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San José Cafasso

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San José Cafasso

San José CafassoA pesar de no haber durado su existencia cincuenta años, llenó de fruto espiritual y de testimonio cristiano su paso por el siglo XIX y dejó estela de singular santidad rompedora de moldes acuñados y ejemplar para el resto del tiempo.

Nació el 15 de enero del año 1811 en Castelnuovo Don Bosco, que entonces se llamaba Castelnuovo d’Asti. Cristalizó su deseo de consagrarse a Dios en los principios del verano de 1827, cuando estrenaba su juventud, comenzando a vestir el traje talar. Hizo los estudios filosóficos y teológicos preparatorios al sacerdocio que se le confirió el 21 de setiembre de 1833.

Las corrientes que mandaban la moda en aquellos momentos estaban inficionadas de jansenismo y regalismo con vientos que dificultaban fuertemente la marcha de la Iglesia. La piedad, como expresión de la fe, estaba sofocada por un excesivo rigorismo que señalaba tanto la distancia entre el Creador y la criatura que dificultaba la expresión genuina de la relación con Dios visto como Padre bueno; por ello, la relación amorosa y confiada a la que debe llevar la verdadera piedad permanecía oculta por la rigidez estéril y el temor nocivo a Dios observado como justiciero, lejano y extraño. Por la otra parte, la consideración regalista del poder civil en los Estados conducía a un absolutismo regio que oscilaba entre la elección de los obispos para las diferentes diócesis por parte del rey y la manipulación arbitraria de los bienes eclesiásticos por parte del poder civil, mermando así la autoridad del Papa y su libertad para el gobierno de la Iglesia y la predicación del Evangelio. Era la consecuencia de la Ilustración.

Enmarcado en estas formas de pensamiento y de actitudes prácticas comienza el ejercicio del ministerio sacerdotal José Cafasso. Renuncia a la «carrera» de los eclesiásticos, desperdiciando voluntariamente las posibilidades de subir que tuvo desde el principio por su buen cartel. Se instala, con la intención de mejorar su formación sacerdotal, en el «Convitto» de San Francisco de Asís, en Turín, que habían fundado en el 1817 Pío Brunone y Luis María Fortunato. Allí vivían, rezaban, se formaban y pastoralmente se animaban jóvenes sacerdotes para bien del Piamonte. Pero lo que comenzó con ánimos de mejora personal terminó siendo la ocasión de su amplísimo apostolado. De alumno pasa a maestro de teología moral y luego a rector del Convictorio por su piedad profunda, solidez de cultura teológica y madurez ascética.

Frente a la práctica religiosa antipática y a la pastoral sacramental rigorista imperante en su época, allí se entresacan los filones de la vida espiritual católica de todos los tiempos. Con trazos seguros y vivos se enseña, recuerda y habla del fin de esta vida, del valor del tiempo, de la salvación del alma y de la lucha contra el pecado; con naturalidad se tratan las verdades eternas, la frecuencia de los sacramentos, el despego del mundo… y todo ello en clima de cordialidad, de sano optimismo y de confianza en la bondad de Dios manifestado en Cristo; por eso, se adivina que la religión ha de ser el continuo ejercicio de amor para acercarse al Dios lleno de infinita bondad y misericordia de quien debe esperarse siempre todo el perdón. Con formas nuevas, la piedad resulta agradable y fuente de permanente alegría cristiana. Así se da sentido al cuidado de las cosas pequeñas y en la misma mortificación corporal se descubre el verdadero sentido interior que encierra en cuanto que la renuncia al gusto no es más que liberación del amor y unión más perfecta con Dios.

Pero, además, se le llamó «el padre de la horca» y el «consejero de los inciertos». La primera paráfrasis calificativa recuerda a los sesenta y ocho condenados a la pena capital que asistió en el último tramo de su vida sin que ninguno se resistiera a la Gracia, por más que -llanamente- algunos fueran verdaderos monstruos de maldad. La segunda hace referencia a las incontables horas de confesonario donde impartía el perdón de Dios y aconsejaba a importantes y sencillos que decidían guardar cola para encontrar consuelo y orientación cristiana.

Hay que resaltar la influencia que José Cafasso ejerció en san Juan Bosco, algo más pequeño que él, cuando José era un joven y Juan un niño y cuando, más tarde, le facilita fondos económicos para ayudarle en la obra evangelizadora que comenzaba para el bien profesional y cristiano de la juventud.

No se puede dejar de mencionar ni por olvido que en la tierra tuvo tres amores: Jesús Sacramentado, María Santísima y el Papa.

Murió santamente el 23 de junio de 1860 y lo canonizó Pío XII en el año 1947.

Encontró a Dios y le sirvió en el cumplimiento ordinario del ministerio sacerdotal, viviendo fielmente a diario -y esto es lo heroico- su entrega.

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«El amor de Dios nunca reposa»

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«El amor de Dios nunca reposa»

En la solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor, monseñor Jesús Fernández  propone abrir «el corazón cerrado y egoísta»

 

El Obispo de de Córdoba expresó en su homilía que el cuerpo de Cristo es el «único alimento capaz de traer paz  ante tanta violencia y se ofrece como alimento y ejemplo de nuestro compromiso activo», ante tanta pobreza y sufrimiento, monseñor Jesús Fernández ,  citó al Papa León XIV que ha recordado que en esas circunstancias es más importante  «saber acercarse que dar una respuesta apresurada sobre por qué ha sucedido algo o como superarlo. En un mundo fragmentado y dividido, el Señor quiere sentarnos en la misma mesa para que comamos el mismo pan de vida, «único pan capaz de genera comunión y configurar una Iglesia misionera». Por eso exhortó con urgencia a abrir bien los ojos para contemplar el misterio eucarístico que hoy se ensalzado y procesiona con solemnidad por calles y plazas».

En el día del amor fraterno, «el día de Cáritas», el Obispo citó el lema «Mientras haya personas, habrá esperanza» con el que la entidad de la Iglesia ha presentando este año su campaña y desgranó la palabra de Dios que nos alimenta a través del Evangelio de Lucas y presenta a Jesucristo a través de la multiplicación de los panes  y los peces  a repartir entre cinco mil hombres y que tras la bendición de los alimentos repartió el alimento porque «el amor de Jesús nunca reposa» y así se observa en innumerables gestos recogidos por los evangelistas.

Este amor de Cristo alcanza su máxima expresión al morir por todos nosotros en la cruz, para nuestra salvación , esta entrega la anticipó sacramentalmente en la última cena en la que que instituyó para la Iglesia el sacramento de la Eucaristía , «en un protocolo que se asemeja al establecido en el reparto de los panes y los peces», explicó el Obispo , por lo que dicha anticipación se interpreta como antelación del misterio eucarístico.

