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Homilía en la Misa Crismal

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Cada Martes Santo, como es costumbre en nuestra Diócesis, celebramos la Misa Crismal, que adelantada, es para nosotros la Misa Sacerdotal del Jueves Santo, la Misa de la institución del sacramento de la Eucaristía, de nuestro ministerio sacerdotal y en buena parte de la misma Iglesia como comunidad sacramental.

Siempre resulta emocionante esta celebración que nos introduce entrañablemente en la Última Cena, donde contemplamos a Jesús, con la idea inevitable de su muerte inminente. Aquella cena pascual es también para Él cena de despedida, y más profundamente, cena de aceptación y de cumplimiento de la voluntad del Padre.

Es el momento de la revelación máxima del amor de Jesús, manifestado en su muerte prevista y aceptada serenamente, en el amor y en la obediencia, en la fidelidad y en la entrega. En el amor y la entrega de Jesús se manifiesta y se desborda el amor de Dios como realidad absoluta y definitiva.  El amor de Dios, en Cristo y por Cristo, se nos acerca, se constituye fuente de perdón y de vida, de justificación, de fraternidad y de salvación para todos nosotros.

En aquel Cenáculo nació la Iglesia y nació nuestro ministerio como servicio, a la vez hacia Cristo y hacia los hermanos. “Haced esto en memoria mía”: somos memoria viviente de Jesús, instrumentos y cauces de su amor. Hacer “esto” no es sólo repetir materialmente las palabras de Jesús, sino reunir a sus hermanos; buscar a los comensales; hablarles de Jesús; ganarles para la fe y para el amor; invitarles a sentarse a la mesa con el corazón limpio; ayudarles a tomar de la mano del mismo Señor el Pan de vida y el Cáliz de la salvación.

En la Eucaristía está en germen toda nuestra espiritualidad y toda nuestra pastoral. La espiritualidad de la vida sacerdotal consiste en poner nuestra vida entera al servicio de la misión de Jesús, con humildad, autenticidad y diligencia. Nuestra actividad pastoral se resume en preparar los comensales para la mesa del Señor y hacer que el mundo entero viva la nueva Alianza con Dios y lave sus pecados con la sangre, es decir, con la vida y entregada de Cristo.

Por eso, hermanos, nosotros debemos tener un auténtico empeño en vivir la Eucaristía, porque es lo esencial de nuestro día a día.

Debemos pedir: “Dios mío, que yo pueda ser ministro de la Eucaristía, para vivir yo de ella y que los demás vivan de ella”. Fundamentalmente, para eso nos ordenamos, para ser ministros de la Eucaristía. Todo lo demás, la predicación, la visita a los enfermos, la catequesis, las clases, la oración litúrgica…, todo ello no se entiende sin la Eucaristía. No estoy diciendo que todo lo demás sea secundario, sino que hay que entenderlo en función de la Eucaristía.

Queridos hermanos, Dios ha puesto un hermoso tesoro en nuestras manos. Y cuantas veces hemos dicho “un tesoro en un recipiente de barro” (2 Cor 4,7). Por un lado, porque contemplamos la fragilidad de nuestra vida, pero también, por otro, porque somos conscientes de que nosotros y nuestra Iglesia ya no es valorada por un gran sector de nuestra sociedad, e incluso, algunos tratan de arrinconarla y de apartarla de los espacios públicos. El mensaje de Jesucristo “parece” no interesar a muchos. Y, por si fuera poco, nos encontramos con el vendaval de las críticas, en ocasiones fundadas y en otras muchas infundadas, que, de vez en cuando, nos llegan de fuera o hasta de dentro de la Iglesia, y que los medios de comunicación airean con mucha efectividad.

La situación actual de la Iglesia se asemeja a esa barca frágil que navega en medio del mar, golpeada por la tormenta. La Iglesia, en muchos lugares, vuelve a ser una minoría en medio de la masa de población, una pequeña comunidad vulnerable que vive en condiciones de provisionalidad.

Esta situación es una dura prueba, pero contiene también una oportunidad, la de descubrir que estamos llamados a ser levadura en medio de la masa. Esta situación debe llevarnos a entregarnos con más ardor a la misión que el Señor nos ha encomendado. Siendo conscientes, de que ya no se trata, en esta nueva situación, de ir solamente a buscar a la oveja perdida, sino que se trata de dar respuesta al hambre de las noventa y nueve ovejas que están sin pastor y que, si no las atendemos, pueden perderse y adentrarse en las tinieblas del mundo. Reflexión que estamos haciendo junto a nuestros religiosos y laicos en el Plan Pastoral que nos hemos marcado para estos años.

Es verdad que la Iglesia de Cristo se parece más a una humilde casa en medio de un vendaval en el que los fallos y pecados no esconden su pobreza ni debilidad, pero que demuestran que es Dios quien la sostiene. Mi fuerza se manifiesta en la debilidad, dirá el Señor a san Pablo (cf. 2 Cor 12,9a).

La oración que Jesús hizo aquella bendita noche nos lleva a no olvidar que la fuerza de todo evangelizador, de todo pastor, se halla en su comunión profunda con Cristo y con los hermanos. Solo se evangeliza desde la comunión, desde nuestro estar unidos: “que sean uno para que el mundo crea que tú me has enviado” (cfr. Jn 17,21)Unidos al Papa, al obispo, al presbiterio, al pueblo de Dios. Y es desde ahí, especialmente desde la fraternidad sacramental, sintiéndonos una única familia, unidos en el único Pastor, es donde encontraremos las fuerzas para lanzarnos con humidad, pero con valentía y fortaleza a renovar los caminos de la evangelización y revitalizar, por tanto, la fuerza de nuestro ministerio sacerdotal, en nuestra tierra jienense.

Queridos hermanos sacerdotes, las dificultades que encontramos hoy en nuestro ministerio nos están pidiendo a gritos que nos centremos cada vez más claramente en lo que es esencial y lo hagamos con toda la autenticidad de que seamos capaces: tener la Eucaristía como el centro de nuestra vida, unidos íntimamente a Cristo, viviendo la fraternidad como el bastón que da firmeza a nuestro andar.

Y todo ello para anunciar a todos y a cada uno, de manera sincera y convincente, que Dios nos ama como un padre verdadero, y que este amor es la fuente inagotable y la norma universal de nuestra vida.

