Antes, en la iglesia de Santa María en Trasteve, se proclamó el Manifiesto de los Jóvenes cristianos de Europa, una iniciativa surgida de la Conferencia Episcopal Española, que cuenta con el apoyo de numerosas Conferencias Episcopales, diócesis, parroquias y movimientos eclesiales de toda Europa. El manifiesto se inscribe en el camino pastoral y evangelizador promovido por el Dicasterio para la Evangelización como preparación al Jubileo de la Redención del año 2033.
El Encuentro de Jóvenes Españoles en la Plaza de San Pedro ha sido un momento histórico. Es la primera vez que se cierra esta plaza para una delegación de un único país. Y allí han estado los de la diócesis de Guadix, en un encuentro que ha tenido varias partes, que ha comenzado con testimonios y que ha terminado con una Misa presidida por el presidente de la CEE, Mons. Luis Argüello y concelebrada, entre otro, por el obispo de Guadix.
Primera parte: El regalo de la vida
Esta primera parte del encuentro nos introduce en el misterio de la vida como don. Desde el comienzo —el nacimiento, el bautismo, la llamada— se nos recuerda que no estamos aquí por casualidad. Hemos sido soñados por Dios, llamados por nuestro nombre y enviados a ser generadores de esperanza. Así pues, la vida, recibida como un regalo, se transforma en vocación. Afrontar los retos personales, familiares, sociales y espirituales desde esta perspectiva vocacional implica vivir con una esperanza activa, valiente y comprometida. Somos parte de una Iglesia que camina con nosotros, que nos sostiene y nos envía.
María Tagarro García-Tomassoni, una joven de la Diócesis de Astorga, también ha compartido su testimonio personal sobre la vocación de lo cotidiano:
Buenas tardes. Mi nombre es María Tagarro García-Tomassoni, soy de Astorga (provincia de León) y junto a los jóvenes de la diócesis de Astorga hemos peregrinado hasta Roma para participar, junto a todos vosotros, del Jubileo de los Jóvenes.
También me han pedido que comparta mi experiencia en este momento previo a la celebración de la Santa Misa aquí, en la Plaza de San Pedro. En este lugar de unidad y universalidad.
Agradezco a Dios haber nacido del amor de mis padres, Álvaro y Cristina, que junto a mis hermanas Alicia y Cayetana tuvimos la gracia de nacer en una familia católica en la cual se nos educó con el valor de poner al Señor en el centro de nuestra vida. Siempre fuimos una familia de Iglesia por lo cual a día de hoy es mi casa, mi refugio donde puedo ser yo misma sin miedo a que me juzguen. Os parecerá mentira si os digo que varios de los mejores recuerdos de mi vida se han creado ahí.
También agradezco a mis abuelos una parte fundamental en mi camino, ellos me enseñaron a amar al Señor y al prójimo como a nosotros mismos. Sin olvidar la oración como parte fundamental de una vida con fe.
Al igual que los padres de Samuel, como hemos escuchado en el relato bíblico, mi familia agradece constantemente a Dios que Él nos esté acompañando en todos los momentos, circunstancias y dificultades de nuestra vida.
Junto a mi familia están mis amistades. Especialmente aquellos amigos y amigas que nunca se apartan del camino. En mis amistades de siempre, no he encontrado ese apoyo a la hora de vivir mi fe ya que era la única de mi entorno que la vivía.
Esto me llevó a vivir hace unos años una crisis en la que dejé de sentir al Señor. Iba 3 todos los domingos a Misa, pero no me decía nada. Algo que me agobiaba mucho es que ese año iba a confirmarme. Y yo había dejado de sentir al Señor, me mataba la idea de pensar que iba a recibir un sacramento tan importante sin sentir nada. Al ser la única joven que practicaba su fe en mi entorno fue algo que tuve que batallar yo sola. Me frustraba el no entender lo que me pasaba. Lo que no sabía es que estaba teniendo mi primera crisis de fe consciente.
Aunque aparentemente pueda parecer algo triste y duro para mí también ha sido y es un reto constante, ya que me sirve para intentar ser testimonio, prepararme mejor y fortalecer mi fe.
Le doy las gracias ya que a lo largo de los años me ha regalado amistades dentro de la Iglesia en las cuales comparto mi vida y mi forma de vivirla, libre y sin miedo a ser juzgada.