Abrir un corazón cerrado y egoísta

El Obispo vinculó la indiferencia con la que muchos se acercan a las situaciones de necesidad de los hermanos  con la actitud de los apóstoles que pedían a Jesús que despidiera a la gente que reclamaba comida y alojamiento, «es la misma indiferencia que el Señor denunció en el sacerdote y el levita, que pasaron de largo en el camino de Jericó» en la parábola del Buen Samaritano, «esta indiferencia la advertimos también hoy en muchas personas que permanecen impasibles ante tantos heridos de este mundo», tal como señalan los Obispo de al Subcomisión para la Acción Caritativa y Social de la Iglesia de la Conferencia Episcopal Española en el mensaje publicado con motivo de la solemnidad del Corpus Christi.

Esa indiferencia, prosiguió el Obispo, es la que hace que «el acceso a la vivienda digna se haya convertido en una emergencia social para quienes viven en el umbral de la pobreza; es la indiferencia que consiente la desigualdad ante las oportunidades laborales , que pone barreras a la integración de los inmigrantes y hace posible el alto nivel de violencia que está asolando a amplias zonas del planeta y que está acabando con la vida de tantos inocentes en Tierra Santa, en Irán, Ucrania, el Caucaso o el Cuerno de África, provocando éxodos masivos, destrucción, muerte, odio, hambre y desesperación».

Monseñor Jesús Fernández puntualizó que «estamos ante la indiferencia que genera angustia y desesperanza social», ante la que el Señor pronuncia una frase que nos debe tocar el corazón:» Dadles vosotros de comer»,   porque aunque el Señor pudo resolver por su cuenta aquella situación de penuria,  «quiso contar con la colaboración humana»,  aunque los discípulos no se lo pusieron fácil porque «de entrada querían reservarse lo suyo y dedicarse a sus cosas»,  pero el milagro de Jesús supone «abrir el corazón cerrado y egoísta» de los apóstoles que le permitió ponerlo todo a disposición de los demás.

Al Señor le sigue preocupando «la falta de fe, la ausencia de Dios» que es la principal causa de desesperanza en Occidente y el anuncio de la Palabra de Dios debe prevalecer para recuperar la esperanza , del mismo modo que la acción caritativa y social debe completar ese anuncio «que autentifica el mensaje proclamado» porque Jesús quiere hacer realidad la Eucaristía, no solo la liturgia en la que se detienen los discípulos, es decir, Jesús propone la «entrega por entero a favor de los hermanos».

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La Catedral celebra con solemnidad la festividad del Corpus Christi

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Este domingo, la Santa Iglesia Catedral de Huelva ha acogido los actos conclusivos con motivo de la Solemnidad del Corpus Christi, una de las celebraciones más significativas del calendario litúrgico.

La jornada ha estado marcada por la celebración de la Santa Misa Estacional, presidida por el Obispo de Huelva, Mons. Santiago Gómez Sierra, y concelebrada por miembros del cabildo catedralicio y otros sacerdotes de la diócesis.

Tras la celebración litúrgica, ha tenido lugar la tradicional procesión claustral por las naves del templo catedralicio, en la que el Santísimo ha sido acompañado por fieles, miembros de hermandades y autoridades presentes, en un ambiente de recogimiento y devoción.

Con este acto, la Diócesis de Huelva culmina las celebraciones en honor al Cuerpo y la Sangre de Cristo, renovando una vez más su testimonio de fe viva y comunidad eclesial.

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El seminarista Iván Huzo es ordenado diácono en la Catedral de Huelva

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La comunidad diocesana de Huelva vivió en la mañana de este sábado, 21 de junio, un momento de especial alegría y esperanza. En una solemne celebración presidida por el Obispo de Huelva, Monseñor Santiago Gómez Sierra, el seminarista Iván Huzo fue ordenado diácono en la Santa Iglesia Catedral, dando así un paso decisivo en su camino vocacional hacia el sacerdocio.

Un camino vocacional enriquecido por la diversidad de tradiciones litúrgicas

Iván Huzo, natural de Ucrania y formado en el Seminario Diocesano de Huelva, ha tenido la gracia de vivir su proceso formativo en comunión con las raíces de su Iglesia de origen. Fruto de esta trayectoria, ha recibido la Sagrada Ordenación Diaconal a través de un rito singular que une dos tradiciones: el rito bizantino y el rito romano. Este gesto expresa la riqueza espiritual de la Iglesia universal y la unidad en la diversidad de sus ritos litúrgicos.

Durante su homilía, Mons. Santiago Gómez ha destacado el carácter esencial del diaconado como ministerio de servicio en nombre de Cristo, Siervo y Buen Pastor: “Para nosotros, como sacerdotes, asistir a una ordenación es recordar la nuestra. Una ordenación es una bendición para toda la Iglesia diocesana. Es una ilusión. Todos podemos decir, en esta mañana, demos gracias a Dios por esta ordenación”.

El nuevo diácono continuará ahora su formación en vistas al sacerdocio, mientras se integra plenamente en la vida pastoral de la diócesis, participando activamente en parroquias y comunidades donde ejercerá funciones propias del ministerio diaconal: el anuncio de la Palabra, la asistencia en la celebración de los sacramentos y el servicio a los más necesitados.

Una Iglesia que camina unida y misionera

Esta ordenación es también signo de la vitalidad vocacional de la Iglesia onubense, comprometida con el acompañamiento de los jóvenes que sienten la llamada al sacerdocio o la vida consagrada. La Diócesis de Huelva anima a todos los fieles a rezar por las vocaciones y a sostener espiritualmente a quienes entregan su vida al servicio del Reino de Dios.

Pedimos al Señor que bendiga abundantemente el ministerio de Iván Huzo y le conceda fidelidad, alegría y entrega generosa, para que, desde el diaconado, sea testigo del Evangelio y servidor de la comunión.

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COMUNICADO SOBRE LA SALUD DE NUESTRO OBISPO

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Estimada comunidad diocesana:

En estos días, nuestro obispo, D. Antonio, será sometido a una intervención quirúrgica para la extracción de un cálculo renal enclavado durante casi un mes. Confiamos en que se trate de una operación sencilla y que su recuperación sea rápida y completa.

Él mismo nos ha pedido que, en nuestras oraciones, le recordemos. Acompañémoslo con nuestra cercanía, afecto y plegarias.

Oficina de comunicación del obispado de Almería

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El Santísimo Sacramento sale a las calles para llenar de esperanza los corazones de los jiennenses

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Cristo Eucaristía se ha encontrado hoy con su pueblo en la solemnidad del Corpus Christi, celebrada con gran fe y devoción en las calles y plazas de todos los pueblos y ciudades de nuestra Diócesis.

