A la celebración han asistido jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo, delegaciones estatales y mucho fieles, en torno a 200.000.. La ceremonia ha comenzado en el interior de la Basílica de San Pedro, donde el Papa, acompañado por los Patriarcas de las Iglesias Orientales, ha descendido a la tumba de Pedro en un acto simbólico, que subraya su vínculo con el apóstol. Posteriormente, la procesión ha continuado hacia el altar situado en la Plaza de San Pedro, encabezada por dos diáconos que portaban el palio, el anillo del pescador y el Evangelio. Mientras, el coro ha entonado los Laudes Regiae, que invocan la intercesión de los papas santos, los mártires y todos los santos.
Insignias petrinas y rito de obediencia
Tras la Liturgia de la Palabra se ha celebrado el rito de imposición de las insignias episcopales petrinas. Tres cardenales de diferentes órdenes y continentes se han acercado al nuevo Pontífice. El primero le ha impuesto el palio, símbolo de la autoridad metropolitana y del vínculo con la Sede de Pedro. El segundo, a través de una oración, ha invocado la presencia y la asistencia del Señor sobre el nuevo Papa. El tercero ha pronunciado una oración invocando a Cristo, «Pastor y Obispo de nuestras almas», quien edificó la Iglesia sobre la roca de Pedro, y suplicó que fuera Él quien entregara al nuevo Pontífice el Anillo-sello del Pescador, que acto seguido le ha sido entregado. Este significativo momento ha concluido con una oración al Espíritu Santo, para pedir que enriquezca al nuevo líder con fortaleza y mansedumbre para mantener a los discípulos de Cristo en la unidad de la comunión. El Papa ha bendecido entonces a la asamblea con el Libro de los Evangelios, mientras resonaba la aclamación en griego: «¡Ad multos annos!», deseándole muchos años de pontificado.
A continuación, doce representantes de todo el pueblo de Dios, provenientes de distintas partes del mundo, han ofrecido su respeto y colaboración al nuevo Pastor; tres cardenales, un obispo -el del Callao, ministerio que ejerció Prevost un año-, un presbítero, un diácono, los presidentes de las superioras y superiores generales, un matrimonio y dos jóvenes.
«Una Iglesia unida para un mundo reconciliado»
León XIV ha comenzado su homilía con una cita de san Agustín: «Nos has hecho para ti, [Señor] y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, 1,1.1). En primer lugar, ha recordado la muerte de su predecesor, el papa Francisco, que «ha llenado de tristeza nuestros corazones y, en esas horas difíciles, nos hemos sentido como esas multitudes que el Evangelio describe como ovejas que no tienen pastor (Mt 9,36)». Un momento que, sin embargo, la Iglesia ha afrontado con la certeza de que el Señor nunca abandona a su pueblo, lo reúne cuando está disperso y lo cuida «como un pastor a su rebaño» (Jr 31,10)».
El nuevo Papa también ha hecho referencia al cónclave, en el que «hemos experimentado la obra del Espíritu Santo, que ha sabido armonizar los distintos instrumentos musicales, haciendo vibrar las cuerdas de nuestro corazón en una única melodía». Respecto a su elección, ha añadido que «fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia».
León XIV ha recordado que «amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro». Y que ese llamado de ser «pescadores de hombres», ahora, «después de la resurrección, les corresponde precisamente a ellos llevar adelante esta misión: no dejar de lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo; navegar en el mar de la vida para que todos puedan reunirse en el abrazo de Dios». Llevar a cabo esa tarea es posible porque, como dice el Evangelio, el propio Pedro, «ha experimentado en su propia vida el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación». Un amor «sin reservas ni cálculos». En el Evangelio, Jesús nos enseña que «solo si has conocido y experimentado el amor de Dios, que nunca falla, podrás apacentar a mis corderos; solo en el amor de Dios Padre podrás amar a tus hermanos “aún más”, es decir, hasta ofrecer la vida por ellos».
Esa es la tarea que se le confía a Pedro, «amar aún más y de dar su vida por el rebaño. El
ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo». No se trata, ha insistido el Pontífice, «de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús». Y ha añadido, «si la piedra es Cristo, Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas (cf. 1 P 5,3); por el contrario, a él se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos».
Una tarea que es de todos los bautizados, llamados «a construir el edificio de Dios en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la convivencia de las diferencias». Leónz XIV ha reconocido que este es su gran deseo, «una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado». Porque «vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno».
Algo que tiene mucho que ver con «el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo».
El Santo Padre ha citado la encíclica Rerum novarum de León XIII: «¿No parece que acabaría por extinguirse bien pronto toda lucha allí donde ella entrara en vigor en la sociedad civil?» Y ha invitado a construir «una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad. Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros».
Al final de la Eucaristía, el Papa ha reiterado cuáles van a ser los pilares de su pontificado: unidad, amor y misión. Tras el canto del Regina caeli, ha impartido la bendición solemne, pidiendo al Señor que «mire» y «proteja» el sarmiento y la vid plantados por Él, y que haga «resplandecer» sobre todos su rostro de salvación.
Tomado de www.revistaecclesia.es