Este es el anuncio capaz de purificar y consolidar el amor de las familias haciéndolas felices en la fidelidad y en la fecundidad. Este es el anuncio que nuestros jóvenes necesitan escuchar y recibir para descubrir su propia dignidad y no ser esclavos de este mundo. Este es el único anuncio capaz de cimentar sólidamente una convivencia pacífica en nuestro pueblo, en nuestro país, por encima de todas las diferencias, en la verdad y la libertad, en el respeto mutuo y en el amor sincero. Anuncio desde el que han de nacer todos los demás bienes de orden material, cultural o social que la sociedad tiene derecho a esperar de la Iglesia a la que nosotros queremos servir.

En el acierto de este anuncio y en la sinceridad con que lo desarrollemos está el secreto de la eficacia de nuestro ministerio. Por tanto, os pido que, con nuestra verdadera entrega a la voluntad de Dios, viviendo auténticamente nuestro sacerdocio, ayudemos a la gente a creer de verdad en el amor paternal de Dios y a vivir en consecuencia. Sólo así conseguiremos renovar nuestra Iglesia y transformar en profundidad nuestra sociedad. Y, de este anuncio vital, recibiremos también el mejor consuelo y la más firme alegría en nuestro ministerio.

Recordad siempre que esta misión de presidencia y de servicio la tenemos que desempeñar en el nombre del Señor, sin personalismos, sin conflictos ni divisiones, sin desalientos ni cansancios, manteniendo, como Él, la confianza en el corazón humano, que es obra de Dios, y en la permanente actualidad del Sacerdocio único y universal del Señor, al cual hemos sido incorporados.

Por ello, nuestro principal empeño tiene que centrarse en representar lo más exactamente posible la presencia de Cristo, su estilo de vida, su profunda unión espiritual y amorosa con Dios, su servicio generoso y cercano a todos los necesitados, la fuerza iluminadora y vivificante de su palabra, la sinceridad y apertura de su compasión y su misericordia hacia todos los que se nos han confiado. ¡Vivamos en intimidad con Él, compartiendo su mismo proyecto y su mismo pensar y sentir! Fomentándolo en la oración y en la escucha cotidiana de su Palabra.

En esta ocasión solemne quiero agradeceros, en nombre del Señor y de todo el pueblo de Dios, vuestra fidelidad, vuestro trabajo de cada día, vuestra buena voluntad tantas veces manifestada. Pido para que el Señor os conceda fortaleza en la debilidad, contad con mi oración. Yo os pido la vuestra.

Dediquemos un recuerdo a nuestros hermanos recientemente fallecidos, a los ancianos y enfermos que no han podido venir hoy aquí a pesar de sus deseos, a los que padecen cualquier tribulación.

A pesar de la dificultad y de las grandes exigencias de esta tarea, hoy queremos renovar ante el pueblo de Dios nuestros compromisos y deseos de ser los fieles servidores del Señor y de su pueblo en esta vocación que hemos recibido para el bien de nuestros hermanos.

Delante de vosotros, hermanos queridos (diáconos, religiosos, seminaristas y laicos), manifestamos nuestra voluntad sincera de fidelidad y de servicio. Queremos ser fieles a nuestro ministerio, queremos vivir intensamente unidos a Jesucristo para ser los fieles anunciadores y dispensadores de los bienes de la salvación.

¡Rogad por nosotros, ayudadnos con vuestra oración, con vuestra comprensión y afecto! No somos más que nadie. Somos débiles y pecadores como cualquiera de vosotros. Pero, con la gran responsabilidad de ser testigos fehacientes de santidad.

Os pedimos perdón por nuestras deficiencias, por nuestras rutinas y desalientos, por nuestros personalismos y divisiones, por nuestras infidelidades de todas clases.

Unidos todos en torno a la figura de nuestro Salvador, sostenidos y animados por la intercesión de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre nuestra, pedimos al Señor que se haga presente poderosamente en nuestras vidas, que nos llene a todos de los bienes del Espíritu y nos haga verdaderos Apóstoles, auténticos servidores de su Evangelio.

+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén

Homilía en la Misa Crismal

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Sr. Obispo auxiliar, querido Cristóbal al que felicitamos por su segundo aniversario de ordenación episcopal; Sr. Deán y Excmo. Cabildo Catedral; Vicarios episcopales; Queridos sacerdotes, Diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas, miembros de las Delegaciones y secretariados, queridos todos en el Señor. Me vais a permitir un saludo especial a los sacerdotes de otras diócesis de Macedonia, Colombia, El Salvador, Venezuela y Nicaragua, gracias por vuestro testimonio y por vuestro servicio a esta Diócesis de Canarias que comparten presbiterio con nosotros hoy:

Llamados a evangelizar entregando nuestras vidas

Un año más, en medio de unos días tan especiales, tenemos esta cita importante de la Misa Crismal. Esta celebración no es una celebración privada del clero, sino la que corresponde a todo el pueblo de Dios que estamos esta mañana en nuestra Catedral. Es esta una celebración verdaderamente eclesial, donde la comunidad cristiana asiste a la bendición de los óleos, la consagración del crisma y los sacerdotes renovamos nuestras promesas sacerdotales.

Los óleos que vamos a consagrar tienen que ver con tantos momentos importantes de la vida cristiana. Jesús nos ha recordado en el Evangelio lo que ya había preanunciado el profeta Isaías en la primera lectura. Que hay una buena noticia que se hace bálsamo cuando las heridas de tantos sangran por la falta de paz, de luz, de gracia. Sí, son muchos los corazones desgarrados que piden ser vendados en su soledad, en su incomprensión, en sus miedos, en sus desgracias que mellan y destruyen la esperanza. Esos óleos son los signos de un aceite que nos unge para fortalecer nuestra debilidad, para suavizar nuestras rigideces, para enlucir nuestra oscuridad. Estos óleos nos hablan de la esencia de la Iglesia: la evangelización, o lo que es lo mismo, llevar al mundo la Buena Noticia del encuentro con un Dios vivo, de alguien que viene a curar la ceguera del alma, y a liberar del cautiverio de las mazmorras del mal para abrir a la humanidad la puerta a la libertad de los hijos de Dios.

Y es facilitar ese encuentro lo que nos obliga a todos a trabajar para crecer en sinodalidad o para poner nuestro empeño en el nuevo plan pastoral o para emprender el camino de organizar nuestra Diócesis en torno a las unidades pastorales, que faciliten la evangelización de los alejados.

Es por ello que lo primero que tenemos que hacer todos como pueblo de Dios es estar dispuestos a emprender una conversión pastoral presidida por la pregunta de cómo evangelizan nuestras parroquias. Preguntarnos si como comunidad cristiana estamos despertando a cristianos dormidos, o si estamos ayudando al retorno del hijo pródigo, teniendo abierta nuestras comunidades y las luces encendidas para que muchas personas puedan encontrase con la misericordia de Dios. O si estamos preocupados por recoger al herido de Jericó. Es decir, si en nuestras parroquias se hace presente el HOY proclamado por San Lucas, que con este adverbio nos muestra que no vivimos de unas rentas pasadas que ya caducaron, sino de una nueva gracia que nunca se repite ni se agota cuando es Dios quien la pronuncia y la regala.