En Jaén la celebración, en este día de la Caridad, ha estado presidida por el Obispo, Don Sebastián Chico Martínez, y concelebrada por el Vicario General, los miembros del Cabildo Catedral y una veintena de sacerdotes de la ciudad.

Seminaristas; representantes de las Cofradías Sacramentales de la ciudad; de las Hermandades y Cofradías de Pasión y Gloria; de la Adoración Nocturna; de la Asociación de las Catedrales de Jaén y Baeza; de Cáritas Diocesana y las Cáritas parroquiales; así como un numeroso grupo de niños de Primera Comunión, representantes de la Universidad de Jaén y multitud de fieles jiennenses han participado en la celebración.

Del mismo modo, el alcalde de la ciudad, D. Julio Millán, junto a la Corporación Municipal y autoridades militares, como el Delegando de Fomento, el Delegado del Gobierno de la Junta de Andalucía en Jaén, el Teniente Coronel de la Guardia Civil, el Comisario Jefe de la Policía Nacional, el Jefe de la Policía Local, entre otros, han querido, también, estar presentes.

La Escolanía de la S.I. Catedral ha sido la encargada de poner los acordes y las voces blancas a la celebración eucarística.

Las lecturas han estado participadas por una representante de la Cofradía de la Buena Muerte, dos seminaristas y del Director de Cáritas Diocesana. El Evangelio ha sido proclamado por el diácono permanente Manuel Rico.

Las ofrendas han sido llevadas hasta el altar por el Presidente de la Agrupación de Cofradías de la ciudad, la Hermana Mayor del Cristo de la Buena Muerte y una niña de Primera Comunión.

Homilía

Don Sebastián ha comenzado su homilía recordando que “nos reunimos esta mañana, en nuestra Catedral de Jaén, para celebrar la Solemnidad del Corpus Christi, en este año Jubilar donde conmemoramos el gran acontecimiento del aniversario de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo en nuestra humanidad”.

El Obispo ha subrayado, además, la necesidad de un testimonio coherente y alegre de fe por parte de los creyentes. “El Señor nos convoca para renovar la certeza de que permanece realmente entre nosotros bajo las humildes especies del pan y del vino y para convertirnos en ‘ostensorios vivos’ que lo presenten al mundo con alegría”.

Asimismo, Monseñor Chico Martínez, haciendo referencia a las lecturas del día, ha explicado que “estas tres lecturas convergen en un mismo misterio: Dios que se acerca para alimentar y bendecir, transformando nuestra pobreza en comunión con Dios y nuestra vida en ofrenda para los demás”. Y ha recordado que “la presencia real de Cristo en la Eucaristía no es un recurso devocional accesorio, sino el corazón palpitante de la Iglesia; en este Sacramento se prolonga la Encarnación de Dios hasta los confines del tiempo y del espacio”.

En este contexto, ha querido destacar una noticia de gran alegría para nuestra Diócesis del Santo Reino. “La celebración de este Corpus Christi está enmarcada por una inmensa alegría para nuestra Iglesia diocesana: la gozosa noticia de que el Papa León XIV ha firmado los Decretos que aprueban la beatificación de los 124 mártires del siglo XX de Jaén”. Y, haciendo referencia al testimonio de estos mártires, ha añadido: “Su fidelidad, hasta el final, confirma la verdad del Pan vivo y recuerda a la Iglesia de Jaén que la entrega total es posible cuando el corazón late al ritmo del Corazón eucarístico”.

El Pastor diocesano ha recordado, también, que esta solemnidad es el Día de la Caridad, en el que la vivencia eucarística se prolonga en la entrega concreta a los más necesitados. “El amor que brota del Corazón de Cristo no es simple solidaridad humana sino amor sincero, generoso y regenerador”. “Que se aprende al pie de la Cruz y en la mesa de la Eucaristía.” Por eso, ha subrayado la importancia de abrir la comunidad cristiana a los inmigrantes, los ancianos, los enfermos y todos los que sufren soledad o angustia, recordando que compartir bienes, tiempo y cercanía “es prolongar sacramentalmente la fracción del Pan”.

Finalmente, Don Sebastián ha querido encomendarse a la Virgen de la Capilla y a todos nuestros santos mártires para que “intercedan para que la Iglesia de Jaén salga de esta celebración convertida en procesión permanente de esperanza donde cada cristiano sea lámpara encendida que anuncia con obras y palabras: Cristo vive y está aquí”.

Procesión

Tras la Eucaristía, el Santísimo Sacramento ha sido trasladado hasta la Custodia para comenzar la procesión. A la salida de la Catedral, una lluvia de pétalos ha caído sobre ella.

Un grupo de niños ha esperado al Obispo, ante la puerta del Perdón, para ofrecerle unas preciosas magnolias blancas, que el Pastor diocesano ha colocado junto a Cristo Sacramentado.

Posteriormente, la custodia ha avanzado por las calles de Jaén, preciosamente engalanadas con altares, mantones en los balcones y juncias aromáticas en el suelo.

En torno a la una de la tarde, ha regresado a la plaza de Santa María y el Obispo ha procedido a la bendición con el Santísimo desde la fachada principal de la S.I. Catedral.

Desde el balcón el Obispo ha querido dirigirse a los fieles con unas palabras cargadas de esperanza. “El Señor ha visitado nuestras calles, el Señor ha visitado nuestras casas. Abramos el corazón para que Él entre, para que el Señor se quede con nosotros, para que bendiga nuestras vidas y a nuestras familias”.

Además, Don Sebastián ha pedido una oración especial por los seminaristas que en los próximos días participarán en el Jubileo en Roma, acompañados por él y los formadores del Seminario.

Ha concluido deseando a todos un feliz día del Corpus Christi.

Galería fotográfica: «Corpus Christi 2025»

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Cádiz celebra la fiesta del amor, de la esperanza y de la presencia viva de Dios en medio del mundo

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El obispo diocesano preside el Solemne Pontifical en una jornada marcada por la fe, la caridad y la participación de toda la comunidad diocesana

La ciudad de Cádiz ha vivido este domingo una de sus citas religiosas más emblemáticas con la celebración del Corpus Christi, presidida por el obispo de la Diócesis de Cádiz y Ceuta, Mons. Rafael Zornoza Boy, en la Santa y Apostólica Iglesia Catedral. Ante un templo colmado de fieles y con la presencia de autoridades civiles y militares, el prelado ha destacado el profundo significado de esta solemnidad como «la fiesta del amor, de la esperanza y de la presencia viva de Dios en medio del mundo», en pleno contexto del Año Jubilar.

