Homilía de Mons. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en la Eucaristía del III Domingo de Adviento, celebrada el 14 de diciembre de 2025, en la S.A.I Catedral.
Queridos sacerdotes concelebrantes;
querido diácono;
queridos seminaristas;
queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Como os decía al comienzo, y se nos introducía a través del canto del introito, tomando las palabras del apóstol San Pablo en su Carta a los Filipenses, hoy es el Domingo Gaudete. Esa es la palabra latina: “Alegraos, estad alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres”.
Y San Pablo da el motivo. El motivo es que el Señor está cerca. Es una invitación a la esperanza y a la espera con alegría y, es más, en la oración colecta le hemos pedido al Señor que, ya que nos conceda al pueblo cristiano, que prepara con fe las fiestas del nacimiento de Su Hijo, poder celebrar estas fiestas con alegría desbordante; y nos ha dado la razón: porque son fiestas de gozo- La Navidad es una fiesta de gozo, de alegría. Es verdad que echamos de menos a los que nos han dejado o no están con nosotros. Es verdad que a veces puede entrar un poquito de depresión, de recuerdo, pero, en absoluto, son unas fiestas tristes. Al contrario, nos muestra que el hombre tiene solución; que la humanidad a pesar de que a veces veamos que este mundo no hay quien pueda con él, que las guerras, que las divisiones, o basta poner los Informativos desde la corrupción al otro, a la violencia, a los atropellos contra la mujer, a tantas y tantas cosas que vemos, escenarios, y la paz no aparece por ningún lado, no sólo de las guerras que sabemos y que son importantes porque las traen los telediarios, sino también de tantas guerras escondidas que hacía decir al Papa Francisco que “el mundo está en la tercera guerra mundial, dividida en guerras pequeñas”. Nuestro mundo está así, ciertamente. Pero esto no puede llevarnos a la depresión o a la tristeza.
El Señor está cerca. Y es ahí donde tenemos que poner nuestra esperanza: en Dios. Ese es el motivo de la alegría. La alegría es encontrarnos con el Señor. La alegría que es tener a Cristo como el Salvador que viene. Esos tiempos mesiánicos que ha anunciado el profeta en el libro de Isaías, que hemos escuchado, que nos viene acompañando en el Adviento, poniéndonos unos tiempos idílicos, unos tiempos, pues, de la presencia de Dios, del rescate del pueblo de Israel por parte de Dios; unos tiempos de abundancia, unos tiempos de ausencia de las lágrimas, al contrario, el gozo permanente en que parece que se va a cumplir las utopías más grandes y más anheladas de la humanidad. El profeta las pone, ciertamente, en escala menor en el retorno de los desterrados de Israel a la tierra prometida, pero, sobre todo, en los tiempos mesiánicos.
De ahí que Juan el Bautista, que es otra de las figuras del tiempo de Adviento, y que Jesús le echa unos piropos hoy, como ha sido proclamado en el Evangelio de San Mateo, diciéndonos que “es el mayor de los nacidos de mujer, pero el menor en el Reino de Dios”, “el menor en el Reino de los cielos es mayor que él”. Juan el Bautista que hace esa bisagra entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, que es la voz que nos indica la palabra, como dice san Agustín; Juan el Bautista se siente como contrariado cuando Cristo va a bautizarse. Se siente contrariado, porque dice si soy yo quien tiene que ser bautizado por Ti. Y Jesús le dice que cumpla lo que está escrito. Y Juan el Bautista obedece.
Pero a Juan el Bautista no se le pasa la preocupación. Porque cómo el Mesías Glorioso, el Mesías que en los textos bíblicos viene con gran poder y gloria se presenta como un humilde siervo que se pone en la cola de los pecadores. Cómo el Mesías se muestra así de manera tan humilde. Y Juan el Bautista le manda a sus discípulos a preguntarle. “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Y Jesús -nos dice el Evangelista-, antes de hablar y de darle una respuesta, se pone a cumplir lo que había ya previsto el profeta. Y hace decir a Juan que los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen, los muertos resucitan y bienaventurado, los pobres son evangelizados, bienaventurado el que no se escandaliza de mí. Luego le viene a decir Juan, “a pesar de mi condición de siervo, a pesar de ponerme en la cola, yo que no tengo pecado, vengo a redimiros del pecado y vengo a ser el servidor y vengo a ser aquel que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos”.
