«Los cristianos somos necesarios en este mundo»

En su homilía del primer día del Año, el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, nos invita a «vivir como María, Madre de Dios, y aceptemos lo que venga, aunque nos sorprenda el año con lo que nos sorprenda».

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

(Catedral-Málaga, 1 enero 2015)

Lecturas: Nm 6, 22-27; Sal 66, 22-27; Gal 4, 4-7; Lc 2, 16-21.

1. En este primer día del Año Nuevo nos recuerda san Pablo que en «la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (Gal 4, 4).

El Verbo eterno ha entrado en la historia y la ha cambiado por completo. El tiempo ha sido transformado por Dios en favor del hombre. Del simple transcurrir de los años se pasa ahora a la plenitud que Dios ha dado a la historia.

Al pasar de un año a otro la gente se intercambia buenos deseos de felicidad, de salud y de prosperidad; pero con eso no cambia el sentido del tiempo, ni añade mayor felicidad al ser humano; son simples deseos, que después no siempre se realizan.

Dios, en cambio, ha dado plenitud al tiempo y le ha otorgado un significado salvífico. Con su encarnación el Hijo de Dios ha rescatado «a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Gal 4, 5). La historia ha cambiado, cuando Cristo ha entrado en el tiempo.

2. Celebramos en este primer día del Año la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Este es el título principal y esencial de la Virgen María. A Ella la llamamos con otros muchos títulos: Inmaculada, Asunta, Llena de gracia, Esperanza, Virgen de los Dolores, Madre de misericordia. Pero la maternidad es la misión que Dios le dio al llegar la plenitud de los tiempos. El pueblo cristiano ha experimentado siempre la presencia maternal y tierna de la Madre de Jesús, acogiéndola con devoción filial como madre celestial.

En el concilio de Éfeso (año 431) fue definida la divina maternidad de la Virgen, llamándola «Theotokos» (Madre de Dios). Aunque el pueblo cristiano siempre creyó en la maternidad de la Virgen, la definición dogmática vino cuatro siglos después.

María está presente desde siempre en el corazón y en la vida del pueblo cristiano, que recorre el mismo camino que María, como nos recordó Juan Pablo II: «La Iglesia… camina en el tiempo… Pero en este camino procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen María» (Redemptoris Mater, 2).

3. El Concilio Vaticano II decía al respecto: la «Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y, por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús, moribundo en la Cruz con estas palabras: «¡Mujer, he ahí a tu hijo!» (Jn 19, 26)» (Lumen gentium, 58).

Desde aquella hora el discípulo Juan la acogió como Madre y desde aquel momento todos los cristianos somos hijos de esta celestial y tierna Madre.

La Madre de Dios ha compartido nuestra condición. Ha tenido que caminar por los mismos caminos que recorremos nosotros, a veces difíciles y oscuros; Ella incluso recorrió, sin quejarse, caminos más difíciles de los que nos toca recorrer a nosotros y acogió la voluntad de Dios en su vida.

Ella tuvo que avanzar en la peregrinación de la fe, no siempre fácil; meditó y guardó en su corazón las cosas que no entendía (cf. Lc 2, 19). También hay muchas cosas de la vida, que nosotros no entendemos: acontecimientos, sufrimientos, sorpresas no siempre gratas. La Virgen nos anima a aceptarlas y a dar gracias a Dios por ellas; algún día descubriremos su sentido.

No está mal que en este primer día del Año, dando gracias a Dios por el tiempo que nos concede, pidamos su fuerza para saber vivir como María; y aceptemos lo que venga, aunque nos sorprenda el año con lo que nos sorprenda.

4. Estamos celebrando con gran alegría las Fiestas Navideñas, que nos hablan de fraternidad, de paz y de amor. Los cristianos tenemos la clave de la fraternidad humana, al creer en la encarnación del Hijo de Dios y aceptar nuestra filiación divina como hijos adoptivos en Cristo.

Nuestra fe en el Dios-Amor puede ayudar a transformar el mundo y hacerlo más fraternal y mucho más solidario. Tenemos esa responsabilidad, que no podemos eludir. Aunque no nos comprendan, aunque nos vituperen algunos no creyentes o enemigos de Cristo y de su Iglesia, los cristianos somos necesarios en este mundo, para iluminarlo desde la luz del Evangelio y aportar la fraternidad, que es fundamento y camino para la paz.

La solidaridad cristiana pide que el prójimo sea amado como ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, y sobre todo como un hermano y como «imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo» (Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 40).

5. Hoy celebra la Iglesia la Jornada Mundial de la Paz, cuyo lema elegido es: «No esclavos, sino hermanos». El papa Francisco ha puesto de relieve en su Mensaje para esta Jornada que «la Buena Nueva de Jesucristo, por la que Dios hace «nuevas todas las cosas» (Ap 21, 5), también es capaz de redimir las relaciones entre los hombres, incluida aquella entre un esclavo y su amo, destacando lo que ambos tienen en común: la filiación adoptiva y el vínculo de fraternidad en Cristo» (n.2). El papa Francisco ponía como ejemplo el caso de Filemón y su esclavo Onésimo.

Nosotros, hoy, en los inicios del siglo XXI, ante tantas situaciones actuales de maltratos entre personas, abusos, esclavitud, asesinatos y mercado de personas, los cristianos pedimos a Dios que ilumine a los que manipulan al ser humano, usándolo como objeto o mercancía, para que cambien su conducta y traten al prójimo con respeto y amor, teniéndolo como hermano e hijo del mismo Padre-Dios. Y a nosotros que nos haga vivir la fraternidad universal de la gran familia humana.

El mismo Jesús nos invita con su actitud hacia sus discípulos: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,15). Si el Señor nos ha hecho hermanos y no nos trata como siervos ¿cómo no vamos a tratar a los demás con la misma exquisitez y delicadeza con la que Jesús nos trata a nosotros?

Pedimos a la Virgen María, la Madre del Señor, que nos ayude a vivir cada día la fraternidad que brota del corazón de su Hijo, para llevar paz a todos los hombres.

Al inicio de este Año Nuevo 2015 pido a Dios que os bendiga, con la fórmula más antigua de bendición que aparece en la Biblia: El Señor os bendiga y os guarde; ilumine su rostro sobre vosotros y os sea propicio; el Señor os muestre su rostro y os conceda la paz (cf. Nm 6, 24-26). Amén.

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