La jornada comenzó a las ocho de la mañana con el tradicional traslado de la imagen de Nuestro Padre Jesús del Milagro en la Sagrada Cena a su altar en la calle Nueva, acompañado musicalmente por la camerata de la Agrupación Musical Polillas. A las 9:30 horas, la Diana Floreada, a cargo de la Banda de Música de la Cruz Roja de la Asociación Cultural Musical Maestro Agripino Lozano, marcó el ambiente festivo de una ciudad volcada con esta festividad.

Durante su homilía, Monseñor Zornoza recordó que el Corpus Christi es una renovación del misterio del Jueves Santo. «La fiesta del Corpus Christi constituye una importante cita de fe y de alabanza para toda la comunidad cristiana. Pues confesamos abiertamente nuestra fe en Dios, en Jesucristo vivo que está realmente presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Confesamos que el misterio eucarístico es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. Es la fuente, el corazón, la cumbre de toda la vida cristiana donde se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia. Al celebrar esta fiesta volvemos necesariamente al Cenáculo. Al día en que Cristo la víspera de su pasión, instituyó la Eucaristía. Pues como sabemos el Corpus Christi constituye una renovación del misterio del Jueves Santo».

Por otro lado, el obispo diocesano hizo un llamamiento a la caridad, en sintonía con la celebración paralela del Día de la Caridad. «El amor a la Eucaristía se hace patente en la caridad, especialmente con los más necesitados. Comulgar al Señor ha de traducirse en amar a los pobres cercanos o lejanos a través de nuestra entrega y solidaridad. Por eso celebramos hoy este Día de la Caridad que declara la unión entre fe y amor, Eucaristía y caridad, que es el distintivo de la Iglesia desde sus orígenes, porque el Hijo de Dios se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza. Adorar a Cristo en la Eucaristía nos debe conducir a abrazar al Señor amando al padre, como Él y compartiendo con los pobres también la vida y nuestros bienes», afirmó, subrayando la labor de Cáritas Diocesana y la unión indisoluble entre fe, amor y compromiso social.

Una de las grandes novedades de este año ha sido la incorporación al cortejo procesional de las imágenes de los Santos Patronos de Cádiz, San Servando y San Germán, realizadas por la afamada escultora barroca Luisa Roldán, conocida como La Roldana. Estas veneradas imágenes enriquecieron un cortejo que recorrió las principales calles del centro histórico con gran participación de hermandades, grupos parroquiales, movimientos eclesiales y niños de Primera Comunión.

La procesión, con la Custodia de “El Cogollo”, partió desde la Plaza de la Catedral y siguió por Compañía, Santiago, Plaza de Candelaria, Cardenal Zapata, Plaza de San Agustín, San Francisco, Nueva, Plaza de San Juan de Dios, Pelota y regreso a la Catedral. Durante el recorrido, el cortejo estuvo acompañado por las bandas de música Ciudad de Cádiz, Maestro Dueñas y la Banda de la Cruz Roja.

Al término del recorrido, el obispo impartió la bendición desde la puerta principal de la Catedral. Posteriormente, se celebró una Eucaristía en la Iglesia de Santiago para los fieles que no pudieron asistir al Solemne Pontifical, concluyendo así una jornada de intensa devoción y comunión fraterna con el traslado de todas las imágenes a sus respectivos templos.

La celebración del Corpus Christi continuará el próximo domingo, 29 de junio, con la Eucaristía de la Octava, que tendrá lugar a las 12:00 horas en la Catedral de Cádiz. Una nueva oportunidad para que los fieles se reencuentren con el misterio eucarístico, centro de la vida cristiana.

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El Secretariado Diocesano de Migraciones convoca el último Círculo de Silencio del curso bajo el lema ‘Refugiados: Un llamado a la humanidad y a la solidaridad’

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El Secretariado Diocesano de Migraciones convoca el último Círculo de Silencio del curso bajo el lema ‘Refugiados: Un llamado a la humanidad y a la solidaridad’

El Secretariado Diocesano de Migraciones de la Diócesis de Huelva convoca a toda la comunidad diocesana y a la ciudadanía en general al último Círculo de Silencio del presente curso pastoral. Este acto tendrá lugar el próximo miércoles, 25 de junio, y se desarrollará, como es habitual, frente a la Iglesia de la Concepción de la capital de 19.30 a 20.00 horas.

Con el lema ‘Refugiados: Un llamado a la humanidad y a la solidaridad’, esta convocatoria pretende poner el foco en la realidad que viven millones de personas desplazadas forzosamente a causa de conflictos armados, persecuciones, crisis climáticas o situaciones de extrema pobreza. A través del silencio compartido, se quiere manifestar el compromiso con la dignidad de quienes se ven obligados a abandonar sus hogares y llamar la atención de la sociedad sobre la necesidad de una respuesta humana, justa y solidaria.

El Círculo de Silencio se enmarca en una iniciativa que, desde hace años, impulsa una reflexión comunitaria sobre la acogida, la hospitalidad y los derechos fundamentales de las personas migrantes y refugiadas. A través de este gesto sencillo pero profundamente simbólico, se invita a vivir un momento de escucha interior y comunión con el sufrimiento de tantos hermanos y hermanas en situación de vulnerabilidad.

El Secretariado anima a todas las personas y colectivos comprometidos con la justicia social y la defensa de los derechos humanos a participar y a sumar su presencia en este gesto de solidaridad y esperanza.

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Solemnidad del Corpus Christi. Ciclo C. 22 de junio de 2025

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Solemnidad del Corpus Christi. Ciclo C. 22 de junio de 2025

Tradicionalmente la solemnidad del Corpus Christi se celebra el segundo jueves posterior a la solemnidad de Pentecostés, por ser el jueves un día eminentemente eucarístico, ya que los evangelios centran la institución de la Eucaristía en la tarde del Jueves Santo. En la mayoría de los lugares, en la actualidad, por mantener su carácter festivo, esta celebración se ha trasladado al domingo siguiente.

Esta fiesta nos lleva a la última cena de Jesús con sus discípulos, antes de su pasión, muerte y resurrección. Reunidos como tantas veces para cenar, los discípulos se encuentran, como todos los judíos, para celebrar la cena pascual en recuerdo de la liberación de Egipto cuando Israel estaba sometido y vivía en la esclavitud. Esta cena recoge otras tantas anteriores en las que Jesús ha comido con los pobres hambrientos, marginados acogidos, pecadores arrepentidos, amigos y discípulos.