Estudio Higiene Bucodental y mi deseo sería trabajar en ese ámbito de la Salud Bucodental. Sin duda me encuentro en un punto muy bueno de mi vida porque, a pesar de que el bachillerato se me atragantó un poco ahora estudio lo que me gusta y tengo la mente puesta en el futuro, es un tiempo de preparación y sacrificio en las cuales las horas de estudio y de prácticas son necesarias para después afrontar retos laborales y personales.
La Iglesia es mi otra gran familia. Pertenezco a la Pastoral Juvenil de la Diócesis de Astorga y colaboro en el Equipo de la misma. En ella realizamos, entre otras cosas, vigilias de oración, encuentros diocesanos, de diferentes zonas y campamentos de verano.
Para mí todo esto va más allá de meros eventos puntuales, es compartir vida con jóvenes de mi misma edad y de diferentes lugares dándome cuenta al final de cada jornada que todos los esfuerzos, preparativos y horas de trabajo solo han sido un canal a través del cual el Señor hace su obra primero en nosotros, prestando el servicio, y también en los destinatarios.
De mis padres recibí la fe, gracias al bautismo. Y esta fe también la vivo con mis amigos en la pastoral. ¡Qué importante es tener amigos que vivan la fe contigo! Agradezco la tarea de escucha y acompañamiento de mis sacerdotes y de mi Acompañante Espiritual, figura muy importante para el crecimiento de mi fe. Esto me ayuda a celebrar los sacramentos, tener una vida ordenada de oración, conocer las necesidades de las personas que lo pasan mal, comprometerme en pequeños compromisos de servicio y apostolado…
¿Y todo esto para qué? Quizá sea el mismo interrogante de muchos de vosotros. Si Ana, en su ancianidad, pidió a Dios un hijo que después ofreció al Señor, también yo, en estos años de mi juventud, pido a Dios que siga siendo el centro de mi vida. Y que Él, que me ha dado la vida, me ayude a cómo poder entregarme generosamente: por medio de una vocación particular. Hoy os puedo compartir la alegría que siento de haber recibido la vida como regalo de parte de Dios y que, como María, la Inmaculada joven de nuestra pastoral en España, declaro: ¡Hágase en mí como tú quieras, Señor! Porque mi vida y vuestra vida joven es ya una vocación. ¡Muchas gracias!
Segunda parte: La alegría del perdón.
El perdón no solo repara, sino que transforma. En un tiempo marcado por la dureza, la cancelación y las heridas no resueltas, esta parte quiere mostrar que la alegría del Evangelio pasa por experimentar la misericordia de Dios. Ser perdonado es recuperar la dignidad, sentirse mirado con amor, restaurado. El perdón también es un signo profundo de esperanza: si Dios no se cansa de nosotros, tampoco debemos hacerlo nosotros.
A continuación, José Tomás Cebrián Ruiz ha compartido su testimonio donde cuenta su proceso del alejamiento al reencuentro con la fe:
Buenas tardes, me llamo José Tomás, aunque todos me conocen como Pepetto. Tengo 26 años, soy de Tarancón y pertenezco a la diócesis de Cuenca.
Soy el mayor de cinco hermanos: tres chicas y dos chicos. Mis padres, Pepe y Marisa, siempre han vivido en Tarancón, y juntos formamos parte de una familia aún más grande, con muchos primos, tíos, y, cómo no, nuestra Lala, nuestra abuela, que es el pilar fundamental de la familia. Desde pequeño me han educado en la fe, así que creer en Dios ha sido siempre algo natural para mí, aunque reconozco que no siempre lo he vivido con la misma intensidad.
Ahora quiero mencionar a mi otra familia: mis amigos. Nos conocemos desde pequeños y hemos compartido muchos de los momentos más importantes en la vida de cada uno. Pero lo más especial es que todos formamos parte del mismo grupo de jóvenes en la parroquia, y eso ha hecho que nuestra amistad no sea una amistad cualquiera. Lo mejor de vivir la fe juntos es que los planes de amigos, los de siempre, también se convierten en planes de Dios.
Volviendo al hilo, como muchos chicos de familia católica en Tarancón, he recibido los sacramentos que me corresponden hasta la fecha, voy a misa todos los domingos y fiestas de guardar, y me confieso siempre que tengo ocasión. Y por supuesto, como he dicho, he participado y participo en el grupo de jóvenes en la parroquia.
