Mons. Catalá pide a los cofrades de Zamarrilla que sigan dando testimonio de la fe

Homilía del obispo de Málaga pronunciada en el trascurso de la Eucaristía celebrada con motivo del 75 aniversario de la bendición del Cristo de los Milagros de la Cofradía malagueña de Zamarrilla.

Lecturas: 1 Re 12,26-32; 13,33-34; Sal 105,6-7.19-22; Mc 8,1-10.

1. El primer libro de los Reyes nos narra en las lecturas de estos días que Dios castigó al rey Salomón por haber desviado su corazón del Señor y dado culto a dioses falsos. Jeroboán, rey de Israel, con la pretensión de heredar el trono de Judá (cf. 1 Re 12,26), intentó desviar el culto, que se hacía en Jerusalén, hacia otros lugares de su reino: Betel y Dan (cf. 1 Re 12,28-29). Cometió un grave pecado, porque construyó lugares de culto, fabricó becerros de oro para adorar a ídolos falsos y nombró sacerdotes que no eran de la estirpe levítica. Jeroboán no se convirtió de su mal camino y siguió consagrando lugares de culto en altozanos: «Este proceder condujo a la casa de Jeroboán al pecado y a su perdición y exterminio de la superficie de la tierra» (1 Re 12,34). Una buena lección para nosotros, fieles cristianos del inicio del siglo XXI. Tal vez también nosotros nos fabricamos nuestros propios ídolos, para adorarlos y desviar nuestro corazón del Señor Jesús, que es nuestro único Salvador, que ha dado la vida por nosotros. Si nos desviamos de él nos ocurrirá como a Jeroboán y su reino: quedaremos destruidos.

2. Nos hemos reunido hoy en el templo de San Felipe Neri, para dar gracias a Dios por el Setenta y cinco Aniversario de la Bendición de la imagen del Santísimo Cristo de los Milagros de la Hermandad de Jesús del Santo Suplicio, Santísimo Cristo de los Milagros y María Santísima de la Amargura Coronada. Motivo grande para dar gracias a Dios por esta efeméride. La imagen, ópera prima del insigne escultor malagueño Francisco Palma Burgos, fue bendecida el 25 de marzo de 1939, y representa la imagen de Cristo crucificado y muerto, tallada en madera a tamaño natural.

Esta imagen, de tono solemne, quiere expresar el inmenso amor de Cristo, que se deja clavar en la cruz por cada uno de nosotros. Su rostro sereno permite contemplar los sufrimientos de su pasión. Como dice el profeta Isaías: «Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos» (Is 50,6). Él ha sido escarnecido por nosotros, abofeteado y maltratado; la gente no osaba mirar su rostro, que, de tan desfigurado, no parecía hombre, como dice el profeta Isaías en uno de los Cánticos del Siervo de Yahveh (cf. Is 53,2-3). El autor ha captado esa cruda realidad y lo ha expresado muy sutilmente en la cálida encarnadura y en la sobria presencia de sangre, reducida a manchas púrpuras. Los autores tienen la tendencia de «dulcificar» el cuerpo destrozado de Cristo, para que ayude a la piedad sin repeler la imagen. Los textos bíblicos, en cambio, son muy crudos y muy realistas.

El Santísimo Cristo de los Milagros «fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron» (cf. Is 53,5). Él nos ofrece sus manos perforadas en actitud de acogida. Del corazón abierto de Cristo brotan la Iglesia y los sacramentos; sus manos trepanadas quieren llenar a raudales nuestras manos vacías; vacías de amor y llenas de otras cosas. Somos unos pobres pecadores, que necesitamos de su perdón y de su amor misericordioso.

3. La Hermandad de Jesús del Santo Suplicio, Santísimo Cristo de los Milagros y María Santísima de la Amargura Coronada regresa hoy al que fue templo y sede canónica: la iglesia de la Santa Cruz y San Felipe Neri en Málaga, debido a los terribles años de persecución religiosa durante la segunda República, en que la Ermita de Zamarrilla fue asaltada, incendiada y destruida. Aquí se ubicó la Hermandad hasta el año 1945, cuando quedó restaurada la Ermita de Zamarrilla. Esa Ermita, de todos muy conocida y visitada, ha sido lugar de paso hacia la ciudad o hacia fuera de la ciudad; lugar de encuentro entre personas, lugar de oración del peregrino, lugar para reparar fuerzas y proseguir el camino. ¡Cuántos deseos, cuántas peticiones, cuántas lágrimas se han derramado ante el Cristo de los Milagros! Él es salvación y puerto seguro en los naufragios de la vida, refugio en las duras pruebas, consuelo en los sufrimientos, porque es el gran Maestro que los ha experimentado en su propia carne. Nadie puede enseñar a Cristo sobre sufrimiento; nadie puede enseñarle de amor.

Ante esta imagen de Cristo crucificado y muerto, que ahora contemplamos, los malagueños han ido desgranando sus plegarias para recibir ayuda y consuelo en sus necesidades. Y no solo en los difíciles y crudos años de la postguerra, sino en todo momento hasta nuestros días; porque el ser humano, criatura salida del amor de Dios, tiene necesidad de él. El hombre necesita la referencia a un Padre amoroso, que sea padre de todos; su paternidad nos permite vivir la fraternidad universal. ¿Por qué puede haber Cofradías y Hermandades? Porque tenemos un Padre común en el cielo y un Hermano común, Hijo de ese Padre, que nos ha hecho hermanos. No nos hermanamos entre nosotros, sino que es Él quien nos ha hermanado.