El centro de la cena pascual judía era el cordero, que no aparece mencionado en ningún momento, pasando a ser el centro de la cena los gestos y las palabras de Jesús. En ambas actuaciones se recoge de manera resumida todo lo que ha sido la existencia del Hijo de Dios en medio de nosotros, todo lo que ha vivido y lo que está por suceder con su muerte: un pan que se rompe y se reparte en solidaridad y entrega, expresión de la encarnación y clave para entender la historia de la salvación.
En un pedazo de pan y en una copa llena de vino está la presencia real de una vida vivida en plenitud y apasionadamente, de una vida que se da, que se rompe por todos. Jesús ha sido y es ese pan que se ha ido haciendo trozos día a día hasta la muerte. Ha compartido con la gente su pan, su vida, su amor al Padre y a su reino. Ahora comparte su pan-cuerpo y su vino-sangre como sello de una nueva y definitiva Alianza, constituyendo el nuevo pueblo de Dios y haciendo cumplir las promesas de la salvación. Destaca la copa de vino que se reparte entre todos, a diferencia del hecho de beber de manera individual cada uno en su vaso como se hacía normalmente. Beber del cáliz nos lleva del sufrimiento y la muerte a la esperanza fundamentada en la resurrección, porque el vino alegra el corazón del ser humano. Y desde entonces, los suyos venimos celebrando la eucaristía hasta que él vuelva.
La Eucaristía no la podemos reducir a un conjunto de ritos litúrgicos o a una belleza estética y quedarnos en lo superficial sin traspasar y contemplar lo esencial, porque la Eucaristía no es un espectáculo ni una representación teatral de un hecho pasado. La Eucaristía de cada día es una actualización de un hecho que cambió nuestras vidas y la sigue cambiando en el banquete fraterno y en el sacrificio de quien vuelve a entregarse a nosotros y por nosotros para el perdón de nuestros pecados. Pero, aunque tengamos fe, podemos no tener hambre de Dios, la razón por la que muchos cristianos no le dan a la Eucaristía la importancia que tiene porque no la han hecho deseo, no la han hecho necesidad. Participamos de un banquete que el Señor nos prepara, porque él nos alimenta como un padre lo hace con sus hijos. Quien no se alimenta se debilita y hasta muere. El que es la Vida nos alimenta con su propia vida como hace el pelícano con sus polluelos. Un banquete en el que todos tenemos un sitio, en el que se comparte la vida, los sufrimientos, las esperanzas…, y en un amor fraterno que rompe fronteras, razas, clases sociales…
Hacer memoria es no olvidarnos nunca de todo lo que ha hecho Jesús por nosotros, porque su pasión y muerte fue el precio que pagó por nuestra salvación, un precio que nadie ha pagado por ti, sólo él lo ha hecho, desde una entrega y generosidad en abundancia que anula todo egoísmo humano. El recuerdo y la memoria de lo que él hizo en su vida y en la fracción del pan, nos ha de llevar a nosotros a hacer lo mismo: entregarnos a los demás sin condiciones. Celebrar la Eucaristía nos compromete y nos exige ser su presencia resucitada en el mundo a través de nuestra vida y hechos. Participar de la Eucaristía nos anticipa la llegada del reino de Dios: sucede en la tierra lo que de forma definitiva sucederá para siempre en el cielo, al que estamos invitados a formar parte por nuestro bautismo.
Emilio José Fernández, sacerdote
http://elpozodedios.blogspot.com/

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Santo Tomás Moro

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Santo Tomás Moro

Caballero, Lord Canciller de Inglaterra, escritor y mártir, nacido en Londres el 7 de febrero de 1477-78; ejecutado en Tower Hill, el 6 de julio de 1535.

Santo Tomás MoroTomás fue el único superviviente de sir Juan Moro, abogado y luego juez, y de Agnes (Inés), su primera esposa, hija de Tomás Graunger. Siendo aún niño, Tomás ingresó al colegio de San Antonio en Threadneedle Street, el cual era conducido por Nicolás Holt, y a los trece años de edad fue colocado en la casa del cardenal Morton, Arzobispo de Canterbury, y Lord Canciller. Aquí, su carácter alegre e inteligencia atrajeron la atención del Arzobispo, que lo envió a Oxford, ingresando aproximadamente en el año 1492 a Canterbury Hall (luego absorbida por la Iglesia de Cristo). Su padre le entregó una cantidad de dinero apenas suficiente para vivir, y, por ello, no tuvo oportunidad de perder el tiempo en «vanos o perjudiciales entretenimientos» en detrimento de sus estudios. En Oxford se hizo amigo de Guillermo Grocyn y Tomás Linacre, éste último se convirtió en su primer profesor de griego. Sin ser nunca un riguroso estudiante, dominó el griego «gracias a su instinto de genio», como lo atestigua Pace (De fructu qui ex doctrina percipitur, 1517), quién agrega que «su elocuencia era incomparable y por doble partida, pues hablaba latín con la misma facilidad con el que lo hacía en su propio idioma». Además de los clásicos, estudió francés, historia y matemática, aprendiendo también a tocar la flauta y la viola. Después de dos años de residencia en Oxford, Moro fue convocado a Londres, ingresando a New Inn como estudiante de derecho, aproximadamente en 1494. En febrero de 1496 fue admitido como estudiante en Lincoln Inn, y tal como se esperaba, fue convocado a formar parte del tribunal externo, siendo luego nombrado juez de la corte. Sus grandes dotes empezaron a llamar positivamente la atención, por lo que los directores de Lincoln Inn lo nombraron «lector» o conferencista de derecho en Furnival´s Inn, siendo sus conferencias tan bien estimadas que su nombramiento fue renovado durante tres años consecutivos.

Sin embargo, queda claro que las leyes no absorbían todas las energías de Moro, pues mucho de su tiempo lo dedicó a las letras. Escribió poesías, tanto en latín como en inglés, una considerable cantidad de estas se ha conservado y son de muy buena calidad, aunque no especialmente notables. También se consagró de una manera especial a las obras de Pico de la Mirándola, cuya biografía publicó unos años después en ingles. Cultivó también el conocimiento de estudiosos y de hombres sabios y, a través de sus antiguos tutores, Grocyn y Linacre, quienes ahora vivían en Londres, hizo amistad con Colet, deán de San Pablo, y Guillermo Lilly, siendo ambos renombrados estudiosos. Colet se convirtió en el confesor de Moro, y Lilly rivalizaba con él en la traducción de epigramas de la Antología Griega al latín, luego reunidas y publicadas en 1518 (Progymnasnata T. More et Gul. Liliisodalium). En 1497 Moro conoció a Erasmo, probablemente en la casa de lord Mountjoy, alumno del gran estudioso y benefactor suyo. Esta amistad rápidamente se convirtió en íntima, y, durante su vida, Erasmo le hizo en varias ocasiones largas visita a Moro en su casa en Chelsea, y mantuvieron correspondencia de manera regular hasta que la muerte los separó. Además de leyes y de los Clásicos, Moro leyó con mucha atención a los Padres, dando en la Iglesia de San Laurencio Jewry, una serie de conferencias sobre la obra De civitate Dei de San Agustín, a las cuales asistieron muchos estudiosos, entre ellos Grocyn, el rector de la iglesia, es mencionado de manera expresa. Para estar a la altura de dicha asamblea, estas conferencias deben de haber sido preparadas con gran cuidado, pero, para nuestra mala suerte, ni siquiera un fragmento de las mismas ha llegado hasta nosotros. Estas conferencias fueron pronunciadas en algún momento entre 1499 y 1503, época en la que la mente de Moro estaba casi totalmente ocupada con la religión y la duda acerca de su propia vocación hacia el sacerdocio.