Sin embargo, no siempre ha sido así. Al llegar a la universidad, me encontré con un ambiente en el que ser católico no solo no era bien visto, sino que te hacía parecer menos. En mi caso, nunca negué a Dios, pero, siendo sincero, no sentía que mi fe fuera realmente mía. Creía porque así me lo habían enseñado, no porque lo hubiera descubierto yo. Además, ser creyente me facilitaba muchas cosas: campamentos, convivencias, viajes… En el fondo, creía porque me beneficiaba.
En cuarto de carrera me fui de Erasmus, y ahí el cambio fue más profundo. A diferencia de la universidad, donde solía volver a casa muchos fines de semana y mantenía cierto contacto con la Iglesia, en el Erasmus me desconecté por completo de Dios. Me enamoré de una chica, aunque no era creyente. No quiero culparla de mi alejamiento, pero con el tiempo he comprendido que rodearse de personas que viven su fe te acerca a Dios, y juntarte con personas que no tiene fe te aleja también de Él.
Al volver a España, terminé la carrera, seguía con mi novia y todo parecía ir bien. Creía que había encontrado la felicidad. Pero qué equivocado estaba… Aunque había vuelto físicamente a casa, Dios ya no estaba presente en mi vida. Y uno descubre que, sin Dios, no hay verdadera felicidad. Poco después, mi novia me dejó. Y como todo joven en estos casos, parece que el mundo se viene abajo. No sabía dónde sostenerme… hasta que un día, mi primo Luis me animó a volver al grupo de jóvenes. Qué paz. Qué sensación tan real de volver a casa. Pero no a tu casa física, sino a SU casa. A la casa de Dios.
Podría decir que aquel reencuentro con la parroquia fue el primer toque de atención que Dios tuvo conmigo. Una primera llamada, casi un grito, para que volviera a Él. Aun así, durante un tiempo seguí yendo a mi aire, olvidando penas como quien dice, buscando consuelo donde no lo hay. No fue hasta que Carlos, nuestro sacerdote y ahora mi guía espiritual, me invitó a participar en Effetá, cuando realmente conocí a Dios. ¿Y qué encontré en ese retiro? Perdón. Un corazón roto que Dios quiso sanar solo con pedírselo. Así fue como Dios se dejó conocer por mí, cuando más lo necesitaba. ¿Y qué pasa cuando conoces de verdad a Dios? Pues que, simplemente, ya no quieres otra cosa en la vida. Porque cuando lo descubres, todo lo demás se queda corto. Gloria a Dios.
Tercera parte: Yo soy la puerta que os abro a la felicidad
Cristo es la puerta abierta hacia la verdadera felicidad. El Jubileo es un paso simbólico por esa puerta. No es un simple rito, sino una invitación verdadera a volver al centro, a reencontrarse con la fuente de la vida. La Iglesia también está llamada a ser “puerta abierta de entrada”, para ofrecer la acogida, y “puerta abierta de salida” desde la que salir enviados para la misión. En este encuentro, queremos mostrar que todos tienen un lugar, y que ser Iglesia es una experiencia viva, dinámica y alegre.
El último testimonio del Encuentro lo han protagonizado Quique Mira y Mery Lorenzo Warleta: Buenas tardes. Somos Quique y Mery, y pertenecemos a AUTE, un puente que quiere acercar a los jóvenes a Cristo y a todo lo que la Iglesia les ofrece para vivir la fe.
Hoy, al ver esta Plaza de San Pedro llena de jóvenes como vosotros, sentimos que se hace visible el sueño de Dios: su Iglesia joven, viva, en camino.
También nos casamos hace 2 meses, y como matrimonio nos vemos muy llamados a ser Iglesia doméstica. Una familia que acoge en casa y que a la vez crea discípulos para salir a compartir el Amor de Dios. Como otros antes que nosotros han abierto su corazón, nosotros también queremos compartir cómo el Buen Pastor nos ha abierto su puerta, para entrar y salir, como dice el Evangelio de Juan que acabamos de escuchar.
Entrar. Nos conocimos en un tiempo en el que nos dolía la superficialidad en la que se vive hoy: redes sociales llenas de apariencias, relaciones que duran un suspiro, corazones rotos, miedos disfrazados de indiferencia. También nosotros hemos vivido esto, y el encuentro personal de cada uno con Cristo nos abrió el corazón y nos hizo darnos cuenta de que necesitábamos algo más. Algo de verdad, que no nos bastaba lo que el mundo nos proponía. Así empezamos nuestro camino como pareja, queriendo que Cristo formara parte de nuestra historia, y nos renovara. No fue todo de color de rosa. Cada uno traía su historia, sus heridas, sus búsquedas. Pero juntos descubrimos que, si entrábamos por la puerta que es Cristo, todo podía ser diferente.