No olvidemos que todos nosotros hemos recibido vocacionalmente por nuestro bautismo la misión de ser ministros de esa Buena Noticia, actualizando aquel eterno e incesante “hoy” en el momento de nuestra vida y en la vida de aquellos que nos han sido confiados. Pero aún se puede decir que los sacerdotes y diáconos tenemos una responsabilidad aun mayor por nuestro ministerio que nos identifica de forma especial con Cristo, Sacerdote y Buen Pastor, y nos llama a ser instrumentos de la gracia. Es por ello, que si nuestro ministerio no suscita aquella sorpresa de cuantos fueron alcanzados por el “hoy” de Jesús, entonces seríamos simples funcionarios de una gracia y una palabra que no nos abraza a nosotros por más que la repartan nuestras manos o la prediquen nuestros labios. Por este motivo, en esta Misa Crismal, procedemos a la renovación sincera de nuestra vocación sacerdotal volviendo a decir nuestras promesas ministeriales en presencia de todo el pueblo santo de Dios.

Pienso que para nuestra renovación sacerdotal es bueno recordar unas palabras de Benedicto XVI sobre esta celebración pronunciadas en aquel 2006, primera Misa Crismal que él celebró como Papa. Él decía:

“En el gesto sacramental de la imposición de las manos por parte del obispo fue el mismo Señor quien nos impuso las manos. Este signo sacramental resume todo un itinerario existencial. En cierta ocasión, como sucedió a los primeros discípulos, todos nosotros nos encontramos con el Señor y escuchamos su invitación: “Sígueme”. Tal vez al inicio lo seguimos con vacilaciones, mirando hacia atrás y preguntándonos si ese era realmente nuestro camino. Y tal vez en algún punto del recorrido vivimos la misma experiencia de Pedro después de la pesca milagrosa, es decir, nos hemos sentido sobrecogidos ante su grandeza, ante la grandeza de la tarea y ante la insuficiencia de nuestra pobre persona, hasta el punto de querer dar marcha atrás: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” (Lc 5, 8). Pero luego él, con gran bondad, nos tomó de la mano, nos atrajo hacia sí y nos dijo: “No temas. Yo estoy contigo. No te abandono. Y tú no me abandones a mí”.

Tal vez en más de una ocasión a cada uno de nosotros nos ha acontecido lo mismo que a Pedro cuando, caminando sobre las aguas al encuentro del Señor, repentinamente sintió que el agua no lo sostenía y que estaba a punto de hundirse. Y, como Pedro, gritamos: “Señor, ¡sálvame!” (Mt 14, 30). Al levantarse la tempestad, ¿cómo podíamos atravesar las aguas fragorosas y espumantes del siglo y del milenio pasados? Pero entonces miramos hacia él… y él nos aferró la mano y nos dio un nuevo “peso específico”: la ligereza que deriva de la fe y que nos impulsa hacia arriba. Y luego, nos da la mano que sostiene y lleva. Él nos sostiene.

Volvamos a fijar nuestra mirada en él y extendamos las manos hacia él. Dejemos que su mano nos aferre; así no nos hundiremos, sino que nos pondremos al servicio de la vida que es más fuerte que la muerte, y al servicio del amor que es más fuerte que el odio. Tengamos presente que fue el Señor quien nos impuso sus manos.

Renovemos nuestras promesas sacerdotales pidiéndole al Señor con fuerza que nos haga crecer en esa dimensión evangelizadora. Todos nosotros que, algunas veces, vivimos cómodamente nuestra fe y los sacerdotes, que podemos hacer de nuestro ministerio un “modus vivendi”, sin riesgos notables, como los que tienen muchos bautizados. Tendremos que preguntarnos esta mañana, como hemos escuchado en el Apocalipsis, ¿qué conlleva haber sido redimidos por la sangre de Cristo?

Todos, laicos y sacerdotes, religiosos y religiosas hemos nacido de la sangre derramada del costado de Cristo. Por eso nuestro sacerdocio bautismal lo concebimos como una vida, entregada, dada en alimento, para que todos tengan vida y la tengan en abundancia. ¡Qué gran verdad! Es de esa verdad de donde fluye con más fuerza nuestra entrega en el ejercicio de nuestro ministerio sacerdotal. Y para alcanzar dicha donación, podemos apoyarnos no sólo en la gracia, sino en el ejemplo de entrega y dedicación, sin límites, de muchos de nuestros sacerdotes mayores, algunos en edades muy avanzadas. Damos gracias a Dios y hoy también pedimos por ellos. Igualmente pedimos por aquellos que nos han dejado en este año para unirse a la Jerusalén  Celeste:  D.  Juan  de  la  Cruz  Santiago Sánchez, D. Eusebio García Delgado y D. Juan Marrero Hernández.

Pautas necesarias para la misión

Para llevar adelante nuestra renovación pienso que es importante tener presente algunas pautas concretas que nos ayuden a crecer en diocesanidad y sinodalidad para poder así agrandar nuestra dimensión evangelizadora. De entre todas me vais a permitir señalar algunas.

1.- Hay que evitar caer en la ideología, es decir pensar que sólo mis ideas teológicas, mis experiencias espirituales y mis vivencias pastorales son los únicos caminos para una evangelización eficaz, es esto lo que pensaban los fariseos. Nadie tiene la fórmula mágica de la evangelización y hay que estar abierto al soplo del Espíritu como nos dice Jesús en el evangelio.

2.- Hay que salir de la pereza pastoral o el pecado de la acedia que habla el Papa Francisco en Evangelii Gadium 81-83. Pecado que se traduce en la falta de motivación y la rutina que se instaura en las parroquias o bien convertirlo todo en una planificación humana. Es necesario un renacer espiritual y una renovación de la vida interior, que podríamos traducir en cuánto tiempo estoy ante el sagrario, cuánto tiempo dedico a la Palabra de Dios, cómo preparo las homilías, cómo me llevo con el oficio divino. Es necesario una reordenación del corazón hacia un Dios cada vez más apasionadamente amado. Hay que dar protagonismo a la Palabra de Dios y buscar caminos para que la iniciación cristiana introduzca realmente a los catecúmenos en el misterio de Cristo resucitado (primer anuncio).