Esta época de su vida ha dado pie a muchos malentendidos entre sus varios biógrafos. Se sabe con certeza que vivió cerca de la Cartuja de Londres, y que, a menudo, se unía a los monjes en sus ejercicios espirituales. Usó un «cilicio, el cual nunca abandonó» (Cresacre Moro), y se dedicó a una vida de oración y penitencia. Su mente osciló durante un tiempo entre el unirse a los cartujos o a los franciscanos de la estricta observancia, órdenes que observaban la vida religiosa con gran exactitud y fervor. Finalmente, aparentemente con la aprobación de Colet, abandonó la idea de hacerse sacerdote o religioso, llegando a esta decisión debido a su desconfianza acerca de su perseverancia. Erasmo, su íntimo amigo y confidente, escribe acerca de esto lo siguiente (Epp. 447):

Entretanto, se aplicó por entero a los ejercicios de piedad con vistas a y considerando el sacerdocio, por medio de vigilias, ayunos, oraciones y austeridades similares. En estas materias demostró ser más prudente que la mayoría de los candidatos, que corren imprudentemente hacia esta difícil profesión sin probar antes sus capacidades. Lo único que le impidió entregarse a este tipo de vida fue el no poder sacarse de encima el deseo de la vida matrimonial. Por consiguiente, eligió ser un casto marido en vez de un sacerdote impuro.

La última frase de este pasaje ha dado pie para que algunos escritores, especialmente a Seebohm y a lord Campbell, para explayarse acerca de la supuesta corrupción de las órdenes religiosas en aquella época, diciendo que Moro, hastiado de esta corrupción, abandonó su deseo de entrar en religión. El padre Bridgett trata este tema con considerable longitud (Life and Writtings of Sir Thomas More, pp. 23-36), pero baste con decir que esta idea ha sido ahora dejada de lado, incluso por escritores no-católicos, como lo podemos ver en W.H. Hutton:

Es absurdo afirmar que Moro estaba hastiado de la corrupción monacal, y que ‘consideraba a los monjes como una desgracia para la Iglesia’. Él fue durante toda su vida amigo cercano de las órdenes religiosas, y un gran admirador del ideal monástico. Él condenaba los vicios de los individuos; dijo, como su bisnieto declara, ‘en esta época los religiosos en Inglaterra se han relajado un poco en la exacta observancia y fervor de espíritu’; pero no existe señal alguna de que su decisión para no optar por la vida monacal, se debiera a una ligera desconfianza a esta forma de vida, o a una aversión hacia la teología de la Iglesia.

Moro, luego de haber decidido no entrar en la vida religiosa, se dedicó a su trabajo en la corte, consiguiendo un éxito inmediato. En 1501 fue eligió como miembro del Parlamento, pero no conocemos su distrito electoral. En el abogó y se opuso a los crecidos e injustos impuestos que exigía el rey Enrique VII a sus súbditos por medio de sus agentes Empson y Dudley, siendo este último, Portavoz de la Cámara de los Comunes. A este Parlamento Enrique le exigió un impuesto de tres-quinceavos, aproximadamente 113,000 libras, pero, gracias a las protestas de Moro, los Comunes redujeron la suma a 30,000. Algunos años más tarde, Dudley dijo a Moro que su intrepidez le pudo haber costado la cabeza, pero, se salvó gracias a no haber agredido a la persona del rey. Pero, incluso así, Enrique se enfadó tanto con él que «tramó una pequeña causa en contra de su padre, encerrándolo en la Torre, hasta que pagó cien libras de fianza» (Roper). Entretanto, Moro había hecho amistad con un tal «Maister Juan Colte, un caballero» de Newhall, Essex, cuyo hija mayor, Juana, se casó con él en 1505. Roper escribe estas líneas acerca de su opción: «si bien su mente se dirigía hacia la segunda hija, pues la consideraba más agraciada y hermosa, consideró que eso causaría un gran pesar y algo de vergüenza a la mayor, al ver que su hermana menor era preferida como esposa antes que ella, por lo que, con gran pesar, empezó a dirigir su mente hacia ella», es decir, hacia la mayor de las tres hermanas. Este matrimonio resultó ser sumamente feliz; tuvieron tres hijas, Margarita, Isabel, y Cecilia, y un hijo, Juan; pero, en 1511, Juana Moro murió, siendo casi una niña. En el epitafio que el mismo Moro compuso veinte años después, la llama «uxorcula Mori», y en una carta de Erasmo, podemos encontrar casi todos los dones que conocemos de su mansa y agraciada personalidad.

Acerca de Moro, Erasmo nos ha dejado un maravilloso retrato en su famosa carta a Ulrich von Hutten, fechada el 23 de julio de 1519 (Epp. 447). La descripción es demasiado larga para darle en su totalidad, pero algunos extractos deben ser colocados aquí.

Voy ha comenzar por lo que menos conoces, no es alto de estatura, aunque tampoco chato. Sus extremidades están formadas con tan perfecta simetría, que no deja lugar a desear otra cosa. Su cutis es blanco, su cara es un poco pálida, pero nada rubicunda, un rubor débil de color rosa aparece bajo la blancura de su piel. Su pelo es color castaño oscuro o negro parduzco. Sus ojos son de un azul grisáceo, con algunas manchas, las cuales presagian un talento singular, y que entre los ingleses es considerado atractivo, aunque el alemán generalmente prefiere el negro. Se dice que nadie está tan libre de los vicios como él. Su semblante está en armonía con su carácter, siempre expresa una amable alegría, e incluso una risa incipiente y, para hablar con franqueza, está mejor condicionado para la alegría que para la gravedad o dignidad, aunque sin caer en la tontería o en bufonadas. Su hombro derecho es un poco más alto que el izquierdo, sobre todo cuando camina. Este no es un defecto de nacimiento, sino el resultado de un hábito, como los que solemos a menudo contraer. El resto de su persona no tiene nada que ofenda. Parece haber nacido e ideado para la amistad, y es un amigo muy fiel y paciente. Cuando encuentra alguien sincero y según su corazón, se complace tanto en su compañía y conversación que pone en él todo el encanto de la vida. En una palabra, si quieres un perfecto modelo de amistad, no lo encontrarás en nadie mejor que en Moro. En asuntos humanos no hay nada de lo que él no saque algo divertido, incluso de cosas que son serias. Si conversa con los sabios y juiciosos, se deleita en su talento, si con el ignorante y tonto, se deleita de su estupidez. Ni siquiera se ofende con los bromistas profesionales. Con una destreza maravillosa se acomoda a cada situación. Incluso con su propia esposa, como regla hablando con mujeres, habla con muchos chistes y bromas. Nadie es menos llevado por las opiniones de la muchedumbre, sin embargo, se aleja menos que nadie del sentido común. (véase Life, escrita por el padre Bridgett, pág., 56-60, para leer toda la carta).