Nuestra experiencia es que necesitamos lugares donde, acompañados por hombres y mujeres llenos de Dios (religiosas, sacerdotes, catequistas, profesores, obispos, amigos…) podamos parar “y de entre todas las voces escuchar la voz de Dios, que nos ha creado, nos ama y nos llama”. Las auténticas ovejas son las que escuchan la voz del Buen Pastor.
Por la Gracia de Dios, hace 2 meses nos dimos el primer “si” ante el altar. Digo el primero, porque creo que el matrimonio va de ponerse de rodillas cada día y decir sí a querer quererse cada día. Es negarse a uno mismo y volver a escoger al otro primero.
Salir . Pero el Evangelio también nos invita a salir, porque toda vocación es también misión. No basta con quedarnos en la intimidad de nuestro amor, sino que Dios nos empuja a salir, a contagiarlo. ¡Somos testigos del Amor en mayúsculas!
Nuestro matrimonio es nuestra misión. En él queremos ser signo de algo más grande. No estamos solos. Jesús camina con nosotros, y desde ahí queremos salir a los demás: acompañar, compartir, servir. Como nos dijo el Papa Francisco: “¡Somos una misión para los demás!”.
Por eso, os invitamos a ser auténticos. A no tener miedo a entrar por la puerta del Buen Pastor que es el que da la verdadera vida. Y a salir, cada día, con alegría, al encuentro de los demás. Porque la felicidad no está en encerrarse, sino en amar y dejarse amar.
Homilía de Mons. Luis Argüello
Pablo escribe a los cristianos de Roma: la esperanza no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu santo que se nos ha dado. Así es queridos hermanos que compartís conmigo el ministerio ordenado: obispos, presbíteros diáconos. El amor ha sido derramado en nosotros dando forma en nuestro corazón en la caridad pastoral ofrezcamos al pueblo santo de Dios: la Palabra, la misericordia y el Pan partido. El amor de Dios ha sido derramado en nosotros sobre nosotros, queridos hermanos, hermanos jóvenes del pueblo santo de Dios que camina en España, en Iglesias particulares o diócesis y en tantas y tantas realidad comunitarias, apostólicas, que nos sirven para acoger este amor. La esperanza no defrauda porque el amor de Dios derramado en nuestros corazones ha puesto en vuestras vidas un vestido de alabanza, un vestido de alabanza que hace posible que vivamos para alabanza de la gloria de Dios, renunciando a la vana gloria. Se nos ha dado además un perfume de alegría, para que llevemos esta alegría a los duelos y a las tinieblas de la existencia. Se nos ha ofrecido además una diadema, una diadema que muestra la alianza que el Señor ha sellado con nosotros, porque su amor misericordioso no tiene vuelta atrás.
Sí, hermanos, hemos sido bautizados con un vestido blanco. Hemos sido confirmados con un perfume de alegría. Participamos de la Eucaristía, alianza nueva y eterna para el perdón de los pecados. Somos cristianos, somos ungidos. El Cristo, el ungido, ha querido compartir con nosotros su misma unción, el mismo sello del Espíritu Santo.
Y así, ungidos cristianos, somos un pueblo, un pueblo que va progresivamente ensayando decir nosotros. Así, hemos venido de nuestras diócesis y hemos constituido un nosotros, un nosotros diocesano, desde el pequeño nosotros de la parroquia, del movimiento, de la asociación, de la comunidad. Un nosotros diocesano que hoy expresa un nosotros de la Iglesia en España.
Para disponernos así y mañana en la tarde, cuando ya comienza el domingo y en la Eucaristía solemnísima del domingo en la mañana, poder decir nosotros, la Iglesia, la Iglesia una santa, católica y apostólica. El Espíritu Santo nos permite decir nosotros, dejando que cada uno de nuestros yoes entre, se adentre en el nosotros de quienes nos reunimos para decir Padre Nuestro. Pero sólo un corazón ungido, sólo un corazón que lleva vestido de alabanza, perfume de alegría y diadema de alianza, de misericordia, puede vivir un nosotros permanentemente abiertos.
