
Querida comunidad de Pechina, comunidades parroquiales que habéis peregrinado a la semilla de nuestra Iglesia diocesana…
Las Iglesias Jubilares de nuestra diócesis son: Pechina, por San Indalecio, Abla, por San Segundo, Berja, por San Tesifón y Huércal-Overa, por el venerable Cura Valera. Y cuando peregrinemos a los templos Jubilares nos uniremos de corazón a toda la Iglesia recitando el Credo, nuestra profesión de fe, nos acercaremos al Sacramento de la Reconciliación, confesando nuestros pecados y compartiremos nuestros bienes y nuestra vida, nuestro tiempo, con los más necesitados. Son gestos de Fe, Esperanza y Caridad, que nacen del Corazón de Cristo.
San Indalecio, según la tradición cristiana, fue uno de los siete varones apostólicos enviados por San Pedro y San Pablo a evangelizar España. En esta misma tradición se le identifica la localidad de ‘Urci’ identificada con Pechina, como lugar de episcopado y de martirio.
El Jubileo comienza con la apertura de la Puerta Santa. La puerta abierta significa que se inicia un tiempo nuevo de acogida y de regreso a Dios Padre, a través de su Hijo. Cristo es la Puerta, es un tiempo de conversión, es un tiempo para volver a casa. ¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!
Pero qué significa ser ¡Peregrinos de Esperanza! Nuestro Papa Francisco, de feliz memoria, nos decía que debíamos:
- Salir de la psicología de la tumba, de aquellos que han perdido el entusiasmo inicial, repitiendo acciones monótonas, convirtiéndose en momias de museo, criticando cualquier iniciativa presente, pero anclados en un mundo que ya no existe.
- Porque la esperanza, el gozo, la alegría cristiana sale de la tumba del resucitado que ha roto todas las cadenas, incluso la de la muerte. No somos hijos del Viernes Santo, sino hijos de la Pascua. Los primeros cristianos, impulsados por el Espíritu Santo, no se anclaron en el pesimismo, salieron por todos los caminos y se jugaron la vida por Cristo, nuestros evangelizadores y nuestros mártires, nos empujan a salir de nuestras casas como ellos hicieron.
- Por eso la Iglesia Peregrina, es una Iglesia en salida, es obvio, aunque nos cueste entenderlo. Prefiero, nos decía el Papa Francisco, una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro en la seguridad de aferrarse a las propias seguridades. Son palabras proféticas de su carta apostólica ‘La Alegría del Evangelio’.
- Una Iglesia de esperanza significa que es una iglesia preocupada por el dolor y el sufrimiento humano, que brota de la pobreza extrema, de los abandonos, de las guerras y los terrorismos, de las violencias infringidas, de las masacres, del sinsentido de la vida, de la marginación, de la debilidad, de los pecados, frutos del desamor y del egoísmo, de la falta de fe, de la pérdida de la caridad, entendida como el amor derramado de Dios. La mayor pobreza, decía ayer el Papa León, es no conocer a Dios, que nos trasforma la vida. Este es nuestro campo de batalla. Y cuánto nos cuesta salir de nuestra comodidad, y cuán duro es entrar en el cuerpo a cuerpo.
- Pero para vivir la fe con autenticidad solo necesitamos una comunidad, en la que los cristianos hablen, oren y compartan. En la Iglesia y en nuestras parroquias, comunidad de comunidades, todos estamos llamados a la conversión, para que todos, laicado, vida consagrada, diáconos y sacerdotes, seamos llamados a ser miembros activos de nuestra comunidad.
- Y más que nunca nuestras comunidades necesitan comunión y formación. No somos peregrinos de esperanza por libre, ni nuestras comunidades pueden vivir desgajadas de los demás cristianos viviendo sólo vida. Si fuera así corremos el riesgo de crear pequeñas sectas donde nos creamos superiores o más puros que los demás. Y esto desde el principio es un riesgo en la Iglesia. No somos de Cefas, de Pablo o de Apolo, gritaba san Pablo, ¡somos de Cristo! Y cuidado que nos gusta atomizarnos, separarnos, autentificarnos como los únicos.