Moro se casó nuevamente poco después la muerte de su primera esposa, optando esta vez por Alicia Middleton, una viuda. Ella era mayor que él por siete años, un alma buena, algo simple, sin belleza y educación; pero una buena ama de casa y se consagró al cuidado de los niños. En general, este matrimonio parece haber sido bastante satisfactorio, aunque la señora Moro normalmente no entendía los chistes de su marido.

La fama de Moro como abogado era, en esta época, muy grande. En 1510 fue nombrado alguacil menor de Londres, y cuatro años después, el cardenal Wolsey lo escogió para realizar una embajada a Flandes, para velar por los intereses de los comerciantes ingleses. Por este motivo, en 1515, estuvo fuera de Inglaterra durante más de seis meses. Durante este periodo realizó el primer boceto de su Utopía, obra famosa que fue publicada al año siguiente. Tanto el rey como Wolsey estaban deseosos por afianzar los servicios de Moro en la Corte. En 1516 se le concedió una pensión vitalicia de 100 libras, al año siguiente fue miembro de la embajada a Calais, y, más o menos por esa fecha, se convirtió en miembro del Consejo secreto. En 1519 renunció a su cargo de alguacil menor y se dedicó por completo a la Corte. En junio de 1520 ya pertenecía al séquito de Enrique en el «Campo de la Tela de Oro», en 1521 fue investido como caballero y el rey lo nombró tesorero subalterno. Cuando, al año siguiente, el emperador Carlos V visitó Londres, Moro fue elegido para darle unas palabras de bienvenida en latín; recibió tierras en Oxford y tres años después en Kent, siendo esto una prueba del gran favor que Enrique le tenía. En 1523 por recomendación de Wolsey, fue elegido Portavoz de la Cámara de los Comunes; en 1525 fue nombrado Administrador Mayor de la Universidad de Cambridge; y ese mismo año fue nombrado Canciller del Ducado de Lancaster, además de los cargos que ya tenía y ejercía. En 1523 Moro compró un trozo de tierra en Chelsea, en donde se construyó una mansión, aproximadamente a unos noventa metros del banco norte del Támesis, con un gran jardín que iba a lo largo del río. En ocasiones el rey se aparecía a cenar en esta casa sin ser esperado, o caminaba por el jardín rodeando con su brazo el cuello de Moro, disfrutando de su conversación. Pero Moro no se hacía ilusiones acerca del favor real del cual disfrutaba. «Si con mi cabeza consigue un castillo en Francia» -le dijo en 1525 a Roper, su yerno- «lo haría». En esta época la controversia luterana se había extendido a lo largo de Europa y, con algo de desgano, Moro se vio arrastrado en él. Sus escritos en defensa de la fe son mencionados en la lista de sus trabajos que damos a continuación, por lo que baste con decir que, si bien escribe con bastante más refinamiento que la mayoría de los escritores apologéticos de la época, en ellos hay cierto sabor desagradable para los lectores modernos. Al principio escribió en latín, pero cuando los libros de Tindal y otros reformadores ingleses empezaron a ser leídos por gente de todas las clases, adoptó el inglés como más útil a sus propósitos, haciéndolo así, dio no poca ayuda al desarrollo de la prosa inglesa.

En octubre de 1529, Moro sucedió a Wolsey como Canciller de Inglaterra, un cargo que nunca antes había sido ejercido por un seglar. En materias políticas no continuó con la línea de Wolsey, y su tenencia de la cancillería fue memorable por su justicia sin igual. Su diligencia era tal, que el suministro de causas quedaba realmente exhausto, hecho conmemorado en la famosa rima,

When More some time had Chancellor been No more suits did remain. The like will never more be seen, Till More be there again.

(Cuando Moro por un tiempo fue Canciller No quedaron juicios pendientes. Algo así jamás será visto otra vez, hasta que Moro esté nuevamente ahí).

Como canciller, su deber era velar por el cumplimiento de las leyes en contra de los herejes y por ello, se granjeó los ataques de escritores protestantes, tanto de su época como de tiempos posteriores. No hay necesidad de tratar este punto aquí, pero la actitud de Moro es clara. Él estuvo de acuerdo con los principios de las leyes en contra de los herejes, y no tenía dudas en hacer que se cumplieran. Como él mismo escribió en su «Apología» (cap. 49), eran los vicios de los herejes lo que él odiaba, y no a ellos como persona; y nunca llegó a extremos, antes de haber hecho todos los esfuerzos para lograr que fueran llevados ante él, para que se retractasen. Su éxito en esta empresa queda demostrado por el hecho de que sólo cuatro personas fueron multadas por herejía durante todo el tiempo en el que ejerció su cargo. La primera aparición pública de Moro como canciller fue en la apertura del nuevo Parlamento, en noviembre de 1529. Los relatos del discurso que pronunció en esta ocasión varían considerablemente, pero lo que sí queda bastante claro, es que él no tenía conocimiento alguno acerca de la serie de continuas intromisiones que este Parlamento haría en la Iglesia. Unos meses después, se dio la proclama real decretando que el clero debía reconocer a Enrique como «Cabeza Suprema» de la Iglesia «hasta donde la ley de Dios lo permitiera». Según el testimonio de Chapuy, Moro renunció a la cancillería en ese mismo instante, pero esta no fue aceptada. Su firme oposición a los planes de Enrique con respecto al divorcio, a la supremacía pontificia, y a las leyes en contra de los herejes, le hicieron perder con rapidez el favor real, y, en mayo de 1532, renunció a su cargo de Lord Canciller, después de ejercerlo durante menos de tres años. Esto significaba la pérdida de todos sus ingresos, salvo las 100 libras por año, las rentas por alguna propiedad que había comprado; pero él, con alegre indiferencia, redujo su estilo de vida para que esté de acuerdo a sus ingresos. El epitafio que escribió durante esta época para la tumba en la iglesia de Chelsea, dice que él pensaba consagrar los últimos años de su vida a prepararse para la otra vida.