3.- Igualmente hay que evitar la tendencia al individualismo o los amiguismos. Siempre están los mismos y no se permiten perspectivas distintas, ni se fomenta la creatividad, ni se abren las puertas a ideas nuevas. Hay que salir de la idea de las propuestas uniformes como si todos debieran estar cortados por el mismo patrón. Frente a esto tenemos que crecer en sinodalidad que significa descubrir el nosotros eclesial. Es buscar la pluralidad de las diversas sensibilidades y ser capaces de armonizarlas en un todo orgánico. Hay que ayudar a las parroquias a salir de la “parroquitis” e introducirse en el ámbito de la comunidad cristiana integrada en la gran comunidad cristiana de la diócesis, cuya razón de ser es ser evangelizadora, favoreciendo el encuentro con Cristo Resucitado, celebrado en la liturgia de los sacramentos. No podemos seguir identificando comunidad social con comunidad parroquial.

4.- Hay que tener presente cada día que el sacerdocio no es una tarea solitaria, sino una experiencia de comunión con el obispo y con un presbiterio al servicio de la misión que no es una lista de tareas que se debe realizar con solvencia profesional, sino algo que afecta a nuestro ser.

Es este un punto fundamental que Francisco abordó en su viaje a Perú.

No existen los francotiradores sacerdotales. La naturaleza y la misión del sacerdocio ministerial brotan de la Santísima Trinidad y se prolongan en la comunión de la Iglesia…por ello la eclesiología de comunión resulta decisiva para descubrir la identidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su misión en el Pueblo de Dios y en el mundo (Juan Pablo II, Pastores Dabo Vobis 26)

Es necesario vivir y construir la diocesaneidad, que significa que el sacerdote debe cuidar la relación con el propio obispo, con sus hermanos presbíteros y con la gente de su parroquia, que son sus hijos. El Santo Padre le respondía a un seminarista que “el sacerdote debe ser un hombre siempre en camino, un hombre de escucha y jamás solo: tiene que tener la humildad de ser acompañado” (Audiencia aula Pablo VI del 16 de marzo 2018 a seminaristas y sacerdotes que estudian en los pontificios colegios eclesiásticos de Roma). Es necesario, por tanto, pedir ayuda espiritual y tener un acompañamiento.

También debemos tener claro que nuestra participación en el presbiterio debe ser activa. Se nos pide ser artífices de comunión y de unidad; que no es lo mismo que establecer un pensamiento o un actuar monocolor y único. Significa valorar los aportes, las diferencias, el regalo de los carismas dentro de la Iglesia sabiendo que cada uno, desde su cualidad, aporta lo propio, pero necesita de los demás. Solo el Señor, dirá el Papa, tiene la plenitud de los dones, solo Él es el Mesías. Y quiso repartir sus dones de tal forma que todos  podamos  dar  lo  nuestro enriqueciéndonos con los de los demás. Hay que cuidarse de la tentación del «hijo único» que quiere todo para sí, porque no tiene con quién compartir. Malcriado el muchacho.

Como hemos podido escuchar es necesaria la comunión. No es posible la nueva evangelización si se vive el ministerio como una aventura individual. Es necesario un compromiso eclesial y una vivencia de la fraternidad sacerdotal que implica valorar a todos y estar contentos de la pluralidad de la Iglesia. Es tener claro que todos somos necesarios y todos tenemos un puesto en la labor de cuidar y engrandecer la “viña del Señor”: Él cuenta con vosotros.

Es la fraternidad la que exige que la renovación de nuestras promesas sacerdotales no sea algo privado mío y para mí exclusivamente, sino que, además de ser algo íntimo de cada uno de nosotros con el Señor, es también una renovación para vivir nuestro sacerdocio en esta Iglesia que camina en la Diócesis de Canarias. Es a este presbiterio al que tenemos que unirnos y al que tenemos que aceptar. Es verdad que el obispo no da la talla tantas veces, ni el compañero te comprende. Pero, a pesar de todo, si tenemos claro que el sacerdocio no es algo de nuestra propiedad, sino que es propiedad del Señor y tanto nuestro ministerio, como el del obispo o del hermano, son propiedad del Señor, si tenemos esto claro entonces sí que es posible vivir la fraternidad en Cristo Jesús.

Y hablar de Diócesis nos implica a todos en la pastoral vocacional y en la evangelización, como ponen de manifiesto este crisma y estos óleos que vamos a consagrar. Ellos nos recuerdan a todos, sacerdotes y laicos, que El amor al hombre nos obliga a convertirnos en el “Buen Samaritano” (Cf. Lc 10,25-37).

5.- Hay que evitar la desilusión. Tenemos que estar atentos a la amenaza que supone la cultura en la que nos movemos. Muchos de nuestros hermanos han perdido la alegría y la esperanza. Se aferran al presente visible, porque el futuro está vacío de eternidad y la vida futura no cuenta. De hecho, cuando no se confía en Dios, la esperanza viene dañada y sólo se espera y se confía en el hombre, en sus talentos, en la técnica, en la ciencia, en el poder o en tantos nuevos ídolos modernos, que tiene un horizonte muy corto.

Por una ósmosis ambiental, también este clima penetra en el corazón del sacerdote. De un modo insensible puede darse una atrofia del valor del poder de lo divino y una exaltación del poder de lo humano, haciendo reposar la esperanza en nuestras capacidades y fuerzas y olvidándonos de ponerla en Dios.

Y este peligro se hace realidad cuando nos olvidamos que somos miembros de un presbiterio y cuando, como Pedro, caminando sobre las aguas, ponemos la mirada en nosotros mismos y en nuestras fuerzas. Es ese el gran mal que tenemos que evitar como sacerdotes, pues no hay nada más triste que un sacerdote que ha tirado la toalla, sin esperanza y sin esa pasión misionera que da la unción sacerdotal y que  Jesús nos ha recordado en  el Evangelio, afirmando que hemos sido ungidos para llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Ser pastores supone estar dispuestos a que Jesucristo pueda ejercer “su” sacerdocio por medio de nosotros. Implica renunciar a imponer nuestro rumbo y nuestra voluntad; renunciar a nuestros deseos de llegar a ser esto o lo otro y abandonarnos a Él, para ir donde sea y del modo que Él quiera servirse de nosotros.

Ser Pastores es estar preparados a decir, cada uno de nosotros, con fuerza: AQUÍ ESTOY, indicando con ello que estamos abiertos a que Cristo disponga de nosotros. Consiste en aspirar a poder decir, como San Pablo: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (cf Gál 2,20).

Ser pastores conlleva dejarse sorprender cada día por el Señor y tener muy presente que nuestra consagración sacerdotal nos hizo instrumentos del Señor y, por tanto, es Él el que nos va hablando a través de los acontecimientos y de las personas que nos visitan cada día. Así que estemos atentos a la tentación de aburguesarnos en nuestros destinos y mantengamos abierta la puerta a la disponibilidad.

