El Monasterio de la Cartuja acoge la convivencia sacerdotal de Navidad presidida por Monseñor José Rico Pavés se publicó primero en Diócesis Asidonia – Jerez.

Ver este artículo en la web de la diócesis

ARCHISEVILLA 7 días. Edición del 26-12-2025

0

ARCHISEVILLA 7 días. Edición del 26-12-2025

Un resumen de la actualidad en la Archidiócesis de Sevilla. Edición del viernes 26 de diciembre de 2025. Último resumen informativo semanal del año 2025, un año marcado por el Jubileo de la Esperanza.

La Buena Noticia de la Iglesia en imágenes.

The post ARCHISEVILLA 7 días. Edición del 26-12-2025 first appeared on Archidiócesis de Sevilla.

Ver este artículo en la web de la diócesis

Concierto de Navidad en la Abadía del Sacro Monte

0

El 27 de diciembre, a las 12 horas.

Para celebrar la buena noticia de la Natividad del Señor, la Abadía del Sacro Monte celebra un concierto el sábado 27, a las 12 horas.

Estará a cargo del organista Antonio Linares López. Interpretará un programa con piezas de Chauvet, Balbastre, JM Thomas, Dominico Zipoli y Aquin, de los siglos XVII, XVIII y XIX.

La entrada es libre.

The post Concierto de Navidad en la Abadía del Sacro Monte first appeared on Archidiócesis de Granada.

Ver este artículo en la web de la diócesis

El arzobispo de Sevilla invita a comenzar el año “remando mar adentro con esperanza”

0

El arzobispo de Sevilla invita a comenzar el año “remando mar adentro con esperanza”

El arzobispo de Sevilla, monseñor José Ángel Saiz Meneses, ha publicado hoy su carta de fin de año, titulada ‘Año nuevo: remar mar adentro con esperanza’. En esta ofrece una reflexión agradecida por el camino recorrido este año y anima a los fieles de la Archidiócesis hispalense a iniciar el nuevo año con un “renovado impulso cristiano”.

Monseñor Saiz sitúa su mensaje en el contexto del Año Jubilar, que se clausurará en nuestra diócesis el próximo domingo, 28 de diciembre, con una Eucaristía en la Catedral a las seis de la tarde.  Este ha sido -ha dicho el arzobispo– “un tiempo favorable, un don inmerecido del Señor para reavivar la fe, fortalecer la esperanza y renovar la caridad”. En su carta recuerda la apertura solemne del Jubileo el 29 de diciembre de 2024 en la Catedral de Sevilla, siguiendo la convocatoria del papa Francisco en la bula Spes non confundit, y subraya que desde entonces la Iglesia diocesana ha caminado como “peregrinos de esperanza”.

En su balance del Año Santo destaca las numerosas peregrinaciones que se han llevado a cabo en los doces lugares sagrados jubilares establecidos en la diócesis: “Durante este año jubilar, muchos fieles han recorrido con fe y devoción los templos jubilares de nuestra Archidiócesis, ganando las indulgencias y renovando su vida cristiana”. En este sentido, el arzobispo agradece expresamente la labor de sacerdotes, voluntarios y colaboradores que han hecho esto posible, signo —afirma— de “una Iglesia viva, servidora y en salida”.

La carta mira también al horizonte de la Iglesia universal, recordando que el Jubileo ordinario concluirá con el cierre de la Puerta Santa en Roma el 6 de enero de 2026, solemnidad de la Epifanía, una fecha que “nos recuerda que Cristo es la luz destinada a todos los pueblos, y que la esperanza cristiana no conoce fronteras. Que la claridad del amor de Dios llegue a todos, especialmente a quienes viven en la oscuridad del sufrimiento, la pobreza o la soledad, y que la Iglesia sea siempre testigo fiel de esta luz”.

Entre los momentos más significativos del año, el arzobispo menciona las peregrinaciones diocesanas a Roma, vividas en comunión con el papa Francisco y el papa León XIV, y constata con esperanza que “la Iglesia sigue despertando en las almas”, percibiendo signos de un renovado interés por la fe cristiana. Al respecto, cita a Romano Guardini cuando afirmaba que estaba comenzando “un proceso religioso de incalculable magnitud”.

De cara al nuevo año, exhorta a no perder los frutos del Jubileo y a pasar “de peregrinos a apóstoles”, alimentando la oración, la vida sacramental y el compromiso cristiano, y compartiendo “con sencillez la fe con quienes se sienten alejados o buscan a Dios sin saberlo”.

Finalmente, don José Ángel retoma la llamada que hizo san Juan Pablo II al inicio del tercer milenio: ‘Duc in altum’, “rema mar adentro”. Una llamada que forma parte de su lema episcopal y que busca animar a toda la familia diocesana a avanzar sin miedo: “La contemplación del misterio de la Epifanía reaviva en nosotros el ardor misionero para que la luz de Cristo llegue a todos los rincones de nuestra sociedad. Os animo a traducir los buenos deseos de este comienzo de año en gestos concretos: en el cuidado de la vida, en la atención a los más vulnerables, en el compromiso por la justicia y la paz. El mundo necesita testigos creíbles que recuerden que, con Cristo, siempre es posible recomenzar”, concluye su carta.

The post El arzobispo de Sevilla invita a comenzar el año “remando mar adentro con esperanza” first appeared on Archidiócesis de Sevilla.

Ver este artículo en la web de la diócesis

Enlaces de interés

ODISUR
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.