Homilía del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

Lecturas bíblicas: Nm 11,25-29; Sal 18,8.10.12-14 (R/.  «Los mandatos del Señor alegran el corazón»); St 5,1-6; Aleluya: Jn 17,17 («Tu palabra, Señor, es la verdad»); Mc 9,37-42.44-47.

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos esta esta misa como acción de gracias por las obras de restauración del templo parroquial que habéis llevado a cabo. Luce de nuevo esta iglesia que nos acoge y que es la referencia principal de esta querida población de Guazamara. La Eucaristía es la acción de gracias por excelencia, como dice su nombre. Al evocar nuestro bautismo con el rito penitencial de aspersión del agua lustral, hemos rociado también las paredes de la iglesia, que después de meses cerrada por las obras, vuelve a abrir sus puertas a la asamblea litúrgica del pueblo de Dios.

Deseamos que todos tengan su lugar que en esta casa de Dios, para que la comunidad parroquial integre a cuantos somos de Cristo y acoja a los que se unen a nosotros por amor al Señor, de una forma u otra, conscientes de que sólo Dios conoce la fe de cada uno. El evangelio de san Marcos nos sitúa ante la corrección pedagógica que hace Jesús de sus discípulos llevados por un celo excesivo y acaparador. No toleran de buen grado que fuera del círculo estrecho de los que le acompañan, aquellos que él mismo ha elegido, se haga el bien en nombre de Jesús curando a los enfermos o expulsando los demonios. Juan le dice a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros» (Mc 9,38). Jesús corrige a Juan y le pide que no impidan a nadie servirse del nombre de Jesús para hacer el bien, porque «el que no está contra nosotros está a favor nuestro» (Mc 9,40).

Jesús les hace comprender de este modo que se ha de respetar cómo pueden los hombres acercarse más o menos a él según su propia conciencia, y que quienes así se acercan a él la salvación no está lejos de ellos, aunque todavía no hayan llegado a la plena adhesión con Jesús, es decir, no formen parte de quienes está de forma clara y pública con él, le siguen y le aman. Hay personas que se acercan al Evangelio y de algún modo lo hacen suyo, aunque tenga una falta de fe o una fe débil. Jesús quiere que la conciencia y la libertad de todos sean todos sean respetadas, pero llama al seguimiento e invita a la plena comunión con él recibiéndole, y más aún, quiere que no sólo a sus discípulos, a los que envía para que anuncien el reino de Dios en su nombre, quieren que sean recibidos y les promete la recompensa a quienes los acojan por ser discípulos suyos.

El libro de los Números, nos prepara a entender el evangelio mediante la figura de lo que sucedió en la estepa de Moab con dos de los setenta y dos ancianos y escribas que fueron elegidos por Moisés por mandato de Dios, para que ayudaran a Moisés a “llevar la carga del pueblo” tomando Dios “parte del espíritu que hay en ti” (Nm 11,16). El número de los elegidos simboliza la totalidad de las naciones que según la interpretación de los orígenes de la humanidad darían como resultados la constitución del conjunto total de las naciones nacidas de las tribus de los patriarcas anteriores al diluvio: setenta y dos o setenta (cf. Gn 10-11)[1]. Una elección para el ministerio de gobierno de Israel que inspira la narración del evangelista, el cual ve en la historia de Israel la prefiguración de la misión que Jesús confía a los setenta y dos discípulos a los cuales «envió por delante, de dos en dos, a todas las ciudades y sitios adonde él había de ir» (Lc 10,1).

En este contexto se entiende la respuesta de Jesús a Juan, que le comenta a Jesús que han tenido que impedirle a uno que expulsara los demonios sirviéndose del nombre de Jesús, porque “no es de los nuestros”. Jesús le replica: «No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro» (Mc 39-40). De esta manera vuelve Jesús con el significado del envío de los setenta y dos: los discípulos han sido enviados a todas las naciones, al conjunto de la humanidad y nadie debe ser excluido de los bienes que trae consigo el anuncio del reino de Dios. Las distintas adhesiones a Jesús tienen su propia graduación, aunque sólo los discípulos que forman la comunidad de Jesús tienen aquella unión que él que Jesús quiere de todos, aunque sólo la tengan quienes son de su comunidad salvífica. Es la cuestión de cómo participan los seres humanos en diverso grado de la unión con Jesús por quien viene la redención humana y cuya realidad sólo Dios conoce en su verdad.

Jesús pide a los discípulos que respeten a quienes por un modo u otro no dejan de invocar y servirse del nombre de Jesús.