En este punto es necesario recordar las interpelaciones que S. Pablo VI nos hace en la Exhortación “Evangelii Nuntiandi”:

“A estos «signos de los tiempos» debería corresponder en nosotros una actitud vigilante. Tácitamente o a grandes gritos, pero siempre con fuerza, se nos pregunta: ¿Creéis verdaderamente en lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís?”. Y sigue diciendo el Papa: “Paradójicamente, el mundo, que a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios lo busca sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible. El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, desapego de sí mismos y renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda” (EN, 76).

En definitiva, estas palabras nos invitan a salir de nosotros mismos y ser instrumentos de la gracia, para que el Divino Médico pueda curar las heridas más profundas provocadas por el pecado. Nos urge al anuncio de la Palabra, abriendo, como decía Francisco a los sacerdotes mejicanos, lugares de hospitalidad de la fe donde puedan vivir la experiencia del encuentro con el Señor aquellos que buscan a Dios. La imagen del Buen Samaritano nos apremia a dirigirnos a las personas, ocupándonos de ellas, de su pobreza o fragilidad, no sólo en lo exterior, sino también a cargar interiormente sobre nosotros y acoger en nosotros mismos la pasión de nuestro tiempo, de la parroquia, de las personas que nos están encomendadas.

Pidamos, por tanto, a la santísima Virgen, Nuestra Señora del Pino, que nos ayude a todos a ser buenos samaritanos y dispongámonos a renovar nuestras promesas sacerdotales pidiéndole a la Santísima Virgen que nos ayude a enamorarnos de la misión y, sobre todo, que no nos deje entrar en el desánimo. Que así sea.

 

+Mons. José Mazuelos Pérez

Obispo de Canarias

La Catedral acogió la Misa Crismal

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El obispo de Canarias, José Mazuelos, ha presidido este Martes Santo, 26 de marzo, en la Santa Iglesia Catedral la Misa Crismal, donde los sacerdotes han renovado sus promesas sacerdotales y se han bendecido los  Óleos y consagrado el Crisma.

La Misa Crismal es una celebración propia del Jueves Santo que, pero en nuestra diócesis, al igual que sucede en muchas otras, se  traslada a este día para facilitar la asistencia de todos los sacerdotes.

En la homilía, el obispo comenzó destacando la presencia de sacerdotes de países como Macedonia, Nicaragua, Venezuela, Colombia o El Salvador.

En la Misa Crismal, os sacerdotes renuevan ante el Obispo las promesas que hicieron el día de su ordenación, se lleva a cabo la bendición de los Óleos y se consagra el Crisma. El óleo es aceite de oliva. En cambio, el crisma es una mezcla de aceite de oliva y perfume. La consagración es competencia exclusiva del Obispo. Dentro del rito de consagración destaca el momento en el que el Obispo sopla en el interior del recipiente que contiene el Crisma (crismera) como signo de la efusión del Espíritu Santo.

El santo crisma y los óleos son llevados a todas las parroquias donde, de un modo solemne y expreso, son presentados, como expresión de unidad, en la Misa Vespertina del Jueves Santo en la que se conmemora la Cena del Señor.

Visita del Secretariado General de la Joc a Canarias

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Durante la semana del 18 al 24 de marzo los responsables del Secretariado General de la Joc han estado de visita en la Diócesis de Canarias para acompañar y conocer mejor la realidad de los jóvenes militantes de nuestra diócesis.
Encuentros con los equipos de vida, momento de retiro y revision del propio trabajo del secretariado, pero también han realizado visita al Semanio Diocesano, al Obispo de la Diócesis, la Emisora Diocesana, etc.
Una visita que terminó celebrando juntos la eucaristía y dando comienzo a la Semana Santa donde los jóvenes militantes en iniciación realizarán una formación centrada en el estilo de vida y celebrando en fraternidad los cultos de la Semana Santa.

Dispensa del ayuno y la abstinencia en el Viernes Santo, si no se puede guardar

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Dispensa del ayuno y la abstinencia en el Viernes Santo, si no se puede guardar

 

El obispo de Guadix ha dispensado del ayuno y la abstinencia del Viernes santo si no se puede observar, pero recomienda otras prácticas de penitencia como la limosna u otros gestos de solidaridad, …

 

Se acerca uno de los días más grandes de la Semana Santa y de todo el año litúrgico: el Viernes Santo. Es un día que nos habla de entrega, de sacrificio, de salvación, y que apunta, gracias a Dios, hacia el Domingo de Resurrección. Es el Misterio Pascual, en el que celebramos que Cristo murió en la cruz por nosotros, para nuestra redención, para salvarnos, para resucitarnos con Él.

Sí, sabemos que es una muerte para resucitar. Pero, a pesar de todo, la Iglesia vive el sufrimiento de Cristo en la cruz con recogimiento, con mucha fe y un sentimiento de dolor profundo por todas las muertes injustas que ocurren aún en nuestro mundo y por el sufrimiento de tantos inocentes. Por eso, el Viernes Santo viene acompañado por una llamada a vivirlo con ayuno y abstinencia. Son prácticas que la Iglesia ha mantenido durante siglos porque nos ayudan a recordar y celebrar la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo; y, además, sirven como penitencia por nuestros pecados, que nos dispone mejor para una auténtica conversión.

La abstinencia, es decir, no comer carne, es lo que se ha hecho en otros viernes de Cuaresma. El ayuno, – que solo se exige dos veces en el año: el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo- , consiste en no tomar alimento en el inicio del día, para acompañar a Cristo en su sufrimiento, para expresar el dolor que siente la Iglesia y toda la humanidad, y para recordar que a Jesús se le sigue si somos capaces de esforzarnos y de ayunar a todo lo que nos pueda alejar de Él y de los hermanos. También nos recuerda que el Viernes Santo es día de penitencia y de oración.

A pesar de todo, no siempre es posible o fácil vivir este ayuno y la abstinencia, en estos días que son de fiesta o de procesiones para muchos. Así, para quienes no puedan cumplir con esta norma, el obispo ha publicado un decreto por el que se “dispensa del ayuno y abstinencia del Viernes Santo a todos los fieles a los que no sea posible observar esta ley sin grave incomodo”.

