Para J. W. Goethe «el punto más alto al que puede llegar el hombre es el asombro». El asombro es una conmoción interior que nos estremece, fecunda la calidad de la vida humana y abre la puerta a la veneración de la dignidad de la persona y del misterio de Dios. El asombro suscita una nueva conciencia en quien lo experimenta. Tiende al reconocimiento de algo distinto y maravilloso en los pequeños acontecimientos de la vida ordinaria que remite a nuestras raíces y a nuestra plenitud.
Volver a tener capacidad de asombro es volver a la simplicidad, a la inocencia, al frescor de la infancia, donde no hay cálculo y todo es gratuidad y espontaneidad. Pero, ¿quién nos devolverá a ese estado de inocencia que se asombra ante lo desconocido, que vibra ante lo nuevo, que se admira ante lo sublime y que se queda encantado ante el amor? ¿Quién curará la ceguera e insensibilidad ante las carencias y sufrimientos humanos? ¿Cuánto colirio habrá que comprar? ¿Quién romperá las cadenas del secuestro ético, estético y religioso que padece nuestra sociedad? Para cultivar el asombro conviene recorrer la vía de la belleza.
Fuente: Web de Publicaciones Claretianas.
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