Pero, queridos amigos, nosotros también tenemos que hacernos la pregunta y hacérsela a Jesús. ¿Es realmente para ti, Cristo, el que esperas? ¿Cuáles son tus esperanzas? Alguien decía que somos de grandes según sean nuestras esperanzas. Si nuestras esperanzas son simplemente terrenas, ¿eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Porque nosotros también necesitamos salir de nuestras cegueras, de no ver más allá de nuestras cortas miras, de nuestros egoísmos, de nuestras sorderas, de sólo escuchar el monólogo de nuestras apetencias, de nuestros pleitos, de nuestros asuntos, de nuestros egoísmos. ¿O nosotros somos esos muertos que estamos en el pecado y que necesitamos urgentemente el perdón de Dios? ¿O necesitamos levantarnos de la postración con esa parálisis que nos detiene en el camino cristiano y que estamos igual que hace años?
Queridos amigos, ¿eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? ¿En qué esperas tú? ¿Cuáles son tus esperanzas? ¿Simplemente el optimismo? ¿Simplemente que se arregle esta situación o la otra, el atolladero económico o personal? ¿Simplemente que se arregle esta situación que te contraría o te dificulta tus previsiones? ¿Cómo son tus esperanzas?
Claro que hay que tener esperanzas también pequeñas. Claro que hay que tener esperanzas humanas, que nos ilusionan, que hacen que la vida merezca la pena. La esperanza de los hijos, la esperanza de tu esposo, de tu esposa, la esperanza de salir de una enfermedad, la esperanza de mejores condiciones de vida, la esperanza de que nuestro mundo mejore…
Pero, ¿y la esperanza en la vida eterna? ¿Y la esperanza en la resurrección? ¿Y la esperanza que trasciende la muerte? Esa esperanza que era la que tenían los primeros cristianos, por eso la Carta de Santiago, que ha sido proclamada, les invita a la paciencia. Porque los primeros cristianos, ya nos lo dice San Pablo en la primera de Tesalonicenses, que es el primer escrito del Nuevo Testamento, les escribe, porque estaban ansiosos esperando la venida del Señor, porque creían que el Señor iba a venir rápidamente, después que había extendido los cielos, y algunos no daban ni golpe. Luego, nos hemos pasado lo contrario. Hemos cortado las alas de la esperanza. Nos hemos quedado en una esperanza domesticada, en una esperanza del estado del bienestar, y curiosamente, a nuestro bienestar, a nuestra salud, la llamamos esperanza de vida.
Vamos a darle vida en sentido pleno y a poner esa Esperanza con mayúscula. Y esto nos producirá una alegría que es compatible con las dificultades. Una alegría que es saber que el Señor está cerca, que está en nosotros. Esa alegría de encontrarnos con el Señor como los Apóstoles, que nos dice el Evangelio que les dijo a los discípulos “muchos justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron”. ¿Y por qué son dichosos los Apóstoles? Porque sean ricos, no. Porque sean sabios, no. Son unos pobres pescadores. Porque sean influyentes, no. Porque ven a Cristo. Porque tienen a Cristo. Lo mismo nos cuenta el Evangelio que los Magos cuando van a ver a Herodes pierden el contacto con la estrella y al salir descubren de nuevo la Estrella que les lleva hasta el niño. Y se alegraron, nos dice el Evangelio. La alegría con la que anuncia el Ángel a María: “Alégrate, María, llena de gracia”. La alegría que anuncian a los pastores los ángeles.
Vamos a prepararnos con alegría, como le hemos pedido al Señor, a las fiestas que se acercan, para que sean fiestas de gozo, de júbilo desbordante, dice la liturgia hoy. María es la causa de nuestra alegría, así la invocamos en las Letanías. ¿Y por qué es la causa? Porque nos ha dado la mayor alegría del mundo: nos ha dado Jesucristo.
Vamos, queridos amigos, a pedir esa Esperanza con mayúscula. Vamos a tener paciencia también con los demás, como nos invita Santiago el Apóstol. Y vamos, sobre todo, a tener la esperanza en el Señor, que no defrauda. Mi alma espera en el Señor. Pues, así, y veréis como sí es una Navidad distinta, no es simplemente la Navidad del tener, que deja resaca después (y unos kilos de alma), sino la Navidad que deja el corazón.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispado de Granada
14 de diciembre de 2025
S.A.I Catedral de Granada


















