Sin embargo, se recomienda que, si no se puede guardar el ayuno y abstinencia, se sustituya esta penitencia por otras prácticas, como la “lectura de la Sagrada Escritura, limosna (en la cuantía que cada uno estime en conciencia), otras obras de caridad (visita de enfermos o atribulados), obras de piedad (participación en la Misa, rezo del Rosario, etc.) y mortificaciones corporales”, recuerda el obispo en el decreto publicado y que se puede consultar aquí:

Mons. Francisco Jesús Orozco Mengíbar,

Por la gracia de Dios y de la Sede Apostólica Obispo de Guadix

DECRETO

La Santa Madre Iglesia convoca a todos sus hijos durante la Cuaresma y, especialmente el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, para vivir comunitariamente un tiempo especial de penitencia y conversión. Para que todos, y cada uno a su modo, «se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia» (can. 1249 del Código de Derecho Canónico). En la Iglesia universal, «son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de cuaresma» (can. 1250), de manera que «todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo» (can. 1251). La ley de la abstinencia obliga a los fieles «que han cumplido catorce años; la del ayuno a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años» (can. 1252).

El ayuno y la abstinencia el Viernes Santo tienen una particular importancia y significado, ya que nos ayudan a recordar y celebrar la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo; además, sirven como penitencia por nuestros pecados que nos dispone mejor para una auténtica conversión. Y así lo ha querido presentar y conservar la Iglesia, a lo largo de los siglos.

Las particulares características de la celebración de la Semana Santa en nuestra Diócesis, especialmente por la participación o asistencia a las múltiples procesiones que organizan nuestras Hermandades y Cofradías, hacen difícil a muchos fieles la observancia de la abstinencia y el ayuno.

Por ello, teniendo en cuenta estas circunstancias, por el presente, y a tenor del can. 87, D i s p e n s o del cumplimiento de dicha ley a todos los fieles a los que no les sea posible observarla sin grave incomodo.

No obstante, teniendo en cuenta la importancia de estas prácticas penitenciales, especialmente en ese día, exhorto a todos los fieles que no puedan abstenerse de la carne y ayunar, a sustituirlas por alguna de las otras prácticas recomendadas por la Conferencia Episcopal Española: «lectura de la Sagrada Escritura, limosna (en la cuantía que cada uno estime en conciencia), otras obras de caridad (visita de enfermos o atribulados), obras de piedad (participación en la Misa, rezo del Rosario, etc.) y mortificaciones corporales» (CEE, DA 13, 2).

Dado en Guadix a veinticinco de marzo de dos mil veinticuatro.

            +Francisco Jesús Orozco Mengíbar, obispo de Guadix

 

 

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Huéscar sacó a la calle el Vía Crucis de su Federación de Hermandades, a pesar del mal tiempo

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Huéscar sacó a la calle el Vía Crucis de su Federación de Hermandades, a pesar del mal tiempo

El Lunes Santo es el día que la Federación de Cofradías de Huéscar tiene reservado para rezar el Santo Vía Crucis.

 

Portando la imagen del Santísimo Cristo del Perdón, las distintas Cofradías y Hermandades de Huéscar, junto con el coro de los niños, que ha cantado en algunas estaciones, y Cáritas, han rezado un año más esta piadosa oración por las calles de la localidad. Entre estación y estación, la capilla de música «Virgen de la Piedad», de Huéscar, ha sido la encargada de poner las notas musicales.

Las estaciones del Vía Crucis se encuentran señalizadas en distintas fachadas por las calles de Huéscar, desde el año 2011, cuando llegaron la Cruz y el Icono de la JMJ. En las estaciones se puede observar cada uno de los pasajes de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Y cada año, el consiliario escribe un Vía Crucis ex profeso para la ocasión, adaptándolo a cada una de las hermandades.

Este año, debido a las inclemencias meteorológicas, el Vía Crucis, que ya tiene una gran popularidad y es grande el número de fieles que acude a rezarlo, tuvo que ser acortado.

José Antonio Martínez

Párroco de Santa María, de Huéscar

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Relatos de pasión, en Canal Sur Radio

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Noticia

Publicado: 28/03/2024: 53

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Con motivo de la Semana Santa, la radio pública andaluza ha emitido un especial con los textos del Evangelio relativos a la pasión de Cristo. Junto a los fragmentos del Evangelio, completan la emisión una selección de arias de la Pasión de San Mateo de Bach o el Stabat Mater de Pergolesi, entre otras obras musicales. El programa está dirigido por el sacerdote diocesano de Málaga Rafael Pérez Pallarés.

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Yo estuve presente en La Pasión

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El sacerdote Miguel Segura LC estuvo presente en el rodaje de la película «La Pasión», de Mel Gibson, que, en sus propias palabras, narra «el corazón de la fe cristiana». Desde sus vivencias, explica que el director le hizo caer en la cuenta de que «la película de La Pasión no es un relato sólo de las últimas horas de vida de Jesús, sino, sobre todo, es una meditación sobre cómo tratas tú a Dios y cómo te trata él».

«Gibson quiso que cada persona que vea esta película se encuentre personalmente con Cristo»

Mel Gibson buscaba ganar el óscar a la mejor película extranjera cuando decidió rodar la Pasión en lenguas originales. Esa decisión condicionó mucho del rodaje y al mismo tiempo me permitió asistir al set de Cinecittà y admirarme de lo que allí pasaba cada día. No era un guión cualquiera. Los eventos narraban desde la Última Cena hasta la Crucifixión y Resurrección, es decir: el corazón de la fe cristiana. Pero al pasear por los escenarios y escuchar de tanto en tanto las intenciones del director, la película fue tomando un significado aún más profundo que iba más allá de lo meramente fílmico, conectando con las actitudes de Jesús y su deseo de redimir a la humanidad.

Pude escuchar de primera mano los comentarios y las indicaciones de Mel Gibson, y asistir lleno de curiosidad a los esfuerzos de su equipo para convertirlos en realidad. Recuerdo con especial cariño el momento en que visionamos lo que se llevaba hecho de la película para ver, a petición de Mel Gibson, si la película se ajustaba a los criterios católicos y poder recomendarla. Fue un momento impactante que vivimos junto a quien me ordenó sacerdote: el Card. Darío Castrillón Hoyos, y que nos llevó a intuir el potencial evangelizador de la película.

De esos diálogos surgen las tres claves fundamentales para ver la película, que tan mala prensa tuvo en España y deformó la opinión pública reduciéndola erróneamente a un simple despliegue de violencia gráfica. No era esta la finalidad de la película, sino otra completamente diferente.

“No sé si fue así… pero sí sé que le he he tratado así”

Mel Gibson quería mostrar la enormidad del sacrificio de Cristo. No le parecía justo reducir nuestra redención a esbeltos crucifijos de plástico blanco como los que vendían en la plaza de san Pedro. Recuerdo que los sopesaba en su mano y decía “No fue así”. Quien haya visto la película recordará la escena del Monte de los Olivos, el lugar donde Jesús, enfrentándose a su inminente crucifixión, se retiró a orar en soledad y fue tentado.