4. Desde hace décadas fueron incontables los exvotos que cofrades, vecinos y peregrinos depositaban en el camarín de la Ermita. La imagen del Santísimo Cristo de los Milagros sigue siendo hoy venerada por muchos fieles, que se acercan a la Ermita en busca de amor divino, de perdón y de petición. Por eso alguien denominó la Ermita como «la catedral de Málaga en calle Mármoles». La devoción a esta imagen del Crucificado, expresión máxima del amor de Dios, sigue viva con el pasar de los años. De modo especial se reaviva en Semana Santa, en la tarde/noche del Jueves Santo, en que vosotros, los Hermanos de Zamarrilla, dais culto al Cristo de los Milagros. Queridos cofrades, ¡seguid amando al Señor; continuad dándole culto de adoración y de amor; no adoréis a otros ídolos, como le pasó a Jeroboán; no os canséis de dar testimonio de la fe, que os legaron vuestros antepasados!

5. Me consta que para la fiesta de hoy os habéis preparado realizando un itinerario espiritual y pastoral, desde hace varios meses, con oración, actividades y celebraciones. Entre otras muchas acciones (conferencias, mesas redondas, exposiciones) habéis creado grupos de catequesis de adultos, jóvenes y adolescentes, que han recibido, o lo recibirán próximamente, el sacramento de la Confirmación. Os felicito por todas estas actividades.

Y, sobre todo, quiero felicitaros hoy por la actitud eclesial de vincularos más estrechamente a la parroquia y a las actividades diocesanas. Sois Iglesia. Un cristiano no vive solo, como decía el papa Benedicto XVI. Y una cofradía o hermandad no puede vivir sola; es parte de la Iglesia. La Iglesia única y universal, que Cristo fundó, se concreta en la iglesia particular diocesana. No hay otra forma de ser cristiano, ni de ser cofrade. Quien no vive de este modo su fe, ni se puede llamar cristiano, ni se debe llamar cofrade. Es bueno tomar cada día mayor conciencia de ser Iglesia diocesana. Os felicito y os animo a seguir en ese camino.

6. En este sentido os recuerdo las palabras del papa Francisco, dirigidas a cofrades: «Autenticidad evangélica, eclesialidad y ardor misionero» (Papa Francisco, Homilía en la Misa con ocasión de la Jornada de las cofradías y de la piedad popular, 3. Vaticano, 5 mayo 2013). Tal vez en otra ocasión comentemos estas tres palabras del Pontífice. No hacen falta glosas, porque el papa Francisco es muy claro. Autenticidad evangélica implica: Fidelidad a Cristo y a su Evangelio; no seguir otras teorías o doctrinas; y también compromiso bautismal, que fundamenta la fraternidad. La eclesialidad, que ya hemos comentado, significa ser iglesia en la Diócesis y en l
a parroquia. El papa Francisco describe esta realidad eclesial en la exhortación Evangelii gaudium (cf. n. 28). Y el ardor misionero es necesario, para llevar a cabo la misión que el Señor nos encomienda.

7. La Cofradía nació en ambiente de oración con el rezo de un Rosario entorno a una cruz de caminos, denominada entonces «Crucificado de Zarnarrilla» y se inició el culto en la Ermita. Sus orígenes datan del siglo XVIII, cuando en 1788 el obispo de Málaga, D.Manuel Ferrer, otorgó el auto de aprobación de las primeras constituciones.

La fe y el amor al Cristo de los Milagros, que vuestros antepasados os legaron, no puede perderse ni diluirse en el ambiente secularizado de nuestra sociedad, queridos cofrades. No se puede aguar la fe; no vale todo. No es lo mismo ser cristiano que no serlo. No es lo mismo ser bautizado que no serlo; no es lo mismo vivir la fe, que no vivirla. No es lo mismo celebrar la fe y la Eucaristía dominical que no celebrarla. Los sacerdotes que os han acompañado y los que siguen a vuestro lado desean conmigo que mantengáis con amor y fe el legado de vuestros mayores. Es necesaria una buena formación cristiana, que sepa dar razón de la esperanza que nos anima, como pide el apóstol Pedro (cf. 1 Pe 3,14-16). Sin formación no podemos dar testimonio; se nos comen. Es vital para el cristiano la celebración de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía. ¡Seguid cuidando, como ya lo hacéis, la liturgia y el culto, que se celebra en la Ermita! Hacedlo con verdadero sentido religioso, sencillo y hondo, que favorezca el recogimiento y la oración

Quiero felicitaros por este setenta y cinco Aniversario de la Bendición del Santísimo Cristo de los Milagros. Quiero animaros a que viváis cada día con más profundidad y con mayor compromiso vuestra fe y a que caminéis como hijos de la Iglesia en la peregrinación que cada día el Cristo de los Milagros nos va indicando. Pedimos a María Santísima de la Amargura Coronada que interceda por todos nosotros, para ser fieles discípulos de su Hijo, como Ella lo fue. ¡Que el Santísimo Cristo de los Milagros os conceda seguir trabajando en la dirección emprendida de renovación y conversión, personal y de la Hermandad, para llegar a ser una Cofradía verdaderamente cristiana, testimonial y ejemplar! Amén.

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