Los discípulos están la plena comunión con Jesús y el mismo Señor les dedica las hermosas palabras de hacer de ellos referencia de la acogida que los hombres pueden tributarle a él, y en él a Dios Padre «El que dé a beber un vaso de agua, porque sois de Cristo, en vedad os digo que no se quedará sin recompensa» (Mc 9,41). Jesús une a los pequeños a sus discípulos, como vemos en el evangelio de san Mateo que ofrece un variante de este dicho de Jesús: dar de beber «a uno de estos pequeños , por ser discípulo» (Mt 10,42), dicho que sigue a la las palabras  de Jesús sobre la recepción que le pueden tributar los hombres recibiendo a sus discípulos: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado» (Mt 10,40), palabras que tienen equivalente en el evangelio de san Marcos aplicando a los niños las mismas palabras referidas a los discípulos (cf. Mc 9,37). Estas palabras de Jesús van seguidas de la dura advertencia que dirige a quienes escandalizan a “los pequeños que creen”, a quienes creen en él y por eso le siguen: a quien les escandaliza «más le valdría que le encajasen una piedra de molino al cuello y lo echasen al mar» (Mc 9,42).

La radicalidad de las palabras de Jesús se manifiesta en la propuesta de arrancarse el miembro del cuerpo que escandaliza a ceder al escándalo, porque todo lo terreno, incluidos los órganos del cuerpo, ha de ceder ante la prioridad del reino de Dios como bien supremo. Son contraposiciones que no han de ser entendidas en su tenor literal, porque su finalidad es la de sorprender al discípulo para interesarle por el bien trascendente que reportará al discípulo la entrada en el reino de los cielos. No se trata de amputar los miembros del cuerpo, sino aparatar la fascinación de los sentidos por las malas acciones y, en definitiva, por el pecado, sobre todo la fascinación de los ojos, que alimentan los deseos deshonestos y el placer de la fruición que llevan consigo tantos pecados, como comentan los Padres de la Iglesia antigua[2].

Acojamos con estas advertencias del Señor, la enseñanza moral de la carta del apóstol Santiago, lectura paralela de estos domingos. La invectiva contra los ricos es justamente una llamada a la consideración realista de los bienes terrenos. La riqueza como los metales preciosos no son duraderos con relación a los bienes del reino. Por eso la condenación es una posibilidad real si no seguimos las pautas morales que dimanan del Evangelio de Cristo. Los bienes son para ser compartidos, y las riquezas tienen una inevitable proyección social, como han enseñado los grandes maestros de la moral cristiana. Impresionan las palabras con las que Santiago condena la acumulación de riquezas sin esta proyección social: «Os habéis cebado para el día de la matanza» (St 5,6). Así lo refiere el salmista: «Hasta que entré en el misterio de Dios / y acabé entendiendo su destino. / Es verdad: los pones en el resbaladero, / los precipitas en la ruina; / en un momento causan horror, / y acaban consumidos de espanto» (Sal 72,18-19).

Las palabras de Santiago contra los ricos recuerdan las malaventuranzas de Jesús contra ello que nos transmite san Lucas: «Pero ¡ay de vosotros los ricos, los que estáis saciados, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!» (Lc 6,24s). La hiperbólica afirmación del Señor según la cual «es más fácil que un c amello pase por el hondón de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos» (Mt 19,24) quiere afirmar, por contraste, hasta qué punto las riquezas comprometen la conversión a Dios y a su voluntad, en la cual reside nuestra salvación. Las riquezas son un obstáculo para la vida según el espíritu. Jesús da la vuelta a la creencia de que la riqueza sea signo de la predilección de Dios por el rico al presentar al pobre como aquel que tiene a Dios por refugio y garantía de su vida: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios» (Lc 6,29). Porque es así, en definitiva: «Nadie puede servir a dos señores…… No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Mt 6,24).

San Pablo dice que el Señor se hizo pobre para que su pobreza nos enriqueciera a nosotros, haciéndose hombre por nosotros y entregándonos la vida, hemos recibido la riqueza de la salvación. Para hacerse hombre la el Hijo de Dios recibió de María nuestra naturaleza humana. En esta iglesia restaurada ahora celebraréis en unos días la fiesta mayor de Nuestra Señora del Rosario, titular de la parroquia. A ella le pedimos os cuide y fortalezca en la fe, intercediendo ante su divino Hijo por la salud de los enfermos y personas debilitadas por la ancianidad, que vuestros niños y jóvenes sean integrados plenamente en vuestra comunidad de fe, para que las nuevas generaciones den testimonio de Cristo, que dándose él mismo hasta la muerte nos hace ahora partícipes de su vida inmortal si tomamos con fe el alimento de vida eterna en la Eucaristía que celebramos.

[1] Cf. R. E. Brown y otros, Nuevo comentario bíblico San Jerónimo. Antiguo Testamento (Estella 2005), n. 5:27. G.K. Beale /D.A. Carson, L’Antico Testamento nel Nuovo. Commento ai testi 1 (Turín 2017) 350-353.

[2] Pseudo Clemente Romano, Recogniciones, 7, 37, 5; Salviano, Sobre el gobierno de Dios 3,37. Cit. según Th. C. Oden / Cg. A. Hall (ed.), La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia y otros autores de la época patrística. Nuevo Testamento: Evangelio según san Marcos (Madrid 2000) 190-191.

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