Recuerdo que estaban empujando a un doble casi toda la mañana: puñetazos, risas, golpes, hasta empujarle por el borde de un puentecillo como si hiciera puenting… en la película esta escena dura tan sólo unos segundos. En el rodaje en cambio era toda una mañana. En un momento comenté: “es demasiado…” pues me parecía que no habrían pegado tanto a Jesús en la vida real. Y ese comentario hizo surgir la primera clave para ver la película de la Pasión. Mel Gibson dijo: “No sé si fue así… pero sí sé que yo le he tratado así”. Esta respuesta cambió mi modo de ver la película. Y ojalá cambie el de todo el mundo. La Película de la Pasión no es un relato sólo de las últimas horas de vida de Jesús, sino sobre todo es una meditación sobre cómo tratas tú a Dios y cómo te trata él. Por este motivo Mel Gibson quiso aparecer en la película (aunque la gente no lo sabe) de él es la mano que traza una línea en el suelo cuando salva a la pecadora sorprendida en adulterio. Y también es suya la mano que se alza para dar el primer martillazo al clavo de la mano izquierda: “yo le he tratado así”.

La entrega libre de Cristo

Para Mel era importante mostrar que la entrega de Cristo es libre. Cuando veas la película, fíjate en los momentos en que Jesús se levanta. Sucede algo más. Son escenas que podrían haber eliminado. Pero no. Cristo se alza lentamente con una música estremecedora: en Getsemaní, en la flagelación, en el Via Crucis varias veces y, como énfasis final, justo en el Calvario. Cuando no puede más. Mira a María. Se levanta. Lentamente. Un plano cenital. Una música inefable. No estaba obligado a salvarte. Pero quiso. Quiso libremente. “Nadie me quita la vida, yo la doy por mí mismo” (Jn 10,18), “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Gibson encontró una forma de evidenciar esto gráficamente en lenguaje cinematográfico. La próxima vez que veas La Pasión, observa las veces que Cristo se levanta. Es pensado, es querido, es buscado, para transmitir una idea: Cristo te salva libremente, porque quiere, sin obligación por su parte ¿Qué hace surgir esto en tu alma?

“Encuentro con Cristo”

Pero Gibson quiso algo más. Lo dijo explícitamente. “Quiero que cada persona que vea esta película se encuentre personalmente con Cristo”. Estuvo pensando cómo hacerlo… y encontró un modo genial. Fue idea suya. Pensó en el intercambio de miradas. Cada vez que aparece un personaje, intercambia las miradas con Jesús. No importa si es Judas, el traidor; Pedro, el cobarde; María, su madre fiel; Pilato, Barrabás o un don Nadie, como el que está tallando la cruz cuando están a punto de juzgarle en el sanedrín. Tras este intercambio intenso, que os invito a ver especialmente en el Cireneo, hay una intención del director: que tú también te encuentres con Cristo. Que sepas que su caminar por la vida dolorosa es por ti y por lo más importante de tu existencia: tu salvación.

No sé si has visto la película. Si la ves, hazlo teniendo estas tres claves presentes. Cambiará tu Semana Santa y, probablemente, tu relación personal con Cristo. No puedes hacer nada para que te ame menos. Nadie soporta eso y sigue amando y perdonando. Cristo sí. Y quiere regalarte ese corazón. De eso va la Iglesia.
 

Miguel Segura, LC

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Palabra de Dios: evangelio y lecturas del Jueves Santo

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Lee la Palabra de Dios que la liturgia nos ofrece en este día.

Primera lectura

Lectura del libro del Éxodo 12, 1-8. 11-14

En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
«Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de los hijos de Israel: “El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino más próximo a su casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.

Será un animal sin defecto, macho, de un año; lo escogeréis entre los corderos o los cabritos.

Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de los hijos de Israel lo matará al atardecer”. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo comáis. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y hierbas amargas.

Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.

Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.

La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera a la tierra de Egipto.

Este será un día memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta en honor del Señor. De generación en generación, como ley perpetua lo festejaréis».

Salmo

Salmo 115, 12-13. 15-16. 17-18 R/. El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor. R/.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas. R/.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando el nombre del Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 11, 23-26

Hermanos:

Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».

Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».

Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 13, 1-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.

Llegó a Simón Pedro, y este le dice:
«Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».

Jesús le replicó:
«Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».

Pedro le dice:
«No me lavarás los pies jamás».

Jesús le contestó:
«Si no te lavo, no tienes parte conmigo».

Simón Pedro le dice:
«Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza».

Jesús le dice:
«Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».

Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».

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Homilía en la Misa Crismal

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Mi querida Comunidad.

Gracias queridos sacerdotes por manteneros en la misión.  Gracias por construir y alentar a las comunidades que forman la iglesia. Gracias a los que habéis dedicado toda vuestra vida al servicio del Reino. Gracias a los que de una manera u otra habéis sido Buen Pastor en medio de este Pueblo Santo que camina en la diócesis de Almería. Mi reconocimiento y mi gratitud por acompañarme también en esta tarea.

Aún resuenan las palabras de la primera lectura.

“El Señor me ha enviado… (lo sabéis de memoria, pero dejadme que me fije en el resumen final del texto) para dar a los afligidos una diadema en lugar de cenizas, perfume de fiesta en lugar de duelo, un vestido de alabanza en lugar de un espíritu de abatido, vosotros os llamaréis ‘sacerdotes del Señor’, dirán de vosotros ‘ministros de nuestro Dios’.” Is 61, 3. 6a

Esta será la vocación y la misión de Jesús en la sinagoga de Nazaret, allí donde se había criado. Resumió proclamando esta lectura que acabamos de escuchar todo su plan salvador. Y también es nuestra misión. ¿Cómo podemos ser portadores de la Nueva Noticia, es decir evangelizadores? Es un buen programa el del texto de Isaías. En lugar de cenizas una diadema, en lugar de lamentos, perfume de fiesta, en lugar de abatimiento un vestido de alabanza. Diademas, perfumes, ropajes nuevos… pensémoslo bien.