Durante los siguientes dieciocho meses, Moro vivió aislado, dedicando bastante tiempo a los escritos apologéticos. Ansioso por evitar una ruptura pública con Enrique, guardó su distancia en la coronación de Ana Bolena, y cuando en 1533, Guillermo Rastell, su sobrino, escribió un folleto apoyando al Papa, el cual le fue atribuido a Moro, éste escribió a una carta a Cromwell, en la que negaba su participación y declaraba que conocía bastante bien sus obligaciones para con su rey, como para criticar sus políticas. Esta neutralidad, sin embargo, no satisfizo a Enrique, y el nombre de Moro fue incluido en el Decreto de Condenación enviado a los lords, contra la Doncella de Kent y sus amigos. Moro fue llevado ante cuatro miembros del Consejo, y se le preguntó el por qué de su negativa para aprobar la acción en contra del Papa de Enrique. Él contestó que ya había explicado esto al rey personalmente, y sin incurrir en su disgusto. Luego de un tiempo, en vistas a la gran popularidad de Moro, Enrique consideró que era conveniente borrar su nombre del Decreto de Condenación. Este hecho le mostró lo que podía suceder, pero, el Duque de Norfolk le advirtió personalmente del grave peligro en el que se encontraba, agregando: «indignatio principis mors est». «Si eso es todo, mi lord» -contestó Moro- «entonces, de buena fe, entre su gracia y yo, hay sólo una diferencia, que yo moriré hoy, y usted mañana». En marzo de 1534, el Acta de Sucesión fue aprobado, la cual obligaba a todos a hacer un juramento reconociendo a la prole de Enrique y Ana como herederos legítimos al trono, y además, incluía una cláusula en la que se repudiaba «cualquier autoridad extranjera, sea príncipe o potestad». El 14 de abril, Moro fue convocado por Lambeth, para que realizara su juramento y, al negarse, fue dado en custodia al Abad de Westminster. Cuatro días después, fue llevado a la Torre, y en noviembre fue condenado a prisión, acusado de traición. Las tierras que la corona le había entregado en 1523 y 1525 pasaron nuevamente a ser propiedad de la misma. En prisión padeció bastante por «su ya antigua enfermedad del pecho. por la grava, las piedras, y por las restricciones», pero su alegría habitual permanecía, y bromeaba con su familia y amigos siempre que le permitían verlos, mostrándose tan alegre como cuando estaba en Chelsea. Cuando estaba solo, pasaba el tiempo rezando y haciendo penitencia; escribió el «Diálogo sobre la consolación en la tribulación», tratado (inconcluso) sobre la Pasión de Cristo, y muchas cartas a su familia y a otros. En abril y mayo de 1535, Cromwell lo visitó para pedirle su opinión sobre los nuevos estatutos que le conferían a Enrique el título de Cabeza Suprema de la Iglesia. Moro se negó a dar cualquier respuesta más allá de declararse un súbdito fiel del rey. En junio, Rich, el procurador general, tuvo una conversación con Moro, y cuando presentó su informe de la misma, declaró que Moro había negado el poder del Parlamento para conferir la supremacía eclesiástica a Enrique. Fue en esta época en que se descubrió que Moro y Fisher, el Obispo de Rochester, habían intercambiado cartas mientras éste estaba en prisión, dando como resultado el que se le privara de todos los libros y materiales de escritura, pero él escribió a su esposa y a Margarita, su hija preferida, en trozos de papel desechados, con un palo carbonizado o pedazo de carbón.

El 1 de julio, Moro fue acusado de alta traición en Westminster Hall, ante una comisión especial conformada por veinte personas. Moro negó los cargos de la acusación, los cuales eran enormemente extensos, y denunció a Rich, el procurador general y principal testigo, de perjuro. El jurado lo declaró culpable y lo sentenció a ser colgado en Tyburn, pero, después de algunos días, Enrique cambió la sentencia, decretando que muera decapitado en Tower Hill. El relato de sus últimos días en la tierra, tal como lo narran Roper y Cresacre Moro, son de una gran belleza y ternura, y debe de ser leído en su totalidad; ciertamente, ningún mártir lo superó en fortaleza. Tal como Addison escribió en The Spectator (No. 349) «su inocente alegría, la cual siempre ha sobresalido durante su vida, no lo desamparó ni el último minuto. su muerte fue tal cual fue su vida. No hubo nada nuevo, forzado ni afectado. Él no veía su decapitación como una circunstancia que debía producirle algún cambio en su disposición fundamental». La ejecución tuvo lugar en Tower Hill «antes de las nueve en punto» del día 6 de julio, su cuerpo fue enterrado la iglesia de San Pedro ad vincula. Su cabeza, luego de ser sancochada, fue expuesta en el Puente de Londres durante un mes, hasta que Margarita Roper sobornó al encargado de tirarlo al río, para que se la entregara a ella. El último destino de esta reliquia es incierto, pero, en 1824, una caja de plomo fue hallada en la cripta de los Roper, en San Dunstan, Canterbury, la cual, al ser abierta, contenía una cabeza, la cual, se presume, pertenece a Moro. Los padres jesuitas en Stonyhurst, poseen una importante colección de pequeñas reliquias, la mayoría de ellas pertenecían al padre Tomás Moro S.J. (m. 1795), último heredero masculino del mártir. Éstos incluyen su sombrero, su birrete, su crucifijo de oro, un sello de plata, «George», y otros artículos. Su camisa de penitencia, la cual usó durante muchos años y envió a Margarita Roper el día antes de su martirio, es conservada por los canónigos agustinos de la Abadía de Leigh, en Devonshire, a quienes les fue confiada por Margarita Clements, la hija adoptiva de Tomás Moro. Varias cartas autógrafas se encuentran en el Museo británico. También existen varios retratos, siendo el mejor, el que realizó Holbein, el cual se encuentra entre las posesiones de E. Huth, Esq. Holbein también pintó a una gran cantidad de los miembros de su familia, pero este cuadro ha desaparecido, aunque el boceto original está en el Museo de Basilea, y una copia del siglo decimosexto se encuentra en propiedad de Lord St. Oswald. Tomás Moro fue beatificado por el Papa León XIII, en un Decreto emitido el 29 de diciembre de 1886. En 1935, fue canonizado por el Papa Pío XI.

  1. ROGER HUDLESTON Transcrito por Marie Jutras Traducido por Bartolomé Santos (Fuente: enciclopediacatolica.com)

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