Porque hemos de reconocerlo, hermanos, hay nosotros que se cierran sobre sí mismos. También en la Iglesia, también en nuestras realidades comunitarias, a veces afirmamos con tanta fuerza el nosotros pequeño que nos olvidamos de abrirnos a un nosotros más grande. Y qué decir de la sociedad en la que vivimos que reivindica identidades fuertes en las que cada uno dice nosotros, buscando otros nosotros con quienes enfrentarse para poder afirmar el pequeño nosotros.
La Iglesia es una permanente escuela de ensanchar el nosotros, de abrir el nosotros, de abrir a una fraternidad que no brota de nuestros puños, sino del Espíritu Santo que nos ha ungido y nos permite decir Dios, Padre Nuestro, y nos permite decir Jesús eres el Señor. Y como pueblo, como pueblo que dice nosotros, queremos abrir esta fraternidad a la familia humana, a nuestros conciudadanos, a nuestros compañeros de estudio, de diversión, a vuestras propias familias, a los diversos lugares donde venimos, para ofrecer este nosotros que ayude a nuestros contemporáneos a abrir su corazón y poderse encontrar así con quien es la fuente del nosotros que se abre y abraza.
Queremos, amigos, sellar una alianza de esperanza. Queremos que este jubileo sea la oportunidad de ofrecer una alianza de esperanza a quien quiera escucharnos, a quien quiera compartir con nosotros algún tramo del camino. Queremos ofrecer la alegría del Evangelio y así dar testimonio en nuestras calles y plazas de la belleza de creer en Dios, dar testimonio de una comprensión de la persona, del cuerpo, de la sexualidad vinculada al amor y a la transmisión de la vida. Dar testimonio de una forma diferente de plantearnos la economía, la cultura, la política. Dar testimonio de una cercanía singularísima a los pobres, queriendo acoger en nuestra casa y en nuestro corazón a quienes están solos, a quienes sufren cualquier tipo de dolor, de sufrimiento, a quienes vienen de lejos, a quienes estando cerca de nuestras casas, nuestro corazón cerrado no descubre como un grito que nos está permanentemente llamando.
En estos días habéis confesado la fe confesando vuestros pecados. Ha sido emocionante ver esta mañana en el Circo Máximo a tantas y tantas personas como mendigos de la misericordia de Dios, como lo hemos vivido también en la peregrinación, en cada uno de nuestros encuentros. Hemos confesado que Jesucristo tiene fuerza y poder para perdonar nuestros pecados.
Ahora hace falta, hermanos, que seamos también confesores de la fe en la plaza pública. Porque si el Señor tiene fuerza y poder para perdonar los pecados en nuestro corazón, y así experimentamos la alegría del perdón, y se nos abren nuestros brazos, y nos reconciliamos y nos queremos, es importante que confesemos que el Señor tiene fuerza y poder para vencer a las estructuras de pecado, que tiene fuerza y poder para vencer al dragón que pasa continuamente su poder a las bestias de este mundo imperialista.
Confesemos nuestra fe, seamos testigos de la victoria de Jesucristo en medio de nuestras actividades cotidianas, y ofrezcamos esta victoria como gracia, como regalo, como don, no queriendo imponer de ninguna manera nuestra fe a nadie, sino regalando gratuitamente la alegría del Evangelio, el vestido blanco de alabanza, el perfume de alegrías, y también esta alianza nueva y eterna que como una diadema nos invita a participar permanentemente en la Eucaristía.
Volveremos a nuestros lugares de origen para seguir siendo peregrinos, porque esta es nuestra condición, y cada semana haremos un alto en el camino, en la peregrinación, en el domingo, para renovar nuestra unción para el Espíritu Santo, para adorar la presencia real de Jesús en la Eucaristía, para acumular su mismísimo cuerpo, y para ser enviados, enviados para anunciar la paz.
Por eso, amigos, os invito ahora a que gritéis conmigo para que el mundo nos oiga:
Jesús es el Señor
Somos la Iglesia
Jesús es el Señor.
Somos la Iglesia
Queremos la paz en el mundo, queremos la paz en el mundo, queremos la paz en el mundo, Haznos, Señor, instrumentos de tu paz
Somos peregrinos, hermanos, no somos turistas de un turismo espiritual, somos testigos del Evangelio, somos Iglesia en misión, somos sínodo. Bendito y alabado sea nuestro Señor Jesucristo, que en la fuerza del Espíritu Santo nos ha permitido participar en esta liturgia de alabanza.
(Con contenidos tomados de www.conferenciaepiscopal.es )