El decreto del Vaticano II sobre el sacerdocio ministerial (Presbyterorum ordinis) nos habla de la ‘caridad pastoral’, aunque la expresión apareció por primera vez en el Concilio, hablando de la santidad a la que estamos llamados los obispos, que por medio de todo tipo de preocupación episcopal y de servicio, podamos cumplir perfectamente el cargo de la caridad pastoral. (LG 5,41b). Esta expresión ‘caridad pastoral’ no vuelve a aparecer hasta el capítulo 14 de la PO, en el año 1965, a petición de 14 padres sinodales franceses, como principio unificador de la vida del sacerdote. Es bien interesante este número 14 que se puede dividir en tres partes:

Primero, nos presenta la fracturación del mundo moderno y por tanto también de nosotros que estamos envueltos y distraídos en muchísimas obligaciones del ministerio, además viviéndolo con ansiedad. Ante tanto trajín de actividades externa ansiamos unificar nuestra vida interior. Esa unidad de vida no la vamos a lograr ordenando exteriormente todas las actividades, ni siquiera lo lograremos con la práctica de los ejercicios de piedad, aunque algo nos ayude. Sin embargo, podríamos construir esa unidad si siguiéramos más de cerca el ejemplo de Cristo, cuya comida era hacer la voluntad de Aquel que lo envió. Así siendo Buen Pastor en el día a día, encontraremos en el ejercicio de la caridad pastoral esa unión tan necesaria de vida y acción y hallaremos el vínculo de la perfección sacerdotal.

Después, el texto nos muestra unas claves unificadoras. Nos pide que nos esforcemos en vivir la Eucaristía, reproduciendo el sacrificio de Cristo en el altar, en la entrega diaria a los demás. Sacrificando nuestra vida por los demás. Pero esto no lo vamos a lograr si no penetramos, por medio de la oración en el misterio de Cristo entregado. No hay entrega si nos encerramos en nosotros mismos.

 

Finalmente, nos propone un modo de actuar. La fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia. Así, pues, la caridad pastoral nos pide que, para no correr en vano, trabajemos siempre los presbíteros en ‘unión de comunión’ con el Obispo y con los otros hermanos sacerdotes. Actuando de esta manera, es como los presbíteros hallaremos la unidad de nuestra vida en la unidad misma de la misión de la Iglesia, y así estaremos unidos al Señor.

Hermanos, sabéis que esta celebración debía ser la mañana del Jueves Santo, pero los motivos pastorales hacen que la celebremos el Martes Santo. Cada vez que celebramos la Eucaristía, resuena el eco de todos los lazos tejidos con la vida de nuestra comunidad. Cuando celebramos la Santa Misa, nunca estamos solos, aunque seamos muy pocos, porque llevamos el polvo de los pies de todo el mundo.

Pensad que cada vez que comienza esta Sagrada Cena, la mirada de Cristo planea compasiva ante todos los que están como ovejas sin pastor, y fijará su mirada sin duda en la oveja perdida o en el hijo que huyó del calor del hogar del Padre, o en aquel que no puede levantarse de la vera del camino, por donde transitamos todos… por eso los que venimos a participar diariamente del Cuerpo y la Sangre del Señor, no podemos ser iguales que los que nunca celebran la Misa, tenemos que ser más misericordiosos, más compasivos, más entregados, más justos…

Por eso nosotros los sacerdotes, que consagramos y partimos el Cuerpo de Cristo para alimentar al Pueblo Santo de Dios, debemos de volcar nuestra vida en la Comunidad que nos ha sido entregada y que obedientemente nos ha acogido, y también en la Fraternidad entre nosotros. Reunirnos, rezar juntos, buscar espacios de encuentro y de diálogo, formarnos, buscar nuevos caminos de evangelización y acercamiento a los que no están en nuestras comunidades y descansar juntos, no es una estrategia pastoral, es una realidad espiritual que dimana del mismo corazón de Cristo, de la misma Eucaristía. Eligió a los apóstoles para que estuvieran con él. No vale que cada uno esté por su parte y por su cuenta. Si es así haremos un flaco favor a la evangelización de nuestros pueblos.

Cada vez que consagramos el pan y el vino, cada vez que comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre proclamamos: ¡Este es el misterio de nuestra fe! ¡Cuántas veces lo hemos repetido sin quizás darnos cuenta de lo que decimos y de lo que esto conlleva en nuestra vida!

Finalmente, sabemos que en la Iglesia –y también en nuestra Diócesis­-  tenemos muchos y nuevos desafíos, porque vivimos nuevos tiempos y necesitamos nuevas respuestas. Pero muchas veces somos fatalistas: “Ya no se puede hacer nada, tenemos que aceptar la situación a la que hemos llegado, la vida es así…” Muchas veces pienso que si hubieran tenido los mismos sentimientos los primeros misioneros: Pedro, Pablo, Santiago, Juan…  habrían vuelto a sus tareas y lo hubieran dejado todo. Y ellos lo tuvieron mucho más difícil que todos nosotros. Cuando pienso que pintaba un pobre pescador de una tierra remota, llamada Galilea, en la capital del mundo, Roma, predicando a un Jesús de Nazaret, que había resucitado… Lo tuvieron mucha más difícil. Sin duda.

Mirad, si no creemos realmente en el poder de la Palabra de Dios y en sus promesas estamos al borde del pozo del ateísmo, y sobre todo perdiendo el tiempo y perdiendo la vida. Pero el Señor, igual que a ellos, nos pide que volvamos a pescar de nuevo. Y nos volveremos a quejar, quizás con mayor despecho: “No hay posibilidades, hemos gastado ya la vida, no vamos a coger nada, no tenemos repuesto, no hay nada que hacer”. Punto. Y el Señor insistirá: “Echad la red al otro lado”. Quizás es esa la cuestión, que debemos cambiar de lado y dejar tantas inercias que arrastramos del polvo de la historia.

No dejemos ni un día de meditar la Palabra de Señor y así podremos ser de verdad apóstoles y testigos en medio del mundo, ¡no con miedo al mundo! No se trata de hablar mucho, sino de irradiar a Cristo, que es el que nos envía, no se nos olvide. Cristo que nos reconcilió con el Padre, entregando su vida, nos ha hecho ministros de la reconciliación, no sólo por las horas que podamos escuchar confesiones y perdonando, sino también porque que allí donde hay una disputa familiar, un enfrentamiento entre padres e hijos, o entre vecinos, o entre clases sociales, o entre seguidores de tal o cual partido político, e incluso entre pueblos, allí, debemos de poner paz y concordia entre los enfrentados.

A raíz de lo que os he comentado, quiero terminar con unas palabras de Benedicto XVI a los sacerdotes:

Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida, ha de ser el tema de nuestro pensar, el argumento de nuestro hablar, el motivo de nuestro vivir. No antepongáis nada al amor de Cristo. Dios es la única riqueza que los hombres desean encontrar en nosotros los sacerdotes.

Que así sea para todos nosotros. ¡Ánimo y adelante!

+ Antonio, vuestro obispo

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