Las primeras palabras de nuestro Papa León XIV están cargadas de respuestas. También para este Año Jubilar: “Dios nos quiere, Dios nos ama a todos, ¡el mal no prevalecerá! Todos estamos en manos de Dios. Por lo tanto, sin miedo, unidos de la mano con Dios y entre nosotros, sigamos adelante. Debemos buscar juntos, repite de nuevo, cómo ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes, el diálogo, siempre abierta para acoger a todos, a todos los que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, el diálogo y el amor.”
Hoy celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad.
La primera afirmación de la Biblia, después de decir que Dios creó el mundo, es que “el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios”. La primera conclusión es reconocer que seremos más humanos cuanto más nos asemejemos a Dios. Ahora bien, la imitación supone conocimiento. Pero ¿sabemos cómo es Dios? Hoy la Iglesia, en esta solemnidad, nos recuerda que el retrato auténtico de Dios es el que nos ha revelado Jesús a lo largo del Evangelio.
Pues bien, el primer descubrimiento que Jesús nos hace es que Dios no tiene nada que ver con lo que algunos filósofos y teólogos habían supuesto. Que Dios no es un solterón aburrido en su estéril palacio de eternidad. Jesús nos hace el gran descubrimiento de la historia de las religiones al llamar a Dios Padre, al nombrarse a sí mismo como Hijo y al personalizar esa corriente de amor como el Espíritu. Bastaría este primer conocimiento de Dios – Relación para sacar conclusiones de cómo es nuestro comportamiento humano y más aún ¿cómo somos creyentes?
Me impresionó, hace bastantes años, leer a un teólogo[1] que decía que si Dios no fuese Trinidad, él se haría ateo. En un principio esto nos puede resultar chocante, o quizás escandaloso. Pero está claro que él había comprendido bien al Dios en quien creía. Dios no es un “yo” egoísta, es un “nosotros”, una familia, una comunidad. De ahí que San Juan sintetice en una palabra todo conocimiento sobre Dios “Dios es amor”. Porque no hay nada más unitario que el amor. Esta es nuestra vocación más profunda. Esta es la vocación de toda persona, al igual que Dios, vivir en el amor.
Si queréis buscar la explicación profunda a nuestra vocación de ser sociable, a pesar de nuestros egoísmos, sólo la podréis encontrar en Dios – Comunidad. La tendencia al “nosotros”, ya sea en la sociedad, en el matrimonio, en los grupos, en la Iglesia, nace de nuestro origen Divino, pues hemos sido creados a su imagen y semejanza. Equilibrar lo personal con lo comunitario, ya sea en la familia, en la sociedad o en la Iglesia significa ser fieles a nuestro origen divino. Por eso es importante, también, vivir en Iglesia y no decir como muchos, yo creo en Dios, pero a mi estilo, que me dejen en paz, Dios si, pero Iglesia no. Si es así, nos estamos a cercando a la vivencia de un ídolo –Dios hecho a mi imagen- y no al Dios de verdad, que es relación y comunidad.
La suprema petición de Jesús para todos los hombres en la última noche fue: “Padre, que todos sean uno, como nosotros”. Si queremos ser auténticos hombres y mujeres, creados a imagen y semejanza de Dios, vivamos en comunión a todos los niveles. Si queremos ser auténticos cristianos, bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, convivamos en el hogar, la Iglesia y la sociedad divinamente, es decir, creando relaciones de Amor.
Quizás tengamos que sorprendernos con las primeras comunidades cristianas y descubrir en Jesús al verdadero guía de nuestra vida. Porque no lo podemos olvidar, ser cristiano es aceptar a Cristo como nuestro verdadero Señor, capaz de trasformar nuestro corazón, humanizar nuestras personas y reanimar nuestra esperanza.
Hermanas y hermanos, pongámonos en camino, tenemos este año para seguir impulsando nuestra fe y nuestras comunidades. ¡Ánimo y adelante!
+ Antonio, vuestro obispo
Pechina, 15 de Junio de 2025
[1] François Varillon